Lucy Oporto o la chilenidad del mal

He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza reúne 14 ensayos de la filósofa Lucy Oporto, celebrada y desdeñada por sus planteamientos sobre el lumpenconsumismo. En este libro habla de “la ruina y la descomposición moral y espiritual de Chile” debidas al hedonismo de la sociedad de consumo, la encarnación del mal en su análisis esbozado en función de las potencias arquetípicas e inconscientes de Jung, y sobre su admiración por figuras como Violeta Parra y Sergio Salinas.

por Daniel Hopenhayn I 14 Junio 2022

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El 17 de noviembre de 2019, la filósofa Lucy Oporto echó a correr su ensayo “Lumpenconsumismo, saqueadores y escorias varias: tener, poseer, destruir”, de un atrevimiento insólito por esas fechas. Allí retrataba a una sociedad corrompida por la impunidad (desde los crímenes de la dictadura en adelante) y al sujeto de la revuelta como el estandarte de un pueblo envilecido, “una autocomplaciente horda de consumidores” que no salió a destruir por un deseo de justicia, sino de privilegio: gozar, también ellos, de la impunidad de sus amos.

Celebrada y desdeñada por distintos públicos progresistas, el nombre de Oporto se extendió enseguida a circuitos conservadores que supieron admirarla y difundirla. Pero una disonancia mayor se colaba en ese entusiasmo. Si la condena a los 30 años de democracia era maniquea para los nuevos seguidores de Oporto, ella denunciaba el maniqueísmo inverso: disfrazar de “despertar” un regocijo depredador que solo venía a consumar la tragedia que esos años significaron. Vale decir, la sedimentación de una cultura diabólica —la sociedad de consumo— que, Concertación y Nueva Mayoría mediante, determinó “la ruina y la descomposición moral y espiritual de Chile”.

De manera paradójica, el registro apocalíptico de Oporto sirvió de bálsamo para que cada quien pudiera elegir qué juicios tomar por acertados y cuáles atribuir al lirismo o la catarsis. El problema es que su argumento, tomado en serio, no admite esa concesión. El otro problema es que Oporto lo vio venir. Su interpretación del estallido no solo es coherente con lo que escribió en los años previos; en esos escritos se presiente, y hasta se anuncia, la inminencia de un colapso social.

De todo esto da cuenta el libro He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza, que reúne 14 ensayos de la filósofa, fechados entre 2014 y 2021. El título, extraído de la Divina comedia, repite la advertencia que Virgilio hace a Dante al enfrentar el noveno círculo del Infierno, que en este caso es Chile. El personaje de Dante, por lo mismo, lo viene a encarnar la escritora, que concibe sus “crónicas filosóficas” como un desesperado ejercicio de orientación —de salvación— en medio de tiempos “siniestros” o “nigérrimos” (dos adjetivos recurrentes), signados por “un vasto proceso de disolución” que en octubre de 2019 prorrumpió acaso en una fase terminal.

Como diagnóstico sociopolítico, la tesis resulta incontestable, pues se sostiene en una afirmación moral previa: el hedonismo de la sociedad de consumo encarna el mal. Oporto sigue aquí a Pasolini, quien vio en ese tipo de sociedad de masas el verdadero fascismo, cuyo poder deshumanizador —que él reconocía en la juventud popular de los años 70— temió irreversible.

Se trata de una obra espesa, atormentada, insolente, que explora una variedad de temas (sociales, estéticos, religiosos) bajo la divisa de una humanidad autodestruida. Esto es, librada a una “instintividad sin espíritu”, disociada de la capacidad de autoconciencia y, por lo tanto, “igual a sí misma en cuanto núcleo de la barbarie”. Como diagnóstico sociopolítico, la tesis resulta incontestable, pues se sostiene en una afirmación moral previa: el hedonismo de la sociedad de consumo encarna el mal. Oporto sigue aquí a Pasolini, quien vio en ese tipo de sociedad de masas el verdadero fascismo, cuyo poder deshumanizador —que él reconocía en la juventud popular de los años 70— temió irreversible.

Nos movemos aquí por el filo más cortante de la vieja crítica a la modernidad, a su razón pragmática y desencantada. “Lo sagrado se oculta. La humanidad se extingue”, declara Oporto, cuyo libro más citado es la Biblia. Con lumpenconsumismo se refiere a “la imposibilidad de una espiritualización de la materia”, reducida esta a una dinámica de uso y descarte que se complace en ignorar las relaciones simbólicas. No hay amor ni bondad, sino narcisismo y voluntad de aniquilación, allí donde se destituye el vínculo con lo incognoscible. Por eso el año 2016, cuando encapuchados robaron un Cristo crucificado de la iglesia de la Gratitud Nacional y lo destruyeron en la vía pública, la autora sufrió una suerte de aterradora epifanía respecto de lo que estaba por venir, como se lee en un texto de esa fecha.

Y si el bien brota de lo insondable, lo propio ocurre con el mal. Oporto ausculta el fascismo “en cuanto encarnación histórico-política de lo diabólico y de un principio metafísico del mal, cuyo abismo último permanece incognoscible”. De allí que no examine la expansión del hedonismo como un devenir histórico de la cultura occidental (lo que nos deja sin saber qué sociedades menos bárbaras añora, ni por qué remite a nuestra historia política un ethos dominante en casi toda América Latina), sino en función de las potencias arquetípicas e inconscientes descritas por Jung, su referente teórico primordial.

Así, a partir del 18 de octubre se habría precipitado en Chile “una avalancha de contenidos inconscientes” incubada durante la posdictadura, período cifrado por la impunidad generalizada y la adhesión del pueblo a los valores y estéticas de los vencedores. Tal como lo anticipara en Los perros andan sueltos. Imágenes del postfascismo (2015), Oporto identifica aquí un proceso de “degeneración antropológica”, pues de él han emergido “la traición, la depredación, la explotación y el cinismo como horizonte vital autojustificado”. Soberanía del instinto que, amparada en las demandas sociales, habría hallado en el estallido sus cauces rituales, con el Negro Matapacos como “el ídolo teriomorfo de esta horda de perros y su santificada ‘otredad’”.

La aversión que siente Oporto por las “hordas” y por la victimización como coartada para ejercer la omnipotencia son el correlato de una exigente ética fundada en el individuo. Bajo esta premisa: solo quien resiste “la disolución en lo indiferenciado” conserva un yo desde el cual reconocer al otro y hacerse cargo de ese vínculo. No sería el caso de los encapuchados, por cierto, pero tampoco el de “los insatisfechos consumidores aspiracionales (…) siempre ganadores, competitivos, envidiosos, complacidos y empoderados en su ignorancia (que es una eficiencia), siempre victimizándose”. Concebir la autoconciencia como “el más alto valor”, por si no ha quedado claro, es aquí un asunto de vida o muerte, pues la autora incluso está dispuesta a cuestionar un “fetichismo de masas que atribuye a la sobrevivencia un valor en sí misma”.

Es tarea del lector, en suma, encontrar la distancia de lectura que mejor le convenga para apropiarse de una autora que, visionaria o agotadora, replantea con luz propia la pregunta originaria, aquella que la modernidad rescató de los antiguos y que en el último medio siglo volvió a cubrir de escombros: qué significa, en tanto ser humano y miembro de una comunidad, hacerse cargo de uno mismo.

La severidad de Oporto, su deliberada grandilocuencia, solo será tolerable (a lo largo de 300 páginas) para el lector que aprecie en ellas un gesto de resistencia radical, propio de quien piensa y escribe “a fin de evitar la propia autodestrucción”. Tampoco desestimemos el efecto liberador que resulta de llevar el arte de proferir hasta la saturación, género que en este caso se remite mucho menos al escepticismo de Thomas Bernhard que a la furia divina del profeta Jeremías.

Pero nada de esto alcanza a hacer simpática su convicción de pertenecer a la última estirpe capaz de dignidad humana, en la que incluye a elegidos como Violeta Parra, Armando Uribe o el crítico de cine Sergio Salinas. Extenúa, sobre todo, que el amor, la nobleza o la piedad se invoquen casi siempre con el fin de escarnecer a quienes carecen de esos dones, es decir, a casi todo el mundo. Aun los ensayos dedicados a Parra y Salinas, sumamente valiosos, derrapan en una intensidad apologética cuya vocación insalvable es ensañarse con la bajeza que los rodea, al punto de lamentar que obra tan sublime como “Gracias a la vida” se haya convertido en “pasto para las masas”.

Su abominación del hedonismo, por otra parte, reclama al menos una incursión filosófica en la condición humana que no la reduzca a la dicotomía entre elevación y bazofia, si acaso interesa pensar por qué hemos llegado hasta acá o, con Oporto, por qué elegimos el mal. Si nos basta con la impunidad para degradarnos, ¿la vida buena se fundamenta en el autoconocimiento o en la mera coacción del instinto? Y si hedonista es quien no puede esperar para ir del deseo al gozo, ¿no hay, en todo pesimismo que abraza la certeza apocalíptica, más gozo que deseo?

Es tarea del lector, en suma, encontrar la distancia de lectura que mejor le convenga para apropiarse de una autora que, visionaria o agotadora, replantea con luz propia la pregunta originaria, aquella que la modernidad rescató de los antiguos y que en el último medio siglo volvió a cubrir de escombros: qué significa, en tanto ser humano y miembro de una comunidad, hacerse cargo de uno mismo.

Por ahora, la filósofa, advertida de que Chile carece de “fuerzas espirituales y morales” para remontar el abismo, elige la respuesta ascética: “Me dedicaré a estudiar filosofía patrística, y esa acción invisible será como orar en medio de catervas y proliferaciones seriadas de monstruos, escorias varias y escombreras, hasta cuando pueda. Hasta que mi destino me alcance. Hasta que valga la pena morir”.

 


He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza, Lucy Oporto, Editorial Katankura, 2021, 315 páginas, agotado.

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