Otro Chile

por Lorena Amaro I 20 Agosto 2016

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Es indudable el acierto principal de una novela como Charapo, de Pablo D. Sheng, en un panorama narrativo como el nuestro. Tres son las obsesiones más fáciles de detectar en los títulos recientes, y de todas se libra Sheng, para su fortuna: la metaliteratura autorreferente y solipsista, cuyo mundo es, siempre, el de artistas, periodistas y escritores; la visible revancha de la provincia, cuyo paisaje se muestra con un insistente “color local” y, por último, el repiqueteante tema de la infancia en dictadura. La de Sheng es una opción más novedosa y arriesgada: decide narrar, en primera persona y muy alejado de esos mundos, el periplo de un trabajador peruano, Camacho, esclavizado en los barrios céntricos de Santiago.

Charapas llaman a las tortugas de la Amazonía peruana, y así también designan a sus habitantes. En los foros de internet se discute si se trata de un insulto o si se puede usar el sustantivo con cariño (“charapito”, así llama una prostituta al protagonista). Lo que no se puede soslayar es que se trata de una bestialización y que Sheng tal vez pensara en aquellas tortugas al arriesgar la invención de una lengua letárgica, lenta, que registra los detalles más breves, logrando de este modo ralentizar la anécdota de un personaje permanentemente fumado, hasta cierto punto ajeno al dolor por el que atraviesa. La pobreza extrema lo ha llevado a abandonar a su mujer y su hija en Perú. Después de eso, todas las relaciones que establece se quiebran, sin que logre alcanzar una mínima estabilidad laboral o doméstica. La pensión de mala muerte en que habita, donde llega a vivir una frágil cotidianidad, es derrumbada para construir un mall coreano. La degradación se precipita: empleado en la construcción, se transforma en un esclavo. La última secuencia –la mejor del libro– lo lleva hasta Los Vilos, donde se extreman el abandono y la deriva del personaje hacia ninguna parte, siempre en un mismo estado de impavidez, de débil defensa frente a las pérdidas y, también, el abuso de los otros.

Si bien esta trama reviste interés, muchos de los problemas de la novela se derivan de los riesgos que asume. La denuncia por momentos se confunde con la estereotipación. En este mundo de inmigrantes coreanos, peruanos, turcos y chinos, la mugre y la flatulencia están a la orden del día: menudencias de pollo podridas, cacas de loro y paloma, wáteres tapados con “manzanas mordidas, tallarines, carne, huevos, limones y papeles con moco”, orines y coágulos por doquier. Cuerpos que revelan obscenamente su materialidad: “Tuve que llamar a la ambulancia cuando bajé y la vi babeando flemas con sangre. Su cuerpo estaba pudriéndose, tanto que el olor de la pieza era a peo seco”.

Este feísmo es ambiguo: tan pronto puede revelar críticamente las prácticas discriminatorias y el arrinconamiento social que sufren los personajes, como afirmar un prejuicio sobre la miseria de la inmigración. A este problema no menor, se suma el abuso de la frase breve, cortante, que desrealiza la narración aparentemente realista y que bien trabajada podría ser producto de una estética de la carencia, de la sequedad y el despojo. Aquí, sin embargo, el oído sufre con más de una frase mal hilvanada: “La tos pretendía hacer vomitar las flemas, pero no resultaba”; “ella misma hizo gesticular sus manos y habló un poco para que yo limpiara la casa”; “… tendríamos que esperar una hora. El horario de visita duraba tres. Ya eran cerca de las una (…) Volvimos cuando ya eran cerca de las dos”.

“Ahora soy solo un ave/ que triste busca su nido”, dice el epígrafe de la novela, tomado de una cumbia peruana. Este soundtrack habla de un hombre que abandona a su familia, pero inevitablemente recordamos también otro relato, muy anterior, el de la peruana Clorinda Matto de Turner y sus Aves sin nido, cuya perspectiva, si bien paternalista, fue pionera en la reivindicación del indígena a fines del siglo XIX. Charapo incursiona literariamente en un Chile ignorado y en este sentido, corre el riesgo, también, del paternalismo y el exotismo. Puede que Borges no tuviera razón y que efectivamente (como se le ha recusado) en el Corán abunden los camellos; pero por momentos Sheng se excede en darle credenciales de verdad a su relato. Que la mujer de Camacho cocine o no pachamanca parece, al lado de las posibilidades de experimentar con la estética realista, anodino.

Sheng, nacido en 1995, pertenece a una generación que puede decirnos mucho sobre un nuevo Chile, una generación que creció en colegios a los que hoy asisten inmigrantes de diversos puntos del mundo: haitianos, peruanos, colombianos… En vez de contar nuestro pasado, busca, muy perceptivamente, revelar esta nueva e ignorada nación. Aunque cuestionable en su fraseo y sus excesos, la suya es una primera novela imaginativa, arriesgada y diferente.

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