Sylvia Plath: la poeta inagotable

Publicados por primera vez en 1982, en una edición que dejó fuera más de 400 páginas, los diarios de la escritora norteamericana fueron lanzados por fin íntegramente en el año 2000. Esta edición de la UDP es la misma que sacara Alba en 2016, y lo único que se echa de menos es una cronología que contribuya a poner en contexto estas revelaciones, de cara al lector que no domina los pormenores de su vida.

por Rodrigo Olavarría I 10 Mayo 2019

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El suicidio de Sylvia Plath en febrero de 1963, cuando tenía 31 años, atrajo la atención inmediata a la obra de una autora que solo había publicado un delgado volumen de poesía y una novela de tinte autobiográfico. La crítica Janet McCann, autora de un estudio sobre la recepción de La campana de cristal, señala que esta recepción vino acompañada de una lectura inocente y biografista del trabajo de Plath, fenómeno ya identificado por Elizabeth Hardwick, quien en 1971 llamó a enfocarse en su obra y no en su carácter de “suceso literario”, que la emparentaba más con “Hart Crane, Scott Fitzgerald y Poe, que con Emily Dickinson, Marianne Moore o Elizabeth Bishop”.

Pero estos llamados caen, sencillamente, en el ámbito de lo imposible. La avidez por más detalles de la vida de Sylvia Plath llevaron a la temprana publicación de las cartas a su madre (1975) y sus diarios (1982). Esa primera versión de los diarios, editada por el poeta Ted Hughes y Frances McCollough, dejó fuera más de 400 páginas y puso, una vez más, en tela de juicio a Hughes, quien era su esposo al momento del suicidio y tuvo que confesar que extravió un cuaderno y destruyó otro, uno que cubría las últimas semanas de vida de Plath. Hughes fue acusado de censurar las partes que detallaban sus últimos días, cuando escribió poemas capitales, como “Daddy”, “Lady Lazarus”, “Ariel” y “Edge”.

Otros aspectos que cubren estos diarios son la lucha por la escritura de una obra poética que Plath consideraba más valiosa que la escrita por cualquier otra mujer de su generación (“Pero yo, mucho más tosca, estoy hecha para el éxito”), con la sola excepción de Adrienne Rich, con quien se compara en más de una ocasión.

Así las cosas, era inevitable que las dudas sobre el material excluido en la edición de 1982 forzara la publicación de la totalidad de los diarios. Esto ocurrió el año 2000 y la editora fue Karen V. Kukil, experta a cargo de los archivos de Sylvia Plath en el Smith College. Su edición recoge 23 manuscritos, que cubren desde julio de 1950 a julio de 1962, y transcribe rigurosamente los textos que Plath escribió esos 12 años. Esta edición de la UDP es la misma que sacara Alba en 2016, y lo único que se echa de menos es una cronología que contribuya a poner en contexto estas revelaciones, de cara al lector que no domina los pormenores de su vida.

Las páginas de la obra poética de Sylvia Plath, tan llenas de blanco, son el opuesto a las páginas de estos diarios, verdaderos ríos de tinta donde asoman algunos pasajes previamente podados por Hughes, como cuando se pregunta: “¿Cómo saber a quién estará dedicado el próximo libro de Ted? A su ombligo. A su pene”; o cuando lo describe como un sujeto de pelo grasiento, poco dado al aseo y con una desagradable tendencia a escarbarse la nariz.

Otros aspectos que cubren estos diarios son la lucha por la escritura de una obra poética que Plath consideraba más valiosa que la escrita por cualquier otra mujer de su generación (“Pero yo, mucho más tosca, estoy hecha para el éxito”), con la sola excepción de Adrienne Rich, con quien se compara en más de una ocasión: “Sus poemas me resultan estimulantes; son fáciles y sin embargo tiene oficio (…)”. Su perfeccionismo y su deseo de éxito son absolutos, tal como la temprana conciencia de las limitantes que debía afrontar para conseguir sus metas. Ya en julio de 1951, con apenas 18 años, escribe: “Haber nacido mujer es mi tragedia. Desde el momento en que fui concebida quedé condenada a tener pechos y ovarios en lugar de pene y testículos, a que la esfera entera de mis actos, mis pensamientos y mis sentimientos quedara estrictamente limitada por mi feminidad”.

Ante la personalidad de esta mujer ávida y brillante, siendo testigo de cómo se exige y cómo padece los rechazos, se hace evidente que si de ella hubiese dependido, este libro sería considerablemente más delgado o no habría llegado a existir. Pero sin embargo se trata de un volumen valioso y necesario. Su publicación se justifica por sí misma, si pensamos a Plath no solo como ícono feminista, sino como “caso de estudio”, usando la expresión de Chris Kraus, y por permitirnos oír el diálogo interior de una poeta que una vez más se prueba inagotable.

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