Solo nuevas cosas

Pasados casi 60 años de la publicación de Las cosas, de Georges Perec, sus protagonistas Jérôme y Sylvie lograron —y logran— encarnar hasta el espanto al sujeto propio de las sociedades de consumo. Pero quizás no es del todo un despropósito preguntarse por la fisonomía que tendrían los Jérômes y Sylvies del tiempo presente. Es una de las cuestiones que se propuso el escritor italiano Vincenzo Latronico en su novela Las perfecciones, la cual es un homenaje declarado a la obra de Perec.

por Matías Hinojosa I 19 Junio 2024

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Cada cierto tiempo aparecen obras que, se dice, capturan “el espíritu de la época” o el zeitgeist. Es lo que quizás logró Georges Perec en los 60 al narrar los días de una pareja de jóvenes encuestadores parisina en su novela Las cosas. Un retrato donde quedaba expresado el ethos de una nueva generación de trabajadores urbanos, frente a los que se desplegaba todo un universo de opciones, de oportunidades de consumo. Perec estaba describiendo a su propia generación: la de los europeos nacidos entre el 30 y el 40, cuyos padres fueron a la guerra y que fundamentalmente crecieron en tiempos de paz y prosperidad económica. Europeos del bloque occidental que dieron forma a sus aspiraciones recorriendo tiendas y admirando las vitrinas abarrotadas de objetos preciosos; irresistibles ante sus promesas de confort y distinción.

Jérôme y Sylvie tienen sus cabezas llenas de visiones opulentas y, en el fondo, lo que más lamentan es no ser ricos. Aunque se les presenta en una situación económica más o menos estrecha, tampoco son pobres. Viven en un departamento pequeño y cubren apenas sus necesidades básicas. Ambos deciden abandonar sus estudios de sociología seducidos por la oportunidad de hacer dinero y escalar posiciones en la pujante industria publicitaria. Sus fantasías de posesión material parecen lejanas pero no del todo imposibles. Esta es su desgracia. No pueden descartarlas por remotas; se permiten, entonces, la construcción mental de una vida futura llena de comodidad y riquezas.

Pasados casi 60 años de la publicación de Las cosas, Jérôme y Sylvie lograron —y logran— encarnar hasta el espanto al sujeto propio de las sociedades de consumo. Pero con una revolución digital de por medio —que fue capaz de poner prácticamente todas las cosas del mundo por lo menos al alcance de los ojos— y con una Europa diferente a la de mediados del siglo XX, marcada entre otras cosas por la inmigración y el turismo, quizás no es del todo un despropósito preguntarse por la fisonomía que tendrían los Jérômes y Sylvies del tiempo presente. Es una de las cuestiones que se propuso el escritor italiano Vincenzo Latronico en su novela Las perfecciones, la cual es un homenaje declarado a la obra de Perec y que abre, de hecho, con un epígrafe tomado de esta.

En el relato de Latronico nos situamos en el Berlín de mediados de la década pasada. Hasta aquí llegan Anna y Tom, una pareja de jóvenes diseñadores gráficos provenientes de Italia, quienes aprovechan la libertad de movimiento que brinda su profesión para instalarse en la ciudad. Ambos trabajan desde su departamento y llevan una vibrante vida social. Forjan lazos más o menos estables con otros inmigrantes europeos del ambiente del arte y el diseño, veinteañeros como ellos; gozan de su recién adquirido gusto por la cocina y las plantas, y asisten a fiestas clandestinas y a inauguraciones en galerías de arte. Si los personajes de Perec fantaseaban con divanes de cuero y caras ediciones para su biblioteca, Anna y Tom desean que su departamento luzca un poco más como las imágenes que tienen publicadas en Airbnb, donde en fotos cuidadosamente compuestas exhiben sus impecables muebles escandinavos, electrodomésticos de acero pulido y estanterías llenas de hiedra. Es decir, desean que su realidad sea fiel a la perfección de las imágenes. Y si Jérôme y Sylvie, en su intento por comprometerse con ideales progresistas, participan en algunas manifestaciones en el contexto de la Guerra de Argelia, Anna y Tom lo hacen como voluntarios en un centro de acogida para inmigrantes.

Puede parecer que Latronico caricaturiza, pero si lo parece es porque nos hallamos frente a una parodia. Y el chiste tiene gracia. El autor italiano muestra inteligencia en sus finas descripciones y, pese al cinismo, no construye personajes unidimensionales. Anna y Tom son presuntuosos y superficiales, pero en ellos advertimos cierta sensibilidad que los salva del patetismo y la vacuidad total. Desean una vida a la altura de las imágenes que los rodean, porque desean la belleza en sus vidas.

Ciertamente Latronico ofrece un retrato virulento y desencantado —al igual que Perec. Tanto uno como el otro narran con distancia e ironía, y no es difícil adivinar el rechazo que les producen las fantasías mundanas de sus personajes, aunque uno sospeche que, dadas las coincidencias biográficas con estos, en el fondo estén hablando de sí mismos (el autor de Las perfecciones comparte edades con sus protagonistas, emigró de Italia para instalarse en Berlín y, como ellos, se mueve también en círculos artísticos).

En su propósito por generalizar, por pintar un retrato de época, incluso por inquina, puede parecer que Latronico caricaturiza, pero si lo parece es porque nos hallamos frente a una parodia. Y el chiste tiene gracia. El autor italiano muestra inteligencia en sus finas descripciones y, pese al cinismo, no construye personajes unidimensionales. Anna y Tom son presuntuosos y superficiales, pero en ellos advertimos cierta sensibilidad que los salva del patetismo y la vacuidad total. Desean una vida a la altura de las imágenes que los rodean, porque desean la belleza en sus vidas.

Las perfecciones nos recuerda que, pese a los cambios, nuestra sociedad sigue dominada por impulsos no muy distintos a los que inspiraron Las cosas, y quizás hasta hayamos dado un paso más en nuestra relación patológica con la posesión y la proyección de estatus en el contexto de una cultura de la imagen. ¿Será porque, más allá de las diferencias materiales entre una época y otra, no ocurre lo mismo con las pulsiones? Leídas así, ambas obras no solo habrían tenido la capacidad de expresar las ansias de sus respectivos momentos históricos, sino también una situación humana más permanente, y es posible que la mejor prueba de esto sea la vigencia de la obra de Perec, a la que Latronico solo cambió el decorado.

 


Las perfecciones, Vincenzo Latronico, traducción de Carmen García-Beamud, Anagrama, 2023, 168 páginas, $19.000.

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