Una mujer contra su pueblo

La última novela de Rivka Galchen, inspirada en las acusaciones de hechicera que recibió la madre de Kepler, invita a preguntarse por qué una autora tan talentosa prefiere no generar ciertas emociones. Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja parece una pérdida de oportunidad para desarrollar una historia que tenía muchos centros gravitacionales poderosos: el conflicto entre la ciencia y la hechicería, los debates sobre ser juzgado injustamente, la relación de la mujer con la brujería, la resignificación de la idea de la “caza de brujas” que nos asola y la relación entre las fuerzas de la naturaleza y el cristianismo.

por Cristóbal Carrasco I 2 Diciembre 2024

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En Los sonámbulos, la historia sobre la astronomía que escribió Arthur Koestler, la anécdota sobre la madre de Johannes Kepler cubre apenas seis páginas. Se dice que Katharina fue acusada en su vejez de tener tratos con el demonio, y que por poco escapó de la hoguera. El caso es que en 1615, en medio de una “histeria de la hechicería” en la ciudad de Leonberg, Alemania, (aunque, siendo justos, también sucedía en la Europa protestante y la contrarreformista, así como en Estados Unidos), la madre de Kepler fue acusada de haberle administrado a una antigua amiga una poción que le produjo una enfermedad crónica. Tras esa acusación, vino a la memoria de varios habitantes de Leonberg, que después de haber bebido los brebajes de Katharina habían caído enfermos, paralíticos o muertos. Koestler cuenta que el proceso de brujería en contra de la madre de Kepler, en ese entonces matemático oficial de Rodolfo II, fueron “largos, sórdidos y tediosos”, hasta que, allá por 1620, la madre de Kepler fue detenida y llevada a la cámara de tortura, donde le enseñaron los padecimientos que sufriría. Estuvo detenida 14 meses, sin confesar ni una palabra a sus acusadores, hasta que fue liberada. Seis meses después, falleció, sin poder volver a su Leonberg natal, debido a las amenazas a ser linchada por los habitantes del pueblo.

Es esa historia la que la canadiense Rivka Galchen expande a 300 páginas en su última novela, Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja. Aunque Galchen se sirve de varios registros, estructura la narración en dos ejes: en el primero, atestigua las ideas y recuerdos de Katharina, una abuela que redacta su versión de los hechos a Simon, su vecino, que también oficia de tutor de la causa. Por otro, Galchen narra la suma de acusaciones en contra de Katharina a través de recreaciones de los interrogatorios a los testigos, víctimas y terceros, quienes creen en la versión de la madre de Kepler.

Desde el inicio, el libro de Galchen está impregnado de este ánimo confrontacional: por un lado, Katharina; del otro, el mundo. La combinación de esos registros da la sensación de que poco a poco iremos adentrándonos a los intersticios más ominosos de la maquinaria inquisitoria. Sin embargo, poco de ello ocurre. Katharina resulta ser un personaje que se debate en la indiferencia ante las acusaciones, como si sintiera de antemano que saldrá libre, y en la picaresca de sus frases: “Oí en un sermón que a Martín Lutero no le gustaban los tenedores”, dice Katharina en una parte de libro. Y quizás esa indiferencia, sumada a su desfachatez, dan la receta de por qué Katharina es acusada, es rechazada por su pueblo y ha llegado a hacerse de tantos enemigos. Aunque los días pasan más o menos similares, cada cierto tiempo Galchen revoluciona la acción con alguna discusión entre Katharina y un habitante de Leonberg o con su familia. Por otro lado, en los interrogatorios, al interregno de espera de la historia va añadiéndose algún detalle morboso sobre el carácter de bruja de Katharina: “Le preguntó a Hildegard si no le gustaba la noche. Dijo que, de noche, las chicas pueden conocer amantes. El diablo puede arreglar esas cosas. ¿No le gustaría vivir una vida sin preocupaciones? ¿Una vida de emociones y placer?”. Pese a estos pequeños destellos, el libro es una lucha de fuerzas similares y tediosa, que desemboca en la liberación de la madre de Kepler al final del libro, sin que haya sucedido demasiado.

‘Nada existe ni ocurre en el cielo visible que no sea sentido de alguna manera oculta por las facultades de la Tierra y de la naturaleza: [de suerte que] estas facultades del espíritu que están aquí en la Tierra, se ven tan afectadas como el propio cielo’. (…) Como pocas, la advertencia de Kepler hace reflexionar sobre los límites de la ciencia y la influencia de aquello que no somos capaces de ver; y como pocas, la historia de Katharina nos hace pensar hasta qué punto uno puede sentirse a sus anchas con la naturaleza, pero irremediablemente enemistado con su pueblo, su sociedad. Habría sido interesante que Galchen colocara verdaderamente en disputa esas ideas, en vez de contentarse con coleccionar frases ingeniosas.

Visto así, Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja parece una pérdida de oportunidad para desarrollar una historia que tenía muchos centros gravitacionales poderosos: el conflicto entre la ciencia y la hechicería, los debates sobre ser juzgado injustamente, la relación de la mujer con la brujería, la resignificación de la idea de la “caza de brujas” que nos asola, la vejez, la relación entre el uso de las fuerzas de la naturaleza y el cristianismo. Y todas ellas, pese a que aparecen en el libro, son apenas avizoradas, lo hacen de un modo tan superficial, que no alcanza a emocionar, a sabiendas de que hay un material que hubiera favorecido la emoción. En cambio Galchen prefiere recrear una historia picaresca y centrarse en el ingenio de sus diálogos, más que en utilizar todos los materiales que tenía a disposición.

Y si eso fuera así, hay que preguntarse por qué una autora tan talentosa prefiere no generar esas emociones. Me aventuraría a decir que hay dos posibilidades. La primera es que, como Galchen esboza en una nota al final del libro, esta es una historia triste, contada desde el estado en que se encuentra una persona cuando verdaderamente pierde toda esperanza de ser comprendida por el mundo. Recordemos una de las frases iniciales del libro: “Desde mi más tierna infancia tuve enemigos”. Quizás uno puede sentir aquel dolor en la vida, pero concluirla con aquella sensación resulta algo más complejo y decepcionante: se asienta así la sensación de que el mundo y ella son opuestos. Enfrentar esa constatación con humor, dotar a Katharina del aura de una persona especial e ingeniosa, puede ser un consuelo (errado) ante un final tan aciago.

Y la segunda razón es algo más deferente con la labor de la escritora. ¿Cree Galchen que la madre de Kepler es una bruja? Si bien la novela parece desarrollarse sobre la idea de que la acusación a Katharina es injusta, que la brujería es una creencia irracional y que la época de la caza de brujas fue un momento de escenas delirantes, lo cierto es que en varias escenas Galchen juega con la idea de que Katharina tiene una relación con las fuerzas de la naturaleza: “A medida que ese alce avanzaba, el bosque parecía transformarse a su alrededor. Era una prueba o una invitación que se me hacía”. “No tuve duda de que el diablo nos había ido a visitar”. “Una vez le pedí a una bandada de golondrinas ruidosas que se callara porque me dolía la cabeza, y las golondrinas se callaron”.

Visto así, la labor de Galchen quizás consistió en un elogio del paganismo disfrazado de denuncia contra las injusticias de la caza de brujas. En eso tiende a parecerse a las ideas de su hijo, Johannes Kepler, quien, además de matemático, fue astrólogo de la corte del duque de Wallestein. Aunque Kepler consideraba la astrología como “horribles supersticiones”, según Arthur Koestler, también creía al propio tiempo “en la posibilidad de una nueva y verdadera astrología, concebida como una ciencia empírica exacta”. En unas notas dice: “Nada existe ni ocurre en el cielo visible que no sea sentido de alguna manera oculta por las facultades de la Tierra y de la naturaleza: [de suerte que] estas facultades del espíritu que están aquí en la Tierra, se ven tan afectadas como el propio cielo”. Y luego: “Es obvio que el cielo ejerce alguna influencia sobre el hombre; pero qué cosa sea esta es algo que permanece intrínsecamente oculto”. Como pocas, la advertencia de Kepler hace reflexionar sobre los límites de la ciencia y la influencia de aquello que no somos capaces de ver; y como pocas, la historia de Katharina nos hace pensar hasta qué punto uno puede sentirse a sus anchas con la naturaleza, pero irremediablemente enemistado con su pueblo, su sociedad. Habría sido interesante que Galchen colocara verdaderamente en disputa esas ideas, en vez de contentarse con coleccionar frases ingeniosas.

 


Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja, Rivka Galchen, traducción de Daniela Bentancur, Fiordo, 2022, 304 páginas, $26.000.

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