“Celebraré que Ud. se halle bueno, gordo, alegre y libre hasta del riesgo y temor de la escarlatina: antes de abrir sus cartas todos los días me persigno, porque ya me parece que me anuncia hallarse con los síntomas”, escribía Diego Portales a su amigo Antonio Garfias en marzo de 1832, en medio de la epidemia de escarlatina que amenazaba la vida de Constanza Nordenflicht y por la que se encontraba recluido en una quinta. Los textos aquí recogidos están cruzados por esta enfermedad y forman parte del libro Portales: ese maldito entusiasmo. Estudio y antología del epistolario.
por Adán Méndez I 13 Octubre 2020
En 1827 se menciona por primera vez la escarlatina en Chile, que hacía estragos en Europa al menos desde el siglo XVIII —pese a que algunos autores afirmen que esta enfermedad ya pudo ser la famosa peste de Atenas que mató a Pericles. A fines de 1831, empezando por Valparaíso, se desató su primera epidemia local, que en dos años causó unas siete mil muertes —unas 120 mil, proporcionalmente, para la población actual.
El Epistolario de Diego Portales (Ed. UDP, 2007) toca el tema varias veces, desde que en un primer momento se piensa él mismo infectado hasta un novelístico y oscuro clímax, cuando la epidemia casi mata a Constanza Nordenflycht, su amante y la madre de sus hijos. Los rasgos más intensos de su personalidad se delatan en torno a la tragedia: para empezar en el tono casi jovial y algo inmisericorde con que la afronta; la racionalidad estricta con que aconseja aislamiento a sus amigos; la ironía implacable hacia las soluciones religiosas; la confianza en su propio conocimiento de “la profesión médica” —algo celosa por cierto: advierte a sus amigos que no se apresuren en darse también por conocedores—; y, sobre todo, en las indescriptibles cartas del 13 de mayo de 1832, únicas que recojo íntegras aquí.
Diciembre 12 de 1831
(A Antonio Garfias)
Estoy con un dolor de cabeza tan fuerte que lo creo principio de una epidemia, que aflige a este pueblo, de escarlatina, garganta, fiebre y demonios; por esto no puede continuar su S.S. (abreviatura de Su Servidor, nota del editor).
Febrero 10 de 1832
(A Antonio Garfias)
Después de dar a usted las debidas gracias por el interés con que su amistad se pronuncia por mi salud, le noticio que no gozo de la más completa; pero que no siento actualmente cosa que merezca cuidado: un dolorcillo al vientre y algún pequeño dolor quiero decir, pero en la cabeza, es todo lo que me queda de mi pasada indisposición: crea usted que aquí no corro otro riesgo que el que corren todos los vivientes en el mundo, de morir cuando viene la muerte. Estoy en esta quinta más preservado de la escarlatina que en Santiago: habiendo andado por los alrededores de ella la ha respetado tan profundamente, que no se ha atrevido ni a mirar a un criado, a un peón, ni a ninguna de las personas que la habitamos.
Febrero 15 de 1832
(A Antonio Garfias)
Véame a don Fernando Elizalde, dígale que es mi amigo: que los papeles de Echaurren y mi contestación están en el baúl de Ovejero desde que llegó; que éste se siente mejor y que espero podrá salir de aquí mañana o pasado: que por falta de proporción (ocasión propicia, nota del editor) segura no los había devuelto antes. Memorias a Juanita. A su hijito Ossa que vino de paseo le ha dado un coscorrón más que fuerte la escarlatina, le he descubierto que no tiene muy buenas mañas y le hago esta prevención para que esté con cuidado con él.
Abril 29 de 1832
(A Antonio Garfias)
Celebro la venida de la comadre y familia al pueblo, si ha pasado la escarlatina: dígale Ud. que me parece que estando en Santiago la tengo más cerca.
Enero 19 de 1832
(A Antonio Garfias)
Hoy me he dado por noticioso, porque estoy escribiendo por distracción. La peste o fiebre escarlatina parece que va desapareciendo en el puerto, aunque sigue en el Almendral, porque no pasa el sacramento: es la prueba que yo tengo más a la vista, porque siento las campanas en la Merced y una tambora que lo acompaña de noche y que no sé cómo no se ha hecho mil pedazos con tanto trajín. En el puerto han muerto algunos chiquillos de familias conocidas, y hemos tenido sacramentada a la Nieves Santa María; y, al largarla, la mujer de Manterola, (Martín), la de Almeida, y otros visibles; pero por la infinita misericordia de Dios, ya están todas fuera de peligro. El domingo en la noche vi salir el rosario de Santo Domingo, que fue a ofrecer a la puerta de la casa de la Santa María; pero ha sido patente el milagro; porque mediante el rosario y los purgos, sudoríficos, vomitivos y refrigerantes, la Nieves comenzó a mejorar desde el lunes. Mas, por uno de aquellos altos juicios, que no alcanzamos a comprender, han sanado las otras enfermas, que aunque no se les ha llevado el Rosario, tomaron los mismos medicamentos que la Nieves. ¡Oh Dios! ¡qué grandes son tus bondades para con tus cristianos! Si no vemos más que hombres de todas las edades jodidos a dos cabos, es porque así convendrá, y si d. Antonio Garfias y yo, que sabríamos hacer tan buen uso de la plata, no la tenemos, es porque conviene que la tengan tantos pícaros, miserables, enemigos de los de su especie. ¡Qué consuelos suministra nuestra santa religión! En ella espero vivir y morir creyendo y confesando todo cuanto cree y confiesa nuestra Santa Madre la Iglesia.
Febrero 5 de 1832
(A Antonio Garfias)
A mí no me da la peste porque estoy en un lugar que es contra el contagio y a precaución voy a traer en lo sucesivo la cinta de San Nicolás.
Marzo 27 de 1832
(A Antonio Garfias)
Celebraré que Ud. se halle bueno, gordo, alegre y libre hasta del riesgo y temor de la escarlatina: antes de abrir sus cartas todos los días me persigno, porque ya me parece que me anuncia hallarse con los síntomas.
Abril 4 de 1832
(A Antonio Garfias)
Ya veo toda la familia de Ud. y a Ud. también en cama: así lo he estado esperando todos los días: es imposible que escape del contagio una familia numerosa y reunida; ¡carajo, que no pueda Ud. desprenderse de la zoncera de cargar inútilmente con los pesares ajenos!
¿De qué podrá servirle a una persona el que yo me aflija por sus desgracias? Mi aflicción no puede ser un remedio y si este está a mis alcances no habrá más que proporcionarlo sin la mortificación de sentir. Bien pudiera la escarlatina haber entrado por una de las tías viejas que Ud. tiene en casa y parar en ella, o al menos que golpease a su tío Miguel, que al cabo es hombre; pero que en la pobre Rosa haya venido a cebarse, es cosa triste.
Abril 9 de 1832
(A Antonio Garfias)
Ante todas cosas manifestaré mis sinceros sentimientos y cuidados que me causa la visita que ha hecho la escarlatina a la familia de Ud. Celebro la providencia de mandar fuera de casa al niño de Fernando, si muere no será lo que yo más sienta ya por su edad, ya porque tal vez haya heredado la cabeza de su infeliz padre.
Celebro que Rosa y Bernarda estén alentadas y espero con ansias la plausible noticia de haber caído la Rosarito. Creo muy prudente no elogiar ni despreciar los aciertos de Ud. y de d. Tadeo (a quien dará mis memorias); lo mejor es librar al tiempo la calificación de los conocimientos y progresos de Ud. en la profesión médica.
Abril 10 de 1832
(A Antonio Garfias)
Celebro la mejoría de las niñas y el que vaya cediendo tal epidemia. Por una carta del teniente que he recibido hoy, sé que mi comadre y la familia se vuelven de Quilicura a Santiago: haga Ud. todo esfuerzo por impedir este imprudente viaje; pues en nada puede perjudicarles el permanecer en la chácara 15 días más por no exponerse al riesgo inminente con que amenaza el estado de esa población. Si va cediendo la escarlatina, ¿por qué no esperar que se acabe, lo que no puede tardar mucho?
Abril 15 de 1832
(A Antonio Garfias)
Ayer no le escribí por la razón que no lo hago en los sábados, aunque yendo la escarlatina tan en derrota según se dice, he sospechado que ya mi comadre está en Santiago y mucho más después de haber sabido por el insigne Ochoa que el mismo contagio había en la chácara y que en la familia había empezado por una criada, lo que me tiene con cuidado. Diga Ud. a doña Dolores que buenas son mangas después de Pascua, que celebraré las haya pasado muy felices y en gracia de Dios.
(…)
Quedan contestadas en la parte que lo exigen sus dos cartas de 12 y 13 y acabo de recibir la de ayer que voy a contestar. Los estériles ofrecimientos de las convalecientes, son de agradecerse aunque estériles, porque yo no encuentro ocupación alguna que darles que sea digna de ellas. Si fuera el Gran Señor ocuparían buen lugar en mi casa; pero los mandamientos de Dios, y las preocupaciones de los hombres hacen inútiles unas personas que debían ser tan provechosas a sus semejantes del género masculino. Diga a doña Rosario que estoy conociendo que me quiere en el hecho de viejear a un joven que todavía no tiene 10.000 canas en la cabeza y cuya calva no alcanza a ocupar el espacio de una mano: que en materias de arrugas aunque no faltan que digamos; pero que pienso retocarme con un barniz, que tiene don Pedro García de la Huerta, con el que sin duda quedaré más estirado que un pergamino y que sepa que uno de los cariños más apreciados es el de mi viejecito, y que en este sentido he recibido su recado aunque la vergüenza le haga retraerse después y darle otra interpretación.
Abril 30 de 1832
(A Antonio Garfias)
Siento mucho la indisposición de Rosarito aunque no sea de cuidado; más bien que se hubiesen afectado otras partes de que no sabe hacer uso y que le son casi inútiles; todo sería menos que el atentado de la escarlatina en acometer el santuario de su garganta. Anoche hemos tenido un aguacerito como de seis horas aunque lento y aunque el tiempo ha mejorado mucho creo que esta noche volveremos a tener agua porque empieza a descomponerse: mucho nos hemos acordado de Santiago, esperando que allí haya sido más fuerte y que acabe con la epidemia.
Mayo 13 de 1832
Mi querido Garfias:
Si hay algún bien en la vida es el consuelo de tener un amigo a quien entregarse y que merezca este título sagrado.
Tenga Ud. paciencia. Debe saber mis relaciones con Constanza Nordenflicht. No es del caso entrar en historia tan desagradable y en que tendría que hacer yo mismo mi panegírico. Sabe Ud. que tengo dos chicos de ella: que quiero y compadezco a la que está en el colegio y que, a más, no está fuera de mi deber propender a hacerla feliz en cuanto pueda.[1] Declaro a Ud. también, que no he contraído obligación alguna con su madre y que para la puntual asistencia que ha recibido siempre de mí, no he tenido otro móvil que mi propio honor, la compasión y el deber de reparar los daños que hubiese recibido por mi causa.
Después de estos antecedentes, debo poner en su noticia que se halla gravemente enferma y que la escarlatina puede concluir de un momento a otro con sus días: quiero hacer menos desgraciados a los inocentes frutos de mi indiscreción y juventudes, casándome con la madre en artículo de muerte y, al efecto, cuando llegue el caso será Ud. avisado por los facultativos o uno de ellos, para que se presente a representarme y contraer a mi nombre: para esto remito a Ud. el poder necesario.
Debo prevenirle que formada mi firme resolución de morir soltero, no he tenido embarazo y he estado siempre determinado a dar el paso que hoy le encargo; pero con la precisa calidad de que la enferma no dé ya, si es posible, señales de vida: hace cinco años estuvo desahuciada y abandonada de los médicos y hasta del ministro que la auxiliaba: hice varias tentativas para dirigirme a su casa con este mismo objeto; pero me fue imposible vencer el temor de que sobreviviese a aquella enfermedad. Yo no tendría consuelo en la vida, y me desesperaría si me viera casado: esta declaración reglará la conducta de Ud. y me avanza a aconsejarle que, si le es posible, se case, a mi nombre, después de muerta la consorte: creo que no faltaría a su honradez criaturas. Constanza hizo su testamento cerrado en aquel entonces; deja por herederos a sus hijos y por albacea y tutor a don Manuel Rengifo, en cuyo poder se hallan esas disposiciones. De consiguiente, el engaño no perjudica a sus hermanos que podrían heredarla ab intestato.
En fin, a Ud. me entrego y esta consideración solo puede hacerme suspender toda otra instrucción. Tengo despedazada el alma, por lo que no me contraigo a sus cartas que he recibido.
Mayo 13 de 1832
Señor don Carlos Burton:
Tengo a la vista sus dos apreciadas 11 y 12 del que rige, por las que quedo instruido de cuanto deseaba saber acerca del asunto que tuve la franqueza de encargarle. Doy a Ud. las debidas gracias por sus buenos oficios, y quedo muy reconocido a la atención que ha querido prestar a mi recomendación.
No me parece hay inconveniente para que consulte Ud., si lo estima necesario, con cualquier otro facultativo, sobre la enfermedad escarlatina que padece actualmente esa persona, y por supuesto desearía también que ni este ni persona alguna tuviese la menor noticia de su primera enfermedad, a menos que de ocultarla se siguiese el peligro de la vida.
Si desgraciadamente muere la enferma, es preciso que se haga pública la causa o enfermedad que le da la muerte: es preciso hacer una junta, y me sería muy sensible que los facultativos que la compongan se impusiesen de la primera enfermedad porque ya sería difícil guardar un secreto entre tantos. Así pues, si Ud. no cree necesario someter a la consideración de la junta, el secreto, puede omitirlo, y tratar solamente de la escarlatina, como único mal.
Ya es Ud. depositario de mis confianzas y debo hacerle otra nueva. Acaso conozca Ud. a una chica Rosalía que tiene madama de Versin en su colegio: quiero y compadezco a esta niña, y Ud. debe saber que a más del desprecio con que carga en la sociedad una hija o hijo natural, nuestras leyes le reducen a una condición triste: querría hacerla menos desgraciada legitimándola, y para ello no hay otro remedio, pero será cuando no haya absolutamente esperanza de la vida de la enferma: de otro modo quiero más bien que me acompañe toda la vida la amargura de reconocerme autor de las desgracias de esa inocente criatura; porque me será imposible conformarme con vivir casado un solo día. Debo advertir a Ud. que ahora 5 años, estuvo la misma paciente en tal estado de peligro que fue abandonada de los facultativos, porque todos opinaban que debía morir sin remedio de un momento a otro, y sin embargo de esta casi certidumbre de su muerte, no pude resolverme a dar este paso por el temor de que pudiese sobrevivir burlando tan fatales pronósticos: yo me habría llevado el chasco del que quiero huir, y así ruego a Ud. que se sirva seguir como me promete comunicándome sus noticias, para según ellas dar mi poder a d. Antonio Garfias a fin de que en artículo de muerte, me represente y contraiga a mi nombre. Si el peligro fuese tan inminente que no diese esperanza, tendrá la bondad de verse con Garfias, y poner en su noticia esta mi resolución para que proceda conforme a ella, protestando manifestar mi poder.
Dispénseme Ud. y disponga de su reconocido, y afecto servidor.
Diego Portales
P.S.—Es preciso no dar a la enferma ni el más pequeño indicio de mi determinación. Puede Ud. encaminarme sus cartas por la estafeta directamente.
Notas
1 “A la fecha de esta carta la señorita Nordenflicht solo había dado dos hijos a Portales. A la muerte del ministro ya había nacido el tercero” —cuenta Ernesto de la Cruz, editor del epistolario (1936), en nota a esta carta. En esa misma nota copia el decreto por el cual, tras la muerte de Portales, se legitimó a sus hijos.