El diario de Malaspina (o el temor a la cultura)

Esta es la historia del marino que lideró una expedición por Chile y el continente en la que viajaban astrónomos, geólogos, botánicos, naturalistas, cartógrafos y dibujantes. Es un viaje científico e ilustrado que pretendía reformar el imperio español a fines del siglo XVIII. Pero Alejandro Malaspina fue condenado cuando quiso publicar el registro de su travesía. La aparición del texto, más de un siglo después, se debe tanto a las invaluables gestiones de Alberto Blest Gana y José Toribio Medina, como al sentimiento de vergüenza del gobierno de España.

por Gonzalo Peralta I 7 Junio 2017

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Cádiz, 30 de julio de 1789. Las fragatas La Descubierta y La Atrevida zarpan rumbo al Río de La Plata. Su comandante, el marino italiano Alejandro Malaspina, redacta las primeras líneas de su Diario de viaje. Maniobras marineras, estado del clima, cálculos astronómicos y otras informaciones relativas a la navegación se complementan con el registro de la travesía y sus impresiones personales. El texto será una obra en construcción, variable en sus temas y materiales, siempre atento al compás del viaje y sus descubrimientos. El objetivo de la expedición es múltiple y muy ambicioso: recorrer las posesiones imperiales españolas para trazar su posición geográfica, calibrar sus recursos naturales y dar cuenta de su situación militar, política, económica y social.

Cada fragata ha sido especialmente construida para el viaje y cuenta con una tripulación de 102 hombres. Los acompaña una comisión de astrónomos, geólogos, botánicos, ingenieros hidrográficos, naturalistas, taxidermistas, cartógrafos y dibujantes. Es un viaje científico, ilustrado y reformista auspiciado por el Rey Carlos IV. Hay que modernizar el imperio y Malaspina será el responsable de efectuar el diagnóstico. Dos semanas antes del zarpe ocurre un hecho que sus contemporáneos apenas pueden ponderar. El 14 de julio de 1789 el pueblo de París ha tomado por asalto la prisión de La Bastilla.

El 20 de septiembre de 1789 los expedicionarios llegan a Montevideo. Durante dos meses reconocen el territorio y levantan cartas geográficas e hidrográficas del Río de La Plata. El 19 de enero de 1790 penetran en el Océano Pacífico y el 1 de febrero arrojan el ancla en la bahía de Ancud. Malaspina registra su encuentro con el piloto José de Moraleda, experto navegante y cartógrafo que ha recorrido los vericuetos de Chiloé trazando mapas y cartas de navegación a bordo de una canoa. Esta labor casi anónima ahorra a los expedicionarios un enorme trabajo cartográfico. Durante su estadía, las fragatas y sus tripulaciones son objeto de una curiosidad insaciable. Los expedicionarios reciben las visitas de autoridades locales, vecinos notables y de 44 huilliches encabezados por su cacique y una machi. Malaspina critica en su Diario de viaje el trato dado a los lugareños por los españoles: “Los habitantes de esta isla, tanto criollos como indios, son humildes, pacíficos y obsequiosos, obedientísimos a los que mandan, cuya disposición no pocas veces se abusa”.

Habiendo efectuado mediciones astronómicas, levantado mapas y cartas, y recogido muestras vegetales, animales y minerales, Malaspina se ve enfrentado a un desafío imprevisto. Desde su arribo a Chiloé suceden numerosas deserciones. Una explosiva combinación de aislamiento, embriaguez y voluptuosidad chilota desangra a las tripulaciones. Malaspina anota en su Diario: “El vecindario de Chiloé carecía casi de un todo de españoles nativos; lo que daba mucho realce al que lo fuese, particularmente para los matrimonios y reunidos por otra parte en las mujeres una suma mezquindad y un apego a la lujuria y el libertinaje en los hombres una ociosidad perenne, afianzada, como era natural, con el uso continuo de las bebidas fuertes”.

Para evitar las deserciones redobla la vigilancia, restringe las bajadas a tierra, ofrece recompensas por los desertores, persigue a los fugados y los castiga a baquetazos. El 23 de febrero la expedición arriba a Talcahuano. Allí efectúan las tareas ya habituales de medición y registro cartográfico y naturalista. El examen de la frontera mapuche le hace juzgar la defensa militar de Chile como inútil y extremadamente costosa. Malaspina anota lapidario: “El Chile es sin duda el país entre todos los que ha conquistado la España en América que más sangre y caudales le ha costado y menos ventajas le ha producido”. Como remedio al estado de postración y bancarrota del territorio, propone otorgar autonomía política y mantener relaciones exclusivamente económicas y comerciales, al estilo de las colonias inglesas.

No es aventurado afirmar que la expedición Malaspina influyó en el sentimiento nacional y en el ideal del progreso que sostendría el espíritu autonomista de 1810.

El 10 de marzo zarpa hacia Juan Fernández, mientras La Atrevida, la otra fragata de la expedición, al mando de José Bustamante, se dirige a Valparaíso. Siete días más tarde Malaspina llega al puerto y, junto al otro capitán, se traslada a Santiago con una desconcertante y muy delicada parafernalia de instrumentos científicos, que incluye la primera cámara oscura y madre tutelar de la fotografía en Chile. Sobre el trayecto, anota: “Es un país de una fertilidad extrema, de un suelo casi inagotable, de un clima verdaderamente análogo al europeo”.

La sociedad capitalina se conmueve con la llegada de los expedicionarios. Arrecian las invitaciones y los ofrecimientos de hospedaje. Temiendo que la abrumadora hospitalidad chilena los distraiga de sus labores, se acomodan en una vivienda del centro y ahí instalan, en medio del patio, un observatorio astronómico portátil. Esa rutina de observar el curso de las estrellas en vez de asistir a tertulias y saraos provoca en nuestros abuelos una curiosidad casi insoportable. Los viajeros escalan cerros, remueven los papeles de los jesuitas, dibujan a las damas locales, deducen la longitud de Santiago y trazan un mapa del valle del Mapocho. La repercusión de esta visita rebasa la mera anécdota social. La presencia de sujetos ilustrados, científicos y aventureros a la vez, pero sobre todo políticos reformistas, pone en contacto a la élite criolla con el pensamiento crítico moderno sustentado en la racionalidad científica. No es aventurado afirmar que la expedición Malaspina influyó en el sentimiento nacional y en el ideal del progreso que sostendría el espíritu autonomista de 1810.

Los expedicionarios abandonan Santiago el 7 de abril y embarcan en Valparaíso rumbo a Coquimbo, donde visitan los minerales de Andacollo y Punitaqui. Al regresar de su gira al interior de la provincia, la mitad de la tripulación se había fugado. Malaspina decide cortar toda comunicación con tierra y ordena disparar al que intente huir.

En esas condiciones navegan hacia el Perú. De ahí continúan por la costa americana al Ecuador, Colombia, Centroamérica, México y Alaska, exploran la existencia de un pasadizo en el Polo Norte, cruzan el Océano Pacífico hasta las Marianas, recorren las Filipinas, Macao, China, Indonesia, Nueva Guinea, Australia, Nueva Zelandia, la Polinesia y vuelven al Callao en julio de 1793, cuatro años después de su partida de Cádiz. Hacia octubre, aún estando en Perú, reciben la noticia de la declaración de guerra entre España y la Francia revolucionaria. El 8 de noviembre fondean en Talcahuano. Será la última parada de la expedición antes de abandonar el Océano Pacífico.

Malaspina y sus oficiales están preocupados. No hay noticias de la guerra y se teme un encuentro armado con naves francesas. Ni siquiera han recibido respuesta a la correspondencia enviada al rey en los últimos tres años e ignoran si el soberano está al tanto de sus esfuerzos, si los aprueba o no. Las tripulaciones, disminuidas y enfermas, no están en condiciones de enfrentar un combate. Malaspina los mantiene ocupados con ejercicios militares e intenta animarlos para enfrentar este último y peligroso tramo, recordándoles los premios que les esperan al final del viaje. Así navegan al Cabo de Hornos, reconocen Tierra del Fuego, las Malvinas, la costa oriental de la Patagonia y el Río de La Plata. Finalmente, tras cinco años y dos meses de viaje, la expedición Malaspina llega a Cádiz el día 21 de septiembre de 1794.

La recepción parece disipar todos los temores. Los exploradores son presentados al rey Carlos IV, quien dispone que los trabajos sean publicados a la brevedad. Malaspina es ascendido a brigadier de la Armada y se rumorea que pueda ser elevado a un ministerio, incluso al gobierno del Estado. Bajo tan buenos auspicios, se lanza en la tarea de ordenar y publicar el enorme caudal de información que ha recopilado en esos cinco años. Son 70 cajas de documentos y objetos depositados en el Real Gabinete de Historia Natural.

En plena guerra, el Diario de viaje de Malaspina se transforma en objeto peligroso. Un decreto restringe la documentación política y económica al uso de los ministerios, porque existe temor a que naciones enemigas de España accedan a información detallada sobre las colonias.

El explorador ve con alarma que España y la corona se encuentran sumidas en una profunda crisis y está convencido de que posee el conocimiento y las herramientas para sacarla de ese estado. De ahí la necesidad por publicar sus experiencias y su diagnóstico del imperio.

En esas circunstancias, en plena guerra y bajo una política a la defensiva y reaccionaria, el Diario de viaje de Malaspina se transforma en un objeto altamente peligroso. Entonces, comienzan las dificultades. Un sorpresivo decreto del 28 de septiembre de 1795 restringe la parte política y económica a una memoria separada y secreta para el uso de los ministerios. El argumento para aplicar esta mutilación es el supuesto temor a que naciones enemigas de España accedan a información demasiado detallada sobre las colonias.

Malaspina trata de llegar hasta el rey, pero es bloqueado por el ministro del Interior, Manuel Godoy. Este personaje se ha ganado el favoritismo del monarca y ha acumulado un poder casi omnímodo. Son muchos quienes lo consideran un peligro para el país y le reprochan su tormentosa vida privada. Incluso corren rumores de una relación íntima entre él y la reina María Luisa. Malaspina se vincula con este grupo disidente, discute y publica sus ideas con el propósito de llegar a oídos de Carlos IV. El 22 de noviembre de 1795, Alejandro Malaspina es apresado bajo los cargos de enemigo del rey y del bien común, de traición al intentar dar a los enemigos de España importantes informaciones sobre las posesiones coloniales españolas y por pretender derribar el gobierno de Godoy. De todas las acusaciones, la última es la única verdadera.

Tras un juicio sumarísimo, Malaspina es condenado a 10 años de prisión. La publicación de su Diario de viaje es suspendida, ordenándose que la historia de la expedición y el nombre de Malaspina sean sepultados en el silencio y el olvido. Se llega al extremo de decretar que los mapas hidrográficos de las costas americanas sean publicados solo con el nombre de la corbeta en que fueron hechos los estudios.

Tras ocho años de presidio se le permite trasladarse a Italia bajo amenaza de pena de muerte si regresa a España. Esto quiere decir que jamás podrá acceder a la obra de su vida. En marzo de 1808, el estallido del motín de Aranjuez precipita la caída del favorito Godoy y la abdicación de Carlos IV. Solo entonces será posible hablar de la expedición y recordar a Malaspina. Un año más tarde fallece en las cercanías de Milán.

A principios de 1884, casi 100 años después de haberse realizado la expedición Malaspina, un oficial de la Armada de Chile, el capitán Francisco Vidal Gormaz, recibe la orden para rastrear y reproducir los archivos que contengan información sobre las costas chilenas. Esta comisión pretende acumular datos geográficos y científicos para sostener los intereses chilenos ante sus vecinos argentinos y peruanos. En aquel entonces, acaba de finalizar la Guerra del Pacífico y aún no se ha fijado el límite con el Perú. Argentina, por su parte, reclama soberanía en la Patagonia, demanda que tiene a Chile al borde de la guerra.

Vidal Gormaz se traslada a España y solicita autorización para revisar los registros navales españoles. La petición es aceptada gracias a los buenos oficios del embajador en Francia, Alberto Blest Gana, quien obtiene un “Besamanos” que le permite ingresar libremente a todos los archivos y una Real Orden que le otorga permiso para sacar las copias que desee. El marino chileno se sumerge en los archivos. Para realizar esta tarea contará con el auxilio de ese monstruo de la archivística que es José Toribio Medina, entonces secretario en la embajada de Chile. Vidal Gormaz examina los papeles del Ministerio de Marina, la Biblioteca Central de Marina y el Depósito Hidrográfico. Ahí encuentra un tesoro invaluable: el Diario de viaje de Alejandro Malaspina. Desde ese momento concentra el trabajo en esa institución. El presupuesto de 500 pesos entregado por el gobierno chileno se gasta rápidamente. Vidal copia por su cuenta y contrata de su bolsillo a cinco expertos copiadores que trabajan diariamente bajo su vigilancia. En eso ocupa todo febrero y principios de marzo. El día 11 recibe orden de regresar a Chile. Esta decisión trastroca sus planes. Había utilizado largo tiempo en la pesquisa y clasificación de los documentos, y recién comenzaba a sacar los primeros frutos de ese programa.

El 1 de abril Vidal Gormaz zarpa hacia Chile llevando 900 páginas copiadas del Diario de Malaspina. Antes de partir ha dejado encargo a los embajadores y cónsules en Europa para que continúen con las tareas de búsqueda y copiado. Desembarca en Valparaíso el 5 de mayo y se lanza inmediatamente a la tarea de organizar y publicar sus hallazgos. Como la copia del Diario está inconclusa, debe esperar a que le envíen el material de España. Durante este lapso da a conocer por la prensa extractos del material encontrado. Ahí los españoles reaccionan.

Los mapas levantados por Malaspina eran los más precisos confeccionados hasta entonces de las costas chilenas. Este hallazgo dotó al país de un valioso conocimiento de los territorios, auxilió a su defensa militar y facilitó las futuras exploraciones.

El teniente de navío español Pedro de Novo y Colson advierte que “un hombre de ciencia y alto funcionario de Chile ha sacado copia, por orden de su gobierno y con autorización del nuestro, de todos los manuscritos, cartas y hasta dibujos pertenecientes al viaje de las corbetas. Trabajo ímprobo y costoso que honra a aquella república modelo y que una vez más confirma su cultura y amor al estudio”. Los españoles desempolvan a toda velocidad los archivos del desventurado Malaspina, para “evitar que España reciba una lección que le avergüence, pues vergonzoso sería que otro país, anticipándose, diera a la luz esta misma obra”.

Se produce entonces una carrera entre Novo y Vidal Gormaz por quién publica primero el Diario de viaje. La ventaja de los archivos españoles se impone. En 1885 es publicado en Madrid un volumen de 680 páginas en cuarto mayor con el dilatado título de Viaje político científico alrededor del mundo por las corbetas Descubiertas y Atrevida al mando de los capitanes de navío don Alejandro Malaspina y don José de Bustamante y Guerra, desde 1789 hasta 1794. Contiene íntegro el diario del comandante de la expedición, basado en el texto que había sido preparado, corregido y anotado por Malaspina para su publicación.

A pesar de que los españoles se adelantan en la publicación del Diario, la labor de Vidal Gormaz y José Toribio Medina permitió que esta valiosa obra fuera rescatada del olvido y que su autor fuera rehabilitado públicamente. Por otro lado, nuestros compatriotas descubrieron que los mapas levantados por Malaspina eran los más precisos confeccionados hasta entonces de las costas australes chilenas y este hallazgo dotó al país de un valiosísimo conocimiento de los territorios en disputa, auxilió a su defensa militar y diplomática, y facilitó la organización de futuras exploraciones.

Actualmente estos papeles y la copia del Diario de viaje de Alejandro Malaspina se encuentran depositados en el Fondo Hidrográfico Vidal Gormaz del Archivo Nacional de Chile.

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