Los 90 años de Fidel Castro

por Jon Lee Anderson

por Jon Lee Anderson I 28 Noviembre 2016

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Jon Lee Anderson, quien prepara hace años una biografía del líder de la Revolución cubana, escribió en agosto pasado sobre el cumpleaños de Castro para la revista The New Yorker. A continuación reproducimos el texto, que arroja luces sobre las tempranas ambiciones de Castro y también sobre sus últimos años, cuando el país ya había restablecido relaciones con EE.UU. y personalidades como Kanye West se paseaban por La Habana tomándose selfies y twitteando sobre lo que vieron, comieron y bebieron.

por jon lee anderson

Fidel Castro cumplió 90 años. Ha sido una vida larga y llena de acontecimientos. Nació el 13 de agosto de 1926, tres años antes de la Gran Crisis y el comienzo de la depresión mundial. Los largometrajes todavía eran mudos; los viajes aéreos comerciales estaban en su infancia; la mayoría de las personas que se movían alrededor del mundo lo hacían por barco; muchas Armadas aún usaban veleros. El teléfono existía, pero para la comunicación global y las noticias al instante, el telegrama seguía siendo el instrumento adecuado. La mayoría de los autos aún habían de ser encendidos con una manivela.

Calvin Coolidge era el Presidente de los Estados Unidos, que en ese momento tenía una población de 117 millones de habitantes —un tercio de su tamaño actual— y había 48 estados. Estados Unidos no era una superpotencia. El país tenía pocas carreteras pavimentadas y menos del 10% de la población rural tenía acceso a la electricidad. Un veto estilo Sharia sobre el consumo de alcohol, conocido como la Prohibición, había entrado en vigor desde 1920 (y duraría hasta 1933). Cuba había sido una república independiente por apenas 24 años. Fue la última de las colonias españolas en el Nuevo Mundo en ser abandonada, pero solo después de la intervención de las fuerzas estadounidenses, en 1898, habían acabado décadas de sangrienta guerra con los nacionalistas cubanos. Cuba había caído bajo la administración militar estadounidense; logró su independencia en 1902, pero solo después de haber acordado tener la así llamada Enmienda Platt incorporada en su nueva constitución. Esta disposición otorgaba a los Estados Unidos el control a perpetuidad sobre la Bahía de Guantánamo, así como el derecho a intervenir en Cuba cuando lo considerara adecuado. Por décadas, de ahí en adelante, Cuba siguió siendo una virtual colonia estadounidense, un período al que Fidel siempre se ha referido como la “pseudo-república”. Los infantes de marina estadounidenses intervinieron repetidamente y los presidentes fueron de una dúctil diversidad.

Fidel y su hermano menor, Raúl, crecieron en Birán, entonces como ahora, un remanso de provincia al este de Cuba, un área dominada en aquellos días por agroindustrias oportunistas estadounidenses como United Fruit, que se habían abalanzado y comprado la mayor parte de la tierra productiva en los días felices que siguieron a la Guerra hispano-estadounidense. El padre de Fidel, Ángel Castro, emigró, como adolescente, desde un rincón olvidado de Dios en Galicia, España, y se quedó, convirtiéndose en una especie de gran señor campesino con una inmensa y próspera finca en la que cosechaba caña de azúcar con obreros haitianos, la que fue vendida a la United Fruit Company.

Hacia el tiempo en que Fidel fue enviado a La Habana para una educación privada jesuita y de allí a la Universidad de La Habana para estudiar derecho, se había convertido en un ardiente nacionalista, un ferviente admirador del héroe de la independencia nacional en el siglo XIX, José Martí: un poeta y periodista que se unió a la guerra contra los españoles y murió heroicamente cuando se lanzó a caballo a la carga contra el enemigo en su primer día en el campo de batalla. Era, asimismo, un admirador de otros hombres de acción históricos, como Robespierre, Julio César y Napoleón Bonaparte.

A los 21 años, Fidel comenzó a albergar ambiciones políticas propias y llegó a ser conocido por las autoridades cubanas como un cabeza caliente con aspiraciones políticas y una inclinación por el gesto dramático. En 1947 se unió a una expedición en barco con otros aspirantes a revolucionarios, planeando derrocar violentamente al dictador de la vecina República Dominicana, Rafael Trujillo. La expedición fue interceptada por las tropas cubanas antes de salir de un remoto cayo cubano, pero al año siguiente, mientras Fidel estaba en Bogotá, Colombia, para un congreso juvenil anti-imperialista, el popular político liberal Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado, haciendo estallar disturbios masivos; Fidel participó. De regreso a Cuba, en 1949, Fidel ayudó a organizar una protesta frente a la Embajada de los Estados Unidos después de un incidente en el que marineros estadounidenses treparon a una estatua de José Martí en una importante plaza de La Habana Vieja y orinaron sobre ella; Fidel recibió una paliza de la policía por sus incidentes.

En 1953, a los 27 años, la ambición de Fidel no era menos que la toma del poder en Cuba, que por entonces estaba en manos de un dictador especialmente corrupto, Fulgencio Batista. En julio dirigió un ataque frontal con varios jóvenes compañeros armados en contra del cuartel del ejército de Moncada, en la segunda ciudad más importante de Cuba, Santiago. Fue un desastre absoluto. Una cantidad de rebeldes murió y decenas más fueron ejecutados, algunos después de ser brutalmente torturados. Fidel sobrevivió, y cuando lo sometieron a juicio se defendió a sí mismo con una apasionada pieza oratoria que le tomó cuatro horas leer, en la que declaró: “La historia me absolverá”. Fue condenado y sentenciado a 15 años de prisión, pero el proceso consolidó su posición como figura nacional.

Casi dos años después del encarcelamiento de Fidel, en un acto de magnanimidad mal aconsejado, Batista firmó una amnistía que liberó a Fidel de la prisión. Él inmediatamente se exilió en México, donde, con su hermano Raúl, quien había reclutado para su causa a un joven argentino llamado Ernesto (Che) Guevara, comenzó a planear una guerra de guerrillas contra Batista. En el plazo de un año y medio, él y sus seguidores comenzaron esa guerra, y el día de Año Nuevo de 1959, Batista había huido. Fidel y sus rebeldes triunfaban.

Luego siguieron las grandes cosas de la historia: la invasión apoyada por Estados Unidos de la Bahía de Cochinos; la crisis de los misiles cubanos; la creación de un Estado de partido único presidido por el Partido Comunista de Cuba; la infinidad de intentos de la CIA de matar o derrocar a Fidel, y su notable capacidad de sobrevivir y permanecer en el poder; su apoyo a las luchas guerrilleras en docenas de otros países; el gran éxodo de los cubanos que huyeron de la isla, sobre todo a Florida, algunos por razones económicas y otros en busca de la libertad política. La Unión Soviética colapsó, pero Fidel permaneció en el poder hasta el año 2006, cuando cayó enfermo y entregó el puesto a Raúl.

Cuando Fidel llegó al poder, era presidente de Estados Unidos Dwight D. Eisenhower. Hoy lo es Barack Obama, un afroamericano, quien visitó la isla en marzo pasado por invitación de Raúl, después de que los dos líderes restablecieran relaciones diplomáticas, en 2014. Fidel no fue parte de la visita oficial, ni apareció en público. Pero se sintió su presencia. Durante la década pasada, a medida que Fidel se ha adaptado a su papel de anciano estadista de Cuba, ha expresado sus opiniones en ocasionales columnas publicadas en el diario oficial comunista, Granma. En el último año y medio, desde la restauración de las relaciones con los estadounidenses, dejó muy claro que permanece profundamente escéptico de las intenciones estadounidenses, al tiempo que enfatiza que apoya las decisiones de su hermano menor. Pero, viniendo como viene, en el crepúsculo de su vida, el hecho de que los estadounidenses estén de regreso (inicialmente en forma de un creciente flujo de turistas entusiastas, pero también como eventuales inversionistas) debe ser profundamente doloroso para Fidel, cuya oposición al imperialismo yanqui fue el pilar de su carrera política. ¿Qué pensó Fidel del hecho de que personalidades estadounidenses del tipo de Kim Kardashian, Kanye West y Jerry Springer estuvieran de gira por La Habana la primavera pasada, tomándose selfies y twitteando sobre lo que hicieron y vieron, comieron y bebieron?

En su última aparición pública, en el séptimo Congreso del Partido Comunista de Cuba, en abril, un Fidel de aspecto frágil dio un discurso en el que no mencionó ni una sola vez a los estadounidenses. Habló, en cambio, de su preocupación por los desafíos que enfrenta la humanidad, incluidos los riesgos que plantean la proliferación de armas, el calentamiento global y la escasez de alimentos. Y Fidel reafirmó su fe en el comunismo, en el futuro de Cuba y en el legado que creía que los comunistas de Cuba habían forjado. También mencionó su inminente cumpleaños. Era un hito, dijo, que nunca había esperado alcanzar.

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P.S. Probablemente era de esperar que Fidel Castro no pudiera permanecer en silencio en semejante ocasión. En una carta abierta publicada en la prensa cubana, titulada “El Cumpleaños”, firmada y fechada, con su característica atención al detalle, el 12 de agosto de 2016, a las 10 y 34 p. m., Castro escribió con desacostumbrada nostalgia de sus primeros años de infancia en la Birán rural. Luego, como había hecho en el Congreso del Partido, terminaba con una nota preocupado sobre el futuro del hombre, la carrera armamentista y la superpoblación.

Fidel finalizaba criticando al presidente Obama por no haberse disculpado explícitamente por los “criminales” ataques nucleares de Estados Unidos contra Hiroshima y Nagasaki durante su visita a Japón hace unos meses y concluía que fue debido a esos ataques que consideró que “hay que martillar sobre la necesidad de preservar la paz, y que ninguna potencia se tome el derecho de matar a millones de seres humanos”.

Mientras tanto, en honor al cumpleaños de Fidel, un maestro torcedor de cigarros cubano ha completado el cigarro más largo del mundo, midiendo 90 metros de longitud, un metro por cada año de vida de Fidel Castro.

(Texto publicado con la autorización de Jon Lee Anderson. Traducción de Patricio Tapia)

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