Cuestionar el relato oficial del país, para echar luz sobre la participación de las mujeres en la construcción de la nación, en ámbitos como la educación y las luchas sociales, es el motor del libro publicado hace unos meses por la investigadora nacional. “La idea de la Historia es tratar de, creo yo, interpelar al presente a través del pasado. Darnos cuenta de que lo que somos se ha venido fraguando a partir de personas de carne y hueso”, dice en esta entrevista.
por Javiera Tapia I 15 Octubre 2024
“Cuando alguien imagina las carabelas de Colón, ¿imagina solamente a hombres navegando?”, se pregunta la historiadora María Gabriela Huidobro Salazar al inicio de esta entrevista. Ella tiende a pensar que sí, a pesar de que los datos históricos indican que desde el segundo viaje también había mujeres dentro de las tripulaciones. “Yo no digo que lo que se nos ha enseñado hasta ahora sea falso, puede ser cierto, pero está incompleto. Falta la otra parte para imaginarnos una sociedad más cercana a la realidad”, dice. Y esa es la misión en la que se embarcó con la contundente investigación de Mujeres en la historia de Chile, publicada por Taurus. Un libro en el que la autora cuestiona el relato histórico del país para echar luz sobre una ausencia que grita: la participación de las mujeres en la construcción de la nación.
Me parece que es una idea bastante poderosa y de la que no somos tan conscientes a medida que crecemos: cuestionar lo que nos han enseñado.
Claro, cuando se enseña Historia se tiende a mostrar que esta, sin ser una ciencia exacta, intenta ser una disciplina lo más objetiva posible. La idea tampoco es poner en duda dicha premisa, pero sí se debe asumir que cuando se construye un relato histórico, este siempre está influido por una toma de decisiones y por ciertos objetos que son de interés del historiador y que, por lo tanto, la historiografía, es decir, el ejercicio de reconstruir y escribir acerca de lo que ocurrió en el pasado, siempre va a ser subjetivo. La idea con este libro no es plantear que nos trae la verdad, porque hay que partir de la base de que la historiografía siempre va a ser parcial, pero siempre ha estado marcada por ciertas tendencias tradicionales. Nos han hecho creer que, en el fondo, la historia escrita es la reproducción de los hechos o del pasado y en realidad, no es así, en la medida en que pasa por los filtros primero del escritor o historiador y luego del lector, siempre va a estar mediada por la subjetividad. Y esa subjetividad está muy marcada por lo masculino.
Huidobro Salazar dice que últimamente ha estado leyendo a la doctora en Historia Antigua Emma Southon. “Ella dice que la historiografía tradicional tiende a pensar que la Historia tiene que abocarse a, y lo dice con mayúsculas, los hechos importantes. ¿Pero qué es lo importante? ¿Qué es lo que significa haber hecho historia en el pasado? Eso lo han definido mayoritariamente los hombres, desde los objetos que son de su interés, como la política y la guerra, en el fondo, las esferas de poder. Pero eso no significa que el resto no sea historia.
¿Y qué sería el resto? Todo lo que incluye este libro y más: las conquistadoras en Chile, aquellas que lucharon por la Independencia, heroínas, las mujeres que participaron en guerras, educadoras, intelectuales, científicas, el mundo femenino popular.
Huidobro Salazar cree que los hechos importantes a los que se refiere Southon no se pueden comprender “sin ampliar la mirada y observar que aquellos sujetos que han sobresalido no lo han hecho todo solos. Al revisar toda esta historia de las mujeres en distintos períodos, uno se va convenciendo de que en realidad si la Historia avanza, cambia, es porque todos los días se está fraguando a través del mundo doméstico, el mundo cotidiano de lo que no quedó en la foto, pero que al final constituye la vida misma”.
En el último capítulo, “A modo de cierre”, la historiadora habla de la “cantidad infinita de acciones microscópicas que componen la realidad”. Y ella misma, paulatinamente, a través de su propio estudio, fue uniendo unas con otras. Tejiendo. “A estas mujeres me las fui encontrando mientras estudiaba otras cosas y me sorprendía yo misma de no conocerlas o saber tan poco de ellas”. Un ejemplo son las mujeres del siglo XIX que participaron en el proceso educativo, que “no solo impactaron en lo educativo derechamente, sino también en la apertura de todas las puertas para las mujeres a los espacios públicos a partir del siglo XX”, dice.
“La historia de la educación de las mujeres en Chile se tiende a reducir a los grandes hitos, como el Decreto Amunátegui, por ejemplo, del año 77. Pero ese decreto no se entiende si una no se retrotrae incluso a comienzos de la República, cuando empiezan las primeras mujeres a participar de pequeños proyectos educativos, primero para una élite, pero planteando que las mujeres tienen las mismas habilidades intelectuales. Sin ese gesto de las familias que piensan en apostar por la educación de las hijas, sin Fanny Delaneaux, sin Madame Versin, que son de 1828, 1829, no se puede entender el decreto Amunátegui, que ocurre prácticamente 50 años después. Y el mismo Decreto no nace de la noche a la mañana, sino de esfuerzos de prácticamente una década de Isabel Le Brun y Antonia Tarragó, de golpear puertas, de que pensaran que a sus estudiantes valía la pena examinarlas de la misma manera que a los hombres, cuenta Huidobro Salazar.
Y sigue tejiendo y tejiendo: “Yo creo que todo el trayecto educativo que lleva finalmente a la incorporación de las mujeres a la universidad no se puede entender sin los salones, sin todas estas mujeres como Carmen Arriagada, como Enriqueta Pinto, que se atreven a abrir sus casas. Como ellas no podían tener participación pública, deciden llevar la actividad pública a sus hogares y ahí se instituyen como líderes de esos espacios intelectuales y, al mismo tiempo, van mostrando a los principales líderes de pensamiento y también a políticos de la época, que ellas tienen opinión, una alta cultura y que son capaces, por lo tanto, de influir también en las tomas de decisiones”, relata con la pasión que las profesoras suelen tener cuando quieren enseñarte algo.
“El Decreto Amunátegui podría haber quedado en letra muerta si no fuera porque después hubo niñas como Eloísa Díaz, que se atrevió a ir al tribunal del Instituto Nacional a que la examinaran hombres con un público. Dicen que el salón estaba lleno y había gente afuera esperando poder escuchar el examen. Que ella haya tenido la confianza de rendirlo es porque hubo una trayectoria de mujeres anteriores que se la entregó”. Y remata: “Todos los grandes hitos son la punta del iceberg, pero la única manera de entender por qué ocurren, es porque detrás había una niña que iba todos los días al colegio”.
En internet se puede leer todo tipo de comentarios y uno recurrente es: “Si gobernaran solo las mujeres no habría guerras”. Creo que tu libro contribuye a exactamente lo contrario: acá nos encontramos con mujeres siendo reprochables e incluso moralmente cuestionables, lejanas a la fantasía de la madre, la protectora y la cuidadora.
Justamente el libro trata, al menos, de poner en cuestión esos estereotipos. Cuando las mujeres han participado en la guerra, por ejemplo, se habla del “varonil arrojo” o “con varonil valentía”. En el fondo, la idea de que dejaron de ser mujeres y que por eso participaron. Pero si una revisa las fuentes, se da cuenta de que en realidad sí han estado ahí y con distintos roles y motivaciones. Muchas de las cantineras que se enrolaron lo hicieron acompañando a hijos, a hermanos, a padres. Pero hubo otras que después de perder a su familia, se quedaron ahí porque tenían motivaciones vinculadas con la causa patria.
Para la investigadora también es muy importante evitar establecer juicios desde “la comodidad del presente”, lo que en su opinión corresponde a una anacronía: “Pienso en que muchas veces se les carga también a estas mujeres que desafiaron normas con ciertos ideales, incluso feministas, cuando a veces lo hicieron solo para sobrevivir. Javiera Carrera fue muy juzgada por la sociedad de su época y ella sufría con eso. En una carta le cuenta a [su marido] Pedro Díaz de Valdés que están diciendo que es una mala madre, que lo está engañando. Pero la realidad es que ella cruza la cordillera en 1814 y no sabe cuándo podrá volver. Lo hace porque cree que si se queda, los realistas se van a vengar, van a matar a sus hijos y van a quemar la hacienda. Ese es su tema. Al final, se queda afuera 10 años porque no se atreve a volver, no es que quiera ser una rebelde sin causa. Ella es una patriota comprometida, pero también es mamá”.
El trabajo de la historiografía tradicional no solo ha tenido un sesgo de género sino también de clase. Las mujeres que a menudo son más conocidas pertenecen a la élite. ¿Qué se hace con los vacíos que genera la discriminación de clase? ¿Dónde es posible encontrar registros de quiénes no pertenecían a la clase alta?
Ese es un desafío doble. Ya existe una dificultad porque son mujeres y luego la dificultad es doble o triple porque son de clases sociales más bajas, muchas veces analfabetas, y no cuentan con el reconocimiento del historiador que va a dejar registro de ellas. Para qué decir en el caso de las esclavas. Y ahí lo que se hace es ir buscando huellas, como en una labor de detective. Para la Conquista y la Colonia los archivos judiciales son fundamentales, porque ahí pueden aparecer mujeres participando, alegando una causa, interponiendo un recurso o como testigo. Ya más adelante se pueden encontrar en algunas cartas, pero nuevamente las cartas forman más bien parte de la sociedad letrada. Para el siglo XIX, uno las puede encontrar también en los periódicos, pero Micaela Cáceres nunca dejó nada por escrito, siendo que lideró el primer sindicato femenino en Sudamérica y hubo varios avisos económicos que hablaban del aporte que ella estaba haciendo y que pedían ayudarla en esta labor.
La historiadora cree que esta disciplina debe “interpelar al presente a través del pasado. Desde una perspectiva muy personal, yo creo que es importante integrar más mujeres en el relato de la Historia, sobre todo en la enseñanza escolar, para que niñas y niños se puedan reconocer en ciertas emociones, actitudes, vivencias, experiencias y, al mismo tiempo, se puedan motivar más a participar, a tener un rol social, ciudadano, en el presente. Porque si ven que en realidad no tienen nada en común con el pasado, ¿cómo van a llegar a valorarlo? El verdadero aprendizaje también se genera mediante la emoción. Si las cosas no te emocionan, no se te graban y una se emociona cuando logra ponerse en el lugar de otro.
Crédito de la fotografía: Lorena Palavecino/Penguin Random House.
Mujeres en la historia de Chile, María Gabriela Huidobro Salazar, Taurus, 2024, 572 páginas, $25.000.