por Matías Hinojosa
por Matías Hinojosa I 13 Noviembre 2017
Debe haber tantas razones para convertirse en cinéfilo como cinéfilos hay en el mundo. En VHS, Alberto Fuguet narra aquellas experiencias cinematográficas que lo transformaron en uno. El subtítulo (unas memorias) aclara desde el principio este propósito: lo importante en él no son las películas –o al menos no lo más importante–, sino las sensaciones y acontecimientos que rodearon la vida del autor cuando se encontró con ellas. A diferencia de sus anteriores libros sobre cine (Cinépata, Tránsitos), el análisis crítico de los filmes pasa a un segundo lugar para dar mayor presencia a las confesiones: “Yo soy de la generación en que el cine era, en efecto, toda o casi toda la educación sentimental”, anota en las primeras páginas. “Fue un elemento inseparable de mi biografía, una manera viable tanto para fugarme como para intentar crecer”.
La exploración de la propia vida a través de las películas es la trama que recorre y aúna los fragmentos de VHS, de manera que son los años de formación los que comparecen en estas memorias. Reimplantado en el Chile de mediados de los 70, tras vivir su infancia y parte de la adolescencia en Estados Unidos, Fuguet encuentra en la pantalla grande una ventana hacia ese mundo que deja atrás. El cine americano, por tal motivo, se convierte en su favorito: a través de sus argumentos y personajes puede seguir en contacto con esa gente, con ese paisaje, con ese idioma, con esas modas. En una época previa a Internet y a la televisión por cable, encerrarse en la sala de cine parecía la única forma de atravesar por un rato las fronteras.
Pero la exploración sexual es la protagonista de estos ensayos y relatos cinéfilos. Sus peregrinajes por los cines de Santiago a la caza de estrenos, reposiciones y programas rotativos, pasan a ser auténticos viajes interiores. Frente a la pantalla descubre sus primeros amores, aquello que le provoca placer, su fascinación por el cuerpo masculino y las relaciones entre hombres. Su gusto cinematográfico se ve delineado por aquellas películas que lo conmocionan en el plano erótico y sentimental: Willie & Phil, Gigolo Americano y La ley de la calle lo obsesionan y lo excitan; o lo obsesionan porque lo excitan. La cinefilia funciona como un antídoto contra el ensimismamiento absoluto, encontrando en ella un refugio contra las frustraciones de la vida que recién arranca. El año de preuniversitario, las vacaciones de cuatro meses con el padre, los amores no correspondidos, todos estos recuerdos tienen un perfecto correlato cinematográfico, porque VHS es el testimonio de alguien cuyas experiencias vitales tienden a confundirse con los fotogramas.
Puede ser. Tiene varios elementos, diría, que no están presentes de manera explícita en otros libros, sobre todos los de cine y los que podrían caber en la categoría de ensayos o no ficción. Quizás completar o aumentar pero nunca superar o borrar. Me gustan todos mis libros y cada uno suma parte de lo que yo llamo un planeta. Cinépata es claramente un libro personal, cercano, en primera persona, pero es más de trivia o escrito desde la cabeza, digamos. Eso no lo hace menos válido. VHS intenta apostar por una primera personal total. Pero acá está además el elemento sexual (diría erótico puesto que no hay tanto sexo), sentimental y emocional. Uno al final es más que sus experiencias y sus ideas. Uno recuerda, en rigor, más a partir de las sensaciones que desde lo cerebral. Dicho eso: creo que es el mismo libro de siempre. Se parece mucho a los otros que he escrito, tanto a las novelas como a mis libros de no ficción y, por cierto, a Cinépata. Es un libro pajero, no en el sentido de irse por las ramas (aunque lo hace) sino porque es acerca de la edad masturbatoria y de la era del descubrimiento. Tiene algo de making of de mí mismo y de mis primeros libros. VHS es un libro de memorias que usa el filtro del cine y su homosexualidad para entender ciertas películas y ciertos momentos. Cinépata no me parece que vale menos porque usé otros filtros para enfrentarme al cine. Ambos forman un buen dúo y a la vez, VHS conversa tanto con mis novelas recientes como con mis primeros libros. VHS es casi como el centro del planeta, creo.
Es una parte clave, pero es un elemento subjetivo. Quizás alguien podría argumentar que no lo es. Pero lo cierto es que nadie o casi nadie ha escrito o hablado de este elemento. Ni Coppola, que es claramente un autor heterosexual, que ha filmado muchas cintas de mundos cerrados masculinos (El padrino, Apocalipsis ahora) ha lanzado luces al respecto. Uno de los primeros que ha aventurado notar y celebrar la belleza masculina y la tensión homoerótica de La ley de la calle es el crítico Glenn Kenney. Yo al final no me atreví. No quería ser el único que celebrara eso y quizás fue por un tema de respeto a la cinta, a no querer mezclar lo gay con el tema nostálgico, histórico o de apreciación cinematográfica. Una cosa es ser gay y otra quedar como el gay obsesivo. No quería llevar Locaciones: buscando a Rusty James, mi primer documental, hacia algo así como un gay fest celebrando el cuerpo de Matt Dillon. Porque la cinta es algo más. Fue importante ese elemento en mi valoración hacia la cinta, claro que sí. Pero me parecía un poco injusto, porque no era tanto acerca de mí y la cinta, sino acerca del fenómeno que produjo en muchos. Ahora en VHS le agrego este elemento extra. Locaciones no estaría en Criterion Collection si la apuesta mayor hubiera sido celebrar el homoerotismo que contiene y expele La ley de la calle. Ahora, si uno ve Locaciones está llena de códigos: son puros hombres los que hablan, hombres que se revelan frágiles, sensibles y fascinados por esta cinta. La manipulación de las imágenes también destaca la belleza de los cuerpos y la intimidad de los chicos, y en ese sentido estoy contento con ella.
Obvio que sí. Ya no es complicado averiguar de sexo, alguien duda de una práctica “rara” y googlea. El cine era tan grande, nada le llegaba cerca. La tele era un mal remedo. Por lo tanto, lo que pasaba en el cine era formativo, remecedor, inmenso. No sé si la palabra exacta era descubrirme pero sí confirmar. Y acceder a imágenes que no existían, que no tenía cerca. Y no solo a chicos desnudos como el de La laguna azul o a Richard Gere, sino a historias de intimidad entre hombres. Eso era mi fascinación y mi carencia. Y no de manera explícita. Cruising me daba miedo: era una cinta de terror urbana. Cuenta conmigo en cambio provocaba otra cosa: una suerte de nostalgia por aquello que no tenía.
No, ya no. Y es una suma de cosas. El cine ha cambiado, creo que para peor, saltándonos las excepciones. Por diversos motivos, ya no las necesito tanto. Puedo llenarme de otras maneras. He viajado, he amado, he escrito, he estado en la calle. Antes no había hecho casi nada de eso por lo que el cine era la vida. Ahora me dan ganas de hacer películas acerca de lo que he vivido. La relación, por desgracia o quizás por suerte, ya no es la misma. VHS es en ese sentido un homenaje a una época que ya pasó y de alguien que ya no existe.
Es cierto. Hace años estaba enamorado de un tipo e insistí en que debía reunir sus escritos personales de cine en un libro llamado VHS. Me pareció un gran nombre. Y luego todo eso finalizó y nunca él escribió nada, pero el título quedó. Y luego eso de unas memorias. No todas… unas... y así tuve el título antes del libro. Me lo reapropié. Para mí es más un símbolo, una idea, algo como un código. Sin duda, el libro son mis recuerdos pre vhs, pero me pareció que de lo que escribí fue justamente de las cintas que triunfaron en ese formato. Pienso en Poltergeist o Cuenta conmigo o Blade Runner. Creo que VHS es una manera de resumir en un título los años 80 a pesar de que me concentro en los inicios de esa década. Quizás es para tener dos libros con títulos hermanos: Por favor, rebobinar y VHS. Se pudo llamar Cines del centro, pero no es lo mismo. No todos los títulos son literales. Aeropuertos parte en uno y termina en otro, pero no es acerca de varios aeropuertos. En todo caso, me encanta el nombre y la portada.
Ahora se devora mucho, pero también se botan series en la mitad, no se terminan las películas, importa mucho el making of o los trailers. Hay mucha ansiedad. Y en las salas no pasa nada. Es impactante ver como las películas chilenas que no son comedias o parte de una franquicia, no son parte de la conversación cinéfila. Lo que echo de menos es eso de que te contaran las películas, eso de no poder ver las cintas ansiadas nunca. Era estirar el deseo. No acceder a ellas, pero desearlas. La cosa análoga tenía su qué, por cierto. Eso de anotar, de ir a buscar las cintas al centro o a programas triples. El que el cine fuera parte de la ciudad. Hoy se puede ser cinéfilo digital y seguir a tipos en twitter o ver las películas en tu casa y hasta mandarse links, pero antes existía un cara a cara. Ir al cine, ir a una pizzería o a un chino a comentarla. O quizás lo que echo de menos es tener esa edad y vivir una época que yo pensaba que era la peor de mi vida, pero que ahora me doy cuenta que fue una de las mejores.