Annie Ernaux: la ética del relato testimonial

El crítico suizo, autor del libro Posturas literarias, analiza la postura de la reciente premio Nobel de Literatura, que se ubica “por debajo de la literatura” (según ella), mediante un “yo transpersonal” y una escritura plana. Su postura literaria se plantea de manera ambivalente entre el “yo” y el “nosotros”, entre la narración y la sociología, entre lo popular y lo cultivado, entre el compromiso y la distancia.

por Jérôme Meizoz I 12 Octubre 2022

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Alimentado por las ciencias sociales, el procedimiento literario de Annie Ernaux se inspira en parte en la práctica de la observación de campo. Así, su obra más comentada hasta la fecha, El lugar (Premio Renaudot 1984), llevó durante todo el proceso de su redacción, como título de trabajo el de “Elementos para una etnología familiar”. A partir de la década de 1980, Ernaux tomó prestados explícitamente sus procedimientos de escritura de trabajos sociológicos o etnológicos, en particular sus herramientas y metodologías: estableció fichas preparatorias, registró recuerdos e índices sociales, recopiló testimonios, fotos, hizo observaciones in situ (supermercado, metro), como lo demuestran dos libros, Diario del afuera (1993) y La vida exterior (2000).

En las entrevistas que concede, la escritora se presenta como habiendo vivido, en contacto con diversos contextos, la experiencia de una “desertora de clase” colocada constantemente en “una posición de observadora y etnóloga involuntaria” (entrevista con Isabelle Charpentier, 1993). Este artículo se propone examinar la ética narrativa propia de esta posición de testigo, a través de dos opciones formales que la encarnan: primero, una enunciación “transpersonal” y luego, el esfuerzo hacia una “escritura plana”.

Un “yo transpersonal”

En textos de reflexión sobre su práctica, Annie Ernaux resume su proyecto en el deseo de poner un “yo transpersonal” al mando de sus relatos. La autora quiere retratar un mundo y una época, trascendiendo su sola subjetividad para dar expresión a una experiencia colectiva. En efecto, la reflexión sobre la enunciación de los relatos es palpable en los tres modos implementados sucesivamente por Ernaux: primero el del “yo” ficticio de las novelas en primera persona (Los armarios vacíos, 1974), luego el del “yo” autobiográfico de los relatos familiares (El lugar), y finalmente, en Los años (2008), el abandono del “yo” en favor de una enunciación sobre sí misma en tercera persona (“ella”) o de una enunciación colectiva propia del entorno social (“nosotros”). Se da un sujeto como fuente de percepción, el relato se sustenta enunciativamente, pero se desprende de su singularidad cegadora para acoger todo tipo de hechos del mundo “exterior”. Tal era, además, el proyecto del Diario del afuera como diario no íntimo.

El relato “transpersonal” se da en un verbo neutro que nunca se sobrepone al lenguaje y valores de los personajes. La enunciadora se sitúa voluntariamente “por debajo de la literatura”, renuncia a las formas extravagantes y al efecto de connivencia que suscitan las alusiones literarias: “Mi proyecto es de carácter literario, puesto que se trata de encontrar una verdad sobre mi madre que solo puede alcanzarse mediante palabras (es decir que ni las fotos, ni mis recuerdos, ni los testimonios de la familia pueden darme esta verdad). Pero deseo quedarme, en cierto modo, por debajo de la literatura” (Una mujer).

En las entrevistas que concede, la escritora se presenta como habiendo vivido, en contacto con diversos contextos, la experiencia de una ‘desertora de clase’ colocada constantemente en ‘una posición de observadora y etnóloga involuntaria’.

Permanecer “por debajo de la literatura” es un posicionamiento claro con respecto a los novelistas contemporáneos, en particular los defensores del relato formalista. Desde El lugar, Ernaux afirmaba de manera casi militante su “rechazo de la ficción”, en consonancia con la elección de la escritura nutrida de observaciones sociológicas: “Poco después me doy cuenta de que la novela es imposible. Para contar una vida sometida por la necesidad no tengo derecho a tomar, de entrada, partido por el arte, ni a intentar hacer algo ‘apasionante’, ‘conmovedor’” (El lugar).

Tal imperativo ético (“no tengo derecho a…”) lleva a la escritora a hablar en favor de lectores que comparten la misma experiencia de ilegitimidad cultural: “A través de mi padre, tuve la impresión de hablar para otra gente también, [para] todos aquellos que siguen viviendo por debajo de la literatura y de los que se habla muy poco” (entrevista con Charpentier).

El proyecto que se dirige a tal destinatario está respaldado por un protocolo narrativo fáctico y realista, basado en prácticas de observación paciente, rechazando cualquier recurso a la ficción. En el borde y en la cláusula de El lugar, las metalepsis presentan este “yo” testimonial y su proyecto objetivador:

“Reuniré las palabras, los gestos, los gustos de mi padre, los hechos importantes en su vida, todas las señales objetivas de una existencia que yo también compartí”.

“Por mi parte, yo he acabado de poner al día la herencia que, al entrar en el mundo burgués y cultivado, tuve que deponer en el umbral”.

A partir de estas elecciones enunciativas emerge una “postura” de autor, en el sentido específico de esta noción (que he analizado en mi libro Posturas literarias): el comportamiento literario público de Annie Ernaux, sus comentarios en entrevistas, así como la voz del enunciador en los textos convergen por el ethos del testigo y la toma de partido por una mirada etnológica sobre el mundo. Reactualizando de manera singular el relato de la indignidad social (del que Rousseau y Genet son los faros), Ernaux implementa una postura etnográfica de observador meticuloso y lúcido, que indaga en una “memoria humillada” para deconstruir la “vergüenza” social largamente probada (según dice en El lugar). Rehabilitación, reparación, restauración de la coherencia de una historia hasta ahora dolorosa, estos son los fines argumentativos del relato. Es, en efecto, una ética de la enunciación, el trabajo de escritura se presenta como una reparación tardía, un gesto de retejido familiar y social por parte de quien pudo haberse juzgado traidora a su entorno. La reparación resulta entonces de los efectos generalizadores de la objetivación que revela las lógicas sociales de las vidas dominadas y devuelve la memoria a los excluidos de la gran historia, como también lo lograron, en el mismo período, Pierre Bergounioux, François Bon o Pierre Michon.

‘Mi proyecto es de carácter literario, puesto que se trata de encontrar una verdad sobre mi madre que solo puede alcanzarse mediante palabras (es decir que ni las fotos, ni mis recuerdos, ni los testimonios de la familia pueden darme esta verdad). Pero deseo quedarme, en cierto modo, por debajo de la literatura’, escribió Ernaux en Una mujer.

La escritura “plana”

En el corazón de la reflexión de Ernaux sobre los valores transmitidos por una técnica de escritura, se encuentra la convicción de que “la posición social, cultural del narrador”, constituye una apuesta principal en el relato: en su proyecto testimonial, la narradora no se beneficia de ninguna posición saliente (irónica o científica), no puede pretender juzgar los valores de los personajes, solamente describirlos e interpretarlos con referencia a los marcos de la cultura específica de su medio: “Nada de poesía del recuerdo, nada de alegre regocijo. La escritura plana es la que me resulta natural, la misma que empleaba en otro tiempo para escribir a mis padres y contarles las noticias más importantes” (El lugar, el énfasis es mío).

“Yo les respondía en el mismo tono de informe. Hubieran percibido cualquier búsqueda de estilo como una forma de marcar las distancias”.

Por el contrario, todo el sentido de estos relatos, en su aparente sencillez formal, consiste en redescubrir el punto de vista social que ella compartía con ellos, antes de acceder a otro medio social a través de la educación: no aplicar a su padre y a su madre el juicio ambivalente de las clases cultivadas sobre los ambientes populares, sino describirlas, como un etnólogo, en su propia coherencia. Ni la mirada exótica y compasiva sobre la “buena gente”, ni la ironía sobre el “mundo de abajo” tienen cabida en este proyecto literario.

Escritura “plana” o “neutra”, la noción evoca la propuesta por Roland Barthes en su reflexión sobre la escritura “neutra” o “blanca”: “En toda forma literaria existe la elección general de un tono, de un ethos si se quiere, y es aquí donde el escritor se individualiza claramente porque es donde se compromete” (“¿Qué es la escritura?”).

Mientras que el estilo es una cuestión de temperamento e impulso biológico según Barthes, la escritura en cuanto tal es una elección resultante de “la reflexión del escritor sobre el uso social de su forma y la elección que asume”.

Reactualizando de manera singular el relato de la indignidad social (del que Rousseau y Genet son los faros), Ernaux implementa una postura etnográfica de observador meticuloso y lúcido, que indaga en una ‘memoria humillada’ para deconstruir la ‘vergüenza’ social largamente probada (según dice en El lugar).

Este significado específicamente social y político del acto de escribir, Ernaux lo asume plenamente y lo remite de manera explícita a Barthes. La escritura plana permite controlar la enunciación y sus valores, para “evitar la complicidad, la connivencia de clase, con el lector supuestamente dominante” para “evitar que se coloque por encima de [su] padre. Es una opción política, necesaria, intransigente”. Para mantener este efecto, el material del relato consiste sobre todo en palabras e imágenes del mundo de origen: “Creo que siempre intento escribir en esa lengua material de entonces, y no utilizar unas palabras y una sintaxis que nunca se me hubieran ocurrido en aquella época. Nunca conoceré el encanto de las metáforas, el júbilo del estilo” (La vergüenza).

Annie Ernaux ciertamente toma prestada de Pierre Bourdieu la noción de “distancia objetivante”, pero la vuelve acto en una escritura que no es la de la sociología, movilizando entonces los recursos de la narración, las imágenes o la presentación propios de la literatura: “Cuando escribo, a veces uso ciertas palabras de la sociología, pero no de manera sistemática, porque en realidad, cuando escribo, las cosas no se me aparecen en su forma abstracta, […] lo que me vienen son escenas, son sensaciones. […] La escritura de la distancia es una forma de objetivar mi situación…” (entrevista con Charpentier).

La “literatura”, concebida como un canon de textos difundidos por instituciones eruditas, suscita un efecto de intimidación cultural sobre quien no posee los códigos de apropiación, como aquí el padre de la narradora. A partir de allí, “la única posición narrativa defendible era adoptar una ‘escritura de la distancia’ correspondiente a [su] situación […]. Esta expresión ‘escritura de la distancia’ designaba en [su] mente tanto el estilo, la voz, desprovista de marcas afectivas, como el método” (Ernaux, “Razones para escribir”, 2005).

A la narración plana se asocia además la misma manera de tratar con las palabras del mundo calificada por la condescendencia “de abajo”. Citadas en estilo indirecto (comillas o cursivas), estos lenguajes ocupan un lugar importante en los relatos donde actúan como testigos de un plurilingüismo social conflictivo. La narradora se esfuerza por no adoptar un punto de vista normativo, proveniente del juicio escolar, sobre estas formas de decir: “Ya que la maestra me ‘corregía’, yo quise más tarde corregir a mi padre, hacerle saber que se parterrer (darse al suelo) o quart moins d’onze heures (un cuarto menos de las once) no se decía. Montó en cólera. Y en otra ocasión: ‘¡Cómo no voy a necesitar que me corrijan si tú siempre hablas mal!’. Yo lloraba. Él se disgustaba” (El lugar).

No aplicar a su padre y a su madre el juicio ambivalente de las clases cultivadas sobre los ambientes populares, sino describirlas, como un etnólogo, en su propia coherencia. Ni la mirada exótica y compasiva sobre la ‘buena gente’, ni la ironía sobre el ‘mundo de abajo’ tienen cabida en este proyecto literario.

Se diría que el yo-narrante rechaza los valores en nombre de los cuales el yo-narrado juzgaba la palabra del padre. Se impone una neutralidad de juicio, tal como se practica en la sociolingüística. Sin embargo, una serie de comentarios narrativos emiten un severo juicio contra los usos literarios de la lengua popular: “El patois había sido la única lengua de mis abuelos”. “Hay gente que aprecia lo ‘pintoresco del patois’ y del ‘francés popular’. A Proust, por ejemplo, le encantaba subrayar las incorrecciones y las palabras antiguas que utilizaba Françoise. Lo estético es lo único que le importa, porque Françoise es su criada, no su madre. Pero él no sintió nunca cómo esos giros le venían espontáneamente a los labios” (El lugar).

No contenta con mostrar la guerra de registros y sus fundamentos sociales, cuestionando así el francés de la escuela nacional como único modelo, Ernaux ataca (después de Céline, que había lanzado el mismo reproche) el juicio lingüístico del monumento literario francés por excelencia, Marcel Proust. Al tiempo que denuncia la percepción lejana a la realidad de los círculos populares que prevalece en la cultura letrada, Ernaux se ha apropiado de estas herramientas de pensamiento y escritura, llegando incluso a decir que ella “utiliza las habilidades de escritura ‘robadas’ a los que dominan” (en el libro-entrevista de Ernaux y Jeannet, La escritura como cuchillo, 2003). La “postura” que yo he descrito se declina aquí en un posicionamiento literario explícito, ambivalente con respecto a la tradición letrada.

Conclusiones

Después de haber abandonado el género novelesco a fines de la década de 1970, Annie Ernaux optó por una enunciación testimonial modelada en un proyecto cercano a la etnología, como lo demuestra la adopción de un “yo transpersonal”. Esto también constituye una toma de partido, en el campo de la literatura contemporánea, contra la asimilación cada vez más exclusiva de la “literatura” como el único género novelesco y contra los usos lejanos a la realidad de la ficción. Además, la elaboración paciente de una escritura neutra o “plana”, pretende relativizar la primacía de la función estética, para privilegiar, en la práctica literaria, una finalidad cognoscitiva liberada de prejuicios sociales. El filósofo Jacques Bouveresse recordó, en el libro El conocimiento del escritor (2008), que los saberes propios de la literatura fueron ampliamente subestimados, incluso negados, según él, durante el período estructuralista y formalista. La escritura del “lenguaje material” en los relatos de Annie Ernaux se presenta como una herramienta ética del conocimiento más que como una búsqueda de la literariedad.

Descrito como “auto-socio-biográfico” (Ernaux y Jeannet), el proyecto de la escritora podría confrontarse provechosamente con el método de “auto-socioanálisis” implementado por Pierre Bourdieu en su obra (póstuma), Autoanálisis de un sociólogo (Esquisse pour une auto-analyse, 2004). Tal procedimiento de retorno objetivante sobre el yo social constituye la precondición de toda moral de la escritura, en el sentido entendido por Barthes, y rige la “postura de escritura” que Ernaux ha elegido para sí misma.

 

Artículo aparecido en Nouvelle revue d’esthétique 6, el año 2010; se reproduce con autorización de su autor. Traducción de Patricio Tapia.

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