Como el cubo de Rubik

La nueva novela de Rafael Gumucio se puede leer en distintos niveles: el meramente anecdótico, el socio-psicológico, el político, el económico, el existencial, y eso permite que el lector experimente una gama de significados y emociones cada vez más profundos, singulares y universales.

por Javier Edwards Renard I 12 Noviembre 2024

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Haber leído y criticado el primer libro de Rafael Gumucio, Invierno en la torre (1995), reseñar después otros libros suyos en distintos géneros y tonos, y ahora, finalmente, sentarme a decir lo que pienso de su última novela, Los parientes pobres, es el trayecto que todo crítico literario espera hacer respecto de la obra de un autor.

Gumucio, que tenía y tiene mucho que decir, hace rato que aprendió a decirlo: ya sea como ficción, crónica o ensayo. Ha descubierto que puede ser humorístico sin ser sarcástico, ha desarrollado una prosa amable y aguda que lo ha venido convirtiendo en un escritor de mirada precisa, sin ser densa ni amarga. Es un narrador capaz de hacerse cargo de los temas más complejos o duros, sin falsificar por un segundo su punto de vista, sin dejar de decir lo que no se debe callar y que, creo, decidió que la estridencia era innecesaria. También descubrió que bastaba con escribir bien, que la inteligencia no tiene que ver con el resentimiento. Y esto es algo no menor, que lo pone en algún lugar relevante entre narradores de la talla de Joaquín Edwards Bello, Guillermo Blanco y del algo olvidado Carlos Ruiz-Tagle. Como ellos, se ha hecho cargo de mirar nuestro país, su gente, las mañas de este Chile largo, flaco, montañoso, complicado y áspero, dejando a la vista virtudes y defectos, con una agudeza que tiene mucho de la incisiva mirada francesa y un toque propio de la literatura inglesa, sin dejar de ser, al mismo tiempo, muy chileno. Gumucio es quien es y viene de donde viene; todos arrastramos el sello de la memoria y la genética que nos tocó, lo que en este caso es algo que le cabe agradecer, porque es cosa del azar. No es metafísico, no es un angustiado ni existencialista, no es un enojado escritor del compromiso político, pero dice todo lo que hay que decir. Lo ha hecho con progresivo acierto y mostrando que su registro narrativo es amplio y efectivo.

Los parientes pobres es el mejor ejemplo de lo dicho hasta ahora. Es el relato de una familia chilena de clase alta, los Del Río y los Barría, primos hermanos que deben enfrentar la incómoda situación en la que sus padres, los hermanos Del Río, ya ancianos, si no del todo seniles, comienzan una relación incestuosa que escandaliza al personal de la casa de reposo en que se encuentran. Olvidados de lo esencial o quizás aferrados a ello, el padre y su hermana se enredan en una relación complicada. Es el intento de relatar el significado y propósito del cubo de Rubik y, de algún modo, lograrlo.

Los Del Río y los Barría, poco se han relacionado a lo largo de los años. Los primeros, hijos de un padre talentoso, díscolo y algo fracasado; los segundos, de su hermana, quien casada con un Barría, vivió la vida clásica del mundo social al que pertenecía, dinero y fundo incluidos. Unos son los parientes pobres, liberales, creativos y quizás hasta más inteligentes; los otros, ricos y campechanos, toscos y apegados a la tierra, al patrimonio. Aquí nace, y sirve de columna vertebral, la anécdota que permite desarrollar la trama de la novela.

Si uno tuviera que pensar en un arco de la narrativa contemporánea chilena, desde la gravedad y enojo de Droguett, pasando por el torturado imaginario de Donoso, las irregularidades del sancionado Lafourcade, el savoir faire de Jorge Edwards y esa capacidad infinita de narrar para las masas globales de Isabel Allende, sin dejar de lado todas las personalidades de la Nueva Narrativa en el trayecto que va desde Gonzalo Contreras a Ana María del Río, con Fuguet en el medio y los que llegaron después, Gumucio es la intersección creativa de todos ellos.

La historia está escrita con fluidez y usando diversas técnicas y puntos de vista. Se compone de dos series de capítulos intercalados, más un capítulo IV, de diálogo vertiginoso, y un capítulo V que, sin perder el norte ni desarmar el relato, da un salto e incluye los textos que escribe uno de los familiares para un “Taller de memorias y autobiografías”. En los restantes capítulos vemos a los hermanos Del Río tratando de resolver el problema que se les presenta en una suerte de chat grupal en WhatsApp, que es más bien una cadena de e-mails que incluye a los 11 hermanos. Y también hay partes en que habla una nieta, la generación que sigue, quien relata lo que ocurre alrededor y también recuerda, desde su perspectiva generacional, lo que le agrega textura a la trama.

Los parientes pobres avanza a través de los enredos de esta familia, los Del Río en primera línea con sus primos Barría al costado, siempre presentes y distantes, siempre queridos y también un poco odiados. Es la historia de esas familias, de cualquier familia, en lo esencial. Y el relato se cuenta con humor y melancolía, con la nostalgia inevitable de lo que va quedando atrás y en el olvido, con el humor que vuelve anecdótico hasta lo más desesperante, sanándolo.

Pero también es más que eso. Gumucio escribe una novela que se puede leer en distintos niveles: anecdótico, socio-psicológico, político, económico, existencial, y eso permite sentir que, a medida que se avanza en los dimes y diretes entre hermanos y primos, en la mirada de esa nieta y en el oportuno capítulo V (el que piense que es mero relleno que lo relea hasta descifrar su sentido), el lector va experimentando una gama de significados y emociones cada vez más profundos, singulares y universales. Todo a la vez. Lo que convierte a esta novela en un texto acertado, en un relato que refresca y conmueve, que cuenta los avatares de una familia ajena, pero que no resulta lejana, que nos muestra un sector social del país que está inevitablemente unido a cualquier otro, porque, al fin y al cabo, la materia prima es la misma. La locura, la alegría, la tragedia, lo divertido, lo absurdo, la belleza y el esperpento, lo “normal” y lo “distinto”, el amor y el abandono, nos tocan a todos por igual. Y Gumucio ha logrado contarlo con una mezcla casi perfecta de elementos que le da a Los parientes pobres ese tono que es leve y profundo al mismo tiempo.

Si uno tuviera que pensar en un arco de la narrativa contemporánea chilena, desde la gravedad y enojo de Droguett, pasando por el torturado imaginario de Donoso, las irregularidades del sancionado Lafourcade, el savoir faire de Jorge Edwards y esa capacidad infinita de narrar para las masas globales de Isabel Allende, sin dejar de lado todas las personalidades de la Nueva Narrativa en el trayecto que va desde Gonzalo Contreras a Ana María del Río, con Fuguet en el medio y los que llegaron después, Gumucio es la intersección creativa de todos ellos. De algún modo los contiene, sin por ello carecer de una personalidad propia.

Con esta novela, Gumucio se instala en un lugar exclusivo, honesto, sin complejos, y donde la mirada puertas adentro pareciera orientada, por paradójico que sea, a iluminar una sociedad, una época, un país.

 


Los parientes pobres, Rafael Gumucio, Random House, 2024, 244 páginas, $18.000.

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