Compartimos el prólogo de Perros mojados, que recopila los artículos periodísticos de Claudia Donoso entre 1985 y 1991. Este volumen restituye la prehistoria de su escritura: antes de ensamblar fragmentos para su novela Insectario amoroso, en sus crónicas fue tejiendo escenas casi igual de inquietantes que las de ese libro; antes de que se publicaran sus extensas conversaciones con Enrique Lihn y Stella Díaz Varín, pasó horas y hasta días entrevistando a escritores y artistas que, como estos, también ejercían su labor en el borde de lo posible.
por Roberto Careaga C. I 20 Agosto 2024
Leyó una pequeña nota en algún diario. Habían detenido a un hombre que fabricaba longanizas de perro y las vendía en el barrio sin que nadie supiera de qué estaban hechas. Afiló su instinto periodístico, tomó la enorme grabadora que usaba en esos días y salió a la calle. Fue al lugar de los hechos, la población San Gregorio, en La Granja. Habló con varios vecinos del acusado y se enteró de que por ahí no era tan raro cocinar perros, tampoco gatos o, llegada la ocasión, algún guarén de playa. “Se come apenas”, le dijo alguien; otro le contó que mantenía a sus hijos con lo que encontraba en la basura. Terminó sacándoles una confesión resbalosa a las mujeres con las que el detenido vivía en una mediagua. “No es pecado comer perro, y si al final lo hicimos fue por necesidad. Y cuando vinieron a registrarnos los de la Comisión Civil de Carabineros nos hicieron sacarnos la ropa interior (…) y a todas nos metieron la mano por debajo”, afirmó una de ellas.
Con ese material, la periodista Claudia Donoso escribió un artículo que publicó en mayo de 1986 en la revista APSI, donde trabajó durante seis años, casi todo el tiempo bajo dictadura. “Población San Gregorio: perro mundo”, tituló ese texto, que no es exactamente periodismo policial, ni una denuncia de la pobreza a la sombra de Pinochet, ni mucho menos una defensa de los animales. Quizás cuando la crónica salió impresa no era fácil saberlo, pero era un recorte preciso y agudo de una ciudad marcada por el hambre y el miedo. Ahora es evidente: ubicada en este libro junto a otros veintinueve artículos y entrevistas, la nota es parte de un retrato más amplio, tal vez involuntario, que hizo Donoso recorriendo los márgenes de un país en que la escasez y el deseo reprimido se reflejaban hasta confundirse.
Reconocida como una de las periodistas culturales chilenas más destacadas de esa época —apreciación que se incrementaría en los años posteriores—, a primera vista resulta inesperado leer a Claudia Donoso documentando cómo se comía perro en la San Gregorio. Pero lo hizo muchas veces: en 1985, al tiempo que le preguntaba al artista Carlos Leppe cómo era utilizar su cuerpo como soporte para sus performances, iba hasta el Paseo Ahumada para hablar con el Hombre de Goma, el nombre artístico de Remigio Ojeda —un inválido que montaba un show de variedades en la calle basado en las debilidades de su cuerpo—, retrataba a las cuidadoras de tumbas del Cementerio General, contaba la historia de la población La Victoria o le preguntaba a la gente cómo se las arreglaba para llegar a fin de mes. Mirando más allá de la contingencia, despachó desde las calles unas crónicas sociales en que la urgencia periodística era reemplazada por una profundidad decididamente literaria.
“Elegí pésimo”, ha repetido Donoso al recordar que entró a estudiar Periodismo en 1974, cuando ser reportera en Chile exigía manejar altas dosis de autocensura o bien lanzarse al activismo político. Y aunque durante la dictadura siempre trabajó en revistas de oposición, avanzó por una ruta personal, escribiendo como prácticamente nadie lo estaba haciendo sobre artistas visuales, ciudades, escritores, transexuales, cineastas, pobladores, diseñadores, matarifes, dramaturgos, pobres, psiquiatras, publicistas, sepultureros o periodistas. Es improbable que Claudia Donoso tuviera algún programa muy definido, pero lo que evidencia Perros mojados es su voluntad por levantar velos y mostrar lo que por entonces solía ignorarse. O despreciarse.
Desperdigados en ediciones de APSI de entre 1985 y 1991, el rescate de los artículos de este volumen restituye la prehistoria de la escritura de Donoso: antes de ensamblar fragmentos para su novela Insectario amoroso (2004), en los 80 fue tejiendo escenas casi igual de inquietantes que las de ese libro, en artículos, por ejemplo, como el que relata las desdichas de una pareja que vive arrumada en un colchón en un sitio eriazo del centro de Santiago. Antes de que se publicaran sus libros de entrevistas Enrique Lihn en la cornisa (2019) y La palabra escondida: conversaciones con Stella Díaz Varín (2021), en los 80 pasó horas y hasta días entrevistando a escritores y artistas que, como estos, también ejercían su labor en el borde de lo posible.
La primera parte de Perros mojados incluye dieciséis entrevistas, todas a creadores a los que la periodista acudió cuando sus lenguajes estaban por consolidarse. Todavía, eso sí, permanecían en el subterráneo. “Es poquísimo lo que sobre Eugenio Dittborn se ha escrito en la prensa”, anota Donoso al inicio de una entrevista con el artista, poniendo en práctica ese clásico tic del reportero que informa que está llegando primero. El punto es que ella efectivamente llegaba antes. La nota es de noviembre de 1985, cuando Dittborn tenía cuarenta y dos años, una trayectoria que despegaba en el extranjero y un espacio central en la vanguardia plástica que se conformó en Chile tras el golpe de 1973. Y, sin embargo, su figuración pública era escasísima. Veinte años después iba a ganar el Premio Nacional de Artes Plásticas, pero en ese entonces fue necesario que una periodista como Donoso convenciera a sus editores en APSI para que su voz emergiera desde el pantano.
Fundada en 1976, APSI se convirtió en los 80 en una de las revistas protagónicas de la llamada prensa de oposición. Igual que publicaciones como Cauce, Hoy o Análisis, tenía una clara vocación política, pero entre sus páginas también había un vasto espacio para cubrir el acontecer cultural. Tanto que Claudia Donoso era una periodista de planta que, cuando no estaba tomando notas para sus crónicas sociales, entrevistaba a artistas como Leppe o Dittborn, quienes jamás aparecían en otras revistas y menos en los diarios oficialistas y ni pensarlo en la televisión. Con los años iban a consagrarse hasta convertirse en los referentes de la cultura chilena contemporánea. En esos días, claro, aún estaban sumergidos en los meandros de la noche más oscura.
Esa noche era parte del hábitat natural de la periodista. Marcada por su tío José Donoso, en Claudia latía desde siempre una voluntad literaria, y hacia mediados de los 80 empezaba a trabajar paralelamente con la fotógrafa Paz Errázuriz en el libro La manzana de Adán (1990), que por primera vez en Chile sacaría a los travestis de las catacumbas. Emparejada con Lihn —a quien ha sindicado como “la madre de todos mis corderos”—, se movía por el submundo cultural santiaguino coincidiendo en exposiciones y bares con la vanguardia artística de la época. Era su generación. “Yo solo era una intérprete tal vez calificada de lo que me decían”, contaría años más tarde refiriéndose a sus entrevistados: Gonzalo Díaz, Diamela Eltit, Carlos Leppe, Gregory Cohen, Carlos Flores Delpino, Eugenio Téllez o Cecilia Vicuña. Eso no significaba que hiciera concesiones. “¿Qué te produce el hecho de ser un escritor minoritario?”, le preguntaba al novelista Mauricio Wacquez. Y a la crítica Nelly Richard le lanzaba el dardo más ácido: “Las obras de la ‘escena de avanzada’ incluyen textos teóricos que no han logrado comunicar su propuesta más que a un grupo de iniciados. ¿Para qué usar un lenguaje que parece haber hecho todavía más engorrosa su difusión?”.
Mucho tiempo después, Donoso recordaría que en esos años el periodismo le demandaba un “desgaste terrible”. Grababa demasiado a sus entrevistados, escribía peleando contra la dispersión para llegar a la síntesis y al tono adecuados de las notas. La experiencia creativa tiene sus misterios, pero una de las gracias más evidentes de estos artículos y entrevistas es la seguridad que transmiten. Contundente y fluida, Claudia Donoso resuelve en un par de líneas a sus personajes con una retórica económica que utiliza como un trampolín para hundirse en la profundidad de sus obras: Leppe “acude a un barroco potencial de expresiones y medios para decir lo suyo”; Guillermo Tejeda “es un hombre de naturaleza modesta que dibuja y refunfuña”, y el magnetismo de Diamela Eltit radica en seguir escribiendo tozudamente “en el frigorizado páramo de un país donde lo frecuente es sucumbir a cuarto de camino entre la nada y la cosa ninguna”.
“Hoy día toda la literatura chilena es marginal y yo estaría en los bordes de esos bordes”, le dijo justamente Eltit a Donoso en enero de 1987, fijando la postura desafiante que la ha caracterizado desde entonces. Ahora el contexto es diferente, pero la declaración aún funciona como definición de la estética de la escritora y, sobre todo, como retrato de época. Escasez, deseo reprimido y, también, angustiosa decepción: “Creo que en este momento la tentación de ser lúcido es peligrosa, porque la lucidez está en bancarrota”, le aseguró a la periodista el filósofo Pablo Oyarzún en 1987. “Para salir del encierro de acá, de esto de no saber lo que pasa en ninguna parte y de comer siempre lo mismo, de hacer lo mismo: la cosa carcelaria del tiempo”, respondió Dittborn para explicar por qué sus pinturas postales eran obras de papel que mandaba fuera de Chile por correo. “Somos resultado de una disgregación, de una pulverización de mitos”, dijo Gregory Cohen, que se reconoció adicto al personal stereo.
Pese a que Donoso esquiva la gravedad y los lamentos, la realidad impone su oscuridad. De regreso en Chile en 1987, el pintor Guillermo Núñez cuenta que ha regalado varias obras a la población La Victoria, con la que mantiene una conexión especial: la bala de Carabineros que mató ahí al sacerdote André Jarlan, en 1984, antes atravesó una serie de sus dibujos. Mencionarlo es ser majadero, pero la frontera entre el trabajo de los artistas que entrevista Donoso y las calles que recorre para retratar el país no existe. Cuando Carlos Leppe asegura que se siente protagonista “del baile, de la diferencia, de la indiferencia”, habla desde su lugar escurridizo y fiestero, pero también de un abandono que lo excede. Una precariedad que en la segunda parte de Perros mojados queda expuesta con crudeza.
“Un numeroso sector de la población chilena transita a diario en medio de la inestabilidad y la precariedad materiales, viviendo apenas y a penas”, anota Claudia Donoso como introducción a un artículo que recoge dos testimonios, el de un peoneta de la Vega y el de una cartonera. Son historias de pobreza que tienen su espejo en la historia de los indigentes Mario Rubio y Rosa Narváez. A su vez, ambas se conectan con otras crónicas en que la periodista documentó miserias en varias partes del país: su retrato de la población La Victoria está teñido de valentía, pero cuando visita la zona carbonífera, en la Región del Biobío, se encuentra con un colapso: no hay trabajo, no hay dinero, hay alcohol. “A las doce del día, en la Plaza del Tiuque, en Curanilahue, se juega al tejo. Nadie se fija en los hombres que duermen botados en el suelo por los cuatro costados de ese sector donde se concentran las bodegas de vino”, escribe.
En la ruta de las penurias, Donoso también se da una vuelta por las calles del mercado de Franklin, recolectando voces de improvisados vendedores de parachoques, pósters de desnudos artísticos, zapatos dados de baja, cremas mágicas, planchas de dientes, bidets, lo que sea. “La cesantía disfrazada, como dicen los economistas, y la cesantía a secas se dan cita en Franklin, el gran escenario gran de la corte de los milagros”, apunta la periodista, descubriendo un agujero por el que se llega hasta la zona del carbón y también al Barrio Puerto, en Valparaíso, alguna vez el centro del esplendor bohemio porteño y ya en 1985 el escenario de unas ruinas: “Se acabaron los tiempos gloriosos de las casas de caramba y samba, de los cafiches con zapatos de charol, del American Bar (‘su casa’) y de un puerto con veinte barcos diarios a la gira esperando su turno para allegarse al muelle”.
Todas esas calles son, en la mirada de Donoso, algo más: los contornos del margen de una sociedad. Lo excluido. No es necesario que la represión de la dictadura aparezca mencionada muchas veces —la palabra dictadura está muy poco en este libro— para entender que el mundo que documentó la periodista es el revés de un país que ponía todos sus huevos en el libre mercado, vivía enceguecido con las luces de la televisión y se esperanzaba con la democracia que se vislumbraba en el horizonte. La urgente discusión política ochentera para sacar a Pinochet de La Moneda está fuera del mapa de Donoso. No es el tema: el nombre de Pinochet solo aparece cuatro veces en estas páginas.
El tema de Perros mojados es lo otro. Lo que no está en ninguna parte: los deformes que montan espectáculos en el Paseo Ahumada, los artistas de la vanguardia que usan su cuerpo como soporte, los matarifes que hacen longanizas de perro, los vagabundos que prefieren el neoprén al alcohol, los escritores que huyen del best seller, los comerciantes ambulantes que venden todas las semanas parte de los muebles de su casa. También una locutora de radio como Alodia Corral (“la novia del aire”), un sexólogo encandilado con el erotismo como Osvaldo Quijada, una psicoterapeuta que estudia el cuerpo de las mujeres maltratadas como Francesca Lombardo o una de las primeras transexuales del país como Leslie Santana. Otras voces, otros ámbitos, como diría Truman Capote.
Alguna vez, ya lejos de los años de APSI, Claudia Donoso llegó a decir que lo que ella hacía era “periodismo artístico”. Se arrepintió rápido, quizás era pretencioso. Puede que también fuese impreciso, pero ahí latía la voluntad que movió la mayor parte de su escritura en la revista: convertir esa práctica tan descartable que suele ser el periodismo en materia oscura de la buena literatura.
Junio de 2024
Perros mojados: Textos periodísticos de los años 80 en Chile, Claudia Donoso, Ediciones UDP, 2024, 164 páginas, $21.500.