Pese a que su nombre sigue siendo bastante secreto entre los lectores chilenos, la literatura de Fabre es una de las más excéntricas del panorama francés actual. Narrando las historias de seres comunes y corrientes de clase media, ha plasmado un retrato muy vivo de aquel grupo de parisinos alejados de los centros turísticos, seres que “no eligen sus vidas, hacen lo que pueden, se las arreglan como pueden”. Tres de sus obras están publicadas en Lom Ediciones: La mesera era nueva (2006), Los tipos como yo (2010) y Fotos robadas (2015).
por Galo Ghigliotto I 16 Marzo 2018
Dominique Fabre (París, 1960) ha publicado varias novelas en Francia, pero solo tres han llegado a Chile a través de Lom Ediciones: La mesera era nueva (2006), Los tipos como yo (2010) y Fotos robadas (2015), en coedición con Beatriz Viterbo (Argentina) y Trilce (México). Sin embargo, pese a haber completado 10 años de la publicación de su obra en América Latina, el nombre de Fabre todavía no es familiar para muchos lectores locales. Reconocimiento en su país no le ha faltado: Fantômes recibió el premio Marcel-Pagnol (2001); Fotos robadas el premio Eugène Dabit de novela populista (2014); y su novela Il faudrait s’arracher le coeur el Prix Goncourt de novela breve (2016). ¿A qué se debe que su nombre sea aún difícil de ubicar entre los novelistas franceses de renombre hoy? Quizás porque Fabre se aleja de polémicas y de la farándula que podría ayudar a hacer visible su trabajo; en cambio, apuesta por convertirse en el álbum familiar de una parte más sosegada de la sociedad, la clase media, la que vemos todos los días y conocemos de cerca, pero justamente por eso no llama suficientemente la atención.
Sí, eso ocurre en todas mis novelas. Hay lugares que son lugares fetiches para mí, como la estación San Lázaro, o la periferia parisina del lado de Asnières en Altos de Sena; no estoy satisfecho si la novela no hace un paseíto en estos lugares, que son los lugares de la magia de mi imaginario. Me gusta mucho la idea de hacer caber el mundo en una cáscara de nuez, es decir, en un pequeño lugar geográfico donde todas las historias se crucen. Pero también lo hago porque soy un escritor de la periferia. París y la periferia no son lo mismo, mis historias son del otro lado del Bulevar Periférico. Son libros que además son la novela de una ciudad, de ese pequeño mundo.
El Periférico es el margen, el lugar de las personas que no están en el centro de la ciudad; la gente que se las arregla, que sufre un poco, los que no siempre ganan.
Sí, voy al café, como ahora que estamos en uno. Pero no soy un escritor de café. Siempre en los cafés hay música, tele… es difícil encontrar en París un café donde no pase nada, donde la gente se hable y nada más, donde no haya ruido. En la periferia todavía hay cafés donde no pasa nada, donde es verdaderamente agradable.
Sí, es un café cerca de la Estación Asnières. Ahí hay dos cafés que están enfrentados, Le Cercle y La Rotonde. De hecho es muy curioso, porque cuando el libro apareció en Francia se habló mucho de él y del café Cercle, así que el dueño compró un montón de ejemplares. Cuando lo leyó dijo “¿y quién es este tipo? ¡Ni siquiera cuenta que cambié toda la decoración!”. Otra cosa fue que mucha gente me decía: “Yo conozco a este garzón, usaste el de tal café”. Y yo decía “sí, sí”, a todos. Un día, más o menos seis meses después de que el libro apareció, entré a un café y cuando vi al garzón me dije: “¡Este sí es el protagonista de mi novela!”. Es curioso: no son los personajes y la vida que entran en los libros, son los libros y sus personajes los que van hacia la vida.
No verdaderamente. Los personajes de mis libros no son marginales en el sentido de ser yonquis que viven en una casa rodante. Son marginales en tanto viven al margen, a la orilla del camino. En Francia cuando dices “marginal” es casi una reivindicación política. Acá son marginales pero no quieren serlo, les gustaría mucho ser gente instalada en la vida, salvo que la vida no les ha dado esta oportunidad. Pero marginal en el sentido algo excesivo y publicitario, no. Hablo de personas que están al margen, que no son parte del grupo dominante. Yo soy de una generación donde la gente se pinchaba mucho con heroína, eran los marginales, pero no lo querían; los marginales que represento son aquellos que están alejados del movimiento general. Ellos no eligen sus vidas, hacen lo que pueden, se las arreglan como pueden y muchas veces no lo logran.
Sí, me siento “un tipo como yo”. Creo que hay una fuerte identidad en el mundo entero, de mucha gente, y quizás también en Chile, de lo que sentimos, de lo que esperamos, de que hemos perdido, o nos hemos arrepentido, que crea una identidad del tipo “¿qué es ser un hombre?”. El escritor puede escribir esta suerte de humanidad colectiva, que no siempre se trasluce en la vida cotidiana. Y a la vez, “los tipos como yo” es una expresión de la gente de la periferia, donde dicen “tipos como yo”, “nosotros somos así”, porque mucha gente de los barrios populares habla de “nosotros”.
Exactamente. Son los nombres de no importa quién, de gente que no existe. Bueno, en realidad todos existen, y son muy numerosos, pero es como si no existieran. Mi ambición de escritor, entre comillas, es sumergirme completamente en los personajes, dejar de existir, estar solamente “entre” ellos y no “por encima”. En francés decimos “Juan, Pedro, José”, es decir, quien sea. Y si tomo un personaje árabe, lo voy a llamar Ahmed, porque todo el mundo se llama Ahmed. No quiero cosas muy particulares, busco que mis personajes sean todo el mundo, cualquiera y ninguno al mismo tiempo.
Bueno, motoneta no tengo, porque todavía vivo con mi hijo y sé que me la va a sacar, y me asusta la idea de que se rompa el cuello. La foto me encanta… y sobre Internet, alguna vez escuché hablar de eso, pero no sé mucho más al respecto.
No. De hecho, me he dado cuenta que quienes mejor entienden mis libros son gente de fuera. Tuve esta impresión en Chile y la tuve también en Estados Unidos. Los parisinos en cambio es un público difícil. No, no tengo esta impresión, pero quizás no sea el autor quien decide al final. En Chile me pasó que me sentí muy comprendido, y eso me sorprendió mucho. Tuve la impresión de haber sido mejor leído afuera que aquí en Francia.
Claro, porque existe una imagen del París ideal, del París que hace parte de nuestra historia, en el que están Saint Germain de Pres, Jean Paul Sartre, Jean-Luc Godard, la nouvelle vague, Simone de Beauvoir, etc. Tengo la impresión de que este imaginario todavía es muy fuerte en el extranjero, pero además hay todo otro mundo en la periferia.
Claro, Perec. Me gusta mucho lo que escribió, pero tiene muchas referencias culturales que no son las mías. Yo no me extasié con las mismas cosas. Nunca tomé muy seriamente la vida material, no busqué como escritor salir en la tele o seducir. No soy de ese mundo, sencillamente.
Busco inventar una lengua propia, es decir, intento hacer que esa lengua sea lo más cercana a lo que quiero escuchar… es algo muy de oreja. No me gusta si hay demasiados adjetivos, o frases rimbombantes. Me gusta mucho cuando es un poco arte povera. Lo que me da mucho placer es cuando la gente te dice “leí tres líneas y supe que eras tú”, porque me parece que lo correcto es escribir en la lengua propia, en la lengua que nos hemos inventado con el tiempo.
Sí, no recuerdo cuándo me lo pidieron, pero lo que quería decir es que espero que la humanidad aparezca en los libros, que cuando leas te encuentres a ti mismo, que al leer la historia te encuentres también ahí, sientas tu propia vida. No me gusta cuando se trata simplemente de storytelling, como en el cine. Me gusta cuando es un poco más introspectivo.
Sí, porque justamente lo que a mí me gusta leer es el tiempo. Me gusta mucho la idea de que ocurran muchas cosas en una novela y nada a la vez. A veces la gente me dice: “En tus libros no pasa nada”; y yo les digo: “Sí, no pasa nada, pero en sus vidas tampoco pasa nada”. No creo que la historia deba ser un inicio, un medio y un final; para mí tiene que ser sin inicio, sin medio, y sin fin, hasta el verdadero final, donde ya no se puede hablar. Por eso hago personajes que son dos o tres años mayores que yo, para darme coraje y decirme: “Sí, me va a pasar esto”. El personaje conoce a alguien, por ejemplo, y yo me digo: “Divertido, eso me va a pasar”.
Me gusta cuando las historias expresan nuestra fragilidad como seres humanos. Hay una forma de contar historias que pueden ser magníficas, el conflicto y el final, pero eso es una mentira. Una mentira hermosa, pero lo que yo quiero hacer, lo que me interesa, es la fragilidad y también el lado un poco loco de nuestras vidas.
En Los tipos como yo el protagonista conoce a una mujer que está enferma. Podemos decidir como lectores que ella va a sobrevivir, podemos también decidir que morirá. Pero sí, imagino que la realidad francesa es bien diferente a la chilena. En América Latina, en Chile, hasta hace poco según dicen, los escritores podían meterse en problemas con el poder. En Francia, lo único que te puede pasar es que nadie te lea, que los editores te rechacen, la indiferencia. Creo que hay países, en América Latina, donde la literatura ha sido un riesgo durante mucho más tiempo que aquí. Los escritores franceses están mucho menos politizados que antes, mucho menos.
Hay 10 millones de pobres en Francia, mucho desempleo… y si bien es cierto hay un RSA (pensión de subsistencia estatal) de 540 euros, con eso no llegas a fin de mes. En París, ves a mucha gente buscando productos vencidos en los basureros de los supermercados. Hay todo un discurso de “proteger el sistema francés”, pero a muchos no les alcanza. Es cierto que algunos ahora pretenden privatizar la seguridad social, la educación, parecerse a Chile en ese sentido, pero no sé qué va a pasar. No diría que son problemas burgueses, tienes el RSA pero igual vives en la miseria…
Sí, pero él es orgulloso. Y ha sido traicionado. Él tiene su orgullo, prefiere morirse de hambre… O quizás va a cambiar de opinión en seis meses, es decir “cuando toque fondo”.
En Francia, durante mucho tiempo, se ha dicho que “las clases sociales no existen”. Y siempre están llevando sociólogos chascones a la tele para explicarlo. Pero yo sí creo que existe, por supuesto, pero es una lucha de clases latente, escondida, que tiene momentos de eclosión. Se da en el mundo obrero cuando se cierra una fábrica. El personaje del garzón, por ejemplo, es un proletario, en realidad él no tiene nada. Y lo que cree tener, no le pertenece realmente. Pero no lo expreso de una forma intelectual, intento hacerlo sentir. Creo que la lucha de clases existe incluso en el mundo de la literatura, entre escritores. Hay escritores que son de la burguesía y otros que no. Es algo muy fuerte. Pero si uno lo dice, es mal visto. Dirán que son celos, envidia, etc.
Yo era muy pobre. Vivía en una buhardilla con baño compartido. Tuve que dejar la foto porque un día me asaltaron, me robaron la cámara. No tenía para comprarme otra, así que la dejé. Entonces empecé a enviar manuscritos por correo. A los 28 años conocí a mi mujer. Busqué empleo, empecé a trabajar en la construcción, empecé a tener responsabilidades. Y un día, mi primera novela fue aceptada. Fue muy bueno que me sucediera en ese momento, porque ya llevaba muchos manuscritos rechazados. Había empezado a decirme: “Nadie quiere lo que escribo, ¿qué voy hacer de mi vida?”. Era deprimente. Y fui muy feliz cuando pude publicar, aunque fuese un poco tarde. De haber ocurrido antes mi vida hubiese sido más fácil.
Esa idea de que las historias se encuentran allá afuera, me sorprende. Y pienso que existe una gran tradición de literatura latinoamericana, o coreana o india, de la cual no necesariamente conocemos todo, porque en Francia el 90% de lo que se traduce viene del inglés. Me parece una lástima esa visión de que “el mundo es estrecho”. A mí lo que me gusta es cuando el mundo se vuelve raro, curioso. No me gustan los discursos de esos escritores que empiezan a escribir sobre esos temas cuando descubren a los boat-peoples, a esos sirios que se suben a un bote que se hunde y termina convirtiendo el Mediterráneo en una fosa común. A veces en Facebook leo discusiones entre escritores sobre casos así, y trato de adivinar quién se interesará primero en escribirlo. Me parece patético.
Tengo un libro, una historia de amor… no recuerdo bien el nombre del autor. Es una historia de amor escrita por un chileno, una novela muy corta, magnífica. No era más que una historia de amor, pero tú podías comprender el mundo alrededor. A mí me gusta eso, cuando el tema se trata en forma indirecta. No me gustan los discursos inflamados. En Francia es como si mucha gente buscara una suerte de estatus por defender a los oprimidos del mundo entero, algo que me parece propio de burgueses que andan pidiendo plata para pagarse un pasaje de avión para África. Pero pasa en todos lados. Una vez, estaba en Nebraska, en una universidad, presentando La mesera era nueva. Un estudiante camerunés me dijo “usted habla del “negro Banania”… ¿es racista?”. Le dije que no, porque cualquiera que haya vivido en Francia conoce al “negro Banania” (un personaje de una marca de cacao). Por la tarde, frente a 300 personas, una mujer me hace la misma pregunta. Era una mujer de Ruanda, una jefa de departamento que había estado presente en la charla de la mañana. Así que me molesté un poco y le dije: “Usted ya sabe la respuesta”. Ella me respondió: “Si usted quiere podemos invitarlo en julio o agosto a Ruanda, donde habrá una gran reunión de escritores por la reconciliación de hutus y tutsis (las dos grandes etnias de ese país)”. Y yo le dije: “No tengo nada que hacer donde los ruandeses; creo que ese no es trabajo de escritores, sino de políticos. Los escritores son completamente inútiles a la hora de arreglar las cosas”. Pero ella insistía en que si quería podía tener un pasaje de avión.
Hay uno que se llama Ma vie de Edgar. Fui un niño criado por nodriza desde los tres hasta los 12 años, no tuve papá y apenas conocí a mi madre. En este libro hablé sobre la nodriza, de mi vida con ella. Se parece mucho a mi vida, solo que el lenguaje es el de un niño un poco tonto. Se habló mucho de este libro, entre ellos una psicóloga infantil muy conocida en Francia, quien dijo que esta novela era un muy buen ejemplo del autismo. Me sentí halagado, orgulloso de que ella hablara de mi libro, pero al mismo tiempo me molestó que dijera que era un buen ejemplo del niño autista, me ofendí. Todavía este libro aparece muchas veces en la bibliografía de estudiantes de psicología.
Bueno, es la historia de un niño muy orejón, por lo que escucha todo lo que dicen los adultos. Como todos los niños, uno trata de ocultarles algo, pero lo adivinan. Este niño escucha, con sus grandes orejas, todo lo que los adultos le esconden. Esa es mi novela más autobiográfica.