El escritor guatemalteco habla de Tarántula, Premio Médicis a la mejor novela extranjera 2024, donde Eduardo, de 13 años, regresa a su país natal para asistir a un campamento de niños judíos. El autor, que hoy reside en Alemania, se refiere a cómo es trabajar con los límites de su biografía, relee a Kafka y a Bolaño, y confiesa que le incomodan las opiniones políticas: “Como judío seré apaleado”, y agrega: “Lo que hoy estamos viendo de Israel con respecto al pueblo palestino, es de una incomprensión y de una intolerancia brutales”.
por Javier García Bustos I 21 Marzo 2025
“Se prohíbe la entrada a perros y judíos”, decía el cartel que leyó desconcertado un niño en la entrada de un club de golf, en la capital de Guatemala. Una frase que lo marcó para siempre. Ese chico llamado Eduardo es el protagonista de Tarántula, el elogiado nuevo libro del escritor Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971), que obtuvo el Premio Médicis a la mejor novela extranjera 2024, y que ahora llega publicada por Libros del Asteroide.
Ese chico, con una biografía muy parecida a la del escritor guatemalteco, estaba junto a su hermano y su padre, y recién aprendía a leer. Del cartel especula: “Tal vez nunca lo vi una mañana de domingo con mi padre y mi hermano y solo conservo la imagen de aquel rótulo creada en mi imaginación a partir de la voz de mi padre. Tal vez fue mi padre el que me lo contó y describió, y quien lo dejó metido en la bóveda secreta y profunda de mi memoria”, dice ya adulto Eduardo en Tarántula, quien recorre los laberintos del pasado y la identidad.
A los 10 años ese niño huyó junto a su familia del caos político y del conflicto armado de Guatemala, a Estados Unidos. Hasta que el padre decidió enviar a Eduardo, a los 13 años, junto a su hermano de 12, a fines de 1984, a un particular campamento al país natal. El programa estaba diseñado para fomentar “el sentirse un judío entre judíos”, leemos en Tarántula, donde Samuel Blum es el severo instructor a cargo del campamento que realiza, entre otras labores, las actividades de adoctrinamiento.
“Para mí la infancia es fundamental en lo que escribo”, cuenta Eduardo Halfon desde Berlín, Alemania, donde reside hace cinco años. Halfon, Premio Nacional de Literatura 2018 de su país, descendiente de un sobreviviente de los campos de concentración nazis, criado en la convulsionada Guatemala, exiliado junto con su familia en Estados Unidos, ha construido una sólida obra donde los ecos de su vida personal y familiar aparecen ficcionados en libros como El boxeador polaco, Monasterio y Biblioteca bizarra, cuya edición chilena apareció por el sello Saposcat. Sobre su nuevo libro, el diario francés Le Monde señaló: “Extranjero eterno, el escritor nacido en Guatemala continúa su autobiografía verdadera-falsa en Tarántula”.
¿Te interesa indagar en archivos cuando preparas un libro o solo apelas a los recuerdos, propios y ajenos?
Todo libro comienza con algo muy íntimo, muy vivencial y visceral. Pero en algunos casos sí tengo que usar archivos. En Tarántula no es el caso, ya que es una creación de vivencias y personajes, aunque sí tiene algo de investigación, en algunos momentos del libro. Para crear al personaje de Samuel tuve que estudiar un poco de dónde podía surgir. Pero hay otros libros, como Canción, donde sí tuve que indagar mucho en archivos. Allí cuento la historia del secuestro de mi abuelo (un comerciante judío y libanés) por parte de la guerrilla, en la Guatemala de 1967. Para volver a ese momento histórico recurrí a mucha documentación. No porque sea un libro de historia, sino para darle verosimilitud a lo que estaba recreando.
En una entrevista dijiste que siendo niño te sentiste “muy desubicado” de la lengua, de las creencias… ¿Cómo fue eso? En Tarántula escribes “Para un niño, empezar a deshacer el mundo heredado es uno de los pequeños pasos paulatinos hacia construir uno propio”.
En esa “desubicación” tiene mucho que ver la literatura. Yo nunca fui lector. No entendía para qué los libros. Fui un niño muy de matemáticas y deportes, y estudié ingeniería. Por otra parte, nosotros huimos de Guatemala, en 1981, el día de mi décimo cumpleaños. Entonces yo crecí en Estados Unidos e inmediatamente solté el español. Fue un asunto orgánico y de sobrevivencia. Si quería sobrevivir en mi nuevo ambiente y con mis amigos, pues tenía que hablar como ellos. Y el inglés se volvió mi lengua. Casi perdí el español. Y cuando vuelvo a Guatemala comenzó esa etapa de “desubicación”. No me sentía ubicado, en el país, en el lenguaje, en mi profesión (la ingeniería era la profesión de mi padre, no la mía) y ese sentimiento de frustración completo, emocional y existencial, va empeorando. Y cuatro o cinco años después, muy frustrado, ingreso a la universidad, tratando de comprender esta angustia. Me inscribo en filosofía, pero en Guatemala, la carrera es letras y filosofía. Y me enamoré inmediatamente. El flechazo con la literatura sucedió ahí, sobre todo con el cuento, con la narrativa breve y la ficción. Ahí empieza mi proceso de ubicación.
¿Cómo ha sido trabajar con parte de tu biografía, con tu propio “yo”, de cierta manera desfigurado por la memoria y la literatura? ¿Cómo te llevas con ese Eduardo Halfon de los libros?
Es un yo muy particular. En mis primeros libros es “más flojo”. En Saturno se parece a mí, pero no tiene mi nombre. Es en El boxeador polaco, en 2008, donde nace esta voz que se despliega en Tarántula. Pero no soy yo. Él tiene su propia voz. Tiene un temperamento que no es el mío. Él fuma muchísimo. Yo no fumo. Pero le doy mi nombre. Le presto mi biografía para que él nos cuente la suya. No es autobiografía, es ficción lo que escribo, pero en un escenario cuyo telón de fondo es mi vida. Lo que a él le ocurre son sus historias, es su identidad la que se está forjando a través de los libros. Pensé que él finalizaba su tarea en El boxeador polaco, pero de pronto uno de esos cuentos se convierte en el capítulo de La pirueta, y así nace otro libro. Luego aparece en Monasterio, Señor Hoffman, en Duelo y en Canción y ahora Tarántula. Son libros que se hablan y complementan. Finalmente, es un solo libro el que estoy escribiendo y publicando por entregas.
En Tarántula escribes que el campamento fue realizado para fomentar el “sentirse un judío entre judíos”. ¿Son los extremismos los que entorpecen una mejor comprensión de la diversidad humana?
Cualquier extremismo, incluyendo el sionismo y, especialmente, el sionismo como lo estamos viendo ahora con el actual gobierno israelí, es parte del problema. El problema, creo, es el actual gobierno israelí, no es el sionismo, que en sí es una teoría, una idea que, llevada al extremo violento, que hoy estamos viendo de Israel con respecto al pueblo palestino, es de una incomprensión y de una intolerancia brutales. Cualquier extremismo es parte del problema. La verdad es que me incomodan las opiniones políticas, porque diga lo que diga, un judío será apaleado.
Judith Butler escribe en su ensayo “¿A quién le pertenece Kafka?” que el autor de La metamorfosis podría “ser instrumentalizado para superar la pérdida de reputación que ha sufrido Israel por virtud de su permanente ocupación ilegal de tierras palestinas”. ¿Qué opinas?
¡Por estos días estoy releyendo mucho a Kafka! Especialmente sus diarios y sus cartas. La figura de Kafka es enorme e inagotable. Cada vez descubro nuevas facetas suyas. Ahora mismo, acá en Berlín, hay una exposición de sus manuscritos y dibujos. Sabes que recientemente descubrí que uno de los libros favoritos de Kafka era una novela corta titulada Michael Kohlhaas, de Heinrich von Kleist, que se suicidó acá muy cerca, a unas cuadras de mi casa, él y su amante. Kafka le dice, en una carta, a Felice Bauer, que esta novela la leyó más de 10 veces. En vida, Kafka solo dio dos lecturas públicas. Y en una lee fragmentos de esta novela. Todo esto para decirte que ¡Kafka sigue creciendo! Y por supuesto que va a ser politizado y por muchos lados. Algo que yo creo él hubiese detestado y que yo detestaría. Sabes que evito participar en el discurso porque no quiero ser politizado. Lo que tengo que decir lo digo en mis libros. Todo está ahí.
Lo has contado en tus entrevistas y desarrollado en títulos como Biblioteca bizarra: “Nunca leí libros. Nunca me gustaron” hasta que te convertiste en un “junkie de la literatura”. ¿Cómo es hoy tu relación con la lectura? ¿Tienes autores o libros de cabecera a los que regresas, citas y relees?
Primero descubrí la literatura, y solo quería leer como un adicto. Luego está el lector artesano. ¿Cómo se hace esto? ¿Cómo hizo Hemingway para escribir un cuento tan bueno? Después está el lector cascarrabias, impaciente, que ya no tolera una prosa descuidada. Y siento que ahora hay una cuarta etapa: el relector. Cada vez releo más. Esos libros que llevo conmigo por el mundo. Esos autores que me marcaron y siguen marcando. Los primeros son los cuentistas norteamericanos, Hemingway, Carver, Cheever. Y leo en inglés. Prefiero leer en inglés. Cuando escribo en español, estoy pensando en inglés, es muy extraño esto. Vuelvo siempre a los cuentos de Chéjov; a Joseph Roth, especialmente sus novelas cortas, El leviatán y La leyenda del santo bebedor. Y Roberto Bolaño, quien fue fundamental. Cuando yo estaba ingresando a la puerta de la literatura, por el 2000, Bolaño se estaba convirtiendo en Bolaño. Para mí fue muy impactante leer esa Latinoamérica cosmopolita, pero sucia, no la del Boom, y eso me cautivó. Y lo sigo releyendo, sus cuentos, novelas cortas y Los detectives salvajes.
¿Cómo ves el actual panorama de la narrativa centroamericana? Por acá tenemos noticias de tus libros, los de Rodrigo Rey Rosa y Horacio Castellanos Moya. ¿A qué autores deberíamos ponerle atención?
Llevo cinco años en Berlín, y desde el 2007 lejos, o sea, casi 20 años de vivir, primero en España, Estados Unidos, Francia y ahora en Alemania, y cada país de Centroamérica es un mundo y son mundos muy poco comunicados. Lo que está pasando en Guatemala no se sabe en Honduras. Lo que está pasando en Nicaragua no se sabe en Costa Rica. No existe esa unión centroamericana. Y para enterarte de cada mundo debes estar ahí. Pero yo ya no estoy en Guatemala. Leo lo que sale cuando algo llega a España. Leo y, a veces, releo.
Fotografía: Rosa Cruz.
Tarántula, Eduardo Halfon, Libros del Asteroide, 2024. 184 páginas, $28.500.
por Javier García Bustos