El cartero de la casa verde

Con el paso de los años José Donoso se ha ido revelando como un lector y ensayista extraordinario. Pero Mario Vargas Llosa fue uno de los primeros en descubrirlo, después de que recibiera una carta-crítica-ensayo en la que el narrador chileno le cuenta su fascinación por La casa verde. Los comentarios a la estructura de la novela y las relaciones entre elementos cuyo sentido simbólico solo Donoso percibió, son algunos de los puntos altos que se aprecian en este intercambio epistolar.

por Cecilia García-Huidobro Mac Auliffe I 7 Marzo 2023

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Es sabido que, para todo escritor, la segunda novela es la más difícil. La libertad creativa empieza a estar condicionada por una voz, su propia voz, que será la medida para comparar cada nuevo relato.

Una cuestión que tiene que haber sido particularmente abrumadora para Mario Vargas Llosa después de la ruidosa notoriedad de La ciudad y los perros. Hace seis décadas, un joven peruano de 26 años irrumpió en la escena literaria con esta novela que obtuvo el premio Seix Barral, aunque la censura franquista permitió su publicación recién en 1963. La reacción de la crítica y los lectores fue inmediata: éxito de ventas y reseñas por doquier. En tanto en Perú, el gobierno militar ordenó quemar ejemplares argumentando traición a la patria; lo que, como era de suponer, se constituyó en un halago aún mayor al brindado por los principales críticos.

En Chile uno de los primeros comentarios sobre La ciudad y los perros lo escribió José Donoso en la revista Ercilla. Impactado por esta nueva narrativa, asegura que “el lector sale del libro —‘sale’ porque en pocos libros se ‘mete’ tanto— con la conciencia de haber compartido con el autor una experiencia moral, intelectual y estética”. Su entusiasmo por esta “excepcional” novela chocaba con la realidad: la propia crónica afirma que era imposible encontrarla en librerías, asegurando que había solo dos ejemplares en el país. Luego, en Historia personal del Boom, Donoso contaría que las novedades de jóvenes autores circulaban de mano en mano y de boca en boca, y que al país llegaban por intermedio de “chasquis”, un verdadero tráfico de libros, un completo contrabando literario.

Con todo, Vargas Llosa no es hombre que se intimide con facilidad, lo sabemos. Pronto emprendió un nuevo proyecto narrativo, La casa verde, publicada a fines de 1966. Y si los libros no circulaban, aún menos lo hacían los autores, razón por la cual Donoso y Vargas Llosa nunca se habían encontrado cuando este último editó su segunda novela. Después, claro, compartirán fines de semana, comilonas, navidades, cumpleaños infantiles, fiestas, viajes… Pero en 1967 Vargas Llosa vive en Londres y Donoso y su esposa María Pilar han dejado Iowa con la intención de asentarse en Portugal. Un país tranquilo y barato. Viajan desde Nueva York a Lisboa en un barco de carga por 200 dólares cada uno, en busca de la tierra prometida donde concluir El obsceno pájaro de la noche. Pero todo sale mal: no encuentran dónde vivir, la úlcera corroe al escritor y, por supuesto, la novela se empantana. Un Donoso desesperado se refugia en la lectura de La casa verde. Un Donoso lúcido le escribirá luego sus comentarios a Mario Vargas Llosa. Este es el intercambio epistolar:

No sé cómo, ni por dónde comenzar a hablar de lo que siento sobre el libro, son tantas cosas. Y a fuerza de querer ser muy inteligente uno puede quedarse en la superficie —pero tal vez sea esta palabra, superficie, la que me sirva de trampolín para comenzar a divagar sobre tu libro. Lo primero que me llama la atención en él es, justamente, cómo lo has trabajado entero en ‘superficies’; no en una superficie, sino que en pedazos de superficies, que trozas y destrozas, que armas y desarmas y vuelves a armar con una destreza admirable.

Venda do Pinheiro, julio 19, 1967

Querido Mario:

Tenía muchas ganas de escribirte esta carta. Pero en Estados Unidos agarré LA CASA VERDE varias veces, la comencé, no pude con ella por razones personales, no había tiempo ni tranquilidad, le escribí a Elsa Arana que parecía que no me iba a gustar, que no creía que la leería. Pero he aquí que, instalado en este limbo que es Portugal y convaleciendo de un fuerte ataque de úlcera, agarré de nuevo LA CASA VERDE, no la pude soltar y la leí en dos días y la leí de nuevo. Estoy completamente entusiasmado, asombrado, deleitado y ha sido una experiencia maravillosa leerla y gozarla. Me imagino que habrás recibido innumerables fan letters de esta especie, pero quiero que la mía te llegue con especial fuerza, con especial entusiasmo.

No sé cómo, ni por dónde comenzar a hablar de lo que siento sobre el libro, son tantas cosas. Y a fuerza de querer ser muy inteligente uno puede quedarse en la superficie —pero tal vez sea esta palabra, superficie, la que me sirva de trampolín para comenzar a divagar sobre tu libro. Lo primero que me llama la atención en él es, justamente, cómo lo has trabajado entero en “superficies”; no en una superficie, sino que en pedazos de superficies, que trozas y destrozas, que armas y desarmas y vuelves a armar con una destreza admirable: uno piensa, inmediatamente, en la técnica de los mosaicos: este trocito de este color, más este trocito de este tono un poco menos oscuro, más este tono contrastante, logran finalmente dar una superficie gigantesca, enorme, como la de tu novela, sin jamás abandonar la ilusión de la superficie. Tú no nos das el interior de tus personajes, ni el significado de la vida en la selva, ni psicologías, ni teorías —solo presentas las superficies que tienen que sugerir todo lo que va debajo, todo lo que va adentro sin jamás decirlo: la superficie de tu novela, entonces, tiene para mí la curiosa cualidad de que es algo que abre hacia el interior, hacia el significado, no algo que lo encierra ni lo cubre. Fuera de esto, los cortes, las interrupciones, transforman de nuevo el fluir de la novela no en algo cinematográfico, sino que más bien en una serie de slides muy bien compuesta, cada slide dándole mayor significación a los slides que vinieron antes. Otra palabra de la que me puedo aferrar para hablar de tu novela: fluir. Es curioso como la presencia de tanto río, de tanta agua, hace que la idea del fluir, del transcurso y del viaje sea tan central a la obra —y que según creo, esta idea, te ha servido para darle una estructura interior tan curiosa a tu novela, de nacimiento y llegada, y que en el nacimiento y en la llegada surjan tan curiosas simetrías. Me parece que el personaje “fluyente”, el que va de una parte a otra, es Bonifacia, y en ella se apoya el símbolo y la mecánica de tu novela. Comienza salvaje en la selva (Green Mansions, acuérdate, casa verde natural), es civilizada por la región, etc., es sirvienta, se casa, hace un largo viaje que significa “progreso”, y termina en otra selva, en otra “casa verde”. Comienza, pagana, con monjitas en una casa blanca, la Regencia creo que la llamas, en medio de la Casa Verde de la selva; termina con el Padre Garopia, al borde de un río seco, en otra Casa Verde en medio de un desierto blanco. Curioso como recobras la esencia de la selva en Piura: el arpa verde. Como unes arte, sexo, amor, muerte, vida, fidelidad, todo en esa arpa verde —me pregunto si no es el símbolo, esta arpa, del valor máximo que presentas en la CASA VERDE: la canción, la gesta, el mito, el poder contarlo, cantarlo —es decir, la novela misma. Desde luego, emocionalmente, durante toda la obra —y me parece que esta es la falla, si es que puede llamarse falla— estás tremendamente comprometido con Don Anselmo. Eres tú, desde el momento en que llega hasta el momento en que muere —es tu héroe, y por lo tanto, tú, y emocionalmente, líricamente, se te nota. Hablas de él y el lenguaje te cambia. Todo lo demás, todo el resto de la novela, está trabajado con una espacie de desapego casi periodístico, es decir, te interesan tus personajes, pero, eres capaz de hacer con ellos lo que quieres, es decir, maniobrarlos, mientras que a don Anselmo no lo maniobras jamás, él te maniobra a ti, te lleva de la nariz. Y tal vez porque don Anselmo sea un personaje emotivamente tan rico, los demás personajes, especialmente los del río, Fushía, Aquilino, Nieves, tienen para mí, menos fuerza. Existen demasiado en lo que hacen, en lo que dicen, no debajo de lo que dicen, detrás de lo que hacen. Uno no adivina nada en ellos porque espera que tú lo cuentes, mientras que en Anselmo uno está continuamente adivinando porque lleva una carga emocional que hace que uno se quiera anticipar a la acción, a los hechos. Entonces, existe una arritmia emocional, para mí, entre Anselmo y los demás personajes. Te repito, Bonifacia y sus extraordinarias reencarnaciones, salvaje, consentida de las monjas, sirvienta de Lalita, Mrs. Lituma, habitanta, me parece magistral, y la técnica proustiana de las no transiciones sino de las reencarnaciones (como las de Odette en la dama de rosa, Miss Sacripant, Idette, Mme. Swann, Comtesse de Forchville) me parece ejemplarmente utilizada, y como estas reencarnaciones hacen que la novela transcurra, y uno piensa que ella está al centro de las cosas buenas, de las cosas buenas y terribles como todo lo que tiene verde: sus ojos, la selva, la Casa Verde, el Arpa, etc. ¿Es idea mía, o todo esto transcurre cerca —cést una facom de parler— de donde transcurre la acción de Green Mansions de Hudson? Y Piura es seco, y Anselmo trae arpa y selva y verde a Piura. Una cosa que me interesa es esta idea del río, de camino, de transcurso. No sé si me equivoque, pero me parece que has hecho algo muy inteligente: usar, en el fondo, la estructura lineal de la novela clásica (pienso en Smollett, por ende en el Quijote y en tus novelas de caballería que tan poco conozco), la idea del viaje (Fielding, etc.), con la que juegas constantemente: y esta estructura clásica lineal simbolizada en río-camino-viaje, la has cortado, deshecho, desarmado, reordenado, de modo que no resulte novela-viaje clásica y sea, siempre, novela-viaje. El ir y venir de Fushía, de Aquilino, de Nieves por esa maraña de ríos que los tienen prisioneros y que los matan, porque van y vienen, van y vienen y no salen, son como el remedo del viaje clásico, lineal, en busca de fortuna —ellos buscan fortuna en círculo, en maraña. Bonifacia, sí, hace un viaje, y es lineal, pero es de una casa verde a otra casa verde— en la otra casa verde, la de Piura, por lo menos hay un arpa que es del color de sus ojos. Es curioso, me gusta más la estructura, la idea, las formas abstractas que logras en tu novela (y claro, algunos personajes como Anselmo y Bonifacia) que la mayoría de los personajes como personajes que siento, muchas veces, inacabados o ineficaces. Pero las formas que logras, y lo que expresan esas formas, esas simetrías —y podría seguir hablándote horas de horas de ellas con el libro en la mano— me parece sencillamente magistral y todavía estoy boquiabierto. Me parece interesante también lo que has hecho con el tiempo —y aquí también es importante Bonifacia: hay un tiempo circular de viajes y leyendas (selva y ríos), de construcciones y destrucciones y leyendas (casa verde y casas verdes en Piura) —estos tiempos son míticos, vidas míticas que no comienzan en ninguna parte, también como los ríos que comienzan donde pescas. Donde comienzas a vivirlos. Y luego, estos tiempos míticos y vidas míticas que se repiten en las leyendas conradianas contadas por los Marlowes criollos de los ríos americanos, que pueden ser verdad o mentira, que no tienen hilación temporal, todos estos tiempos se resuelven en el tiempo absoluto, ordenado, en secuencia, de la vida de Bonifacia, y la vida mítico-real (porque participa en las dos fases) de don Anselmo: en estos dos encontramos línea clara, secuencia. En las demás vidas, en Lituma, en Lalita, en Fushía, etc., encontramos retazos: solo, y este es el toque magistral, que de todos cuentas el final, y cuentas el final al final del libro, como colofón, como se hacía en las novelas de antes: recoges todos los hilos en un manojo, y como en las novelas victorianas, cuentas qué les pasó. Esto —en contraposición al no comienzo de los personajes ríos, al tiempo destriculado [sic], da al final del libro una fuerza y una energía enormes.

Podría seguir hablándote interminablemente —con o sin razón, y podríamos discutir, lo que mucho me gustaría. ¿Pero cuándo te conoceré, cuándo estaremos juntos? En fin, este año en Europa, quizás, nos reunirá en alguna parte. Te he de confesar que la entrevista de Elena Poniatowska me había hecho cobrarte un sí es no es de distancia —parecías tan olímpico, tan perfecto, tan sin fallas, tan inconmovible, tan sin mancha de ninguna especie, tan dueño de ti mismo, que me dabas miedo, y ganas de hacerte una zancadilla para que te quebraras la nariz. Pero después de leerte, especialmente LA CASA VERDE, no siento nada de eso, creo por lo menos; y siento el gusto y la admiración por una obra que me parece riquísima, complejísima, muy ambiciosa —y por otro lado con fallas y debilidades que existen, pero que la riqueza misma de la obra, su vitalidad misma, se las devora. Esta falla, la central, me parece, es como una inhabilidad o una aversión a identificar ciertas partes tuyas con ciertos personajes, un control que muchas veces impide un lirismo, un abandono, una exageración cuando debía haberla —hay, en partes, y en algunos casos, una no entrega a los personajes. Pero no importa. Hay una entrega a las formas, a las estructuras, a las simetrías, que hace que aquí, esa entrega a los personajes no haga falta. Para otra vez será —si es que así lo quieres.

Te dejo. Te he lateado bastante. Si tienes un hoyito de tiempo, escríbeme, rebáteme, peléame. Estaremos aquí hasta Sept. 1ero.

Felicitaciones y un gran abrazo de

José Donoso

Tu carta me ha conmovido profundamente y la voy a conservar como la crítica más inteligente y generosa que he recibido jamás por lo que he escrito. Me alegró muchísimo, por supuesto, que mi libro te hubiera gustado —porque nada puede ser tan formidable y emocionante para un escritor recibir un elogio de otro escritor a quien admira—, pero sobre todo me impresionó el análisis tan rico, tan lúcido, tan revelador para mí mismo, que haces del libro.

Londres 25 de julio de 1967

Querido Pepe:

Tu carta me ha conmovido profundamente y la voy a conservar como la crítica más inteligente y generosa que he recibido jamás por lo que he escrito. Me alegró muchísimo, por supuesto, que mi libro te hubiera gustado —porque nada puede ser tan formidable y emocionante para un escritor recibir un elogio de otro escritor a quien admira—, pero sobre todo me impresionó el análisis tan rico, tan lúcido, tan revelador para mí mismo, que haces del libro. Yo había oído ya que eras un crítico tan excelente como novelista, pero por desgracia no había tenido ocasión casi de leer tus ensayos; ahora no me cabe duda de que es así. Imagínate que nadie había visto en mi libro el valor simbólico de ciertos elementos —como el color verde, el arpa, etc.—, y yo pensaba que eso era un fracaso mío, que todas esas alusiones simbólicas habían perdido toda significación, por fallas en la construcción de la historia. Así que ya puedes suponer la alegría que me dio saber que tú habías visto eso con precisión. Lo mismo ocurrió con las simetrías y paralelismos de escenarios, personajes y paisajes. Mi idea era la de que cada episodio tuviera algo así como un episodio equivalente, un espejo que lo reflejara y esclareciera sus motivaciones profundas por semejanza o contraste. Pero era una idea confusa, que tú me aclaraste del todo. En cuanto a tus objeciones estoy de acuerdo con casi todas ellas, sobre todo con la principal: un exceso de control, una falta de abandono. Siempre he pensado que a mis personajes les haría bien un poquito más de libertad, de espontaneidad, de locura. Siempre actúan como si no tuvieran bien engrasadas las articulaciones o les apretaran los zapatos. En la novela que estoy escribiendo ahora he tratado de romper un poco esa rigidez, interiorizando más las historias y presentando a los personajes con mayor sutileza. Pero no sé si lo conseguiré. Me cuesta mucho trabajo; me he dado cuenta que para mí —a diferencia de lo que pienso te ocurre a ti, es mucho más fácil mostrar lo que hace o dice un personaje, que lo que esas increíbles dos o tres páginas de El lugar sin límites en las que el lector siente a Pancho arrebatándose sexualmente contra toda lógica por el baile del marica. Para dar un mínimo de verosimilitud a un episodio así yo necesitaría un centenar de páginas. Y eso está por verse todavía.

Te pongo estas líneas de maletas a medio hacer, porque nos vamos al Perú por un mes y medio (mi dirección allá es: Casimiro Ulloa 490, San Antonio, Lima). Regresaré a Londres el 15 de setiembre. Es absolutamente necesario que nos veamos, conversemos y discutamos sobre literatura como dos compañeros feroces, etc. ¿Cuándo se darán un salto a Londres? Mándame tus señas para que no nos perdamos de vista y combinemos un encuentro (que celebraremos con champaña y rábanos) en algún lugar del mundo. Otra vez un millón de gracias por tu carta, querido Pepe. Un abrazo muy fuerte de

Mario

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