Ensayo general del escritor

Donoso periodista

por Álvaro Matus I 26 Septiembre 2024

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Pasadas las tres de la tarde del domingo 22 de mayo de 1960, Valdivia fue el epicentro del mayor terremoto ocurrido en la historia de Chile y del mundo. El sábado 21, Concepción ya había registrado otro terremoto que produjo daños hasta Angol. José Donoso, entonces reciente colaborador de revista Ercilla, recorrió la zona devastada durante seis días y el 1 de junio apareció su crónica “A la búsqueda de los pueblos desaparecidos”, un trabajo en el que despliega los mayores atributos que puede tener un periodista: atención a los detalles, un oído privilegiado para dejar hablar a sus entrevistados (no usaba grabadora) y una capacidad narrativa donde se conjugan, por igual, la visualidad y la contención. Como dijo Juan Villoro —otro que ha escrito de terremotos—, a la realidad siempre le sobran fósforos. No hay para qué exagerar, basta con mostrar. Y más aún cuando se está ante una catástrofe.

Donoso eso lo sabía bien. Se había educado en la literatura anglosajona y estaba al tanto, como pocos, de hacia dónde avanzaba la ficción y también el periodismo. Nada más aterrizar atestigua que no quedan registros de belleza y que el dolor afecta principalmente al hombre común: “Es el dueño de una tienda de pueblo, el propietario de un restaurante, de una paquetería, de una mínima industria lechera, levantada con inmenso sacrificio; el empleado, que por fin logró construir una casa o adquirir sus muebles; el que ahorró para comprar una vaca, una radio, una cama, una olla”.

El texto informa del maremoto en Traiguén, donde las casas fueron arrastradas cinco cuadras por el mar, y entrega un panorama sobre la tragedia en Temuco, Puerto Saavedra, Toltén, Osorno, Puerto Montt, Ancud, Tranguil, Liquiñe y, por supuesto, Valdivia, que al sobrevolarla en un monomotor es percibida como “un infierno húmedo”. Pero lo que más impacta al autor es la pobreza de las monjas Sacramentinas de Concepción, que a raíz del terremoto se vieron obligadas a salir del claustro. Donoso describe la pobreza en que viven, “sin otra luz que la del alma”, trabajando con pala y picota entre los escombros, hasta que lo ven y “algunas se escabulleron como animales asustados entre pilas de mampostería arruinada”.

Ex post, es inevitable leer esta crónica como un texto propio de quien después escribiría El lugar sin límites y El obsceno pájaro de la noche: la vejez, la pobreza, el abandono, la ruina… En el hospital de niños ve a la única monja que quedó herida, una mujer de 90 años que por primera vez dejó el claustro, no obstante haber vivido otros terremotos. Está inconsciente, así que no puede entrevistarla. “Entre las sábanas blancas —concluye—, su rostro rugoso era como un terrón, como un pedazo de escombro, de los que llenan las calles de Concepción”.

Como todos los escritores que hacen crítica, de algún modo Donoso entrega aquí las claves para ser leído. Y vaya que era un autor poroso, enmarañado, en cuya obra patrones y empleados eran las dos caras de una misma moneda. En momentos en que la crítica académica (y también la periodística) se ha vuelto más militante que nunca, militante de ideologías y luchas identitarias, militante de las causas nobles sobre todo, las reseñas literarias de José Donoso adquieren estatuto de clase magistral.

Donoso también exploraría la realidad de los enfermos psiquiátricos, de los artistas de circo, los niños recluidos en la Penitenciaría o de los ancianos descendientes de ingleses que pasan sus últimos días en el Commonwealth House, un asilo ubicado en la calle Macul. La conexión con el imaginario que poblaría su obra es evidente. Mauricio Wacquez, que fue su amigo, estableció la relación con claridad entre esa realidad que es puro despojo, decadencia, y su universo novelesco: “Veo en la descripción de estos temas una suerte de investigación personal, es decir, una búsqueda del yo a través de los mil vericuetos del paisaje que debe constituirse en sustrato de la obra. Paisaje que se interioriza y encarna, que desemboca en lenguaje y en cosmos”.

Donoso escribió más de 80 artículos entre 1960 y 1965, que fue cuando partió a Iowa a dar clases. Pero siempre volvería cada tanto al periodismo, a revistas como Siempre y Sol en México, a la propia Ercilla y después, en los 80, a la agencia EFE, que armó un pool con grandes escritores latinoamericanos y vendía esos textos a distintos periódicos de habla hispana. De ahí proviene buena parte de los textos que conforman Artículos de incierta necesidad, editado por Cecilia García-Huidobro, un conjunto amplio y variado donde el viaje (a visitar a Ezra Pound o ir tras los vestigios de Lampedusa y Joyce, o a seguir literalmente los pasos de Borges) se entrecruza con la vida cotidiana y el acontecer nacional, todo pasado por el tamiz de la literatura.

En esta veta, lo que más llama la atención es lo matizadas que eran sus lecturas. Mejor, lo libre que era como lector. Con todo lo que admiraba a Henry James, puede decir que es un autor sin paisaje, sin ciudad, en contraposición al Saramago de El año de la muerte de Ricardo Reis. ¿Significa eso que el portugués es mejor que el autor de Los papeles de Aspern, porque su Lisboa es más vívida que la Venecia que “no pasó de ser el más maravilloso de los decorados”? En ningún caso; solo es señal de que Donoso a veces lee en función del entorno, en otras de los personajes, en otras de los diálogos, en otras del montaje… Y así, suma y sigue. Sobre Contra toda esperanza, de la viuda de Mandelstam, reconoce su lucidez y el poder de evocación de esa escena literaria en la que Ósip Mandelstam y ella misma convivían con Anna Ajmátova, Pasternak, Marina Tsvetáyeva, en años del terror más duro del estalinismo. Pero subraya que estas memorias no alcanzan el rango de literatura: “La razón es una: están demasiado dirigidas por la comprensible rabia y odio de la Mandelstam, el blanco contra el que dispara es solo uno, de modo que nada de lo sucedido, ninguno de los personajes dejan de estar reñidos por el propósito de ese odio. Pese a la amplitud del escenario real y espiritual, el foco es demasiado obsesivo, y pese a la inteligencia y la cultura de la escritora, es un libro limitado. Sin embargo, es bello y conmovedor como pocos”.

Como todos los escritores que hacen crítica, de algún modo Donoso entrega aquí las claves para ser leído. Y vaya que era un autor poroso, enmarañado, en cuya obra patrones y empleados eran las dos caras de una misma moneda. En momentos en que la crítica académica (y también la periodística) se ha vuelto más militante que nunca, militante de ideologías y luchas identitarias, militante de las causas nobles sobre todo, las reseñas literarias de José Donoso adquieren estatuto de clase magistral. No escatima elogios, responde a una curiosidad inagotable (llegó a comprarse 10 biografías de Lenin) y supo nutrir su oficio con el trabajo de autores tanto extranjeros como nacionales. Notables, en este sentido, son sus textos sobre Enrique Lihn, Marta Brunet, Nicanor Parra y Elias Canetti, pero también cuando emprende la crítica negativa de libros de Lafourcade o Mercedes Valdivieso. Es posible que por ello haya tenido que pagar ciertos costos, aunque queda la sensación de que el periodista que fue nunca se movió más seguro y libre que en las aguas de la literatura.

 

Fotografía: Imagen de Valdivia, tras el terremoto de 1960.

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