María Sonia Cristoff: “Charlotte Brontë tenía muy en cuenta la cuestión económica”

La autora de Falsa calma, Mal de época y Derroche cuenta en esta entrevista lo importante que ha sido para ella Charlotte Brontë, desde que la leyó por primera vez, a los 10 años, y fue arrollada por la fuerza narrativa de la autora de Jane Eyre. Pero hay más: desde caminatas y una decisión firme de posicionarse como escritora, hasta un carácter singularmente independiente, “intocado por el murmullo de las modas”.

por Sebastián Duarte Rojas I 22 Noviembre 2024

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No puedo escribir libros que traten los temas del día, no sirve de nada intentarlo. Ni puedo escribir un libro por su moraleja”, es una de las reflexiones que encontramos en Caminar invisible, un conjunto de cartas de Charlotte Brontë hacia sus editores desde que estos aceptaron el manuscrito de Jane Eyre, que pronto se convirtió en un polémico best seller, hasta poco antes de la muerte de la última sobreviviente de las hermanas Brontë.

El libro fue presentado en la Universidad Diego Portales, el pasado 11 de noviembre, por la escritora argentina María Sonia Cristoff, quien leyó parte de su prólogo para el volumen. Allí no solo elaboró un recorrido biográfico que contextualiza el epistolario, sino que también se adentró en temas como las resonancias contemporáneas del gesto de Charlotte Brontë, que rechazó varias de las obligaciones sociales de ser una escritora, en parte por el hecho de que las tres hermanas escribían desde un lugar muy apartado y con seudónimos (Charlotte, Emily y Anne Brontë firmaban como Currer, Ellis y Acton Bell).

Leí Jane Eyre con furor a los 10 años —cuenta Cristoff—. Cuando me puse a trabajar en este prólogo, leí muchas cosas de Brontë y me pasé tres meses en otra dimensión, en la que estaba enteramente feliz. Creo que fue por retomar esa relación con la lectura, porque aunque sigo adorando leer, es inevitable que con los años, sobre todo para quienes leemos mucho profesionalmente, aparezca una cierta distancia, ironía, cansancio. Releer Jane Eyre me llevó a reconectar con mi experiencia de lectura, pero también fue inevitable que ciertas cosas ahora me hicieran ruido, como la gran cuota de melodrama o la relación de Jane con Rochester, que al día de hoy bordea lo intolerable desde una lectura feminista. Pero yo soy alguien que instiga este tipo de lecturas, y no para cancelar (porque me parece horrible hacer una crítica desde el presente, sin tener en cuenta el contexto), ni tampoco tratando de salvar la novela, sino buscando su multiplicidad de sentidos. Con esto pienso en Virginia Woolf, que en su perfil crítico a los 100 años del nacimiento de Charlotte dice que también ve cosas que le hacen ruido, pero en definitiva le perdona todo. Ese es el poder de la narración. Lo que tiene esta novela es una fuerza narrativa que te mete en ella: desde la escena inicial, en que Jane es pequeña y mira por la ventana, vos te trasladás. La narración contemporánea ha perdido en atmósferas y descripciones, y no estoy pidiendo que volvamos a eso, pero recuperar aquella experiencia mediante la lectura es muy lindo.

Las verdaderas obras de arte comparten una peculiaridad —escribió Woolf en ese texto del centenario, incluido en Genio y tinta—. Con cada nueva lectura uno se percata de algún cambio, como si la savia de la vida corriera por sus hojas e, igual que los cielos y las plantas, tuviera el poder de modificar la forma y el color de estación en estación. (…) Las novelas de Charlotte Brontë deberían colocarse dentro de la misma clase de creaciones vivas y cambiantes, que, por lo que podemos intuir, servirán a una generación que aún está por nacer de espejo en el que medir su variable estatura. A su vez, esos nuevos lectores dirán cómo ha cambiado Brontë para ellos y qué les ha proporcionado”.

Una cosa que a mí me parece extraordinaria de Jane Eyre es que Charlotte Brontë tenía muy en cuenta la cuestión económica y, por ende, las cuestiones de clase. Las condiciones materiales de existencia la obsesionaban, las tenía presentes todo el tiempo. En las cartas a sus editores saca cuentas y considera temas como la diferencia de acceso a ciertos bienes, lo que da mucho que pensar, en una lectura contemporánea, sobre la relación entre literatura y dinero. Y en Jane Eyre, cuando la protagonista está decidiendo si volver con el que había sido su jefe, se da cuenta de que va a quedar muy a expensas de él, entonces hace todo un movimiento para estar más nivelada económicamente. Esto me interesa porque se suelen tomar otros aspectos de la novela, como el romanticismo, o el gótico con la loca en el desván, pero se deja de lado cómo el personaje tiene una mirada de clase y es tremendamente crítica de la burguesía.

En la actualidad la función de la crítica ha quedado un poco relegada, porque han cambiado las usinas generadoras de legitimidad. Antes estaban en los medios especializados y en la academia, que están en crisis o conviven con una atomización. Y tampoco es que esas instituciones hayan sido una maravilla, también tenían problemas, y que haya una proliferación, que algo salga de un lugar central de poder, a mí siempre me parece una buena noticia.

Nueve meses después de haberse casado, en marzo de 1855, Charlotte murió —escribe Cristoff en el prólogo de Caminar invisible—. Se ha dicho que hay que buscar la causa de esa muerte en una complicación del embarazo que por entonces tenía, o en una enfermedad del tracto digestivo, o en la tuberculosis o en alguna infección que se puede haber contagiado. Yo diría más bien que no se puede encerrar a una leona sin esperar que no haya consecuencias”. Esta es una hipótesis que la autora sostuvo desde niña, cuando vivía en la Patagonia trasandina, en un aislamiento similar al de los páramos de Yorkshire de las Brontë, y se identificó en particular con Charlotte:

Yo entiendo por qué la posteridad ha endiosado a Emily, porque tiene todo para hacerlo, con su gesto radical de rechazo a todo y esa novela descomunal que escribió. Pero a mí lo que me interesa mucho de Charlotte, y creo que por eso siempre la tuve más próxima, es que se banca negociar con el mundo. Sus hermanas son publicadas en gran medida gracias a ella, pese a que estaba muy apartada de todo y no conocía a nadie del universo literario, porque vivían en ese pueblo perdido. Entonces tuvo mucho que sobrepasar, interna y externamente, para tener una voz literaria y, luego, para tener la capacidad de negociar con el mundo, de tener palabra pública, que es lo que a mí me gusta mucho de este volumen. Ves a alguien que está ensayando sus primeras instancias de palabra pública, que todavía es algo interesante para cualquiera que escribe, sobre todo para las mujeres. A mí lo que me interesa remarcar es que, incluso al publicar su primera novela, ella no cae en la celebración banal; celebra, pero no se pone a los pies de cualquiera y discute las críticas que salen. Porque tiene con qué defenderse, porque ha leído mucho. Ya que en esa casa familiar, donde también podían pasar cosas horribles, como tener un padre párroco que pensaba que el único que podía escribir era el hijo, además de muertes y otras atrocidades, había mucha lectura.

Con todo ese bagaje detrás, parte del cual se deja ver en estas cartas, Charlotte Brontë analiza una y otra vez los comentarios que se publican en torno a sus novelas —las notas del traductor del volumen, Angelo Narváez León, nos permiten revisar muchas de esas reseñas—, de manera que a lo largo del epistolario esboza toda una crítica de la crítica:

Para valorar el elogio o admirar la culpa, debemos respetar la fuente de donde proceden, y no respeto a un crítico incoherente. (…)

Me acuerdo de The Economist. El crítico literario de ese periódico elogió el libro si estaba escrito por un hombre, pero lo calificó de “odioso” si era obra de una mujer.

A esos críticos les diría: “Para ustedes no soy ni hombre ni mujer. Me presento ante ustedes solo como un autor, es el único estándar por el cual tienen derecho a juzgarme, el único motivo por el cual acepto su juicio”.

Esa es una de las líneas más interesantes de lectura, y no solo en estas cartas, sino también en otras, como las que reproduce Elizabeth Gaskell en su biografía, en que aparecen muchas de esas peleas con críticos, porque ella no tiene esa actitud más cholula que últimamente tienen los escritores con la crítica, cuando solo les importa salir bien en la foto. En la actualidad la función de la crítica ha quedado un poco relegada, porque han cambiado las usinas generadoras de legitimidad. Antes estaban en los medios especializados y en la academia, que están en crisis o conviven con una atomización. Y tampoco es que esas instituciones hayan sido una maravilla, también tenían problemas, y que haya una proliferación, que algo salga de un lugar central de poder, a mí siempre me parece una buena noticia. El problema es que, con esta multiplicidad y atomización, muchas veces lo que se dice tiene menos que ver con la crítica que con la promoción, y si promoción le gana a crítica, estamos en problemas. Al final volvemos al tema de la legitimación, la que también ha sido un peligro cuando ha quedado solo en manos de ciertos críticos hombres, blancos, aburridísimos. El otro día hablaba de esto con Jesús Cano Reyes, un académico, editor y crítico español, y él acuñó una idea que gustó mucho: quizás la verdadera legitimidad viene de cuánto tiempo de su vida alguien le ha dedicado a leer, porque hay opiniones más fundadas que otras, y si alguien leyó mucho, tiene más herramientas para hacer una crítica. Me parece que quienes hemos leído mucho reconocemos rápidamente a otros que también lo han hecho, así legitimás esas lecturas y no los momentos de promoción.

A mí me preocupa que las escrituras se vuelvan demasiado apegadas a las doxas, porque no sé si todo el mundo es consciente de que estar conectado, participando y autopomocionándote, te pone en peligro de reproducir formas de pensar, o de reproducir activismos (desde el lugar más evidente). Para mí la literatura, la escritura, tiene que ver con ir a contrapelo de la marcha del mundo, para mirarlo críticamente.

En una carta de inicios de 1848, Brontë relata que “Jane Eyre llegó a Yorkshire, una copia incluso ha penetrado en este vecindario: vi a un anciano clérigo leyéndolo el otro día”, y se alegra al descubrir que él logra reconocer a los personajes reales en que se inspiró, aunque también la alivia el hecho de que “no reconoció a ‘Currer Bell’. ¿Qué autor sería sin la ventaja de poder caminar invisible?”. Pero en un momento se volvió necesario aclarar sus verdaderas identidades, así que Charlotte y Anne viajaron seis horas a pie bajo una tormenta para recién llegar a una estación de tren desde donde poder dirigirse a Londres y presentarse ante los editores. Las tres hermanas, además, solían comentar sus obras mientras caminaban, una acción física que también es muy importante en la obra de Cristoff:

Para mí, la caminata no está asociada a esta cosa del flâneur, de la observación. Es más bien una manera de tolerar lo intolerable de la época, el bombardeo constante sobre las sensibilidades y las mentes. Lo que busco es sustraerme de este bombardeo excesivo, aburrido, agotador, a la vez que adictivo. Sin embargo, la caminata ya estaba presente en mí y en mi escritura mucho antes de que esto fuera tan grave, tan acelerado, y yo creo que ahí hay algo de mi traza patagónica. El acto de caminar aparece tematizado en mis novelas Mal de época o Bajo influencia, además de Falsa calma, que es mi primer libro, donde hay un capítulo deliberadamente armado mediante caminatas que llamé “circulaciones”. Allí también aparece el tema de la locura, que es muy recurrente en todo lo que escribo: la narradora está circulando entre situaciones que para mí bordean la locura, en un gesto medio ambiguo, porque ella da vueltas y vueltas, como si estuviera por caer en ese mismo estado, a la vez que trata de resistirse con ese gesto. Y quizás el tema de estar todo el tiempo conectados también es una forma de locura.

En ese sentido, no es sorprendente la identificación que Cristoff sentía desde pequeña con Charlotte Brontë, ni la manera en que en el prólogo la toma como modelo a seguir, en ciertos aspectos, para los escritores de la actualidad, ya que admira sus estrategias “para defender tanto su capacidad de trabajo como su percepción singular, intocada por el murmullo de las modas”.

Siempre me ha parecido interesante plantear una perspectiva distinta, que se aparte un poco de la marcha general de las cosas, porque, si no, para qué leemos. A mí me preocupa que las escrituras se vuelvan demasiado apegadas a las doxas, porque no sé si todo el mundo es consciente de que estar conectado, participando y autopomocionándote, te pone en peligro de reproducir formas de pensar, o de reproducir activismos (desde el lugar más evidente). Para mí la literatura, la escritura, tiene que ver con ir a contrapelo de la marcha del mundo, para mirarlo críticamente. Y no con la necesidad de ser original, para nada, sino para ejercer el sentido crítico. Por lo tanto, no puedes estar subiéndote en todos los trenes de lo que hay o no hay que pensar o decir. Cada quién se buscará sus maneras de encontrar ese contrapelo. En mi caso la caminata contribuye a eso, al igual que el hecho de que le dedico las primeras cuatro horas del día, sí o sí, a leer o escribir, sin mirar el celular ni otras formas de recibir mensajes. Eso, abstenerme de la marcha del mundo, me hace la vida más feliz.

Siendo una escritora que, como señala sobre Brontë, le da mucha importancia a la reflexión sobre lo económico y las condiciones materiales, en la presentación de Caminar invisible Cristoff habló sobre cómo exploró distintos trabajos antes de encontrar uno que realmente le permitiera escribir y no la hiciera infeliz. Este resultó ser el de dar clases, que es precisamente lo que vino a hacer a Chile en esta visita, en que llevó a cabo una clínica de 10 días con estudiantes del Magíster en Escritura Creativa de la UDP.

Más que enseñar, lo que yo busco hacer en las clases es compartir y abrir el juego. Pero siempre les digo a mis alumnos que me parece que la mejor forma de la generosidad es una lectura honesta. Estos son espacios donde hay mucho lugar para la discusión, el desacuerdo, la transformación. Y los textos terminan muy transformados después de pasar por esos cursos, al igual que yo, porque son espacios donde realmente escucho a los otros y tengo una conexión con parte de lo que están pensando las nuevas generaciones, que a mí me interesa muchísimo. Allí no solo se discuten los textos puntuales, sino las ideas de la literatura, y más que si un texto está bien o mal, para mí lo importante es que cada quien piense hacia qué proyecto literario se dirige. Porque hay incluso escritoras y escritores publicados que me parece que no tienen muy claro su propio proyecto, sino que van bandeándose según las exigencias del mercado, y así se empobrece mucho la práctica literaria.

 

Fotografía: María Sonia Cristoff en la UDP, en 2023.

 


Caminar invisible. Cartas sobre Jane Eyre, 1847-1854, Charlotte Brontë, traducción de Angelo Narváez León, prólogo de María Sonia Cristoff, Banda Propia, 2024, 216 páginas, $19.000.

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