Francisco Rico, dentro y fuera de los libros

por Patricio Tapia

por Patricio Tapia I 5 Agosto 2016

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Famoso mayormente por su edición crítica del Quijote, es también conocido como un personaje novelesco. Aquí habla de su trabajo en torno a Cervantes –que celebra el IV centenario de su muerte este año– y Petrarca, y se refiere a la leyenda que se ha tejido en torno suyo tanto en la ficción como en la realidad.

por patricio tapia

Una parte al menos del interés de Todas las almas (1989), la novela oxoniense de Javier Marías, estribó en los ambiguos lazos y posibles reflejos entre la realidad y la ficción. Su protagonista y narrador se parecía al autor, un profesor español en la Universidad de Oxford, como lo fue alguna vez Marías, y no fueron pocos quienes se sintieron retratados, se ofendieron al no reconocerse o incluso se inventaron parecidos con los personajes. De todo esto dio cuenta el propio Marías en Negra espalda del tiempo (1998), una “falsa novela” o una memoria ficticia sobre las consecuencias de esa novela anterior, libros que, unidos, ayudaron a configurar la mitología “mariana”, monarquía del reino de Redonda incluida.

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En Todas las almas aparecía como personaje incidental otro profesor español, un señor apellidado Del Diestro, “el mayor y más joven experto mundial en Cervantes según él mismo”, hombre tan docto como arrogante y fatuo. Cuenta Marías en Negra espalda del tiempo, que conversando por teléfono con su amigo, el renombrado profesor Francisco Rico, al mencionarle que estaba escribiendo una novela que llegaría a ser Corazón tan blanco, Rico le preguntó: “¿Salgo yo?”. Al parecer él, como otros, pensaba que Del Diestro era un trasunto literario suyo, aunque según Marías era solo una inspiración parcial. El novelista entonces le ofrece al académico inmortalizarlo, con otro nombre, en esa novela en que estaba trabajando. Rico se lo piensa, cuenta que ha aparecido en otras novelas (Marías sabe que es una escrita por una mujer, una de amor y despecho), pero comienza a hacer exigencias, entre otras, la de aparecer con su nombre. Marías no accede; y, efectivamente, en Corazón tan blanco (1992) figura alguien parecido a Del Diestro, pero como “profesor Villalobos”, experto ahora en pintura. De ahí en adelante, sin embargo, el “profesor Rico” –vanidoso, altanero, levemente atrabiliario y no tan levemente coqueto– es una presencia recurrente en las siguientes novelas de Marías: Tu rostro mañana (2002-2007), Los enamoramientos (2011) y Así empieza lo malo (2014).

A todo esto, hay quienes afirman que en la novela de campus El vientre de la ballena (1997), de Javier Cercas, ciertos profesores que aparecen, si bien no con sus nombres, están basados en algunos maestros del autor: Alberto Blecua, Sergio Beser y, cómo no, Francisco Rico.

Textos y contextos

Ser personaje novelesco (o su inspiración) es solo una de las dimensiones de Francisco Rico. Nacido en Barcelona en 1942, Rico es un profesor de trayectoria legendaria y amplio anecdotario: desde su precocidad académica hasta sus rigores y exigencias. Catedrático, ahora emérito, en la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro, entre otras tantas, de la Real Academia Española, es un filólogo e historiador de la literatura de prestigio internacional, entre otras cosas por sus estudios sobre Petrarca, la novela picaresca o el humanismo en España. Libros importantes, en este sentido, son La novela picaresca y el punto de vista (1970) y Vida u obra de Petrarca. I: Lectura del “Secretum” (1974). Es también un pesquisador de géneros mínimos y erudiciones varias, algunas de ellas recopiladas en libros como Primera cuarentena y tratado general de literatura (1982) y Texto y contextos (1990), aunque es posible que algunas no le sean atribuidas porque en ciertas ediciones de textos latinos, como Carmina Burana o prosas de Petrarca, figura con el seudónimo de Carlos Yarza.

Por otro lado, ha desarrollado una amplia labor en la fijación de textos clásicos españoles. Además de su edición de El Lazarillo de Tormes, suya es la edición considerada de referencia absoluta de Don Quijote de la Mancha, la última y más completa, con una inmensa cantidad de materiales reunidos (notas, bibliografía y ensayos complementarios) está editada en dos volúmenes de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española (hay una versión de bolsillo, con mínimas notas, en Alfaguara).

Si no es el mayor y más joven experto mundial en Cervantes, está cerca. Sus aportaciones a la crítica textual considerando la bibliografía material, es decir, teniendo muy en cuenta las diferencias entre las tradiciones manuscrita e impresa de un libro, se han manifestado mayormente en esta edición del Quijote. Algunos aspectos pueden verse en los artículos recogidos en Tiempos del “Quijote”, por ejemplo, sobre los percances en la transmisión del libro en relación al asno de Sancho (que aparece y desaparece, en las primeras ediciones). También, comentando una edición del siglo XIX del libro de Cervantes (la de Hartzenbusch), señalaba los requisitos básicos de un editor: la esmerada crítica de las fuentes, la perpetua desconfianza y la tenaz voluntad de entender el texto.

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El profesor Rico es “una gran eminencia, un primer espada, y muy severo”; “es muy temido, muy impertinente, muy cáustico”, señala un personaje de Tu rostro mañana, de Marías. El narrador del mismo libro lo describe así: “Un hombre calvo que curiosa y audazmente no se comportaba como calvo, con mirada displicente o incluso hastiada”.  Por su parte, en Los enamoramientos es visto de esta forma: “La cara del Profesor Rico la conocía bien, ha salido numerosas veces en la televisión y en la prensa, con su boca muelle, su calva limpia y muy bien llevada, sus gafas un poco grandes, su elegancia negligente –algo inglesa, algo italiana–, su tono desdeñoso y su actitud entre indolente y mordaz, quizá una forma de disimular una melancolía de fondo que se le nota en la mirada, como si fuera un hombre que, sintiéndose ya pasado, deplorara tener que tratar todavía con sus contemporáneos, ignorantes y triviales en su mayoría”.

El “profesor Rico, hombre de gran saber” y “el joven Marías” eran las denominaciones irónicas que usaba para ellos un amigo común y mayor que ambos, el escritor Juan Benet (1927-1993), en cuya casa, en las tertulias que organizaba, se conocieron. Marías era el “joven”, porque efectivamente lo era (conoció a Benet  como un atlético y saltarín adolescente), pero además por ser hijo de Julián Marías.  La amistad que los unía a Benet, siguió uniendo a Marías y Rico. Es más, no sería tan extraño que Marías pensara en Benet a la hora de convertir a Rico en personaje, pues en la edición de 1983 del primer tomo de la obra Herrumbrosas lanzas, de Benet, se incluía un mapa que su autor levantó para Región, su zona inventada, en el que aparecen levemente disfrazados sus amigos: allí está la “casa del Rico”.

Un aspecto al que ha vuelto muchas veces Francisco Rico, por ejemplo en los estudios recopilados en Texto y contextos, es que  la literatura no se basta a sí misma. En el discurso de contestación al ingreso de Javier Marías a la Real Academia Española, en 2008, lo dice así: “La novela nace de palabras compartidas y se nutre de hechos que inevitablemente remiten a una cierta especie de realidad. La ficción no es una propiedad del texto más que del contexto”.

El profesor Rico, el verdadero, no el personaje, responde desde esa cierta especie de realidad en que vive.

—Sus intereses han sido variados, pero hay algunos ámbitos o temas que han sido recurrentes: la literatura medieval, Petrarca, el humanismo, la novela picaresca. ¿Ha habido algo que determine esas opciones?

A la Edad Media me llevaron don Ramón Menéndez Pidal y María Rosa Lida. A Petrarca y la picaresca, encargos editoriales de mi maestro Martín de Riquer, hacia 1962.

—El narrador del Quijote confiesa ser aficionado a leer, “aunque sean los papeles rotos de las calles”. ¿Se siente cercano?

Sí, sin duda, y todavía me cuesta leer de otro modo que en papel.

—¿Fue usted un niño o joven «prodigio»?

De niño, un poco como poeta; de joven, por la frecuentación de los ambientes literarios; por el resto, normalísimo.

—Petrarca es probablemente el asunto al que más páginas le ha dedicado; en las más recientes de ellas, la visión que da en Ritratti allo specchio, él no aparece como una persona muy agradable…

Es que no lo era… A mí no me cae simpático, pero me fascina extraer la verdad de sus mentiras o sus montajes.

—Algo que ahora se da por sentado, pero ha sido una aportación suya, es que el Petrarca que se muestra en sus obras es algo así como una reconstrucción ideal o ficticia creada por el propio Petrarca…

En efecto, pero esa reconstrucción ideal no la hace únicamente para exhibirla ante los demás, sino también ante sí mismo y a veces en términos solo comprensibles para él. De algunos casos sumamente curiosos trato en el librito I venerdì del Petrarca, a punto de salir en Adelphi.

—Hablando de convertirse en criatura literaria, ¿es el  mapa de Benet su primera incursión en el mundo ficcional?

La primera, en rigor, se da en las Investigaciones y conjeturas de Claudio Mendoza, de Luis Goytisolo.

—¿Responde al gusto por la ficción el uso de seudónimos como el de Carlos Yarza?

No, “Carlos Yarza” aparece cuando lo que escribo es, para mí, de carácter secundario o utilitario.

—¿Existió la conversación contada en Negra espalda del tiempo de Marías?

Existió, sí, y Javier la cuenta con una excepcional fidelidad, aparte de alguna tergiversación pro domo.

—Observaba ese “profesor Rico” que él ya había aparecido en otras novelas. ¿Cuenta una de Javier Cercas?, ¿hay otras?

De Cercas (que más de una vez pilla, confesadamente, frases mías) no sé, pero sí en varias otras, buenas, medianas y malas, de autor o de autora.

—Con Marías ya figura con su nombre en varias novelas. ¿Se reconoce en esos retratos?

El papel de “figura de donaire” o “gracioso” (como se decía en el Siglo de Oro) que me asigna es en parte una tomadura de pelo entre amigos, pero yo le correspondo con otros y me divierte también a mí. En cualquier caso, me consta que los lectores agradecen esos paréntesis o islotes de humor en la plúmbea escritura de Marías.

—En un artículo recogido en Tiempos del “Quijote” señalaba como requisitos de un editor la crítica de las fuentes, la desconfianza y la voluntad de entender el texto. ¿Se confirma en ellos?

Naturalmente. Editar un texto clásico no es cosa que pueda hacerse sin el conocimiento profundo de todas las dimensiones de la ecdótica, de los usos de la imprenta antigua y de bastantes otros saberes, a los que han sido ajenos la mayor parte de los editores de la obra.

—¿Cuál es la mejor edición del Quijote?

Si yo no creyera que es la mía, concretamente la edición de lectura, en un volumen, que ahora publica Alfaguara, no la hubiera hecho. Suelen ser buenas las adaptaciones para niños y en cómics.

—¿Y cuáles son las principales dificultades para establecer el texto?

Identificar los lugares con alteraciones y en especial adiciones de la imprenta y devolverlos al original de Cervantes. Con los añadidos es relativamente factible; con los cortes, bastante más arduo o resueltamente imposible.

—La labor tipográfica y la composición por formas, ¿tiene muchas implicaciones?

Contar en el manuscrito los segmentos que debían entrar en cada página y componerla independientemente de las otras por fuerza tenía que producir los cortes y adiciones a que he aludido. Si ello ocurre cuando se componía usando una edición anterior, qué no pasaría trabajando sobre un manuscrito.

—¿Intervino Cervantes en la impresión del Quijote y los cambios en ediciones posteriores?

Los cambios que pudo introducir en la segunda y tercera edición del Quijote, si se produjeron, tuvieron que ser mínimos. Los únicos importantes son los relativos a la pérdida y el hallazgo del asno de Sancho.

—¿Era muy importante el corrector de imprenta entonces?

Era, sí, el cerebro del taller. Entre las gentes de la imprenta, había incluso quienes no sabían leer; y los componedores dependían por completo de las instrucciones del corrector.

—¿Cuál considera su mayor contribución a la crítica textual?

Si acaso, aportar a la filología hispánica e italiana parte de las técnicas que yo aprendí de los estudiosos de lengua inglesa.

—Algo en lo que ha insistido es que el texto no existe sin contextos…

Ninguna acción de un individuo puede desligarse de las otras suyas, de su posición en la vida y del mundo que lo rodea. Leer o crear literatura no es una excepción.

—En uno de los epígrafes de Primera cuarentena aparecía un verso de Byron: “Pero el hecho es que nada he planeado/ excepto tal vez tener un momento feliz”. ¿Qué parte de su labor responde a esta idea?

Toda, salvo unos pocos encargos que al final han acabado siendo felicísimos.

—De convertirse en un personaje del Siglo de Oro, ¿qué preferiría ser: un pícaro o un caballero andante?

Qué va: más bien Inquisidor General o banquero florentino.

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