Paisajes urbanos y los “yo” dispersos de Annie Ernaux

Lo que anotamos en nuestros diarios puede hablar tanto de nosotros como del mundo, escribe la narradora y crítica inglesa a propósito de la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2022, una escritora cuyas huellas se pueden rastrear sin duda en Georges Perec, pero también en el cine de Eric Rohmer o la teoría de los no-lugares de Marc Augé. Lo que pensamos como el yo —afirma en este ensayo— no está contenido en nuestras mentes y cuerpos, sino está distribuido en todos los lugares en los que hemos estado y en todas las personas con las que nos hemos cruzado.

por Lauren Elkin I 2 Marzo 2023

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La biografía de Annie Ernaux, tal como aparece en la primera página de Diario del afuera, es, para decirlo en una sola palabra, sobria: “Annie Ernaux pasó su infancia y juventud en Yvetot, Normandía. Es profesora de literatura y vive en una ciudad nueva cerca de París”.

Nada sobre sus otros libros (seis, hasta este momento), sobre su familia (“tiene dos hijos”) o sus premios y reconocimientos (“y un Premio Renaudot”). Y, sin embargo —como su obra—, está repleta de información, sugerencias e implicaciones. Todo un tapiz de recuerdos contenidos en dos líneas. Todas las historias que Ernaux contaría en Una mujer, su libro sobre su madre, y El lugar, su libro sobre su padre, en Memoria de chica, y en su celebrada autobiografía colectiva Los años, condensadas en estas pocas palabras sobre geografía y profesión.

Estas líneas colocan a Ernaux como una decidida forastera del mundo literario francés centrado en París. Ella es de Normandía; vive cerca, pero no en París. Luego está la “ciudad nueva”, ville nouvelle, que evoca, según de dónde seas y cuánto cine francés hayas visto, suburbios, proyectos, teoría urbana, las películas de Eric Rohmer. La ville nouvelle es una utopía hecha de concreto. Una oportunidad de empezar de cero, de hacerlo mejor, de hacerlo bien.

¿Qué tipo de vida hace posible estas ciudades nuevas? La obra de Ernaux responde a esta pregunta en la forma en que atiende los pasajes entre la ciudad satélite —Cergy, en su caso— y París. En lugar de rastrear sus respuestas interiores al mundo que la rodea, Ernaux, en sus journaux extimes, o diarios “éxtimos”, registra fragmentos del mundo exterior, personas y momentos vislumbrados en el tren, frente a las estaciones de tren, en centros comerciales, en el supermercado, así como grafitis, anuncios, cosas leídas en periódicos y sobre los hombros de otras personas; cosas que de otro modo se perderían. Estos diarios se tejen con los hilos de la vida cotidiana. La insistencia obsesiva de una niña pequeña en leer la misma historia una y otra vez. Una mujer está hablando del “ministro judío que sacó a toda esa gente de la cárcel”. Un hombre se está cortando las uñas: “Parece haber tomado posesión de un cortaúñas por primera vez. Parece insolentemente feliz”.

Al igual que los pedazos de basura que Ernaux observa a lo largo de la carretera —“un envoltorio de galletas, una botella de Coca-Cola rota, latas de cerveza, algunos periódicos […]”— estos son fragmentos de memoria que quizás no significan mucho para nadie, pero en su propia especificidad y falta de sentido, son huellas del ser, de haber sido, en el mundo. ¿Por qué anotar todas estas personas, estos lugares, estas cosas? Y, sin embargo, lo que anotamos en nuestros diarios puede hablar tanto de nosotros como del mundo. Esto es lo que Ernaux llega a comprender en un tardío prefacio a Diario del afuera: “Estoy segura, ahora, de que aprendemos aún más sobre nosotros mismos cuando salimos al mundo que en la introspección del diario privado”. Que lo que pensamos como el yo no está contenido en nuestras mentes y cuerpos, sino que está distribuido en todos los lugares en los que hemos estado y en todas las personas con las que nos hemos cruzado. Y, además, como concluye Ernaux en la última línea de ese libro, “sin duda yo soy, en las calles y tiendas llenas de gente, un sustituto de la vida de otras personas”.

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Cuando la conocí en su casa en Cergy, Ernaux explicó que esta sensación de novedad es lo que la atrajo al suburbio hace 40 años. Habiendo crecido en la clase trabajadora de las provincias, se sentía incómoda en el París mismo; cambiar su ciudad natal por la ciudad elegante habría sido, paradójicamente, reproducir el mismo tipo de mentalidad de pueblo, donde todos saben quién eres, quién es tu familia, quiénes fueron tus abuelos, o quiénes no fueron.

Es tentador pensar en los suburbios en la categoría del concepto de no-lugar, non-lieu, de Marc Augé, refiriéndose a las especies de lugares intercambiables por los que la gente pasa sin pensar mucho en ellos, como los aeropuertos, las cadenas hoteleras, los centros comerciales, las autopistas. En los no-lugares no nos detenemos a reflexionar sobre quiénes somos; estamos demasiado ocupados en el camino desde el punto A hasta el punto B. Es un término que parece inventado para definir los suburbios; e incluso si sus defensores citan iglesias o sinagogas, escuelas o centros comunitarios como lugares donde los habitantes de los suburbios pueden reunirse, creando y manteniendo un sentimiento de comunidad, habiendo crecido frecuentando estos espacios suburbanos, puedo decirles que en la práctica no son más personales, menos alienantes y resistentes a la comunidad que un Starbucks.

El libro de Augé salió en abril de 1992; el libro de Ernaux salió al año siguiente y me parece una refutación de la teoría del no-lugar, o al menos de los espacios suburbanos como pertenecientes a su título. La ciudad nueva es solamente un non-lieu en el sentido de su novedad; nada ha existido antes. “Queríamos ser los primeros en construir allí”, escribió Bernard Hirsch, el ingeniero a cargo de la construcción de la ciudad nueva. Esta sensación de participar en la construcción de una ciudad atrajo a Ernaux.

Cuando la conocí en su casa en Cergy, Ernaux explicó que esta sensación de novedad es lo que la atrajo al suburbio hace 40 años. Habiendo crecido en la clase trabajadora de las provincias, se sentía incómoda en el París mismo; cambiar su ciudad natal por la ciudad elegante habría sido, paradójicamente, reproducir el mismo tipo de mentalidad de pueblo, donde todos saben quién eres, quién es tu familia, quiénes fueron tus abuelos, o quiénes no fueron. “Prefiero estar en un lugar que no tiene historia, que no es Historia con h mayúscula, con todos los signos del pasado que encuentras en las ciudades antiguas, las marcas del poder, la arquitectura ornamentada, no hay nada de eso aquí”. Ella escribe sobre esto en su prefacio a Diario del afuera: mudarse a un lugar que “surgió de la nada en unos pocos años, privado de memoria, con edificios esparcidos por un territorio inmenso de fronteras inciertas, fue una experiencia abrumadora”. Para las personas que han dejado atrás su pasado, los suburbios pueden ofrecer un acogedor espacio en blanco.

Mucha gente se queda en sus suburbios y casi nunca va a París. (Bernard Hirsch le dijo a un periodista que su objetivo número uno era “no crear una ciudad dormitorio”). Otros, como Pascale Ogier en Les nuits de la pleine lune, y como la propia Ernaux, no pueden; ya sea por razones personales o profesionales, están continuamente en movimiento entre estos dos mundos.

Al igual que la heroína de Rohmer en El amigo de mi amiga, quien declara que no está hecha “para la gran ciudad, ni para la provincia”, Ernaux se nutre de esta condición intermedia suburbana. Los journaux extimes de Ernaux resisten la carga negativa de la afirmación de Henri Lefebvre de que en los suburbios “la vida cotidiana pierde una dimensión; todo lo que queda es la trivialidad”. El diario éxtimo es una forma de registrar algo acerca de cómo vivimos ahora, un medio para rastrear tanto la historia personal de uno como la de su época.

En 2012 y 2013 Ernaux volvería al formato journal, centrándose concretamente en sus experiencias en el supermercado Auchan, del centro comercial Trois-Fontaines —en Mira las luces, amor mío (2014)—, un lugar que resultará familiar a los lectores de los journaux extimes anteriores. El proyecto social iniciado en la obra anterior continúa: “La gente que nunca ha puesto un pie en un hipermercado no conoce la realidad social de la Francia de hoy”. El día a día está salpicado de informes de sucesos trágicos: una familia turca en Mulhouse muere en un incendio, caen bombas sobre Sarajevo y en Auchan la gente empuja sus carritos. En términos perecquianos, es solamente el diarista —es decir, el que lo compromete todo en su diario— quien registra lo infraordinario. Ella pone al descubierto la distancia entre lo infra y lo extraordinario, entre las personas, entre los lugares, entre los destinos sociales y los sistemas políticos, que en el espacio de la yuxtaposición no es más grande que el espacio entre dos palabras.

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Tomando prestada la idea de Perec de lo infraordinario —lo que sucede cuando no sucede nada—, Ernaux traza los momentos tangibles de la vida cotidiana extraídos de las salidas menos dramáticas, en los trenes regionales RER, el supermercado, el centro comercial. La obra de Ernaux a menudo se ha llamado etnográfica, impersonal, incluso sin afecto en su contención; pero es en los journaux extimes donde tenemos la mejor evidencia de cómo este aparente proyecto etnográfico es en realidad un proyecto de memoria intensamente focalizado, al que se accede desde el presente mientras se rehace momento a momento.

No hay jerarquía en nuestra experiencia de la palabra”, escribe Ernaux en Diario del afuera; “el hipermercado tiene tanto que ofrecer en cuanto al sentido y la verdad humana como la sala de conciertos”. Ernaux, hija de tenderos, sabe muy bien que es en “una cierta manera de mirar el contenido de la cesta de la compra en la caja registradora, en la forma en que pides un corte de ternera, o aprecias un cuadro, donde pueden leerse todos nuestros anhelos y frustraciones, e inequidades socioculturales”.

Con esto, Ernaux revela el propósito común que comparte con Georges Perec. En su ensayo en el Cahier de L’Herne de 2016, dedicado a la obra de Perec, Ernaux declara que descubrir a Perec mientras leía Las cosas “fue un punto de inflexión importante en mi forma de entender la escritura. O más precisamente, [una ampliación] del campo de posibilidad de la escritura”. La forma en que Perec intenta dar forma al vacío, escribir lo indecible, dejar una huella en la escritura de los que se fueron: podría decir exactamente lo mismo de la obra de Annie Ernaux. Para Perec, escribe Ernaux y, por implicación, también para Ernaux: “La escritura consistiría, entonces, en llenar el vacío y lo innombrable con la abundancia de cosas, mediante el inventario infatigable de la realidad en todas sus formas; llenar el hueco inicial de la infancia con la avalancha de 480 recuerdos personales y colectivos, de hechos triviales, sin sentido, esta letanía del ‘yo me acuerdo’ abierta a todas las memorias; enumerar y clasificar lo insignificante, lo infraordinario, listar objetos, recetas, relatos de sueños, postales, enumerar las figuras de estilo y las viviendas de una calle”.

Nada, en la obra de Perec”, concluía ella, “es ajeno a mis propias preocupaciones compositivas”. Ernaux llegó a creer que la única forma de escribir sobre su familia y su crianza sin traicionarlas, como una desertora a la clase media, “era construir la realidad de esta vida y esta clase a través de hechos precisos, discursos escuchados, los valores de una época”. Tomando prestada la idea de Perec de lo infraordinario —lo que sucede cuando no sucede nada—, Ernaux traza los momentos tangibles de la vida cotidiana extraídos de las salidas menos dramáticas, en los trenes regionales RER, el supermercado, el centro comercial. La obra de Ernaux a menudo se ha llamado etnográfica, impersonal, incluso sin afecto en su contención; pero es en los journaux extimes donde tenemos la mejor evidencia de cómo este aparente proyecto etnográfico es en realidad un proyecto de memoria intensamente focalizado, al que se accede desde el presente mientras se rehace momento a momento. No hay nada más personal, y nada más —tomando prestado uno de los términos de Ernaux— transpersonal.

Todos los escritores son descendientes de aquellos cuya obra han amado, incluso, como señala Ernaux en su ensayo sobre Perec, cuando estas personas son tus contemporáneos. Mi propia obra está muy inscrita en el linaje de Perec y Ernaux; sin ellos no hubiera intentado escribir un libro feminista sobre la caminata urbana, ni publicado un journal extime mío, documentando los momentos banales y trascendentes de la humanidad vislumbrados en un viaje en autobús. Escribir después de Perec, y de Ernaux, e incluso después de Rohmer, es un proyecto de participación en la memoria colectiva.

Nada, en la obra de Ernaux, es ajeno a mis propias preocupaciones compositivas.

 

Artículo aparecido en Cahier de l’Herne dedicado a la obra de Ernaux, en mayo de 2022 en francés y en inglés en Literary Hub, septiembre de 2021. Se traduce con autorización de su autora. Traducción de Patricio Tapia.

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