Ismail Kadaré: ¿Homero moderno o disidente albanés?

A los 88 años murió el gran escritor albanés, este 1 de julio. A manera de homenaje, reproducimos un artículo publicado en la revista World Literature Today en 2006. Es un repaso por sus principales obras y su controvertida trayectoria, marcada por la observación permanente de Enver Hoxha, el inteligente y brutal dictador que gobernó Albania desde 1945 hasta 1985. La “mente cautiva”, de hecho, es uno de los grandes temas del novelista, junto con la modernización de su país y la amalgama de etnias.

por Peter Morgan I 4 Julio 2024

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Ismail Kadaré ha tenido una vida controversial. En su propio país y a nivel internacional, fue elogiado como potencial premio Nobel y criticado como adulador de la dictadura albanesa. Al otorgarle el primer Premio Man-Booker Internacional de Literatura en 2005, el crítico John Carey lo elogió como “un escritor que realiza un mapa de toda una cultura, un escritor universal en una tradición de la narración que se remonta a Homero”. Esta valoración como guardián de la identidad albanesa ciertamente captura un aspecto importante de su obra. Kadaré aporta un poderoso sentido de identidad étnica a sus escritos, introduciendo por primera vez en el escenario internacional las costumbres de su tierra natal. Sin embargo, no se detiene en el color local por sí mismo. Este aspecto de su obra coexiste con algo mucho más moderno, importante e inquietante para un público contemporáneo. Es también el último gran cronista de la vida cotidiana bajo el estalinismo.

Nacido en 1936 en la ciudad de Gjirokastra, en el sur de Albania, Kadaré tenía nueve años al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Enver Hoxha, ex playboy convertido en partisano, formó el nuevo gobierno comunista. En Crónica de piedra (1970) documenta una infancia de guerra y ocupación mientras las fuerzas italianas, griegas y alemanas luchaban por el control de Gjirokastra, cerca de la frontera griega. Esta ciudad, con su población mixta musulmana y ortodoxa, fue también el lugar de nacimiento del futuro dictador y de muchos funcionarios de su gobierno. Crónica de piedra trata sobre el encuentro de dos mundos, visto a través de los ojos del niño y vuelto a contar por el adulto. En un episodio que presagia el fin de las estructuras de clase tradicionales albano-otomanas, el niño observa cómo las antiguas prácticas y tradiciones de su ciudad llegan a su fin en un apocalipsis de fuego y violencia.

Demasiado joven para haber participado en la lucha o para compartir la responsabilidad del establecimiento del comunismo, y no lo suficientemente mayor para oponerse a los comunistas, Kadaré se benefició de los primeros años de la modernización de su país durante la posguerra. Talentoso y precoz, publicó sus primeros poemas a los 16 años y fue enviado a estudiar literatura universal al famoso Instituto Gorki de Moscú. Ahí fue testigo de primera mano del funcionamiento de un sofisticado régimen comunista en asuntos culturales, con sus ciclos de deshielo y congelamiento, donde los intelectuales disidentes serían silenciados. Fue la época en que Pasternak, el autor de Doctor Zhivago, fue censurado por las autoridades tras ganar el Premio Nobel de Literatura en 1958. Observando los intrincados vínculos entre política y literatura en el Estado comunista, el joven Kadaré sacó sus propias conclusiones. Estas experiencias están documentadas en su segunda obra autobiográfica, El ocaso de los dioses de la estepa (1976).

En 1961 Hoxha rompió relaciones con la Unión Soviética, al oponerse al revisionismo ideológico de Jrushchov, y también para poner fin a las esperanzas soviéticas de acceder al mar Adriático a través de Albania. Junto con todos los otros estudiantes albaneses de Europa del Este, Kadaré fue repatriado cuando el régimen comenzó a aislar al país tanto del mundo comunista como del capitalista. A partir de ese momento, él vivió y escribió bajo el régimen de Hoxha, un inteligente y brutal dictador de Europa del Este, quien tuvo control total sobre su pequeño país desde 1945 hasta 1985.

A principios de los 80, cuando en Kosovo reinaban los disturbios y el dictador se estaba volviendo frágil e impredecible, Kadaré escribió su obra maestra: El Palacio de los Sueños es una novela política en la tradición de Orwell y el Kafka de El castillo, una obra obsesionada por el tema de la identidad étnica albanesa en la forma de antiguas canciones de bardo. El palacio del título es un ministerio gubernamental responsable de la recopilación y análisis de los sueños del imperio y de la formulación de políticas sobre la base de la información recopilada.

Durante las décadas de 1960 y 1970, Kadaré trabajó como periodista y escritor, y creó una obra maestra de la ambigüedad, El gran invierno, a la vez un himno socialista-realista al dictador y una visión tácitamente crítica de la modernización del régimen comunista. Como saben los estudiantes de la literatura socialista, la línea entre oposición y colaboración era muy fina durante la posguerra. La historia de Kadaré es paradigmática de la situación del intelectual bajo el socialismo, atrapado entre la supervivencia y el compromiso con los ideales humanistas, consciente de la urgencia de la modernización en un mundo atrasado y humillado, e inexperto en las seducciones del poder. El ablandamiento que tuvo lugar después de las reformas de Jrushchov no tuvo un correlato en Albania. Los castigos por cualquier signo de “actividad contrarrevolucionaria”, como escribir o publicar opiniones disidentes, eran extremadamente duros, incluidas largas sentencias de cárcel, tortura e incluso ejecución. Este no era un ambiente “postotalitario” en el que un Václav Havel o un Aleksandr Solzhenitsyn podían empezar a “decirle la verdad al poder”.

El gran invierno protegió a Kadaré durante la década siguiente. Al haber idealizado al dictador y haberse convertido en un nombre conocido, ya no se podía simplemente prescindir de él. Ya había adquirido fama internacional tras la publicación en Francia, en 1967, de El general del ejército muerto (1963) y con la película protagonizada por Marcello Mastroianni (1983). El propio Hoxha albergaba además ambiciones intelectuales. Habiendo asistido a la universidad en Montpellier, visitado París y trabajado en Bruselas en la década de 1930, quedó impresionado con la cultura francesa. Si la consideración de Hoxha hacia los franceses fue el factor más destacado que protegió a Kadaré, si la fama internacional le brindaba una protección relativa, o si el dictador estaba jugando un sofisticado juego para dividir y gobernar a la intelectualidad de Tirana, es algo que sigue estando abierto a conjeturas.

Durante las décadas siguientes, Kadaré produjo un flujo constante de obras que, aunque nunca abiertamente políticas, utilizaron modos “esópicos” para criticar todos los aspectos de la dictadura. El uso del disfraz histórico y el desplazamiento de temas políticos al ámbito de la vida cotidiana son las señas de identidad de estas obras. En El cerco, El nicho de la vergüenza y El puente de tres arcos, Kadaré se basó en las figuras históricas de Scanderberg, Ali Pachá y en la transición del imperio bizantino al dominio otomano para explorar la historia nacional albanesa y establecer comparaciones y contrastes con el presente. Las cuestiones de liderazgo, influencia cultural y patrones de dominación y control ocupan un lugar importante en estas historias.

Uno de los temas clave de la literatura de Europa del Este en el siglo XX ha sido la tragedia de la modernización. En una de sus primeras obras, La boda (revisada y rebautizada como La piel del tambor), Kadaré escribió sobre el conflicto entre la tradición milenaria y la modernización rápida impuesta por el modelo soviético. En el contexto de las tradiciones profundamente arraigadas de su país natal, nacidas de siglos de ocupación por parte de los otomanos y otras potencias, Kadaré describe los procesos de modernización que impondrían la paz cívica, la liberación de las mujeres de la servidumbre extrema, y la disminución del analfabetismo y la superstición mediante la educación masiva. En Abril quebrado (1978) retoma el tema de la vendetta para contrastar el pasado trágico con los muertos del presente.

Si bien no aprobaba la visión política del estalinismo, Kadaré, como muchos intelectuales de Europa del Este, reconocía la necesidad de modernización de su país. No se pueden ignorar temas como el trato dado a las mujeres, los niveles de educación y salud, las costumbres tradicionales, las supersticiones y las prácticas destructivas, como las enemistades de sangre. Al principio de su vida, esperaba asumir el rol de educador de la élite política. Imaginaba que la literatura podría funcionar como una “máscara correctiva”, educando al dictador y empujando al país en diferentes direcciones. Esta esperanza, sin embargo, se desvaneció y su visión política se volvió mucho más oscura en los años 70. Su experiencia en Moscú está documentada en la novela El ocaso de los dioses de la estepa (1976). La descripción del caso Pasternak en esta obra marca el punto en que se da cuenta de que la literatura y la dictadura no pueden coexistir. En su largo ensayo Esquilo, el gran perdedor (1988), Kadaré enfrenta la figura de Prometeo, el modernizador y creador, por un lado, contra Zeus, el administrador y representante del orden, por el otro. La figura del joven faraón en La pirámide (1992) es tal vez su retrato más sutil del dictador como modernizador y tirano al mismo tiempo.

Si bien efectivamente hubo privilegios, es importante comprender que Kadaré no tenía la libertad de rechazarlos y que tenían un precio. Como todos los demás aspectos de su vida en Albania, estaban controlados desde arriba. Para sobrevivir, tuvo que aceptar el régimen y utilizar sus privilegios para seguir escribiendo.

A principios de los 80, cuando en Kosovo reinaban los disturbios y el dictador se estaba volviendo frágil e impredecible, Kadaré escribió su obra maestra: El Palacio de los Sueños es una novela política en la tradición de Orwell y el Kafka de El castillo, una obra obsesionada por el tema de la identidad étnica albanesa en la forma de antiguas canciones de bardo. El palacio del título es un ministerio gubernamental responsable de la recopilación y análisis de los sueños del imperio y de la formulación de políticas sobre la base de la información recopilada. El protagonista, Mark-Alem, el empleado del Palacio de los Sueños, se debate entre el papel de su familia como una dinastía albanesa de visires y ministros en un Imperio Otomano modernizado a fines del siglo XIX y su propio, naciente, pero poderoso sentido de identidad étnica. En la novela, los sentimientos encontrados de la familia hacia sus identidades étnicas albanesa e imperial otomana se expresan cuando los tíos de Mark-Alem discuten las ventajas y desventajas de su situación. “En todo caso fueron los turcos quienes nos proporcionaron nuestras verdaderas dimensiones”, dice uno. Pero el punto se le escapa momentáneamente al joven que acaba de descubrir las canciones épicas de su herencia ancestral balcánica, interpretadas con la lahuta albanesa de una sola cuerda.

Mark-Alem no apartaba los ojos de la delgada cuerda solitaria tensada sobre la boca de la oquedad. Era la cuerda la que daba origen al gemido, y la oquedad bajo ella la que lo devolvía, ampliándolo hasta proporciones aterradoras. Súbitamente, a Mark-Alem se le reveló que aquella cavidad era la caja torácica que alojaba el alma de la nación a la que él pertenecía. Desde allí se alzaba vibrante el gemido secular. Ya había conocido antes retazos de ella, pero solo ahora tenía la ocasión de escucharla completa. Sentía en su propio pecho la cavidad vacía de la lahuta”.

La novela culmina con una espectacular confrontación entre el poder político y la consciencia étnica. Es una de las mejores obras de las dictaduras comunistas de Europa central y oriental.

Después de El Palacio de los Sueños, la situación de Kadaré se volvió más difícil. Fue objeto de intensas críticas por parte del Partido Comunista y consideró seriamente exiliarse en Francia. Además, el dictador estaba agonizando y el sonido de los cuchillos afilándose se podía escuchar en todo el centro de Tirana, donde vivían los poderosos. La novela de la desesperación de Kadaré, La sombra (1986), fue sacada clandestinamente de Albania y depositada en la bóveda de un banco en París, para ser publicada si algo le sucedía a su autor.

A fines de 1990, durante la “época de las fuerzas oscuras”, cuando la Sigurimi, la temida policía de seguridad, y varios grupos de oposición luchaban por el poder tras la caída del comunismo, Kadaré abandonó su destrozada patria para buscar la seguridad de Francia. En Primavera albanesa: la anatomía de una tiranía (1990), entrega sus razones y explica que las reformas políticas no fueron lo suficientemente lejos. Sin embargo, había buenas razones para sospechar que se sentía muy inseguro en un entorno en el que podían saldarse viejas cuentas en un contexto de agitación y cambio.

Kadaré regresó a Albania en mayo de 1992. Mantuvo su residencia en París y continuó revisando sus libros para la publicación de su obra completa por la editorial Fayard, mientras continuó su prodigiosa producción de material nuevo. En los cuentos y novelas Spiritus (1996), Frías flores de marzo (2000), Vida, representación y muerte de Lul Mazrek (2002) y El sucesor (2004), continúa explorando y revelando los secretos y perversiones de la “mente cautiva” bajo la dictadura. En sus obras autobiográficas, Invitación al estudio del escritor (1990) y El peso de la cruz (1991), y en entrevistas con Eric Faye, Alain Bosquet y otros, Entretiens avec Eric Faye en lisant en écrivant (1991), trató de presentar un registro de sus acciones y responsabilidades bajo el régimen, aunque para algunos (como Noel Malcolm) estos relatos se caracterizan por “omisiones y mistificaciones”.

La creatividad de Kadaré debe trazarse en términos de sus antinomias. Es a la vez un patriota albanés y un existencialista europeo, un depositario de las leyendas de su nación y un modernizador comunista, un dictador y un disidente, Zeus y Prometeo. Esto es lo que lo hace un gran escritor, más que un disidente político.

Sería un error representar a Kadaré como una figura silenciada bajo la dictadura. Su obra se publicó de forma selectiva y era un miembro muy conocido de la Unión de Escritores de Albania y del PC. Fue nombrado diputado y pudo viajar al extranjero. Logró evitar la prisión, los campos de trabajo y otras formas de castigo impuestas a aquellos que se pasaron de la raya. Sin embargo, también sufrió enormemente por la tensión, las amenazas y el terror que surgían de los movimientos impredecibles de Hoxha. Si bien efectivamente hubo privilegios, es importante comprender que Kadaré no tenía la libertad de rechazarlos y que tenían un precio. Como todos los demás aspectos de su vida en Albania, estaban controlados desde arriba. Para sobrevivir, tuvo que aceptar el régimen y utilizar sus privilegios para seguir escribiendo. Nadie ha presentado todavía pruebas de que Kadaré se comprometiera o de que otros sufrieran como resultado de sus actividades. No es sorprendente que se viera obligado a cubrirse en su posición oficial como escritor. Hoxha mantuvo cierto nivel de respeto por Francia y fue lo suficientemente astuto como para reconocer que Kadaré era un grandioso escritor, valioso para exhibirlo en el ámbito internacional. Sin embargo, Kadaré no dio su visto bueno al régimen en su papel de embajador. Por el contrario, aprovechó todas las oportunidades que surgieron para difundir las obras literarias que hablaban elocuentemente de la difícil situación de su país. Si bien la vida que llevó en Albania puede ser criticada (en retrospectiva y desde fuera), su trayectoria literaria sigue siendo impecable.

Como la voz de una Albania alternativa y mejor, Kadaré ofreció a sus compatriotas una de las pocas fuentes de esperanza de cambio. Explotó las técnicas del “lenguaje de Esopo” y experimentó con diversas formas de ficción, incluyendo el realismo socialista. Incluso El gran invierno, en el que parecía celebrar a Hoxha, no puede leerse como un himno de alabanza. Por el contrario, representa al país como si hubiera sido conducido a un “invierno del descontento”, aislado y empobrecido por el dogmatismo inflexible del líder.

A medida que se desvanece el recuerdo de las dictaduras de Europa del Este, debemos intentar recrear en nuestras mentes el entorno de la voz disidente. Hasta cierto punto, la expectativa de que Kadaré fuera una figura comparable a Havel ha creado una imagen falsa. La oposición de Kadaré se expresó a través del lenguaje literario, no de la doctrina o la ideología. Expresó su desacuerdo mediante la representación de la imposibilidad de la vida cotidiana bajo el comunismo y mediante la evocación de una Albania eterna, que era más antigua y duradera que la nueva Albania de Hoxha. Su oposición fue una forma de praxis en la medida en que se negó rotundamente a renunciar a su lengua y a su identidad, o a verse obligado al exilio. Pero pagó cara su negativa. En obras como La sombra también cuestionó su propio papel y sus motivos.

La creatividad de Kadaré debe trazarse en términos de sus antinomias. Es a la vez un patriota albanés y un existencialista europeo, un depositario de las leyendas de su nación y un modernizador comunista, un dictador y un disidente, Zeus y Prometeo. Esto es lo que lo hace un gran escritor, más que un disidente político. Kadaré es la voz de la modernidad de Albania y el que canta a su antigua identidad. Es el alter ego y la némesis del dictador, y en esta ambigüedad reside la clave de su rol, su reputación y el valor de sus obras.

 

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Artículo aparecido en World Literature Today 80-5 (2006). Se traduce con autorización de la revista y de Peter Morgan, quien es autor de Ismail Kadare: The Writer and the Dictatorship (2010). Traducción de Patricio Tapia.

 


El Palacio de los Sueños, Ismail Kadaré, Alianza, 2016, 248 páginas, $37.150.


Tres cantos fúnebres por Kosovo, Ismail Kadaré, Alianza, 2004, 112 páginas, $19.420.


El cerco, Ismail Kadaré, Alianza, 2012, 416 páginas, $22.850.


El ocaso de los dioses de la estepa, Ismail Kadaré, Alianza, 2009, 240 páginas, $20.570.

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