El arte y la poética de las máquinas digitales

En Dron, de Christian Anwandter, se propone una escritura coautoral entre humano y máquina, abriendo la pregunta sobre la poética del código, la escritura algorítmica y sus estéticas. “¿Pueden escribir las máquinas?”, se interroga la autora de este texto, el cual fue leído el pasado viernes durante la presentación de la obra: “Varias escrituras algorítmicas, incluso algunas generadas por inteligencia artificial, nos han demostrado que sí pueden. Pero se cuestiona su calidad, su incoherencia, su falta de sentido”.

por Carolina Gainza C. I 18 Octubre 2021

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Cuando nos encontramos frente a cualquier objeto digital -una página web, redes sociales o las pantallas de nuestros dispositivos- generalmente no pensamos que estamos frente a una corriente de bits, o dígitos binarios, ceros y unos que al combinarse generan lo que se despliega ante nuestros ojos en las pantallas digitales. Las operaciones matemáticas que transmiten toda la información por las que navegamos hoy en día son traducidas por lenguajes de programación, los cuales son leídos por los dispositivos que operamos habitualmente. Y luego, en otra operación de traducción, estos lenguajes de programación generan los textos, escrituras, colores, imágenes a las cuales accedemos en nuestras pantallas. Distintos niveles de traducción -un desafío para esta área de estudio- en la que interactúan diversos lenguajes, humanos y no humanos.

Hagamos el ejercicio de entrar a cualquier página web y, con el botón izquierdo, hagamos click en “ver código fuente”. Nos aparecerán una serie de comandos y funciones que generan objetos digitales. La máquina ejecuta esos comandos para que estos sean traducidos a los lenguajes que nosotros – humanos- podemos leer y comprender: escrituras, imágenes, videos. Sin ese ejercicio de traducción, el lenguaje de programación se nos hace inteligible. Pero esto ocurre simplemente porque no sabemos leerlo, excepto aquellos que lo manejan y pueden comprender su lógica. Aquellos que comprenden estos lenguajes serían como los monjes de la edad media que tenían el monopolio de la escritura.

Esta interacción entre lenguajes de programación computacionales y lenguajes naturales-humanos, ha abierto la puerta a diversas formas de creación digital: hipertextos, hipermedias, literatura en redes sociales y literatura generativa, entre otras. En la literatura en redes sociales no necesitamos programar, es decir, interactuar directamente con el código, a diferencia de lo que ocurre en otros tipos de literaturas, como los hipertextos, hipermedias o literatura generativa, aunque para los dos primeros han aparecido aplicaciones “amigables” que muchas veces no requieren programar directamente. El problema de estas aplicaciones es justamente que oscurecen el código, y, por lo tanto, no sabemos qué ocurre tras lo que estamos generando en nuestra pantalla. En este sentido, defiendo la necesidad de conocer qué ocurre con este otro lenguaje, cómo funciona, y, desde la literatura, esto plantea la pregunta por la existencia de una poética del código, que exige un estudio crítico del mismo y de las posibilidades creativas y escriturales de las máquinas.

Esto es especialmente importante cuando nos enfrentamos a literatura generativa, donde se produce una especie de coautoría entre humano y máquina. Esto es lo que observamos en Dron de Christian Anwandter. En la propuesta poética de Dron observo dos elementos que me parecen cruciales para pensar el campo de las poéticas digitales. En primer lugar, en esta escritura a dos manos encontramos la pregunta por lo posthumano, es decir, la relación humano- máquina, y cómo podemos indagar en esta relación a través de la creación literaria. Junto con esto, podemos preguntarnos también por la poética del código y la escritura algorítmica, sus estéticas y, parafraseando a Gilbert Simondon, las condiciones de existencia de las máquinas. En efecto, en la introducción, acompañada de comandos de programación en la página opuesta, es el programa el que nos habla: “El programador adaptó el código para que yo pudiera reproducir el texto a partir de volúmenes. Al ejecutar el texto generé una dispersión del volumen”. Así, a partir del entrenamiento con diversos textos, el programa genera poemas con una estructura que se nos hace extraña y que no sigue las reglas de nuestro idioma. ¿Será esa su poética?, me pregunté. En un juego del lenguaje que podríamos llamar neoformalista, los poemas generados por el programa producen un efecto de extrañamiento del lenguaje poético humano y nos hace pensar sobre este. Pero, al mismo tiempo, desautomatiza el lenguaje algorítmico y lo hace extraño a sí mismo, al sacarlo de sus funciones de eficiencia y efectividad.

Dron nos invita a repensar lo que entendemos por literatura, por calidad literaria, por sentido poético. Y, obviamente, por poesía. Así es como, ante la pregunta por el sentido, en uno de los poemas que se encuentran al final del libro se nos advierte: ‘A veces hay que tener cuidado con el sentido’.

¿Pueden escribir las máquinas? Varias escrituras algorítmicas, incluso algunas generadas por inteligencia artificial, nos han demostrado que sí pueden. Pero se cuestiona su calidad, su incoherencia, su falta de sentido. ¿No será que justamente no nos estamos preguntando por las formas de existencia de las máquinas, siendo incapaces de pensar otras estéticas? Dron nos invita a repensar lo que entendemos por literatura, por calidad literaria, por sentido poético. Y, obviamente, por poesía. Así es como, ante la pregunta por el sentido, en uno de los poemas que se encuentran al final del libro se nos advierte: “A veces hay que tener cuidado con el sentido”.

En segundo lugar, en Dron está la pregunta por el lenguaje poético. En “Chauvet 59” encontramos los siguientes versos: “Tienes un vocabulario nuevo por primera vez. Una lengua en este adrecido de su argunidad. Tienes también una nueva gramática”. Cuando nos adentramos en los lenguajes de programación -yo estoy aprendiendo un lenguaje de programación en este momento- la experiencia es la de aprender a leer y escribir un nuevo idioma. Una nueva gramática como señala el verso citado. ¿Cuál es la poética de los lenguajes de programación? Alexander Galloway señala en su libro Protocol: “It is my position that the largest oversight in contemporary literary studies is the inability to place computer languages on par with natural languages”. En esta línea, en los últimos años ha crecido la interrogante respecto a considerar una estética del código y su función literaria en el caso de narrativas y poéticas digitales. En este caso, no se trata solo de analizar lo que el código genera, como es el caso de Dron, sino que también la estructura que está detrás de esa poética, en el lenguaje mismo de programación. Pienso que de esto se trata la estructura a la que refiere esa máquina que nos habla en la introducción del libro: “pensó en ellos como una infraestructura donde transitan poemas, drones y conciencias operadas a distancia”. Así, “este libro es esa infraestructura”: una poética posthumana, donde el lenguaje digital interviene el lenguaje humano, donde se generan nuevas formas poéticas, y donde es posible preguntarse por la poética de las máquinas.

Esta intervención del lenguaje de programación en los lenguajes humanos no es nueva, sino que como señala Mark Marino en su “Critical Code Studies”, los generadores computacionales de poesía han existido desde la creación de los primeros computadores. Sin embargo, refiriéndome a esta intervención, pienso en el último poema presentando en Dron, el “ejecutable 30”. En este se mencionan las partículas del universo que intervienen y a veces obstaculizan las comunicaciones. Los bits pueden ser intervenidos por estas partículas, por ejemplo, cambiando una secuencia de ceros y unos, alterando la información y su sentido. En estos poemas, el lenguaje de programación, como aquellas partículas del universo, interviene el lenguaje humano, alterando su gramática y lo que entendemos por poesía, y, en este acto, se desautomatiza a sí mismo deviniendo propuesta poética.

Finalmente, no puedo dejar de preguntarme por el código que generó estos poemas. Dronbot, como se lee al final del libro, “es un programa computacional (…) A partir de los documentos ejecutables, Dronbot extrapola frecuencias de una serie de puntos que puede recordar”. Así, entiendo que Dronbot es capaz de predecir a partir de la información que le es entregada. Llena los espacios en blanco, imagina una secuencia. Me gustaría ver ese código, aprender a leerlo, poder evaluar su elegancia, su belleza, su simpleza, su legibilidad, todos aspectos que se consideran cuando entendemos la programación como un arte. La programación en Dron deviene un objeto estético. Ni más ni menos que el arte y la poética de las máquinas digitales.

 

Dron, Christian Anwandter, Pez Espiral, 2021, 118 páginas, $10.000.

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