José Ángel Cuevas: “Yo solo quería despejarme y caminar, como ese día del Golpe”

Así recuerda la mañana de enero de 2021 en que salió a juntarse con unos amigos —a un asado— y, como pasaban los días y no llegaba, se armó una auténtica cadena nacional para saber dónde estaba o quién había visto con vida al poeta (o ex poeta) José Ángel Cuevas. En esta entrevista el presente es salpicado por el pasado y las infinitas horas en que ha recorrido las calles, fábricas y poblaciones, como bien lo reflejan sus celebrados libros Introducción a Santiago (1982), Canciones rock para chilenos (1987), Poesía de la comisión liquidadora (1997), Canciones oficiales (2009) y la antología Ex-Chile (2021). Seguro de que durante la dictadura la muerte se metió en todas partes, escribe en su “Poema 11”: “Llegó la peste a la ciudad / Es de noche, se oye el silencio de los muertos (…) se llevaron a unas mujeres / los diarios no dicen nada / nada. Estamos solos / llegó la peste por años y años”.

por Javier García Bustos I 21 Septiembre 2023

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Tenía todo preparado para irse a vivir al sur del país. Había conseguido trabajo en la sede de la Universidad Técnica del Estado en Castro, Chiloé. Luego de recorrer en su juventud “a dedo” el territorio nacional, quería instalarse lejos de Santiago. Pero llegó septiembre de 1973. El profesor de filosofía José Ángel Cuevas vivía con sus tres hijos pequeños, Ximena, Marcela y Leonardo —el menor entonces de un año—, y su esposa, Luz Venegas, en un departamento de la Villa Olímpica, en Nuñoa.

Recuerdo que ese día del Golpe salí a la calle y caminé hasta Vicuna Mackenna con Grecia. Estaba lleno de pacos, no se podía pasar. Todo estaba alterado. Después empezó la matanza”, señala José Ángel Cuevas, más conocido como Pepe Cuevas y también como ex poeta, una mañana de fines de otoño, con un sol generoso que entra por la puerta de su casa, ubicada en la calle Finlandia, entre Holanda y Noruega, en la comuna de Puente Alto. Cuevas habla como escribe: sencillo, preciso, desilusionado. Así son sus poemas con los que ha registrado el desencanto y los diversos rostros de Chile.

Lo de ex poeta tiene que ver con las vivencias, con un accionar, una manera de ver el mundo que ya no existe, profecías que no se cumplieron”, dice Pepe Cuevas, integrante de la generación del 70, quien debutó con un poemario autofinanciado, Efectos personales y dominios públicos (1979). “Era todo bien precario en esos años. Costaba mucho publicar”, rememora quien hace más de una década fue postulado por primera vez como candidato al Premio Nacional de Literatura.

Pepe Cuevas tiene 80 años. Nació el 12 de octubre de 1942. Su hijo Leonardo y un certificado de nacimiento corroboran la información. Esto, a pesar de lo que dicen todas las solapas de sus libros incluyendo su perfil en Wikipedia, que fijan su nacimiento dos años después: en 1944. Los padres del poeta fueron Edmundo Cuevas y María Silvia Estivil. Don Edmundo quería un hijo abogado. “Tuve entonces un muy buen puntaje”, asegura Pepe Cuevas, pero su paso por la carrera de Derecho en la Universidad de Chile fue fugaz. “El ambiente era muy burgués y pituco”, dice. Allí conoció a su esposa, Luz, quien falleció en mayo de 2022. Juntos se cambiaron al Pedagógico. A fines de los 60, Pepe Cuevas ingresó a la carrera de Filosofía y formó parte del grupo literario América, con Naín Nómez, Jaime Anselmo Silva y Jorge Etcheverry, entre otros.

Creo que conozco todo Santiago a pie. Por eso mi literatura está más vinculada al viaje. En esos años, cuando jóvenes, andábamos mucho a dedo, nos interesaba la literatura de los beatniks. Conocí a dedo todo Chile. Tenía un hambre de conocer todo: por eso andaba mucho viajando. Recuerdo que fuimos a Argentina, Perú, Brasil…”, comenta.

En enero de 2021, salió de su casa en Puente Alto y terminó compartiendo un asado con unos amigos y excompañeros de trabajo en Renca. Estaba aburrido de los encierros de la pandemia. No le dijo nada a nadie. Cinco días después apareció. Salió en todos los noticieros. “Qué leseras, ¿no? Yo solo quería despejarme y caminar, como ese día del Golpe. Caminar para saber qué ocurría”, dice.

Había harto facho también en la Villa Olímpica”, comenta en medio de una conversación donde las imágenes del pasado van salpicando el presente. “Estoy un poco mal de la memoria”, se ríe con su pelo cano revuelto. Recuerda que una vez lo detuvieron ya instalada la dictadura de Pinochet, pero que gracias a un cuñado militar quedó libre.

Varias veces lo habían amenazado. Lo más seguro, señala, es que se tratara de agentes de la Dina. Cuevas indica: “Solo estuve una noche en el centro de detención Londres 38, al lado de la iglesia San Francisco. Pero quedé libre. Era seria la cosa en ese tiempo, ahí estaba la muerte metida en todas partes. Creo que la dictadura es lo más terrible que le ha ocurrido a la historia de Chile”.

En el “Poema 11”, Pepe Cuevas escribe: “Llegó la peste a la ciudad / Es de noche, se oye el silencio de los muertos (…) se llevaron a unas mujeres / los diarios no dicen nada / nada. Estamos solos / llegó la peste por años y años…”.

‘De alguna manera él me validó. Valente era el crítico de Chile. Fue importante entonces salir en el diario. Incluso para encontrar trabajo’, comenta Pepe Cuevas, quien tiene enmarcado en el comedor de su casa un poema de Nicanor Parra de Obra gruesa con el rostro dibujado del antipoeta.

“Yo era como un obrero”

La poesía de Pepe Cuevas es la voz de un cronista que registra lo que ocurre en la calle, describe a los seres marginales, trabajadores, cesantes, alcohólicos, a sus amigos Talo-Tilo, Chico Martínez y Kiko Rojas, que observa los cambios del país y apunta los ecos de la historia, desde la Unidad Popular, los años de la dictadura, la década del 90 y la sociedad de consumo, hasta nuestros días. Su mirada está impresa en libros como Introducción a Santiago (1982), Canciones rock para chilenos (1987), Poesía de la comisión liquidadora (1997), Canciones oficiales (2009) y la antología Ex-Chile (2021).

Pródigo en aciertos memorables y con un singular desplante verbal”, anotó en los años 80 el crítico del diario El Mercurio Ignacio Valente, destacando “su voz sencilla” que “no asume el acento de la ideología o del tiempo futuro, que simplemente cuenta su pequeña historia, su historial privado del trauma del 11”.

De alguna manera él me validó. Valente era el crítico de Chile. Fue importante entonces salir en el diario. Incluso para encontrar trabajo”, comenta Pepe Cuevas, quien tiene enmarcado en el comedor de su casa un poema de Nicanor Parra de Obra gruesa con el rostro dibujado del antipoeta. Varias veces habló con Parra. “Era simpático, bueno para la chacota. También nos enseñó a ser transgresores”, señala el autor del verso “Destruir en nuestro corazón la lógica del sistema”, proyectado por el colectivo Delight Lab, que rodeó el monumento al general Baquedano, en Plaza Italia, en septiembre de 2020.

Pepe Cuevas cree que su verdadero interés por la literatura comenzó siendo estudiante en el Liceo Amunátegui. “Se discutían cuestiones teóricas en ese tiempo. La literatura estaba presente. Los jóvenes articulaban discursos. Y las peleas a puñetazos se producían en la Quinta Normal”, explica. “¿Pero te digo la firme? Mis verdaderas vivencias me marcaron. Yo tuve una vida de pueblo. De chico iba a las fábricas, era como un obrero. Creo que de ahí nace todo”, asegura.

Se apagó el humo, la fritanga, las cuecas / sobrevino el desastre, no hubo revolución chicha ni empanadas / Pero yo necesito más que nunca esa revolución, ahora sí que soy / una escoria una mierda una piltrafa”, escribe Cuevas en el poema “Creíste que era fácil la revolución, eh muchacho”.

Sobre los años previos al Golpe y de su paso por el Pedagógico, donde obtuvo el Premio de la Federación de Estudiantes en 1971 y 1972, cuenta lo siguiente: “Había una lucha social muy grande. El estudiantado estaba en movimiento y se hacían cosas. Se salía mucho. Había harto vínculo de los estudiantes y los jóvenes con los obreros. Por ejemplo, en la población Los Nogales, en Estación Central. En poblaciones de Pedro Aguirre Cerda, La Cisterna, Pudahuel… Con los pobladores hacíamos charlas, compartíamos música y recitábamos poesía. Teníamos una concepción muy bonita de unirnos con los trabajadores. Nosotros luchamos por una verdadera revolución social. Todo, hasta el golpe de Estado”.

Me gustaba caminar. Yo recorría caminando las poblaciones de Santiago, vagaba mucho en la noche. ¡No andaba un alma! También era peligroso. A veces a uno le decían: ‘¿Usted qué anda grabando? Ya, váyase, váyase, váyase de aquí, anda puro hueveando’. Pero creo que era importante registrar lo que estábamos viviendo. Pasaban muchas cosas. Había mucho que recoger.

Pitucos y la sospecha

Escribe a mano. Tiene decenas de cuadernos con poemas inéditos. Algo similar le ocurre con la acumulación de imágenes. Cuenta que durante casi toda su vida ha filmado. Muestra una cámara de video y muchos casetes que conserva sin ver aún el resultado. Dice que “desde siempre” se metía a las poblaciones, grababa las protestas, a los trabajadores, los mítines, las ollas comunes, los rostros de incertidumbre, y que algún día hará algo con ese trabajo.

Esos recorridos recuerdan las palabras que señaló la crítica Soledad Bianchi: “Cuevas construye sus trabajos literarios trasladándose, avanzando y retrocediendo por las páginas, párrafos, líneas, espacios, palabras, de sus cuadernos. Mientras que, para nosotros, lectores, conocer su poesía es acompañar al autor —y a los hablantes— a sus viajes, paseos, caminatas por ciudades, calles, parques, mercados, fondas, micros, montes, plazas, bares, restoranes…”.

Me gustaba caminar. Yo recorría caminando las poblaciones de Santiago, vagaba mucho en la noche”, relata Cuevas. “¡No andaba un alma! También era peligroso. A veces a uno le decían: ‘¿Usted qué anda grabando? Ya, váyase, váyase, váyase de aquí, anda puro hueveando’. Pero creo que era importante registrar lo que estábamos viviendo. Pasaban muchas cosas. Había mucho que recoger”, añade el autor del poema “Desgraciados países”: “Los países quedan heridos / pasan largo tiempo sin recuperar el habla / deben aplicarse electroshock / someterse al olvido / beber beber / hablar de otra cosa”.

Pepe Cuevas es el mayor de siete hermanos. Creció en una casa de la calle Rosas, en el Santiago antiguo, hasta que la familia se trasladó a Las Condes, cuando era una comuna menos segregada. Después de egresar de Filosofía en el Pedagógico, a comienzos de los 70, hizo clases en el sector del barrio Mapocho, en un colegio en San Bernardo, en La Cisterna, en Pudahuel. También fue profesor, hasta que lo despidieron y fue exonerado en dictadura, del Liceo Comercial B-113, en Pedro Aguirre Cerda, hoy llamado Liceo Comercial Julio Chana Cariola.

Sobre los mil días de la Unidad Popular, Pepe Cuevas asevera: “Yo vi esa efervescencia, que se debía a que Allende estaba relacionado con el pueblo. Era increíble ver las concentraciones, el nivel de participación de las personas. El compromiso”. Agrega que incluso tras el Golpe, “en la clandestinidad se participaba bastante. Aunque la dictadura fue una descomposición, que aplastó, eliminó y asesinó. Yo recuerdo que iba a las cárceles a ver a los presos. Creo que conocí todo Santiago a pie. Después vino la desilusión de la democracia”. No en vano, en el poema “Algo sobre la Concertación” se lee: “No fue ninguna vanguardia la Concertación / sino la muerte definitiva del Pueblo Trabajador la consolidación / del sistema de mercado y consumo”.

En plena dictadura, Pepe Cuevas volvió a trabajar con su padre, tras ser expulsado del colegio donde hacía clases. “Me despidieron y volví a la reparación de máquinas de escribir. Un oficio que conocía. Fue un regreso, porque desde niño trabajaba con mi papá”, dice el autor de Maquinaria Chile. Su padre tenía un taller en la calle 21 de Mayo, cerca de Plaza de Armas. “Era muy severo y estricto —sigue—. Íbamos a terreno y me decía: ¡Ya mierda, pesca las herramientas! Había que agarrar la escobilla, los destornilladores y partíamos a diferentes fábricas a trabajar, en Maipú, Pudahuel, Lo Prado… Después me independicé: trabajé solo arreglando máquinas Underwood y Remington. Allí conocí a los verdaderos trabajadores de las fábricas”.

¿Cómo era entonces la noción de pueblo?
Muy potente. Tenía mucha actividad y lucha social. El pueblo tenía diarios como El Siglo, pero después como que asesinaron al pueblo. Se fue diseminando. Esa presencia, esa fortaleza, con la dictadura se fue para abajo. Muchos se encerraron en sí mismos, porque el peligro era muy grande. Con la excepción de los verdaderos militantes, que trabajaban en la clandestinidad.

¿Era militante comunista?
Milité muchos años, iba a una población por el lado de Las Rejas, luego del Golpe milité en unas poblaciones, unas casas medias clandestinas que quedaban por detrás del cerro San Cristóbal, siempre acompañado de mi amigo Kiko Rojas, pero después dejé de participar. Hay un poema que tengo, “El sueño de Kiko Rojas”, donde digo “a los Cordones / Vicuna Mackenna / Cerrillos / Maipú / fábricas e industrias / que habrán de saltar sobre la Fach”. En el sueño del Kiko Rojas, Pinochet es fusilado y “se para el Golpe”. Pero creo que ahora murió el Kiko Rojas…

Y en dictadura, ¿cómo era la Sociedad de Escritores de Chile (SECH)?
Era entretenido ir a la SECH. Se tomaba harto. Llegaban viejos y jóvenes escritores. Era como un refugio. Pero quienes siempre estaban eran Rolando Cárdenas y Jorge Teillier. Nos juntábamos también en la Unión Chica. Ellos vivían como poetas. Uno aprendía mucho. Era bonito eso. Se vivía como poeta, a pesar del horror. A veces aparecía Armando Uribe.

¿Y cómo ocurrió esa anécdota con Armando Uribe, en que lo confundió con un gásfiter…?
Fue en el departamento del poeta frente al Parque Forestal. No recuerdo qué se celebraba. Yo llegué ahí con otros poetas. Él ya había llegado del exilio. Es que yo siempre andaba con mi bolso, lo más probable con las herramientas para arreglar las máquinas de escribir o quizás solo con mis libros. Y Uribe pensó que yo era un obrero, un mecánico… Me preguntó si podía arreglar un asunto en la cocina. Jajaja. Él era un pituco, un cuico, pero participaba activamente contra Pinochet. No iba a las poblaciones, pero dejaba en nuestras conversaciones su punto de vista.

En esos años, ¿había mucha desconfianza en el otro?
¡Pero claro! En todas partes, en la calle, en el metro, en las micros… Había mucha sospecha. Gente que hacía puro teatro… Por ejemplo, ibas en el metro y un tipo se ponía a hablar en voz alta contra Pinochet o decía: “¡Estos milicos desgraciados!”. ¿Y para qué? Para ver quién caía. ¡Era una trampa! El que se ponía a hablar contra los milicos pisaba el palo y lo agarraban después. Eran sapos. ¡Había sapos por todos lados!

¿Cómo ve ahora la política?
Antes existían cuestiones más nítidas: la izquierda, el proletariado, el Partido Comunista, y ahora no está eso, fíjate. O le han cambiado el nombre o han mutado. Las identidades han cambiado. El proletariado siempre ha existido, pero no está organizado. La gente también se aburre de escuchar lo mismo. Entonces, ahora a los pobladores les dicen ciudadanos. Yo siempre estoy por la lucha social. No hay que dejar de lado la lucha social y las transformaciones.

¿Qué piensa de esta conmemoración de los 50 del golpe de Estado?
Esto que sucedió fue uno de los crímenes más grandes de la historia de Chile. La esperanza del pueblo era tremenda. Después vino la masacre. Después vino el poeta y el ex poeta. Se instaló el lumpen en las poblaciones, la depresión en la población, la justicia en la medida de lo posible y las cosas cambiaron para siempre. Parece hoy que la consigna es robar. Yo tengo un poema que se llama “Roba, roba” y dice: “Las AFP Roban / la Banca Roba y las casas / Comerciales / toda la Villa Esperanza Roba / Los lumpen de Santiago centro / también Roban / Pinochet se lo Robó Todo”.

 

Crédito fotografía de portada: Javier García Bustos (julio de 2023).

 


Ex-Chile, José Ángel Cuevas, Editorial UV, 2021, 348 páginas, $10.000.


Treinta poemas del ex poeta José Ángel Cuevas, José Ángel Cuevas, Ediciones UDP, 2022, 72 páginas, $16.000.

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