El escritor argentino escribe literatura fantástica y de terror, pero en su obra esos elementos siempre conviven con hechos, temas y contextos reales reconocibles: en La maestra rural, la novela que presentó la semana pasada en Chile, junto a los pasajes más fabulosos y paranoicos, nos encontramos también con el peronismo o la guerra de las Malvinas. Como señaló en la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño, para él la literatura fantástica tiene una carga política subterránea: “Hijo del gótico, que nace como contraposición al discurso iluminista, el fantástico nos recuerda que siempre hay algo que se escapa, algo inabarcable y salvaje”.
por Sebastián Duarte Rojas I 3 Julio 2024
Conspiraciones extraterrestres, mitología sumeria, discursos científicos, historia argentina, horror cósmico y poesía, mucha poesía, son algunos de los elementos que confluyen en La maestra rural, la fascinante primera novela de Luciano Lamberti (San Francisco, Córdoba, Argentina, 1978), publicada originalmente en 2016 y recién editada en Chile. El escritor argentino visitó Santiago la semana pasada para asistir al lanzamiento del libro, en que participaron los escritores Malu Furche y Simón Soto, y dictar su conferencia “Literatura fantástica argentina y realidad política” en la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño de la Universidad Diego Portales, donde fue presentado por el narrador y editor Luis López-Aliaga.
La maestra rural es un relato coral compuesto por capítulos que se titulan como los personajes que narran cada una de esas partes, una serie de voces perfectamente distinguibles gracias al oído certero de Lamberti. Entre sus diversos narradores, los que más se repiten son los dos personajes principales del libro: Angélica, quien pasa de ser una profesora primaria de un pueblito de Córdoba, que lee poesía con el Pequeño Larousse Ilustrado en la mano, a escribir poemarios cuyo lenguaje alucinado tiene un efecto hipnótico en los lectores que los descubren y no pueden evitar asustarse u obsesionarse con ellos; y Santiago, un estudiante universitario con aspiraciones literarias que, movido por su admiración hacia la misteriosa poeta, le sigue la pista para entrevistarla y escribir su tesis sobre ella.
Antes de la aparición de esta primera novela, Lamberti ya había pasado por otros géneros: debutó con el poemario San Francisco (2008) y luego sacó dos libros de cuentos, El asesino de chanchos (2010) y El loro que podía adivinar el futuro (2012), los que más tarde remezcló en la antología de relatos Grandes éxitos (Banda Propia, 2020), su primera publicación en nuestro país.
―Yo escribía poemas narrativos, en la tradición de poesía argentina de los 90, como Fabián Casas. Entonces el paso de un género a otro fue más o menos fácil, aunque tampoco automático; no es que agarrás un poema, lo ponés en prosa y pasa a ser un cuento. Un cuento es otra cosa, y fue un aprendizaje, en ese sentido ―dice Lamberti―. Yo lo hago para probar, me pongo metas para no aburrirme: la primera meta fue escribir cuentos, la segunda fue escribir novelas. No sé cuál será la próxima, quizá escribir novelas largas, novelones, sagas. Uno siempre está aprendiendo, está empezando. Pero aunque hay que tener cierta autocrítica, uno tampoco tiene que engolosinarse con ella; también está bueno cerrar etapas, publicar, pasar a otra cosa. Yo publico un libro, inmediatamente me arrepiento y después lo perdono. Lo perdono sobre todo a partir de algunas lecturas que hacen los lectores. Yo no vuelvo a leerlo, porque agarrás un libro tuyo, lo abrís, leés dos líneas y ves un defecto, ¿me entendés? La maestra rural ya es un libro que perdoné, porque pasó hace mucho tiempo.
Durante su diálogo con López-Aliaga, al final de la conferencia del pasado jueves, Lamberti comentó que no ha vuelto a escribir poesía desde que se adentró en la narrativa, pero también afirmó: “Yo quisiera creer, como Bolaño, que en mis novelas está la poesía del comienzo. (…) Para mí la buena prosa tiene ritmo, tiene una finalidad poética”, por lo que en sus relatos aspira a “la música de la poesía, el estado de la poesía, que es estar en calzoncillos frente al abismo, el estado de indefensión total, de quitarte todas tus certezas”.
―Vallejo es un poeta al que puedo volver, siempre me sorprende. Es el equivalente a Borges en narrativa, que siempre tiene un costado que no habías visto. Además, su forma de trabajar el idioma es de otro planeta. Héctor Viel Temperley, el poeta del que escribí en mi tesis, también estaba alucinado, era completamente místico. Hay otro poeta argentino que se llama Juan Carlos Bustriazo Ortiz, del que solo se publicaron algunas cosas en vida; era de la Pampa, muy alcohólico, y mezclaba folclore con trabajo formal, una cosa tremenda, muy potente. Y Alejandro Schmidt, que era un poeta de Villa María, muy interesante. Esa clase de poetas me encanta, esos son los que vuelvo a leer. Me gusta Sharon Olds, también, que es una poeta muy narrativa, o la poesía de Carver. Y voy cambiando, además. Ayer me compré un libro de Óscar Hahn, que es una cosa de locos.
Cuando se descubre que Angélica, en La maestra rural, les hace clases a sus alumnos sobre temas extraños ―biología enfocada en los anélidos, historia arcaica y conspiratoria, geografía inexistente, matemática duodecimal―, el narrador que nos cuenta sobre las madres espantadas al revisar los cuadernos de sus hijos dice que ella también enseñaba “mucha poesía clásica, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou. ¿Quién puede tener algo en contra de la poesía? Nadie. El problema era lo otro”. Pero Lamberti escogió a propósito a estas tres poetas de apariencia inofensiva como las favoritas de la maestra:
―A Juana de Ibarbourou, porque en mi casa no había muchos libros, pero había uno de ella, que yo había leído mucho cuando era chico, y después de grande, con una cierta distancia irónica. Ese mundo que crea, ese trabajo sobre lo femenino, está lleno de pliegues, es muy interesante: parece naíf, parece inocente, pero tiene un costado tremendo. Y las otras, porque formaban como un tándem de poetas que trabajaban lo femenino, que era algo que a mí me interesaba en Angélica: esa experiencia de lo femenino en los años 70, muy brava, muy distinta a la que se puede llegar a vivir ahora. Pensé en esa tríada un poco por eso, por una cuestión biográfica mía y porque esta clase de poeta medio naíf, pero a la vez muy autoconsciente, que tenía que escribir en condiciones muy adversas, me interesaba.
Lamberti escribe literatura fantástica y de terror, pero en su obra esos elementos siempre conviven con hechos, temas y contextos reales reconocibles: en La maestra rural, junto a los pasajes más fabulosos y paranoicos, nos encontramos también con el peronismo o la guerra de las Malvinas; el volumen Grandes éxitos fue compuesto intercalando cuentos de un libro realista con otro fantástico; y su novela más reciente, Para hechizar a un cazador (Alfaguara, 2024), que recibió el Premio Clarín de Novela 2023, también trabaja esos géneros, pero esta vez para abordar la dictadura argentina y la apropiación de niños de detenidos desaparecidos. En su cátedra, Lamberti afirmó que la literatura fantástica tiene una carga política subterránea, la que se relaciona con la otredad y la idea impuesta de lo real: “Hijo del gótico, que nace como contraposición al discurso iluminista, el fantástico nos recuerda que siempre hay algo que se escapa, algo inabarcable y salvaje”.
―Cuando aparece la otredad en el fantástico, eso que no puede ser explicado en términos lógicos, es una subversión política, porque cuestiona el relato oficial. Y eso es lo que está bueno. En vez de ser la oposición civilización-barbarie, es la oposición discurso oficial-discursos terroristas, por decirlo de alguna manera. Porque el fantástico nace luego del triunfo del racionalismo, cuando se deja atrás la visión mágica del mundo, y es un cuestionamiento a esa idea de que vamos hacia el progreso, de que el mundo puede ser explicado en términos racionales y no hay nada más, no hay Dios, no hay otredad. Esa es su base y su función filosófica. Porque puede hablar de fantasmas, vampiros u hombres lobo, pero en realidad habla de que nuestras certezas no son tan certeras.
En La maestra rural, al responder un correo de Santiago, Angélica dice: “Creo que usted quiere ser escritor antes de escribir, y eso se nota. Se nota también que ha estudiado Letras y ha leído mucha poesía, porque ante cada opción, ante cada encrucijada, opta siempre por el camino seguro, el que ya ha sido trazado por otros, más valientes, más temerarios, más originales. Debería darse un baño. Debería purificarse. Debería olvidar todo lo que aprendió. Solo así podrá acercarse a la elaboración de una voz propia”. Aquí resuena aquella frase de Lamborghini luego citada por Aira: “Primero publicar, después escribir”, una noción que se contrapone al modo en que Lamberti entiende la escritura:
―Yo tengo mucho respeto por escribir, por publicar. Esa cosa canchera aireana no me va. O esa idea de no corregir, de creer que el texto está bien porque lo hiciste vos. Esos autores se dan demasiada importancia a ellos mismos y a la espontaneidad. A veces, cierta búsqueda de originalidad nos destroza; la originalidad puede ser una cagada también. En Argentina está el tema de jugar con esto, jugar con lo otro, de una literatura hiperintelectualizada y muy conceptual, muy de académico. Pero yo vengo del campo, ¿qué voy a andar con eso? Me parece, por momentos, una falta de respeto. Yo trato de contar una historia que esté buena, de pensar en el lector, soy muy tradicional en ese sentido. Solo publico aquello de lo que realmente estoy seguro (por más que después me arrepienta, en ese momento estoy seguro) y hay muchas cosas que no publiqué. Hay gente que cree que escribir es escribir un primer borrador, y todo lo que sigue, o le da fiaca o cree que no es escribir, pero eso es escribir, lo que sigue al primer borrador. Esas personas tienen una idea muy equivocada sobre la publicación: quieren ser escritores sin escribir, quieren tener todos los beneficios supuestos de ser escritor, porque tampoco es que vivamos de lo que escribimos, o ganemos mucha plata, o tengamos grandes vidas sociales. Para mí la escritura es una religión. No hay que faltarle el respeto.
Fotografía: Luciano Lamberti durante su conferencia en la Cátedra Abierta UDP en homenaje a Roberto Bolaño.
La maestra rural, Luciano Lamberti, Banda Propia, 2024, 264 páginas, $18.000.