Manuel Puig, Mario Vargas Llosa y el chisme como materia prima

Junto con un enorme bagaje de lecturas, propio de la alta cultura en la que se formó, José Donoso cultivó en su producción autobiográfica un arte de la confidencia tan interesante como el de su obra de ficción y sus estimulantes incursiones en la crítica literaria. Este artículo se concentra en el ensayo que el autor chileno escribió sobre la obra de Puig y Vargas Llosa, y en todo el pelambre que se produjo cuando este último se negó a darle el Premio Biblioteca Breve a La traición de Rita Hayworth, del novelista argentino. Es posible que a Donoso lo haya motivado el rencor y la envidia, pero sin duda se trata de páginas que revelan su lucidez, audacia y carácter adelantado.

por Pedro Pablo Guerrero I 24 Septiembre 2024

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La anécdota es conocida. La recoge el español Manuel Guedán en su ensayo Literatura Max Factor (2018). El cinéfilo Manuel Puig le envía al cinéfilo Guillermo Cabrera Infante una postal de Navidad en la que identifica una lista de actrices de Hollywood con otra de escritores latinoamericanos. Norma Shearer es Borges: “¡Tan refinada!”; Elizabeth Taylor, García Márquez: “Bella, pero con las patas cortas”; Ava Gardner, Carlos Fuentes: “El glamour la rodea, pero ¿puede actuar?”; Hedy Lamarr, Julio Cortázar: “Bella pero fría y remota”. Y así sucesivamente. Son 18 estrellas en total, pero las protagonistas de esta historia son tres. Esther Williams es Vargas Llosa: “Tan disciplinada (y aburrida)”; Deborah Kerr, José Donoso: “Nunca consiguió un Oscar pero espera, espera”. El propio Manuel Puig se ve a sí mismo como Julie Christie: “Una gran actriz pero al encontrar al hombre de sus sueños (Warren Beatty) no actúa más. Su suerte en el amor ¡es la envidia de todas las estrellas de la Metro!”.

Ya hubiera querido Puig correr la suerte de la diva británica en 1965, declarado “El año de Julie Christie” (Life) por el Oscar y el Bafta a la Mejor Actriz, que obtuvo gracias a Darling; por el papel de Lara en Doctor Zhivago, y su menos recordada aparición en El soñador rebelde, basada en la vida del dramaturgo irlandés Sean O’Casey. Para el escritor argentino, en cambio, 1965 fue un año fatal. Estuvo a punto de ganar el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral con La traición de Rita Hayworth, pero en la recta final se lo llevó Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé. El jurado estuvo integrado por Carlos Barral, Salvador Clotas, Josep María Castellet, Luis Goytisolo y Mario Vargas Llosa.

Los entretelones del fallo causaron una polémica cuyos ecos tardarían décadas en extinguirse, lo que ya es mucho decir considerando los estándares de aquel certamen en materia de controversias. Guedán afirma en su libro que la novela de Puig empató en la última ronda de votaciones con la de Marsé. Luis Goytisolo defendió La traición de Rita Hayworth, mientras que Vargas Llosa se opuso tajantemente, al considerar que la obra era poco literaria y que su autor escribía “como Corín Tellado”. Frente a la intransigencia del novelista peruano, Goytisolo acabó por retirarse del jurado.

En 1990, a pocos días de la muerte de Manuel Puig, el escritor Juan Goytisolo —hermano de Luis— desclasificó en una columna de El País lo que, según él, había pasado: “Por el testimonio escrito u oral de tres miembros del jurado, supe que la novela de Manuel Puig había resultado victoriosa en las votaciones, pero la oposición encarnizada de Barral y su amenaza de liquidar el premio lograron imponer a la fuerza a su candidato —un autor, por otra parte, muy estimable—, a quien por lo visto había otorgado el galardón previamente”.

El “autor muy estimable”, es decir, Juan Marsé, contestó con una carta al director en la que desmintió rabiosamente a Goytisolo, acusándolo de ajustar cuentas personales con Carlos Barral. Marsé defendió la memoria del editor, ya fallecido, y preguntó a quién se le podía ocurrir que hubiera sido capaz de “imponer” a su candidato ante un jurado de cinco miembros cuya independencia de criterio y honestidad le constaban.

Fuese Barral o Vargas Llosa quien decidió la suerte final de La traición de Rita Hayworth, lo cierto es que Puig no perdonó a ninguno de los dos. En una carta se quejó de cierta revista que “le hace el caldo gordo [adula] al asqueroso Vargas Llosa”, y les deseó la “muerte a todos los barralistas”. La tesis de Guedán es que Puig fue rechazado por razones extraliterarias: “Excitó el odio tanto del fascismo como del ‘machismo leninismo’ [expresión usada por Juan Goytisolo en su carta] y fue denostado igualmente en la academia y en los cenáculos literarios. La homofobia y el esnobismo se anudaron para hacer frente al golpe democratizador y sancionarlo como corrupto”.

Tanto Puig como Vargas Llosa, por el contrario, intentarían diluir la presencia del yo en las múltiples voces de sus personajes, echando mano de expedientes de siglos anteriores, como el uso del sentimentalismo, las cartas y el folletín.

Puig quedó así relegado a la periferia del Boom, o al “grueso del Boom”, como lo llama José Donoso en contraposición con el gratin, el cogollito, la mafia que, a los ojos de la gente, integraban Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, según la clasificación con la que juega el novelista chileno en su Historia personal del Boom. Ensayo en el que, por cierto, destaca al argentino como “el más brillante del grupo” en referencia a su vecindario, bueno pero alejado del centro de la ciudad letrada, para usar la expresión de Ángel Rama, otro ilustre detractor de Puig, al que tampoco incluyó en su canon. Lo inesperado es que, al mismo tiempo, Donoso compara, de pasada, a Puig con Vargas Llosa, por ser ambos menores de 40 años, escribir “brillantes y apetitosas novelas”, estar volcados al cine y compartir “visiones parecidas y novedosas”.

Donoso no desarrolla en aquel libro de 1972 esta idea, provocativa y a contrapelo de la opinión general de la crítica, pero hoy sabemos que estaba trabajando sobre ella en un ensayo que dejó inédito, “La abolición del intermediario: Manuel Puig y Mario Vargas Llosa”, incluido por Cecilia García-Huidobro en Historia personal del Boom y otros escritos, de José Donoso, libro publicado en 2021 por Ediciones UDP. Descubierto por la investigadora en la División de Manuscritos de la Biblioteca de la Universidad de Princeton, es un texto inconcluso, sin fecha, aunque García-Huidobro conjetura que los primeros bocetos se remontan a 1971, mientras escribía, precisamente, Historia personal del Boom.

Dispuesto a desmontar el mito en su ensayo, Donoso parte desde la base. Últimas tardes con Teresa, después de todo, no es tan diferente a La traición de Rita Hayworth. Ambas novelas llevan el “cromo” a la literatura, comparten una sensibilidad camp típica de los años 60, tal como define su esencia Susan Sontag: el amor a lo no natural, al artificio y la exageración. Las dos son, finalmente, “novelas de gusto popular en contraposición a la novela de élite”. El voto de rechazo de Vargas Llosa a Puig lo atribuye Donoso a una “repugnancia temperamental” que lo ciega al parentesco “sutil” pero “indudable” entre la novela del argentino y su Conversación en La Catedral.

Estoy convencido de que por lo menos en el plano de sus intenciones estéticas, de lo puramente formal, Puig y Vargas Llosa, los dos novelistas más dispares imaginables, van de la mano, tienen intereses fraternos, preocupaciones y gustos afines y paralelos”, escribe Donoso.

Si novelistas mayores (en edad), como Carlos Fuentes, García Márquez, Sabato, Cortázar y Cabrera Infante se enfocaron en experimentar con el lenguaje, permeándolo con sus emociones e idiosincrasias, estos dos novelistas más jóvenes intentan abolir o deshacerse del intermediario entre el lector y el escritor. El intermediario, en el esquema de Donoso, es el idioma cargado de yo, propio de la novela latinoamericana totalizadora de los años 60, que celebraban críticos como Emir Rodríguez Monegal. Tanto Puig como Vargas Llosa, por el contrario, intentarían diluir la presencia del yo en las múltiples voces de sus personajes, echando mano de expedientes de siglos anteriores, como el uso del sentimentalismo, las cartas y el folletín. Neutralizaban de esta forma el subjetivismo del narrador en busca de nuevos caminos para la novela, adhiriendo a la idea de que el lenguaje no es un fin, sino un medio.

Entrevistado en 1990 por The Paris Review, Vargas Llosa diría algo que se acerca bastante a las hipótesis de Donoso: “Para mí es muy importante que el elemento intelectual, cuya presencia es inevitable en una novela, se disuelva en la acción, en las historias que deben seducir al lector no por sus ideas, sino por su color, por las emociones que inspiran, por su carácter sorprendente y por todo el suspense y el misterio que llegan a generar. En mi opinión, la técnica novelística existe esencialmente para producir ese efecto, para disminuir y, si es posible, anular la distancia entre la historia y el lector”.

Volviendo al ensayo de Donoso, el chileno celebra en el autor de Boquitas pintadas y La traición de Rita Hayworth un irreverente aire de frescura poco usual en la “agónica seriedad generalizadora de las novelas argentinas, empeñadas en la búsqueda de un yo existencial o patrio”. Puig contrapone a las vacas sagradas de la narrativa trasandina —desde Eduardo Mallea hasta Ernesto Sabato y Julio Cortázar, pasando por Leopoldo Marechal y Manuel Mujica Láinez— una pretendida ingenuidad, de la que Donoso sospecha y considera una estrategia. La gran novela argentina, aquella que trasciende las fronteras nacionales, encarna según Donoso la tradición de una burguesía rica, industrial, bien alimentada y culta. Sobre todo culta, hasta el punto de que “toma la forma de un diálogo con la cultura”, y está formulada en esos términos, llena de alusiones librescas, eruditas, incluso esnobs.

José Donoso nunca finalizó su ensayo sobre Puig y Vargas Llosa. Solo queda especular si, de haberlo terminado, hubiera mantenido todos los juicios que expresó en el manuscrito o su valoración de la obra de Vargas Llosa habría decaído junto con su opinión sobre el autor. En sus Diarios le reprocha su incomunicación, la arrogancia, la falta de necesidad de relación humana, la frialdad y la ‘certeza subyacente a mi admiración de que su obra es la más frágil de todas nuestras obras’.

José Donoso cita al respecto la anécdota, tal vez apócrifa pero plausible, de un parroquiano de café que le preguntó a Borges si sabía sánscrito. “Bueno, che, solo el sánscrito que sabe todo el mundo”, respondió el autor de El Aleph. Las novelas de Manuel Puig, dice Donoso, son una rebelión a ese sánscrito que sabe todo el mundo: “Que Manuel Puig encarne su pasión rebelde contra todo esto en las monerías cursis de Boquitas pintadas y La traición de Rita Hayworth es su manera de rebelarse por medio de la parodia contra el buen gusto intelectual argentino”.

Sin embargo, aunque Donoso admite que hay momentos en las novelas de Puig en que el resultado es prodigioso, el esfuerzo del autor por ocultar su presencia termina fracasando. Le resulta imposible sostener el propósito de presentar el acontecer desnudo, no comentado, pese al acopio de cartas, diálogos puros, monólogos interiores, diarios de vida, composiciones escolares, partes médicos y policiales, y otras técnicas de vanguardia. Es un experimentalismo que no termina de cuajar porque, al colocarse fuera de sus novelas, el lector no puede dejar de comparar al Manuel Puig persona con sus personajes. Así, por ejemplo, su fervor por el cine de las estrellas en La traición de Rita Hayworth no es un gusto directo, sino oblicuo. “Los personajes de Puig creen en sus mitos, pero Puig no”, dice José Donoso.

En un juicio arriesgado, el ensayista dice que esta “insinceridad” estética de las novelas de Puig es la cualidad que más separa su producción novelesca de Conversación en La Catedral, cuyo autor sale en busca de sus demonios con “sinceridad estética”, dispuesto a devorarlos o ser devorado por ellos, lo que transforma su novela en “una aventura existencial y un compromiso, en lugar de ser un juego, o un ejercicio de la inteligencia”. De ahí, deduce, la ausencia total de ironía o de sentido del humor en Conversación en La Catedral y en las novelas del autor peruano. Hasta esa fecha, hay que aclarar, pues el propio Donoso admite que las cosas cambian en 1973, cuando Vargas Llosa publica Pantaleón y las visitadoras. Luego de confesar que siente “envidia” y “odio” por la importancia que se le está dando a esa novela y la poca atención que recibe Tres novelitas burguesas —publicada casi al mismo tiempo—, Donoso anota: “Con la publicación de Pantaleón y las visitadoras se hace imperioso terminar mi ensayo sobre Vargas-Puig, que con esto será facilísimo, mientras que con Conversación era dificilísimo. En el fondo me conviene” (Calaceite, 1 de junio de 1973).

El último mes del año lo sorprende sin terminar su ensayo, aunque ya ha tomado la decisión de comparar a Puig no con Conversación, sino con Pantaleón. Es comprensible. El nuevo libro de Vargas Llosa tiene mucho más en común con La traición de Rita Hayworth. Hay en él parodia, toneladas de kitsch (“prácticamente cada línea de Pantaleón es puro kitsch”, dirá el crítico José Miguel Oviedo), un manejo desopilante de la jerga burocrática y una novela construida casi enteramente sobre la base de memorandos militares. Pero lo que convence a Donoso de usar esta novela es otro rasgo: “Pantaleón se inserta en la moda de la ‘nostalgia’ (como también, de modo y por razones diferentes, lo hace Puig), por medio de su intento de recuperación expresiva de lenguajes muertos o inertes: mira, así, hacia el pasado: es una resurrección” (Calaceite, 25 de febrero de 1974).

Respecto del cine, el ensayo de Donoso contiene una serie de afirmaciones cuestionables, alguna de ellas posiblemente injusta: Puig adoptaría la ética del cine y Vargas Llosa, su estética. Conversación no adhiere a la mitología del star system ni a las fantasías compensatorias que a partir de ella generan sus admiradores, sino al uso de ciertas técnicas propias del lenguaje cinematográfico. “Lo divertido, lo verdaderamente irónico, es que la obra de Puig es crítica, fría y sin poesía; mientras que las estructuras de Vargas Llosa rebosan lirismo en su unidad formal”, opina Donoso. Ambos persiguen la inmediatez literaria, escribir la novela concreta. Pero mientras Vargas Llosa lo consigue reduciendo la presencia del autor al mínimo, usando la narración en forma apenas perceptible, Puig fracasa al buscar la inmediatez por medio de “posiciones extremas de experimentaciones literarias”, perdiendo la concreción literaria en una “selva de posturas”.

Como hemos dicho, José Donoso nunca finalizó su ensayo sobre Puig y Vargas Llosa. Solo queda especular si, de haberlo terminado, hubiera mantenido todos los juicios que expresó en el manuscrito o su valoración de la obra de Vargas Llosa habría decaído junto con su opinión sobre el autor. En sus Diarios le reprocha su incomunicación, la arrogancia, la falta de necesidad de relación humana, la frialdad y la “certeza subyacente a mi admiración de que su obra es la más frágil de todas nuestras obras”. ¿Pura envidia?, se pregunta. “Puede ser: razones de sobra hay. Pero hay algo terriblemente falso en él, terriblemente circunstancial”. ¿Por qué sigue viéndolo, entonces? “Uno, para mantener la ‘mafia’, que me es útil, dos, mi ‘aime’, ya que no mi amor hacia su obra, tres, la amistad familiar, nuestras mujeres e hijos. Pero lo acepto. Su falta de humor, de ironía, de imaginación, me molesta: pero lo admiro, and I learn from him. Un día de estos escribiré un análisis de su personalidad que no publicaré, y uno de su obra, que sí publicaré”.

El propio lugar de José Donoso en el Boom no estuvo en las cuatro sillas fijas que ocuparon García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa y Cortázar, sino en una quinta, móvil, que alternaba con Ernesto Sabato, al decir de Ángel Rama.

No hizo ninguna de las dos cosas. El resto de la historia es conocido: mientras Vargas Llosa siguió su carrera ascendente cosechando los premios internacionales más prestigiosos, hasta alcanzar el Nobel de Literatura, Donoso se quedó esperando un “Oscar” hasta el final de sus días. En 1970 corrió la misma suerte que Puig cinco años antes en el Premio Biblioteca Breve: justo el año en que postuló con El obsceno pájaro de la noche, el jurado —donde nuevamente estaba Mario Vargas Llosa— decidió suspender el certamen por la crisis interna que enfrentaba Seix Barral.

El propio lugar de José Donoso en el Boom no estuvo en las cuatro sillas fijas que ocuparon García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa y Cortázar, sino en una quinta, móvil, que alternaba con Ernesto Sabato, al decir de Ángel Rama. Puig ni siquiera eso. Cuando finalmente logró publicar La traición de Rita Hayworth en 1968, recién tres años después del affaire Biblioteca Breve, lo tuvo que hacer en Argentina, no en España. Puig le envió un ejemplar a Donoso para que incluyese dos capítulos en el libro The TriQuarterly Anthology of Contemporary Latin American Literature, que editaría la Universidad Northwestern. Los editores eran José Donoso y William Henkin. No seleccionaron el texto del escritor argentino, pero Donoso leyó la novela y se interesó en ella tempranamente, citándola con frecuencia en sus Diarios (“La traición es increíble”, escribe en 1971), como luego haría con la segunda, Boquitas pintadas, a la que Juan Carlos Onetti le negó el premio de la revista Primera Plana, argumentando que sabía cómo hablaban los personajes de Puig, pero no sabía cómo escribía el autor.

El ensayo “La abolición del intermediario: Manuel Puig y Mario Vargas Llosa”, inédito hasta 2021, constituye —al margen de su carácter inconcluso y algunas comparaciones discutibles— un trabajo crítico adelantado, que tomó en serio a Puig cuando todavía pocos escritores se atrevían a hacerlo. Cabrera Infante atribuye a Borges la expresión “un libro de Max Factor” (la conocida marca de cosméticos) para referirse a Boquitas pintadas. Si bien Manuel Guedán reconoce que es posiblemente apócrifa, “la etiqueta es igualmente certera para resumir el desagrado que sentía el establishment literario de la época frente a una literatura que se centraba en personajes femeninos, daba voz a las clases bajas y, aún más, abrazaba sus mismos referentes culturales”.

No hay que olvidar que Donoso comienza a leer a Puig mientras escribe El obsceno pájaro de la noche, para muchos su obra maestra y una de las cumbres de la novelística hispanoamericana. Debió resultarle digna de interés la forma en que el autor de La traición de Rita Hayworth trabaja los monólogos interiores de Toto, el niño protagonista, y los diálogos de los personajes femeninos que lo rodean. En ambas novelas hay una alternancia de voces que evitan la hegemonía de la voz autoral. La polifonía resultante es rica, compleja y, como pedía Donoso en su ensayo, contribuye a la inmediatez, saltando al intermediario entre el lector y el autor. El imaginario popular, sobre todo el de las mujeres del asilo, queda plasmado vivamente en la novela donosiana, donde no faltan marcas de la oralidad y referencias explícitas a la cultura de masas. Si bien es cierto que ya Donoso había demostrado su ojo, y su oído, para indagar en el mundo de lo popular desde su primera novela, Coronación, con sus logrados personajes secundarios, es muy probable que la lectura de Puig y sus refinadas técnicas le diesen nuevas herramientas.

En su prólogo a Literatura Max Factor, el escritor español Luisgé Martín hace notar el valor del chisme en la pionera novelística de Puig. Cita a Guedán, quien llega a decir que Fuguet —uno de sus cuatro herederos directos, junto con Pedro Lemebel, Alejandro López y Dani Umpi— “comparte con el narrador argentino la idea de que el chisme es la materia prima de la literatura”. Lo distintivo de todos estos autores es que, según Luisgé Martín, convierten ese chisme en herramienta política, desmontando las divisiones entre alta y baja cultura y las jerarquías sociales del corazón. “Todos son o han sido outsiders —dice el español—, todos han tenido vidas complicadas y en alguna medida marginales, todos han tratado, a través de su literatura, de quebrar los prejuicios de las sociedades en las que han vivido. Todos son o han sido gays o de género rebelde. Y una particularidad geográfica: todos nacieron en el Cono Sur americano”.

La afinidad notoria que sintió Donoso por la literatura de Puig es comprensible desde todos los sentidos indicados por Luisgé Martín.

Leer los Diarios de Donoso a la luz del chisme, como lo hacen cada vez más personas, sería un ejercicio válido incluso literariamente. Sobre todo, literariamente. Junto con un enorme bagaje de lecturas, propio de la alta cultura en la que se formó, Donoso cultivó en su producción autobiográfica un arte de la confidencia tan interesante como el de su obra de ficción y sus estimulantes incursiones en la crítica literaria. “No son los críticos que me interesan, son los escritores escribiendo crítica, escribiendo, sobre todo sobre sus obras y las de sus amigos y sobre sus amigos sin sus obras”, como anotó a bordo de un tren entre Madrid y Zaragoza, el 6 de agosto de 1971. Cruzar la lectura de los Diarios de José Donoso con la de sus ensayos permite apreciar la génesis y metamorfosis de sus ideas literarias: lúcidas, audaces y contradictorias al mismo tiempo.

 


Historia personal del Boom y otros escritos, José Donoso, Ediciones UDP, 2021, 320 páginas, $16.000.

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