María Negroni: “El arte nunca busca ratificar nada”

En su última novela, El corazón del daño, la escritora argentina se ubica entre el sueño, el recuerdo, el falso recuerdo y los momentos traumáticos. Mejor, entre todo lo que late bajo el edificio de lo racional. En esta entrevista entrega sus razones para apostar por una literatura indócil, que prefiere la inestabilidad a las certezas. “Los libros que entretienen, en el fondo, aburren”, explica. “Yo busco otro tipo de escritura, una escritura que provoque asombro, que me haga sobresaltarme en el pensamiento, en las emociones, en todo”.

por Sebastián Duarte Rojas I 6 Julio 2023

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María Negroni (Rosario, 1951), la escritora, traductora y directora del Máster en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Tres de Febrero, en Buenos Aires, visitó Chile durante la semana pasada en el marco del festival que conmemoraba los 75 años de la revista española Cuadernos Hispanoamericanos, cuyas actividades se desarrollaron en el Centro Cultural de España, en la Cátedra Abierta UDP en homenaje a Roberto Bolaño y en la librería Metales Pesados.

Nos reunimos una mañana a conversar sobre su novela más reciente, El corazón del daño, una excelente puerta de entrada a la obra de esta autora imperdible. La historia deja entrever varias de sus obsesiones, como la poesía, el gótico, el coleccionismo y lo que llama la escritura indócil. También aborda su relación con la lengua y su biblioteca personal, además de las complejidades de la relación madre-hija: “No pensé que, en los años, me tocaría cuidarte. / Que empezarías a doblarte, caerte, volverte diminuta. / Quién sabe, me decía, a lo mejor eso es bueno, me permite tenerte menos miedo”.

El corazón del daño tiene muchos aspectos autobiográficos reconocibles y uno muy importante es el detonante de la historia, la muerte de tu madre. ¿Cómo partió la escritura de este libro?
Los libros nacen cuando quieren. En este caso, no fue inmediatamente tras la muerte de mi madre, sino más o menos dos años después. Y la verdad es que cuando empiezo nunca sé para dónde voy. Lo que tenía era una especie de evocación que aparece en las primeras páginas del libro, esa escena de infancia en que yo la estoy mirando maquillarse. Mi madre era un personaje difícil, pero fascinante; una mujer muy hermosa, muy inteligente, con una especie de idiolecto propio muy cargado. Yo creo que mucho de lo que yo hago viene de ahí, que mi fascinación por las palabras y su sonoridad viene de ese lenguaje rarísimo que ella utilizaba. Y también de su asma, porque el asma hacía que ella dijera lo máximo con la menor cantidad de palabras y mis frases también son muy condensadas. Incluso el libro, a pesar de ser autobiográfico, tampoco es la narración de mi vida. Es como una especie de collar de escenas, las que me quedaron más marcadas, pero no las desarrollo. Lo que me salió, porque no es que lo intenté así, fue una serie de fragmentos que funcionan como ideas musicales, y con ellos se va articulando un pensamiento, se va construyendo no una autobiografía, sino una especie de fantasmática, algo que se ubica entre el sueño, el recuerdo, el falso recuerdo y los momentos traumáticos. Eso es la superficie, pero me parece que debajo de todo eso hay dos cosas más. Una es la pregunta sobre cómo llegué a ser la escritora que soy, sobre mi recorrido como escritora.

En ese sentido, es una novela de iniciación.
Exacto. Y la otra cosa que va paralela es la construcción de una especie de una filosofía del lenguaje: ¿qué es el lenguaje?, ¿cuáles son sus sus limitaciones?, ¿qué cosas puede o no puede hacer? Algo más que también está presente son los autores y autoras que me han formado y acompañado. Entonces podría decirse que el libro construye un doble origen: el de la lengua materna, por un lado, y el de la biblioteca, por el otro, que son los dos andamios más fuertes que tiene cualquier escritor o escritora.

Quise abrir la puerta y mostrar mi biblioteca. Lo hice por el proyecto de crudeza que tiene El corazón del daño, de desnudez en todos los planos. Fue un texto muy difícil de escribir, porque creo que es lo más desnudo y expuesto que he escrito. Mientras en otros libros hay capas y capas de veladuras, en este no.

En El corazón del daño está muy presente eso que llamas el idiolecto de tu madre, que de alguna manera interrumpe la narración.
Sí, yo no sé si son palabras raras para los demás, pero para mí sí lo eran, como incordio o tupadre, que era como una sola palabra. Por eso en el libro yo digo que era la dueña del lenguaje. Ella decía: “Mirame a la boca cuando te hablo”; eso es rarísimo, porque el dicho, por lo menos en Argentina, es “Mirame a los ojos cuando te hablo”. Estas expresiones quedaron en mí y están muy cargadas de afecto, pero no en el sentido sentimental, sino psicoanalítico: son palabras o frases con mucha fuerza de resonancia.

En la novela esas expresiones siempre aparecen en cursiva, las tratas casi como si fueran extranjerismos, y esto me parece importante porque la extranjería, el exilio, el alejarse del hogar, es muy importante en el libro y también en el resto de tu obra, como en tu poemario Exilium.
Me parece que el irse siempre ha sido una constante vital para mí, el tratar de salir de cualquier entorno que yo sintiera opresivo. Por eso me fui siendo muy chica de mi casa, y después, cuando me metí en política, me fui de lo que se suponía que una chica de clase media y buena estudiante debía ser, y después me fui del país. Entonces, cuando siento o empiezo a sentir —como me pasó en Nueva York, donde estuve viviendo 20 años— que no hay nada en ese contexto que me sorprenda, me alejo. Y hago lo mismo con los libros.

En El corazón del daño hablas precisamente de eso cuando escribes: “Un día empiezan a aburrirnos los libros que entretienen (ya lo advirtió Baudelaire, divertirse aburre) y nos volvemos adictos a la escritura indócil, la que acentúa su rareza”.
Claro, esa es la escritura que se rebela, que está siempre corriéndose de lugar. Los libros que entretienen, en el fondo, aburren. Yo busco otro tipo de escritura, una escritura que provoque asombro, que me haga sobresaltarme en el pensamiento, en las emociones, en todo.

¿Qué autoras o autores tú dirías que escriben libros indóciles?
Varios están mencionados en El corazón del daño. Para darte algunos ejemplos, a mí me gusta muchísimo Clarice Lispector, que es palabras mayores. Luego están la escritora suizo-italiana Fleur Jaeggy, que es rarísima y me encanta, la española Menchu Gutiérrez, que me parece extraordinaria, y la canadiense Anne Carson. He mencionado solo mujeres, curiosamente, pero entre los hombres, puedo nombrar tres que me gustan y están vivos: el italiano Erri De Luca y los franceses Pierre Michon y Pascal Quignard. Pero por supuesto también hay algunos más antiguos.

Los monstruos no se pueden controlar, son las fuerzas psíquicas instintivas que no se dejan domesticar, que fuerzan a mirar el cuerpo, la noche, la muerte, la emoción, todo eso que está latiendo bajo el edificio racional. La poesía, o el arte en general, trabaja ahí.

Hablando de tus influencias literarias más antiguas, la lectura de El corazón del año me hizo revisitar Galería fantástica, ya que si hay un género con el que yo relacionaría este libro, más allá de la discusión innecesaria sobre si es o no una novela, es con el gótico. Yo lo veo sobre todo en la figura de la madre, en su imagen seductora y aterradora, y en su relación con las muñecas, un elemento que trabajas bastante en esos ensayos sobre literatura fantástica latinoamericana.
Lo que yo hice en Galería fantástica y en Museo negro, mi libro anterior sobre literatura gótica, fue tratar de entender qué es la poesía, qué es la escritura. Para mí el poeta es una especie de abandonado: yo pienso en Baudelaire y pienso en Drácula, o sea, pienso en estos seres nocturnos que se mudan, que no tienen madre, que están todo el tiempo circulando entre traumas, revisitándolos, y que tienen una especie de hambre incolmable. Y creo que esa es una de las formas de entender lo que hacemos los poetas. Así que, aunque no se me había ocurrido que El corazón del daño podía ser gótico, me parece una lectura posible, ya que todo se mezcla dentro de una obra. Así son las obsesiones, en definitiva. Y además quien lee también trae —por suerte— su propia carga. Como tú habías leído ambos libros hiciste esa conexión que nadie hizo hasta ahora. Cada lector o lectora le pone su propia carga emocional y cognitiva, va interpretando o agregando. Porque quien lee es cómplice de quien escribe, hay una complicidad entre lo que yo digo y lo que eso despierta en ti, y esto lo digo como lectora.

Y volviendo a lo que hablabas antes sobre la biblioteca, las lecturas claramente son una fuente de inspiración para lo que escribes y en El corazón del daño dejas ver muchas de ellas.
Sí. Mientras hacía mi tesis doctoral sobre Pizarnik, me habría gustado saber qué era lo que ella leía, que es algo que no está en ningún lado. Pizarnik hacía muchas, digamos, apropiaciones. Por ejemplo, en Los poseídos entre lilas, escribe: “Buscamos lo absoluto y no encontramos sino cosas”, una frase muy fuerte, pero que después yo encontré textual en los Himnos de la noche de Novalis. Así que ahí tú puedes inferir lecturas. O sea, obviamente yo sé que le gustaban los románticos y los surrealistas, pero me gustaría acceder a su biblioteca secreta. Por eso quise abrir la puerta y mostrar mi biblioteca. Lo hice por el proyecto de crudeza que tiene El corazón del daño, de desnudez en todos los planos. Fue un texto muy difícil de escribir, porque creo que es lo más desnudo y expuesto que he escrito. Mientras en otros libros hay capas y capas de veladuras, en este no.

El modo en que nos muestras esa biblioteca es por medio de una colección de citas, a las que también se suman fragmentos de tu propia obra, pero en tu ensayo sobre Benjamin, incluido en El arte del error, defines el coleccionismo como una tarea inalcanzable. “¿Qué sería una colección completa sino una colección muerta?”, te preguntas.
Sí, es un deseo de colmar algo que no se puede colmar, pero el intento sigue todo el tiempo. Y es lo que hace que alguien comience a escribir, porque terminar un libro es una especie de despedida, ya no te pertenece. Con eso siempre pienso en la imagen de Sísifo, que subía la roca hasta apoyarla en la cima, pero entonces volvía a caer; del mismo modo, cuando tú terminas el libro y lo depositas ahí arriba, se cae, no hay un lugar de certeza en el que tú te puedas instalar. Eso es paradójico porque por un lado sufres por tener que empezar de nuevo, pero por otro lado el deseo te relanza; entonces tienes que volver a encontrar otra grieta, otro caminito por donde volver a subir. Eso es lo que hace que vuelvas a escribir.

Pensando en esa inestabilidad e incertidumbre, un aspecto común entre el gótico y la poesía es que ambos géneros buscan romper nuestra ilusión de certeza, por eso el gótico nace en la Ilustración.
Claro, es como su cara oscura, una respuesta al racionalismo que estaba ordenando el mundo, dividiendo las ciencias en disciplinas, apostando por lo apolíneo, pero estaba olvidando el deseo. Y el deseo es algo que no se puede manejar. Como decía Goya: “El sueño de la razón produce monstruos”. Y los monstruos no se pueden controlar, son las fuerzas psíquicas instintivas que no se dejan domesticar, que fuerzan a mirar el cuerpo, la noche, la muerte, la emoción, todo eso que está latiendo bajo el edificio racional. La poesía, o el arte en general, trabaja ahí. Por eso a mí me interesa el gótico, es una geometría que me resulta útil para pensar cómo funciona eso indócil que es lo que busca el arte, ya que el arte nunca busca ratificar nada.

 

Fotografía: María Negroni durante su conferencia en la Cátedra Abierta UDP en homenaje a Roberto Bolaño.

 


El corazón del daño, María Negroni, Literatura Random House, 2022, 144 páginas, $12.500.

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