Narradora y poeta, la escritora nacida en Punta Arenas fue una activa protagonista de la escena cultural en los 60, como lo atestigua su libro de cuentos Galería clausurada, reeditado por Ediciones Universidad Alberto Hurtado. Con esa excusa la visitamos en su casa del barrio París-Londres y conversamos de sus inicios como lectora omnívora, de su amistad con Neruda y la importancia que Nicanor Parra tuvo para ella, al enseñarle que “la poesía se puede escribir como uno quiera”.
por Celinda Tapia Solar I 8 Septiembre 2022
En 2021 se reeditó Galería clausurada, el primer libro de Marina Latorre (Punta Arenas, 1925), una colección de cuentos publicada por primera vez en 1964. La obra expone una crítica aguda en torno a cómo funcionaba el arte en la década de los 60. Es también un libro que incita a la reflexión de las diferencias que existen dentro de las clases sociales, donde Latorre logra a través de diversas voces narrativas un panorama que por momentos resulta actual.
La autora también se desempeñó en diversas actividades dentro del mundo cultural, creando la revista Portal con su esposo Eduardo Bolt, y dirigiendo una galería de arte que tuvo mucho éxito a fines de los años 60. Ahí expusieron artistas como Inés Puyó, Camilo Mori y Nemesio Antúnez, como se lee en el reconocimiento que le entregó la Municipalidad de Santiago y que está en la fachada de su casa, en calle Londres. Tanto la galería como la revista contaron con la frecuente presencia de Pablo Neruda, quien fue una influencia muy importante para la autora, como cuenta en esta entrevista realizada en su hogar poco antes de que se asomara esta anticipada primavera. En el primer piso, donde estaba la galería, hoy reina el silencio. En el recibidor, al lado de una escalera, había un afiche de poesía que data de 1995. Por allí se sube al segundo piso, que está lleno de obras de arte, más afiches y por supuesto libros, suyos y de otros.
La literatura y su propia vida fueron el eje de la conversación que se prolongó por más de una hora y que arrancó con su infancia en Punta Arenas: “Allá hay meses en los que es solo día y otros meses solo noche. Para mí cuando niña era algo muy normal, ir al colegio en una época de día y en otra de noche. Uno de mis juegos favoritos era hacer el día noche, porque nos íbamos a acostar a las nueve, a veces en pleno día. Yo escribí sobre esto, cerraba fuerte los ojos y me imaginaba que era de noche. Desde los cuatros años quería ser poeta, mi papá tenía muchos libros. En Magallanes todos tenían bibliotecas, yo creo también porque no había televisión. Pero después comprendí que después de la Revolución rusa, llegaban los libros por el Atlántico y tenían que pasar por el estrecho de Magallanes para llegar a Valparaíso; entonces una buena cantidad de libros quedaba en Punta Arenas. Dostoievski, Chéjov, en mi casa estaban todos esos autores. Mi vida siempre ha sido muy rara, siempre con los libros y la escritura. Uno de los libros que también había era de Teresa Wilms Montt, donde ella estaba recostada en un diván y yo creía que así venía la inspiración”.
¿A qué se dedicaba su padre?
Mi papá solo leía. Fue dirigente sindical en los años 20. Era anarquista. Pasó su vida leyendo y yo me preguntaba por qué siempre lo hacía. Él era constructor aficionado, había hecho unas poblaciones y por eso tenía mucho contacto con los obreros. Para el incendio de la Federación Obrera, que es un hecho bastante conocido de Magallanes, él era uno de los dirigentes. De ahí creo que nunca más le dieron la posibilidad de trabajar, y así se la pasó leyendo.
¿Cuál fue el autor o autora que más la marcó en esos tiempos?
Naturalmente Gabriela Mistral, ella fue directora del Liceo de Punta Arenas. Yo estudié en ese liceo y nunca se mencionó, no había ni siquiera una foto de ella. Esa tierra madrastra le hizo la vida imposible. La quisieron anular, pero no pudieron. Había un machismo que aún existe. Yo creo que a los cuatro o cinco años comencé a leer a Mistral. Otro libro que me marcó mucho fue Historia de los girondinos, de Lamartine; lo hojeaba y me aterraba la guillotina. También teníamos libros de lectura que eran unos textos que contenían fragmentos de diferentes obras clásicas. Yo bendigo esos libros de lectura y también creo que fueron mi base.
¿Cómo fue llegar a Santiago?
Me aterré. Veníamos como 100 alumnos hasta Puerto Montt, después en tren hasta Estación Central y cuando bajé, lo primero que vi fue que toda la gente estaba vestida con ropa de verano. Eso de por sí fue algo extraño. Me pregunté de qué se trataba esto. Yo pasé por milagro los cursos en la universidad, porque tenía una base pésima. Mariano Latorre conocía a mi papá y, por decirlo de alguna manera, me apadrinó en la universidad. En cambio, los otros profesores me parecían muy violentos. Siempre fui temerosa, un poco asustadiza, hasta ahora.
En Galería clausurada hay una crítica muy presente al clasismo y el arribismo. ¿Es parte de lo que vivió en Santiago?
Magallanes era una región en su mayoría de inmigrantes y extranjeros, entonces no existían apellidos especiales, daba lo mismo tu apellido y lo que hicieras. El mundo allá se mantenía con los magallánicos, no se veían las grandes clases sociales, como lo que me tocó ver en Santiago.
¿Después de Galería clausurada escribió una novela?
Sí, ¿Cuál es el Dios que pasa?, en 1978. Francisco Coloane, de quien también fui bastante cercana, hizo el prólogo. Yo me juntaba con escritores importantes, la galería era un foco para atraer al público. El Mercurio también apoyaba mucho la galería, Romera era el crítico de artes. La Nación y El Diario Ilustrado también eran un apoyo. En La Nación escribía Víctor Carvacho, que fue muy importante en nuestras actividades. De él aprendí mucho, para mí son una deuda los conocimientos que me entregó de pintura.
¿Cómo se formó la Galería Bolt y cómo era esa escena?
Aún no había terminado la universidad y me encontré en la vida con mi marido. Pololeamos un año, nos casamos y nos fuimos a Europa. Yo lo único que quería hacer era ir a museos. A mi marido también le gustaba mucho el arte y la literatura, por eso nos entendimos tan bien, fui muy feliz en el matrimonio. Cuando llegamos, le dije que quería armar una galería. Ya teníamos esta casa, es más, la arrendamos con la intención de hacer algunas actividades culturales. La galería se hizo en el primer piso. La revista Portal surgió de la misma manera en 1965. Yo quería tener una revista literaria, estaba estudiando periodismo en esa época. Además, quería conocer a Neruda, y Eduardo, mi marido, me dijo que teníamos que hacer una revista muy buena para enviársela, de esa manera él iba a reaccionar. Así fue. Neruda me llamó por teléfono y yo no podía creer que era él. Lo quise tanto. Me dijo que había recibido la revista, me felicitó y nos invitó a almorzar a Isla Negra, fue un milagro. Neruda colaboró desde el segundo número hasta el último.
¿Cómo recuerda la muerte y el funeral de Neruda?
Ese también fue el día más trágico de mi vida. El 24 de septiembre de 1973, el entierro de Neruda, nos allanaron esta casa y se llevaron detenido a mi marido al Estadio Nacional. No sé si 100 o 200 milicos, con metralletas y fusiles andaban por toda la casa, rompieron todo. No tuve ni siquiera noción del entierro de Neruda, porque estaba triste y angustiada por mi marido que tanto amaba. Nosotros no éramos comunistas, no militamos en ningún partido, solo éramos simpatizantes, nuestro delito fue tener amistad con la gente de izquierda. Nos allanaron también porque la embajada de Bulgaria arrendó el segundo y tercer piso. Después vine a saber lo de Neruda. ¿Cómo viviendo todas esas experiencias tenemos la facilidad tan tremenda de olvidar?
¿Y conoció a Nicanor Parra?
De Parra fui muy cercana, incluso lo entrevisté y esa entrevista él la recomendaba. Yo le pregunté qué era la antipoesía, pero aún así nos dejó algo perdidos, contestó desde una cosmovisión. Pero con el tiempo me di cuenta de lo que realmente es la antipoesía, a mí me gusta mucho, porque como dice Parra, bajamos a los poetas del Olimpo e introdujimos un lenguaje cotidiano. Entonces yo digo: todos podemos ser poetas. Nicanor Parra fue un salvador, la poesía se puede escribir como uno quiera.
En la nueva edición de Galería clausurada se agregó un texto que se llama “El monumento”. Parece una crónica. ¿Lo es?
En ese texto tuve una gran influencia nerudiana. Escribí en primera persona, tuve la oportunidad de visitar la industria Yarur, pero la voz del relato no era mi voz. Además, yo conviví y dormí en el mismo dormitorio de las hijas de Carlos Yarur. Me contactaron porque las niñas necesitaban una profesora durante las vacaciones. Yo acepté porque también me interesaba conocer ese mundo. Estuve un mes y eran de lo más sencillos.
¿Qué le produjo que se reeditara el libro?
Ese fue un proceso también muy extraño, a partir de su publicación surgieron muchas cosas, como esta instancia, por ejemplo. Yo no sabía y aparece un joven estudiante de Castellano, de la Universidad de Chile, que se llama Nicolás Carrasco, él llama a mi amigo Fernando, que es el que me ayuda y con quien también hago los jueves de poesía, y le dice que Lorena Amaro escribió un artículo sobre mí. Le escribí a ella para agradecerle y así sucedió todo.
Fotografía: Fernando de la Maza
Galería clausurada, Marina Latorre, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2021, 184 páginas, $7.000.