Mircea Cărtărescu: “Toda la literatura es fantasía”

Como un ser que respira y se alimenta de literatura: así se vio ayer en la Biblioteca Nicanor Parra de la Universidad Diego Portales al escritor rumano, autor de los celebrados relatos El ruletista, Lulu y Solenoide. En una conversación muy libre con el público, así como en una conferencia tan fluida y digresiva como sus novelas, reveló su devoción por la poesía, la nula diferencia que para él existe entre sueño y realidad, y la idea de que literatura es como un edificio o un templo en el que hay albañiles (Balzac, Tolstói), pintores (Nobókov, Góngora), profetas (Dostoievski, García Márquez, Thomas Mann) y un —solo un— dios: Kafka.

por Sebastián Duarte Rojas I 27 Septiembre 2023

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El público que ayer al mediodía llenó el auditorio de la Biblioteca Nicanor Parra de la Universidad Diego Portales, en el marco de una nueva Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño, tuvo la oportunidad de oír y dialogar con Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) durante su primera visita a nuestro país. Además de ser la figura más importante de la literatura rumana desde hace varias décadas, el autor ha recibido importantes reconocimientos internacionales, como el Premio Austriaco de Literatura Europea (2015), el Premio Leteo (2017), el Premio Thomas Mann de Literatura (2018), el Premio Formentor de las Letras (2018) y el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (2022), un listado al que muchos esperan que se sume el Nobel.

Si bien han circulado otras ediciones en castellano de sus libros —sobre todo traducciones indirectas desde el alemán o el francés—, la iniciativa más consistente por darnos acceso a la obra de Cărtărescu ha sido el trabajo de Marian Ochoa de Eribe, cuyas cuidadas traducciones son publicadas casi anualmente por la editorial española Impedimenta. Y ya en el prólogo al primer tomo de esa colección, una nouvelle inolvidable llamada El ruletista (2011), la traductora explicaba que este autor “entronca en una tradición propia y original de la literatura rumana: el onirismo. (…) Para ellos, el sueño no es un simple proveedor de imágenes sino todo un modelo compositivo”, una caracterización habitual de su obra que el escritor, si bien no negó, sí acotó durante la charla de ayer: “Yo no hago diferencia entre literatura realista y literatura fantástica u onírica. Creo que toda la literatura es fantasía. Cualquier clase de literatura es onírica. Nuestra vida es onírica (…). Tenemos sueños nocturnos y diurnos. Nuestros sueños diurnos los llamamos realidad”.

Cărtărescu es poeta y sus libros deben leerse como poemas”, afirmó Kurt Folch, el poeta, traductor y director del Magíster en Escritura Creativa de la UDP, quien presentó al escritor rumano con un texto en que, pese a lo lejano que nos podría resultar ese país del sureste europeo, resaltó la cercanía de su registro barroco y tensionador del lenguaje con ciertas voces más familiares para nosotros: “Desde Góngora hasta Lezama Lima o Macedonio Fernández, o pasajes completos de José Donoso, o parrafadas de Pablo de Rokha, o pasajes de Allen Ginsberg y de Pound, de Saint-John Perse, Baudelaire, en fin, el vidente de Rimbaud, incluso el galope muerto de Neruda está en perfecta sincronía con Cărtărescu”.

Lo que más aprecio al hablar de la literatura es su fantástica diversidad”, declaró el autor al comienzo de esta cátedra, y aunque a nuestra lengua se ha traducido apenas una parte de la treintena de libros que componen su obra, basta con mirar los ya editados en español para sorprenderse de su variedad: el mundo onírico, metaliterario y cruelmente infantil de Nostalgia (1993; Impedimenta, 2012), entre cuyos cinco relatos entrelazados se encuentra El ruletista; la novela Lulu (1994; Impedimenta, 2011), que amplía un episodio narrado brevemente en Nostalgia y que lleva el ambiente confuso y tenebroso de esa primera incursión del autor en la narrativa a niveles pesadillescos; los tres relatos mucho más livianos y hasta humorísticos de Las bellas extranjeras (2010; Impedimenta, 2013); los ensayos y crónicas autobiográficas de El ojo castaño de nuestro amor (2012; Impedimenta, 2016), un mapa muy útil para adentrarse en el universo de Cărtărescu; la novela Solenoide (2015; Impedimenta, 2017), el diario de un escritor frustrado y profesor de rumano en la Bucarest comunista de los 70 y 80 que mezcla autobiografía y fantasía, que retoma varios elementos de sus libros anteriores y que muchos consideran su obra maestra —aunque él mismo en esta ocasión dijo ser incapaz de elegir una favorita entre sus publicaciones—; la aún más extensa trilogía Cegador (1996-2007; Impedimenta, 2018-2022), cuyas partes conforman la totalidad del cuerpo de una mariposa; y su obra poética, de la que se han traducido El Levante (1990; Impedimenta, 2015), un poema épico posmoderno en 12 cantos que mezclan verso y prosa, y la antología bilingüe Poesía esencial (Impedimenta, 2021), que abarca cuatro poemarios y tres décadas desde Faros, escaparates, fotografías (1980), su celebrado debut, muy inspirado en la generación beat.

Imagino la literatura como un edificio. Este edificio podría ser una ciudadela, podría ser un palacio, podría ser un monasterio. (…) Este edificio puede ser visto a gran distancia porque está en la cima de una montaña: es la montaña de los millones y millones de libros dudosos, de los libros malos, (…) los libros que no acceden a la ciudadela; ellos la hacen visible sobre sí.

La edificación de la literatura

Dada la importancia que tienen en su producción imágenes como la telaraña, la ciudad y la ruina, no es sorpresa que el eje de su charla haya sido la descripción de la literatura —su tema favorito, recalcó— por medio de una alegoría relacionada con la construcción: “Imagino la literatura como un edificio. Este edificio podría ser una ciudadela, podría ser un palacio, podría ser un monasterio. (…) Este edificio puede ser visto a gran distancia porque está en la cima de una montaña: es la montaña de los millones y millones de libros dudosos, de los libros malos, (…) los libros que no acceden a la ciudadela; ellos la hacen visible sobre sí”.

Este edificio —siguió Cărtărescu— está compuesto por cuatro pisos o niveles, cada uno de los cuales “corresponde a una definición de la literatura”. En el primer piso se la puede entender como una profesión: en este nivel están los carpinteros y albañiles, “las personas que levantan los muros de la literatura”. Estos son los escritores que tienen el manejo de la técnica —aquello que se puede aprender o enseñar de la escritura—, entre quienes el autor mencionó a Balzac y Tolstói.

Una catedral, luego de que construiste los muros, necesita algo más, necesita ser decorada”, por lo que el segundo piso es de los pintores y escultores de este edificio, “los grandes artistas de la palabra”, entre quienes se encontrarían figuras como Góngora o Nabókov, de quien nombró Lolita como ejemplo de un libro del que uno no se puede saltar una palabra, ya que cada una de ellas es tan esencial como los átomos de una molécula.

Continuando con la imagen de la catedral, Cărtărescu dijo que luego de ser levantada y decorada, la literatura debía ser consagrada, y esos escritores que la hacen acceder a lo sagrado “son los que llamamos genios”, como Dostoievstki, García Márquez o Thomas Mann. Por sobre ese tercer nivel de los profetas, aquellos que dan cuenta de la condición humana, Cărtărescu dijo posicionar a un solo autor, quien se encontraría en lo más alto del edificio: “Para mí, Kafka es el escritor absoluto, precisamente porque no era un escritor, porque la escritura es una habitación demasiado pequeña para encasillarlo. Kafka es la voz del dios”.

Tras su acabada descripción de “esta ciudadela maravillosa, este maravilloso castillo en que todos los amantes de la literatura vivimos”, Cărtărescu concluyó vinculando la literatura con la belleza, la gracia y, en definitiva, el conocimiento, ya que “las matemáticas, la física, las ciencias, la metafísica, la filosofía, la poesía, el arte, la música, la literatura, el vino, el sexo, cualquier cosa que puedas imaginar: toda nuestra vida es conocimiento, pero la cima del conocimiento es la poesía, en mi opinión”.

 

Fotografía: Mircea Cărtărescu en el auditorio de la Biblioteca Nicanor Parra.

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