por Cynthia Rimsky I 22 Septiembre 2021
“Cuerpo, recuerda no solamente cuándo fuiste amado, / no solo los lechos en que te acostaste, / sino también aquellos deseos que por ti / brillaban en los ojos manifiestamente, / y temblaban en la voz –y algún / obstáculo casual los hizo vanos”.
Probablemente tú no estás la tarde en la que leemos en voz alta este poema de Cavafis y nos estremecemos, a pesar de que somos demasiado jóvenes para tener memoria de esos deseos y brillos. No de los temblores que experimentamos ante la represión real o fingida.
Ahora que todo ya está en el pasado, hay recuerdos que se obstinan en volver; un día en particular toca mi cuerpo y se raja. Me pregunto si tú también recuerdas ese día, y cómo.
Durante la dictadura postulamos -vuelvo a este nosotros improbable- que cuando derroquemos a Pinochet seré yo quien escriba la historia de esa vida clandestina. Cada vez que estas 24 horas tocan a mi puerta, traen consigo ese mandato imposible de cumplir.
Lo más difícil es encontrar el tono. La relación que el narrador establece con lo que está narrando, cuando se conecta de una manera emocional particular con la historia. Si es una relación de distancia, si es de pasión. Esa relación del narrador con la historia que narra para mí es la clave del asunto (Ricardo Piglia).
Si descarto la nostalgia por la juventud ida, queda un territorio fangoso, opaco.
Tú eres todo un personaje, tus padres se la pasan viajando, vives con tu hermano en una casa de dos pisos en Providencia, donde hoy figura un instituto para aprender inglés. Militas en el MIR. Se supone que nadie lo sabe. Los partidos, las organizaciones, las reuniones están prohibidas. Pero en el Pedagógico basta que reconozcas a un militante de cada partido para encontrarlos a casi todos. Los del MIR son los más difíciles de pillar.
La clandestinidad constituye una vida subterránea que transitamos en secreto y temblor con un nombre distinto al del bautismo. Yo –aquí no me acompaña el nosotros– me burlo de que usemos nombres de chapa siendo que nos conocemos por el del Registro Civil. Escojo María como un gesto de desdén. Después conoceré muchas Marías, todas verdaderas.
Lo que te convierte en un personaje es que no pareces mirista; demasiado petiso, lampiño, ropa formal, maletín. Tartamudeas, demoras tantísimo en decir lo que piensas. Te confieso: cuando te vemos venir con ganas de conversar y el sempiterno cigarro entre tus dientes amarillosos de Hilton, nos escondemos. Recuerdo esa vez que vas a mi casa a recoger unos ejemplares de la revista que hacemos épicos a mimeógrafo; llevas horas charlando cuando te acuerdas que dejaste a tu novia esperando en el auto. Sospecho que las visitas que haces a la revista aparecen posteriormente en un documento secreto entre las actividades universitarias del MIR.
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¿Has visto mis anteojos?, pregunta mi madre. Más tarde olvida la orden médica, las llaves del auto, el carné… sin ellos no podrá manejar, hacerse el examen médico, operarse las cataratas para encontrar lo que no ve. ¿Has visto las pinzas?
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Las fiestas de curso en tu casa de Providencia son extrañas. Como estudiantes universitarios pesamos menos que un maní. Igual los del PC bailan entre ellos y las fracciones del PS y los MAPU, Izquierda Cristiana, MOC. Una noche alguien propone ir disfrazados. Una se pone un traje de payaso increíblemente realista que le fabrica una tía costurera. A poco de llegar se encierra en el baño angustiada porque no la reconocimos; concluye que no es nadie, solo una payasa. Tengo la idea de que las paredes están empapeladas con flores. La vaca alcanza para jurel con cebolla y mayonesa, rodajas de tomate, huevos molidos, chis pop, marraquetas, una chuica de vino… Las sillas están arrinconadas contra la pared. No se considera comer y conversar alrededor de la mesa –en las reuniones clandestinas los apuntes se toman sobre las rodillas, las letras se corren–. Uno del PC recrimina a un socialista que lleva horas observándonos en silencio y desdén. Creo que tiene un grado de autismo o intuye que en el futuro no haremos lo que decimos en el presente y el repentino conocimiento del pasado lo paraliza. La atención se desvía hacia la que descubre a su novio en el saco de dormir de una tercera. Las cosas no salen como se piensan; el toque de queda pone en tensión las buenas intenciones.
Pongamos que te invito a conversar en privado, el antejardín limita con una Los Leones domesticada por el toque de queda y las sirenas lejanas de la policía. No recuerdo si hay flores, quién sabe si tienes una tercera vida secreta en la que riegas; me encantaría recordar las estrellas sin esmog, los movimientos del desvelo al interior de la casa, los sentimientos contradictorios que omitimos, la ropa, únicamente sé que son anchas, largamente usadas, de lana.
Si uno piensa que una historia es siempre la historia de una vida y cree, como creo yo, que los grandes efectos salen de pequeñas causas, se encuentra frente a una cantidad de pequeños episodios de los que no debe saltarse ninguno porque en cualquiera puede estar el momento decisivo. De ahí deriva una ley del relato: cuanto menos importante es un hecho más cuesta contarlo (César Aira).
De fondo se escuchan las lágrimas de la militante de la IC engañada por su novio y su compañera de Bloque; la condena moral a los improvisados amantes, la discusión entre el socialista acongojado y la metida en razón de los PC. Hace meses que me tortura la posibilidad de no creer más, no en la revolución, que es utópica, sino en el partido. Discutimos si la dictadura caerá por una rebelión popular de masas, un frente antifascista, una vanguardia armada, un ejército regular profesional, una guerra popular prolongada o revolucionaria, un pacto social entre partidos y organizaciones sociales, la agudización de las contradicciones, y todas las combinaciones posibles de esas 34 palabras. Cuando caemos en cuenta, quedan apenas 15 minutos para definir acciones concretas. No se nos ocurre un solo movimiento capaz de alcanzar las altas metas que acabamos de discutir, cualquier iniciativa luce pequeña, inocua. Nos comprometemos a pensar para la próxima vez y se repite lo mismo, le dice mi disfraz a tu disfraz, que supones que en el MIR eso no ocurre. ¿Soy bohemia, piel roja, pirata, odalisca? Tú, ¿vaquero, doctor, bombero? Lo único fehaciente es el temblor en mis tobillos, la vergüenza de que me traicionen y me hagan caer junto a mi solicitud.
Tu respuesta es inesperada: transmitirás mi petición a las instancias correspondientes. No te pregunto qué instancias, a qué corresponden, cuál es la demora, ¿será que la tratarán al final de la reunión cuando ya no quede tiempo?
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¿Has visto mi billetera?, pregunta mi madre. Entre ayer y hoy olvida dónde puso las llaves de la casa, la clave del Banco es incorrecta y desconoce en cuál de las libretas en las que anota las cosas para que no se le olviden escribió la correcta. Como le es imposible entrar al Banco, no podrá constatar si el dinero faltante corresponde a una tercera estafa u olvidó anotar una compra que hizo porque no encontró la libreta.
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Me haces llegar un papelito que deberé destruir tras memorizarlo. La cita es en algún rincón del Pedagógico. No tan público para que una conocida se acerque o tan aislado para despertar sospechas. Me entregas un ejemplar viejo de la Cosas o una guía de lectura del ramo de Sociología o un número viejo de la Mecánica Popular. Adentro hay un documento con los principios, fundamentos, historia, organización, programa del MIR. Si me pillan con estas páginas escritas a máquina e impresas a mimeógrafo en papel roneo, pueden detenerme, torturarme, hacerme desaparecer. Si tuviese fresco el trayecto que hacemos, el documento y yo, desde el Pedagógico, en la micro Los Leones y la liebre Bilbao Lo Franco. En la cocina, mi madre fríe pejerreyes falsos. Cómo te fue hoy, qué estudias, pregunta mi padre y las ganas de gritar quién soy de verdad permanecen atrapadas en la red con los cabos de la acelga. A cada momento rozo el áspero papel para cerciorarme de que continúa ahí, cambio de escondites, tengo pesadillas, descubren las páginas, me torturan, te delato, tú delatas, el MIR cae, la sirena se aleja. No vienen por mí.
Una revolución puede contarse en tres líneas. Un adulterio puede despacharse en un párrafo, pero contar cómo se hizo para pinchar con el tenedor una arveja exige tres páginas de la prosa más precisa y los recursos más avanzados del arte de la narración. Por supuesto hay mil probabilidades contra una de que estas trabajosas maniobras con el tenedor no sean el momento decisivo de una vida, pero eso nunca se sabe de antemano, y hay que arremeter contra ese detalle y otros muchísimos. Todo termina pareciendo inútil. No puede extrañar que el estado de ánimo habitual en los escritores sea el desaliento (César Aira).
Dos veces a la semana viajo en micro hasta la Santa Olga, La Victoria, la Santa Adriana, participo en un boletín, un grupo de mujeres, uno de jóvenes, la estructura poblacional juvenil del partido. Me junto con unos trabajadores de la construcción que formaron un sindicato. Tengo reunión con el activo político ampliado de la escuela, dos veces a la semana con la célula universitaria del partido que estoy por abandonar, otras con el equipo de la revista épica a mimeógrafo. No le digo a nadie que pedí entrar al MIR. Miento, seguro le cuento a mi amiga secreta y nos entristecemos, abandonar el partido es abandonar ese nosotros por otros.
La ventana de mi cuarto da a un grandioso almendro, en primavera aparecen unos brotes verdes que transmutan en florecillas blancas con largos pistilos amarillos; las abejas polinizan y aparecen los minúsculos frutos. La fuente de conocimiento familiar son los pesados tomos de la enciclopedia Monitor. Todos los objetos animados o inanimados que veo por la ventana tienen un origen mítico, como Fílide, que cae perdidamente enamorada de un soldado que va a la Guerra de Troya. Creyendo que su adorado ha perdido la vida, muere a causa del dolor. Atenea se conmueve y transforma su cuerpo en un almendro.
Bajo la lámpara del velador al piso para que mi padre no vea la luz en mi cuarto. El documento del MIR contiene más combinaciones de las mismas 34 palabras. Cuando llega el momento de transformarlas en acciones, se acaba la hoja. Es difícil conseguir papel, está prohibido.
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Ayer mi madre dejó el hervidor encendido sin agua y puso la caja de leche boca abajo en el refrigerador. La siento al lado mío, en este escritorio que le pertenece y en el que busco con desaliento los esquivos detalles. Siente angustia de acabar olvidándolo todo, qué sentido tendría vivir sin memoria, me pregunta. En cambio, sus recuerdos lejanos se vuelven cada vez más nítidos, incluso los que tenía perdidos, como mi nacimiento o el de mi hermano, su casa de infancia, sus juguetes…
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Las instancias correspondientes toman una decisión respecto a mí. Escoges una calle poco concurrida, en el barrio alto es más seguro. Caminamos como una pareja o dos amigos que podrían serlo y no cruzan el toque de queda. El miedo sube hasta mis rodillas, me voy a plegar como un mono animado que carga una bomba de tiempo.
Me preguntas cómo me veo adentro, no te entiendo, quéeee papapel te gusssstaaaaría tener en el MIR. Esquivo los cadáveres pegoteados de las ciruelas en la vereda, los niños corren al encuentro del heladero. En el organigrama del partido hay clandestinos, dirigentes públicos y ayudistas. Lololos claclaclandededestinos rereciben inssstruccción militatar, nadie sabe dododonde viven, nini sus paparejas nini susus paaadres. Te miro consternada, sin habla. Nonooo crecreemos que que sea tuuuu lugar. Respiro aliviada. Looss dirigegentes púpublicos son aaabiertos, conduducen aa las orrgaganizacccciones sociciciales seegún nuestra estratrategia yy cappptan mimilitantes. Ay sí, podría ser dirigente del Centro de Alumnos de la escuela y después, de la facultad, sentarme con los demás líderes en el casino, ir a sus fiestas, hay algunos tan lindos, aunque me tiembla la voz en las reuniones y se me embarrullan las ideas, es lo que hice hasta ahora, participar en las organizaciones sociales, sacar boletines, murales, la revista, ir a mítines. Aaaa titi no tete vemos passssta de lilider, afirmas a continuación. Te miro confundida, en qué otro lugar puedo estar. Escucho cómo las 34 palabras y sus combinaciones se van desmoronando. Heeemos penensado que lo más adecucuado es ayuyuyuyudista. Harás laboreres de vivivigilancia en Bannnncos, tratratraslaladadadar armas, dodocucumentos seecreeetos, apopoyayar la logissssssstica, checheququear cacasas de seguguridad. Nananadie popodrá saaaber que que tete opoonenes aaa la didididic tadura, nono dadaras tutus opinioooones eeen lalalal unininiversidadadad, no tieeenen queque verte cococon gegente dede izizizizquerda. Si sitepipillallallan seseria mmuy ppeliiiiiiiiigroso para los claclaclandestinos. Y cuando la última de las 34 palabras cae sin combinaciones aparece diáfano el borde agrietado de mi creencia. Buebue biennnnvevenida aal MIR. Yaaa tete lllegaaran tuss pririmerrras ininssssturtrucccccciones.
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Todos los días recojo vasos que mi madre deja olvidados por el departamento, los llevo a la cocina y los lavo. ¿Qué haces? Con razón no encuentro las cosas, me explica que pone un vaso boca abajo cada vez que pierde algo. La siento al lado mío, en este escritorio que le pertenece y en el que busco con desaliento los esquivos detalles. Con tono despreocupado le indico que mire a su alrededor: el escritorio, el velador, las repisas, las mesas… atiborradas de objetos, la mayoría inútiles. Le sugiero que los traslade a la bodega y en el espacio vaciado coloque papelitos de colores con los lugares donde deja las cosas. Estás loca, cómo voy a vivir sin mis recuerdos, alega sorprendida.
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Las almendras que veo crecer por la ventana que da al jardín tienen una piel verde que las envuelve y una cáscara dura. Durante la maduración la piel externa se separa, pasando del verde al marrón; queda a la vista la cáscara como un corcho poroso. Es el momento que escogen las orugas llamadas gata peluda que viven en el árbol para tirarse en caída libre y aterrizar de preferencia en hombros y cuellos provocando una dolorosa quemazón. Las que se salvan de morir, por la noche se convertirán en mariposas negras.
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24 horas después, sin haber dormido, aterrizo en el casino y te digo que no puedo hacerlo. Repito la frase dos veces para convencerme de que es así, lo he decidido. Aseguras que no tengo de qué preocuparme, todos los lugares de lucha son válidos. ¿Más tranquila?, me preguntas al marcharte. Dejo que pienses que estoy aliviada, pero la duda que vislumbré hace 24 horas en el lenguaje me continúa quemando el cuello.
Sé que te separaste de la novia que dejabas esperando en el auto, trabajas como periodista, te endeudas como todos en este sistema neoliberal. Ya no tiene sentido preguntarte cuáles son esas instancias correspondientes que deciden por nosotros. Hasta que no encuentro esa voz, ese tono, la novela no funciona, porque no se trata de redactarla, sino de que tenga un estilo propio, es decir, lo que yo llamo una convicción (Ricardo Piglia).
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Hija, hija, llama mi madre desde su cuarto. Mira lo que encontré, estoy feliz, lee por favor: “Quien es consciente de padecer olvidos no tiene problemas serios de memoria; quien padece Alzheimer no tiene registro ni se acuerda de lo que efectivamente le pasa”, B. Dubois, profesor de neurología de CHU Pitié Salpetriere.
Ese es el tono.