Washington Cucurto: asumir la distorsión y verla multiplicar

por Alejandra Costamagna

por Alejandra Costamagna I 31 Mayo 2018

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Creador de una veintena de libros, entre novelas, poemas e historietas que responden a lo que él mismo ha llamado “realismo atolondrado”, el escritor argentino pone ahora un pie –un cuerpo y un alma, mejor dicho– en las artes visuales. En un pequeño departamento de Buenos Aires se expone su radical y explosiva mezcla de lenguajes, con cientos de dibujos, pinturas, croquis y collages donde el humor, el desparpajo y las filiaciones brillan como un sol lanzando chispas.

por alejandra costamagna

El escritor nacido en Quilmes en 1973, el autodidacta, el sentimental, el incorrecto, el ex reponedor de supermercados, el auténtico, el multifacético, el fundador de la cooperativa Eloísa Cartonera, el autor de La máquina de hacer paraguayitos (1999), El curandero del amor (2006) o El rey de la cumbia contra los fucking Estados Unidos de América (2010), el que fue equiparado por Ricardo Piglia con Roberto Arlt. Él, Washington Cucurto, apunta en su libro Si te copás y curtís (Iván Rosado, 2016) algo que viene a ser una especie de arte poética. O una declaración de principios. “La poesía nos pide que nos lancemos a la aventura de escribir un poema, sin prejuicios, sin resultados, sin barreras, encendiendo la llama del deseo en todo lo que hagamos”, escribe. Y unas líneas más adelante zanja: “Escupir, morder, leer, escribir, saltar, correr sin parar, caminar sin par, respirar, trabajar, cuidar, releer, reescribir son todas cosas que llevan al poema. Es cierto, que nunca te falte deseo y ternura. ¡Deseo y ternura!”.

Washington Cucurto no se llama Washington Cucurto, sino Santiago Vega. Fue el escritor Fabián Casas, junto a un lote de amigos cercanos a la extinta revista de poesía 18 Whiskys, quien lo bautizó así. “Yo era un negrito de supermercado sin cultura casi. Me gastaban y les parecía simpático. Un día viene (Juan) Gelman y vamos a comer a una parrilla”, recuerda en el libro Conversaciones con Washington Cucurto, de Facundo R. Soto, publicado hace unos meses por la editorial Blatt & Ríos. Y agrega: “Al otro día yo me tenía que levantar a las seis de la mañana para trabajar en el supermercado. Al salir de la parrilla dijeron ‘vamos a otro bar de copas’ y yo dije ‘no, no, no, yo no cu curto’. Entonces empezaron todos a reírse y a señalarme ‘vos sos Cucurto’. Al otro día ya era Cucurto. Y Fabián me puso Washington (…) Porque era el más morocho del grupo de blancos, porque es un nombre de negros, como Nelson, Wilson”.

“La obra de Cucurto habla por sí misma… Cucurto para mí es Latinoamérica. Nuestra querida Latinoamérica”, dice con convicción absoluta el editor Martín Llambí.

Con ese nombre de negros, con ese apellido que alude a un verbo tartamudo, el autor se ha convertido en personaje, ha creado un mundo alucinante para su figura ficticia y desde hace dos décadas ha firmado una veintena de libros, entre novelas, poemas e historietas que responden a lo que él mismo ha llamado “realismo atolondrado”. Y en su radical cruza de lenguajes, donde el humor brilla como un sol lanzando chispas, cabe también la creación de cientos de dibujos, pinturas, croquis y collages, como los que expone por estos días en una singular muestra en Buenos Aires, titulada, justamente, “Deseo & ternura”.

“Esto nació por la amistad, las cosas en común y así surgió la posibilidad de hacer una exhibición de una forma diferente, una manera de mostrar la producción a los demás, en momentos duros, de una manera un tanto novedosa y así lo hicimos. Puro entusiasmo y mucha ternura y dulzura”, dice Cucurto desde un campito que tiene con Eloísa Cartonera en el conurbarno bonaerense. “Buenos Aires de la América morocha, que se aleja de la imagen europea que todos tenemos de la gran city”, comenta.

Y cuando habla de “la amistad y las cosas en común”, se refiere básicamente a Martín Llambí, editor del sello digital La Colección, músico de la banda Los Carpinchers y cabeza detrás de la muestra que funciona en un departamento minúsculo, su propio estudio, en el que no caben más de dos visitantes por vez. “La obra de Cucurto habla por sí misma… Cucurto para mí es Latinoamérica. Nuestra querida Latinoamérica”, agrega con convicción absoluta el amigo Llambí.

 

Eva Perón en versión morena y cumbiera.

 

Esa América morocha del conurbano, tan alejada de la imagen europea, está presente también en el centenar de trabajos de esta exposición que no tiene horarios ni días fijos. El autor lanza sus trazos sobre soportes híbridos, que luego interviene: afiches callejeros despegados de alguna muralla, sacos de arroz de cincuenta kilos, cartones de Burger King, folletos publicitarios, restos de papel mural, cartuchitos de líneas aéreas para los vómitos. Sobre eso pinta Cucurto, sobre lo que tiene a mano, lo que para otros es desecho o basura. Sin rótulo, a puro pulso, a lo salvaje. Una espontaneidad y una intuición que parecen guiadas por un hilo misteriosamente virtuoso. “Yo simplemente hago lo que puedo, atravesado por el enamoramiento y el deseo de la ciudad”, aclara. “¡Estoy agradecido al mundo del arte! De otro modo, todavía estaría reponiendo verduras en un supermercado”.

Y lo que puede y su enamoramiento y su deseo son, a fin de cuentas, una prolongación de sus libros, que bajo una piel bárbara parecen absorber involuntariamente una tradición que abreva de su biografía y su tiempo. Imágenes desbordadas de colores, delirantes, curtidas, tartamudas, ajenas a toda impostura. Ahí están los singulares retratos de sus escritores admirados: Leónidas Lamborghini, el primero, con un puñado de palabras trazadas como una rajadura: “Asumir la distorsión y verla multiplicar” (la frase exacta del poeta era “Asimilar la distorsión y devolverla multiplicada”). Y más allá Néstor Perlongher con su rostro fresco y los Marlboro a mano. Ahí están también Nicanor Parra con cordillera nevada de fondo (una reproducción de este cuadro es usado en la portada de Si te copás y curtís), Pedro Lemebel delante de una bandera mapuche mutada en sus tonalidades o Rodrigo Lira junto a un recado en letras negras: “Para Elisa, mamá de Lira”. Y está Eva Perón en versión morena y cumbiera, el rubísimo Donald Trump amenazando al mundo con una bomba en sus garras o Ayrton Senna, el campeón mundial de la Fórmula 1, como un ídolo ausente. Y las figuras primitivas mutadas en los seres anónimos que pueblan todas sus creaciones, las escritas y las visuales. Las prostitutas, los travestis, los machos recios, los negros, los cumbianteros, los seres ultra sexuados, los superhéroes domésticos, los vendedores ambulantes. Ahí, por ejemplo, ese cuadro luminoso y bestial, intervenido con algunos textos: “Estoy podrido de k me lleven en cana”, “3 x 40 paltas”, “Venta ambulante libre” y “Viva Santiago Maldonado”. Ahí mismo las figuras de tres hombres: uno con un cartelito que dice “man normal”, esposado, y los otros dos con uniformes e identificaciones de “rati”, apresándolo. Y atrás, una montaña de paltas. Todo en la misma escena, un color sobre otro, una explosión cucurtiana.

 

Rodrigo Lira junto a un recado en letras negras: “Para Elisa, mamá de Lira”.

 

-¿Qué es lo que más te gusta de todo esto?

-El juego, la posibilidad de soñar, de conocer gente, utilizarlo al arte para potenciar nuestras vidas y nuestras relaciones sociales. Es importante, el arte es un elemento de transformación social, uno de los más grandes de que puede disponer el hombre de a pie.

El autor lanza sus trazos sobre soportes híbridos, que luego interviene: afiches callejeros despegados de alguna muralla, sacos de arroz de cincuenta kilos, cartones de Burger King, folletos publicitarios, restos de papel mural, cartuchitos de líneas aéreas para los vómitos.

“¿Es expresionista, primitivo, bestial, lírico, violento, lúdico? Todo eso a la vez y más, puede ser delicado y puede ser también como el simple acto feliz de estar vivo mamarracheando la hoja”, consigna el escritor Pedro Mairal en un texto titulado “Yo vi pintar a Cucurto”. En efecto, el autor de El año del desierto fue uno de sus primeros testigos en este giro visual. Todo ocurrió mientras compartían una residencia de artistas en Francia, a comienzos de 2015. “Lo vi absorber influencias como una esponja, garabateando cuadernos como Frida Kahlo, haciendo collages a lo Lamborghini, mirando en silencio dibujos de Picasso. Me acuerdo que cuando descubrió a Basquiat, buscaba sus cuadros en Google y me gritaba desde su estudio: ¡Este grone la rompe, Pedrito!”. Mairal se pregunta qué hay en sus cuadros, qué anida en ellos. Y la respuesta habla sola: “Irresponsabilidad estética, colores sacándose chispas, libertad completa, mugre, intuición, amor desesperado y ternura. Cada día estoy más convencido de que Cucurto es un genio”.

Este costado del genio del autor ya había sido revelado en dos muestras previas, dos antesalas de “Deseo & ternura”. La primera, titulada “Explosión acuarela” (curada por Facundo R. Soto, el mismo de Conversaciones con Cucurto), ocupó una sala del Espacio Jungla, en el barrio del Abasto de Buenos Aires a fines de 2014. Y la segunda, “Pájaro afrodisíaco”, reunió buena parte de los trabajos de la actual exposición y fue presentada en el museo Castagnino, en Rosario, en octubre de 2015. Pero esta tercera experiencia asume una radical afinidad con la ruptura de moldes que alienta a Cucurto, con su idea de llevar el arte por otro lado. Porque lo hace desde el espacio mismo: la muestra ocupa los muros, de piso a techo, y cada uno de los rincones de esta galería improvisada y periférica, ubicada justo frente al Obelisco. Y como yapa son exhibidos tres grandes álbumes con sus novelas gráficas y poemas visuales, que podemos leer ahí, sentados en un banquito o directamente en el piso, mientras suena alguna de las hipnóticas canciones folk de Los Carpinchers y el hijo de Llambí, de cuatro años, juega a que es un ser de otro tiempo que manipula un arco y una flecha. El deseo y la ternura en escasísimos metros cuadrados y en alianza explosiva.

Salimos con la sensación de haber saltado por unas horas junto al multifacético Cucurto. Y haber mordido, leído, escrito, corrido sin parar y respirado su talento salvaje. Haberlo visto multiplicar.

 

 

*Para visitar la exposición, escribir a lacoleccion2015@gmail.com

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