Nada se pierde, todo se transforma

“Todo personaje que protagoniza un documental sabe que no se entregará por completo, que no podrá entregarse por completo, que lo detendrá el miedo a que se deforme la imagen fantaseada que tiene de sí mismo, y se defenderá construyendo una pose, un gesto, un tono de voz. Donoso confiaba en la verdad que puede transparentar esa pose”, reflexiona el autor de esta crónica, donde repasa cómo fue el proceso de realización del documental Pepe Donoso (1977).

por Carlos Flores Delpino I 2 Septiembre 2024

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En el año 1976 filmé un documental sobre el escritor José Donoso. Han pasado 47 años desde ese rodaje. Este año Donoso cumpliría 100 años. Yo cumplo 79.

Todo se desató más o menos así: me enteré por los diarios de que José Donoso había venido a Chile a los funerales de su madre. Mi amigo Carlos Olivárez, guionista del documental, fue invitado a una cena en la que tuvo la oportunidad de hablar con Donoso y proponerle hacer un documental sobre él, su vuelta a Chile y sus novelas.

Donoso contestó que sí, que le interesaba la propuesta, pero que antes quería saber quiénes eran los que componían el equipo que filmaría la película. Eran tiempos de dictadura y no le pareció prudente confiar en un grupo de novatos que se interesaba por hacerle un documental.

Después de que recibió antecedentes aceptables respecto de Carlos Olivárez, Guillermo Cahn y míos, visitó nuestra pequeña productora y nos encantó con su simpatía y entusiasmo. Miró con curiosidad la cámara y las luces, y me dijo que él no necesitaba equipos para escribir sus novelas, que le bastaban las 27 letras del alfabeto. Después me preguntó qué novelas suyas había leído. Estuve a punto de inventar un par de nombres, pero me arrepentí. Le confesé que solo había leído algunos cuentos.

Tienes que leer El obsceno pájaro de la noche —me dijo.

Nos subimos a mi citroneta y nos dirigimos a la casa de sus padres, que él llamaba la casa benigna de avenida Holanda. Era una casa grande, rodeada de un amplio jardín. Alguien tocaba el piano.

En esta casa siempre hay música —me dijo—. Y mucha vegetación y olor a pasto mojado. Ahí está mi papá, deberíamos entrevistarlo.

Pero hace un par de días que murió su esposa —dije yo—, no creo que tenga ánimo para contestar una entrevista.

Hay que confiar en la vanidad de la gente —respondió.

Cuatro días después filmé una secuencia en la que Donoso acusaba a su padre de haberlo considerado la oveja negra de la familia.

Entramos a la biblioteca de la casa y Donoso buscó un ejemplar de El obsceno pájaro de la noche, me lo pasó y me dijo que nos juntáramos en un par de días para comentarlo.

Han pasado 47 años desde que rodé el documental y cada vez que puedo visito el Santiago a medio hacer que Neruda le mostró a Donoso, y que Donoso me mostró a mí. Vuelvo a mirar esta ciudad pretenciosa que, a pesar de sus fracasos, insiste en intentar ser otra. Me gusta ver esos ensambles, esas adaptaciones que no funcionan, esas escaleras puestas sobre murallas a medio terminar.

Me fui bastante preocupado a leer la novela y a preparar el rodaje que debería iniciar lo antes posible, porque Donoso se quedaría en Chile solo dos semanas.

Empezamos filmando en el jardín de la casa de avenida Holanda y luego recorrimos barrios antiguos de Santiago: grandes casas en las que vivieron familias adineradas, transformadas ahora en conventillos, con sus patios centrales llenos de basura y las ventanas clausuradas; vestigios de una esperanza que nunca llegó a ser.

La metáfora es el medio de expresión —me dijo bajando las escaleras de una de estas mansiones empobrecidas—. Estas casas se me transforman en metáfora y me crecen y crecen y se me escapan de las manos. Yo ni siquiera me había dado cuenta de que había visto esos techos rotos o la suciedad del patio, pero ciertamente quedaron grabados en mí y luego, al escribir, la máquina me sacó todo eso. Entonces se produjo la metáfora, al escribir.

Los últimos días fuimos a filmar a la Chimba, al otro lado del río Mapocho. Buscamos la casa de reposo donde su madre y otras familias ricas iban a dejar a sus sirvientas cuando envejecían y ya no podían trabajar. Estos lugares y estas ancianas solitarias, que guardaban sus pertenencias en paquetes que ponían debajo de sus camas, están presentes en El obsceno pájaro de la noche.

Fuimos a la calle Maruri, a buscar la pensión en la que vivió Neruda cuando era adolescente.

Este Santiago que se desmorona me lo enseñó a ver Neruda —me dijo.

Donoso recordaba con cariño que cuando estaba escribiendo Coronación, instalado en una cabaña en Isla Negra, Neruda lo dejaba ducharse en su casa.

Fuimos a Isla Negra. Yo tenía planeado filmar en la casa de Neruda, pero no nos dejaron entrar con la cámara. Visitamos la casa, pero no pude filmar. Me perdí una muy buena secuencia de Donoso recorriendo la casa y haciendo comentarios sobre el gusto de Neruda por los objetos. Volví a Santiago, enojado y triste.

No te compliques —me comentó Donoso—, nada se pierde, todo se transforma.

Donoso lo sabía muy bien: transformaba todo en novela.

Es un ser novelante —me dijo una vez María Pilar, su esposa—, transforma todo en Literatura.

Cada noche escribía lo que había ocurrido y lo revisaba en la mañana, para ver si podía transformar en novela o cuento algo de lo vivido el día anterior. También anotaba frases de conversaciones o citas de libros en papeles que luego insertaba en un gran clavo soportado por una base de madera que tenía sobre el escritorio. La última nota que había clavado en el extraño artefacto que le servía de archivador, decía: “Escriba no más joven, en Chile no lee nadie”. Es un consejo que le dio Andrés Bello a Diego Barros Arana que a Donoso lo divertía mucho.

Y yo lo único que hago es leer y escribir —decía.

No le hice preguntas a Donoso mientras filmaba, no era necesario. Él hablaba mientras recorríamos los barrios por los que se desplazó en su juventud. Improvisaba y novelaba frente a la cámara.

Aquí es donde yo me venía a esconder —dijo Donoso en la Quinta Normal—, porque me sentía completamente rechazado. A mí se me odiaba en la casa, a mí se me censuraba todo lo que hacía, todo el mundo social que yo conocía me rechazaba; entonces yo era un paria, en cierto sentido, y venía acá y estaba con otros que eran parias como yo.

Terminado el documental, Guillermo Cahn, el productor, viajó a Barcelona a exhibirlo en una función especial y pequeña que Donoso organizó, invitando a un grupo de amigos.

Pasó un par de meses y recibí carta de Donoso.

La carta se iniciaba pidiendo disculpas por su silencio: “Te escribo un poco tarde, pero te escribo. Vi la película. Hasta ahora tres veces. Y creo que tengo muchas cosas que decirte. En general me gusta mucho, y creo que ha resultado, en muchos aspectos, harto mejor de lo que yo esperaba… Quizás lo más débil sean mis intervenciones; son siempre sentimentales (necesariamente, dadas las circunstancias); pero quizá no lo hubieran sido tanto si hubiéramos ironizado un poquito presentando otros aspectos de mi personalidad, ya que en la película aparezco como un rebelde sentimental, sin rebeldía real y con ribetes de bohemio. Estas cosas aisladas nunca fui; lo que fui fue un niño bien fracasado, a quien este fracaso le dio amargura y mala leche”.

Y luego, más adelante se queja de su voz: “Para que te voy a decir que lo que me parece lo peor es la banda sonora; quizás porque odio tanto el sonido de mi propia voz y la manera como hablo. Pero, cosa curiosa, a Muñoz Suay, que aquí es autoridad, la banda sonora es lo que más le gustó de la película”.

Todo personaje que protagoniza un documental sabe que no se entregará por completo, que no podrá entregarse por completo, que lo detendrá el miedo a que se deforme la imagen fantaseada que tiene de sí mismo, y se defenderá construyendo una pose, un gesto, un tono de voz. Donoso confiaba en la verdad que puede transparentar esa pose. Lo dice así en sus diarios: “.Pero no existe también otra sinceridad, más sutil tal vez, más aterrada, o por lo menos con otra verdad, en la pose, en la actitud premeditadamente falsa?”.

Han pasado 47 años desde que rodé el documental y cada vez que puedo visito el Santiago a medio hacer que Neruda le mostró a Donoso, y que Donoso me mostró a mí. Vuelvo a mirar esta ciudad pretenciosa que, a pesar de sus fracasos, insiste en intentar ser otra. Me gusta ver esos ensambles, esas adaptaciones que no funcionan, esas escaleras puestas sobre murallas a medio terminar.

Donoso me enseñó a observar con atención la pose y a desconfiar de la verdad del cine; aprendí que todo lo vivo se mueve y que para verlo y registrarlo es necesario moverse, incorporar inestabilidad en la mirada y en la escritura. Volver a ver todo de nuevo cada día.

 

Imágenes: Filmación del documental Pepe Donoso. Crédito: cortesía de Carlos Flores Delpino.

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