No haré cumbre

El crítico y editor de la antología Los trabajos y los días, se refiere en este texto al trabajo poético de Elvira Hernández, reciente ganadora del Premio Nacional de Literatura. En sus libros puede hablar de Valparaíso, de deportes, de pájaros de toda especie, de la bandera de Chile, de jardines, del cometa Halley, pero en realidad estos temas solo constituyen la primera capa. Por debajo está el transcurso del tiempo y del andar humano entre sus pliegues. Y lo innombrable, el misterio. Elvira Hernández, señala el autor “nos lee a nosotros desde mucho antes que nosotros a ella. Con palabras de Marina Tsvietáieva, podría decirse que refleja nuestro tiempo ‘no como espejo sino como escudo’”.

por Vicente Undurraga I 6 Septiembre 2024

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Si hace un siglo Gabriela Mistral hizo brotar desde la tierra y la gente una palabra inmensa, hace ya casi 50 años que Elvira Hernández lleva de vuelta —a la ciudad, al pueblo, al puerto, a los estadios, al cielo y al suelo— esa palabra reinventada, rehecha. En cada uno de sus libros parece haber deshecho la lengua para rearmarla, palabra a palabra cuando no, como en Santiago Waria, letra a letra; por eso quizás sus versos parecen a menudo destellos en la página: “Una luz cruza como una cuchillada”.

Cuando la poesía chilena en los años 70 y 80 buscó alianzas con la visualidad, con el propio cuerpo de quienes la escribían, la plástica y los soportes no textuales como forma de sortear los aprietos en los que se ve la mera posibilidad de decir cuando se impone por todas partes el horror y el desgaste verbal, Elvira Hernández tomó posición y se replegó, se parapetó, según ha expresado, en un verbo acérrimo. Tras el impacto que le supuso conocer La nueva novela de Juan Luis Martínez, iba a ser el suyo un trabajo destinado a un intercambio de alto voltaje entre lo dicho y lo indecible. Para ese forcejeo de delicadezas, o el despliegue de esas fuerzas finas, la escritura de Elvira no desdeña nada. Frases hechas, aunque siempre desquiciadas de su sentido usual, palabras imprevistas y las de siempre refacturadas, aguzados giros de la gramática, ahogos y desates del aire entre las letras, diagnósticos de anonadante contingencia y verdad: “El tomate limachino ya no es tal. / Son puras cuentas rojas de un ábaco”.

La ferocidad de las imágenes (de rastrillazos en el cerebro, hablará), la frontalidad inteligente de su exclamación política, la risa dura y suspicaz de su mirada movediza. “A todos nos quitaron la real palabra”, se lee en su Cuaderno de deportes, pero es justamente tras esa quitada, en la tarea de recuperación, donde renace la poesía. Vuelve rehecha la palabra. Filosofar a martillazos, quiso Nietzsche, y a veces la escritura de Elvira pareciera hacerlo también —de tan acerada, y por la sustancia autónoma de tantos de sus aforísticos versos—, a sabiendas eso sí de que “los clavos pasaron sin tétano por la carne amorosa eterna”.

Lírica irritada”, dijo sobre esta poesía Jorge Guzmán hace ya un par de décadas. Es una definición que resiste el paso del tiempo y los matices, pues le achunta al entrecejo de esta poesía desestabilizante, lábil y tenaz a la vez: jovial. Describiendo aspectos así se podría perfilar esta escritura.

‘Lírica irritada’, dijo sobre esta poesía Jorge Guzmán hace ya un par de décadas. Es una definición que resiste el paso del tiempo y los matices, pues le achunta al entrecejo de esta poesía desestabilizante, lábil y tenaz a la vez: jovial. Describiendo aspectos así se podría perfilar esta escritura.

En el comienzo de Lagar, Mistral escribe dos versos con los que se podría igualmente señalar el afán en el cual la poesía de Elvira Hernández no ha cejado: un escribir “deletreando lo no visto / nombrando lo adivinado”.

¿Y de qué se ocupa esta poesía?

Notoriamente, en cada libro de algo distinto y astutamente delineado, bordeado, jamás clausurado: de Valparaíso en uno, de deportes e historia en otro, de pájaros de toda especie, de la bandera de Chile, de jardines, de un hombre que se fue, del cometa Halley y sus secuaces en la tierra. De eso y más, según cada libro, en primera capa. Pero en todos la poesía de Elvira Hernández trata en definitiva del transcurso del tiempo y del andar humano entre sus pliegues, del paso y el peso de los días. Nos lee a nosotros desde mucho antes que nosotros a ella. Con palabras de Marina Tsvietáieva, podría decirse que Elvira Hernández refleja nuestro tiempo “no como espejo sino como escudo”.

Es una poeta de libros marcados, de unidades poéticas que en su diferencia dibujan un estilo, toda una voz, pero es también, casi secretamente, aunque con esa misma inconfundible voz de siempre, autora de muchos maravillosos poemas andariegos, nacidos y soltados al mundo sin libro que los recoja; la poeta los ha ido dejando caer en revistas y antologías y espacios varios a través de las décadas. Hay uno, publicado en una antología chilena de poemas sobre juegos y deportes en 2003, que se llama “No haré cumbre”: habla de quien, en vez de encumbrarse, siente el hielo de los pies ajenos “hundidos en la niebla”. Desde ese sentir, su palabra nos sostiene y nos devuelve.

 

Fotografía: Archivo UDP.

 


Primer corte, Elvira Hernández, FCE, 2024, 60 páginas, $4.500.


Cuaderno de deportes, Elvira Hernández, Provincianos, 2022, 92 páginas, $10.000.


No soy tan moderna, Elvira Hernández, Alquimia, 2021, 84 páginas, $8.900.


Estado de sitio, Elvira Hernández, Ediciones UDP, 2020, 116 páginas, $16.000.


Sobre la incomodidad, Elvira Hernández, Ediciones UDP, 2019, 76 páginas, $10.000.


Los trabajos y los días, Elvira Hernández, Lumen, 2016, 300 páginas, $17.000.

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