Nunca dar la lata

Leer La palabra escondida: conversaciones con Stella Díaz Varín, es asistir a la condensación del encuentro que sostuvieron durante siete años la poeta nacida en La Serena en 1926, con la escritora y periodista Claudia Donoso. Dos soledades amigas enfrentadas a la vida sin concesiones, una muestra de que en medio del tráfago cotidiano hay encuentros de una intensidad arrebatadora.

por Milagros Abalo I 20 Julio 2021

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De vez en cuando se producen encuentros que de alguna manera son una excepción a la cotidianidad, aun estando insertos en ella. Encuentros que dejan una estela poderosa, capaz de irradiar y despertar interés en el resto. Da lo mismo el tiempo que puedan durar, lo que establece la diferencia respecto de la suma de encuentros que conforman la cotidianidad es la intensidad con que se dan, como si se ensamblaran en el tiempo y en el espacio dos piezas/existencias hasta entonces lejanas y desconocidas.

La primera vez que Claudia Donoso conoció a Stella Díaz Varín (1926-2006) terminaron bailando tango, y en un encuentro posterior estuvieron horas encerradas en una oficina prestada de la Sech hablando y tomándose las botellas de un licor que había en los estantes. Ya de noche, tuvieron que bajar las escaleras sentadas para no irse al suelo. Apoyo mutuo trascrito en estas conversaciones sostenidas a lo largo de siete años, al alero de un especial afecto y confianza.

Leer La palabra escondida: conversaciones con Stella Díaz Varín es asistir a la condensación de aquel encuentro, el de dos soledades amigas enfrentadas a la vida sin concesiones. Y quizás es esta una de las razones por las cuales la química entre ellas hace lo suyo con el tráfago de palabras. No hay pauta ni programa en la dirección que va tomando el diálogo, la conversación anda y fluye de manera natural, ninguna condescendencia las embauca. El diálogo es transparente. Donoso no tiene escrúpulos en preguntar y Stella en responder. O no. Y en sus respuestas parte recreando con una exactitud e imaginación prodigiosa el mundo de su infancia en La Serena, escenas de un Chile ya ido. También cuenta de qué manera la biblioteca fue una salvación en esa provincia que de tan pequeña resultaba claustrofóbica. Apodada la Colorina cuando recién se bajó del tren a Santiago, ciudad que marcó en ella el fin de toda utopía. Nuevas relaciones surgieron y especialmente entrañable fue la yunta que tuvo con Teófilo Cid, amigo de andanzas y de poesía. Importante también fue su amistad con Jodorowsky, eso sí, hasta antes de que se convirtiera en “esa cara de gallina ridícula que tiene ahora” y de que comenzara a llenarse la boca con los que habían sido sus amigos.

Claudia Donoso sabe conducir —o lo que es mejor: desconducir— la conversación. Así, cuando se habla de Sartre también se puede hablar de los chunchules, y es precisamente esa capacidad de no cerrar los temas, de no agotarlos, lo que vuelve fascinante este libro. Donoso, como en la riqueza del desorden organizado de sus collages, recorta y retoma hitos o hilos fundamentales de lo que va pensando Stella, para en 10 páginas más adelante darle otra vuelta, una nueva perspectiva desde donde mirar.

Donoso se mueve rápido para salir del paso cuando se crispan los ánimos a propósito de una pregunta, como cuando hace alusión al olor de Teófilo Cid o a los hijos que perdió la poeta… Pero como en cualquier conversación franca y directa, nada detiene el flujo ni cancela el diálogo, y se sobreponen sin más drama.

Stella Díaz Varín regala al paso en la conversa secretos caseros o recetas, con el corazón gozoso de esas antiguas madres o abuelas que compartían casa y cocina. Y es que el desarrollo de lo cotidiano y su sana inclusión en el diálogo hacen de ambas mujeres y de su alrededor una presencia a los ojos de quien lee; como si asistiéramos a una intimidad se las puede ver buscando el sacacorchos o picando cebolla para preparar un suflé o sirviéndose vino a sus anchas mientras siguen hablando del distanciamiento de Stella con el Partido Comunista, o del rumor que se habría difundido de que fue amante de González Videla, o de cómo cresta ganarse la vida.

Claudia Donoso sabe conducir —o lo que es mejor: desconducir— la conversación. Así, cuando se habla de Sartre también se puede hablar de los chunchules, y es precisamente esa capacidad de no cerrar los temas, de no agotarlos, lo que vuelve fascinante este libro. Donoso, como en la riqueza del desorden organizado de sus collages, recorta y retoma hitos o hilos fundamentales de lo que va pensando Stella, para en 10 páginas más adelante darle otra vuelta, una nueva perspectiva desde donde mirar. Y la poeta se sube a esa micro con la gracia de la libertad que permite expandir los temas y enriquecer la reflexión. Como en la lectura de un buen ensayo, los caminos en este libro están abiertos a los desvíos, muchas veces impredecibles y, por lo mismo, seductores.

Sobreviviente de una violación, de una septicemia, de la dictadura y sus atropellos, de un cáncer, de la pobreza, del silencio; y cada pellejería se cuenta con desacato, nunca desde el sitial cómodo de la víctima o del espeso charco del rencor, sino en la voz de una ‘anarco nihilista’, como ella se define, que ya no cree en nada o en muy poco.

El libro está lleno de humor, se sueltan carcajadas cuando leemos algunos de los recuerdos de Stella, o la forma de referirse a tal o cual, porque en su lenguaje destila el líquido de esa médula profundamente chilena, la de poner agudos sobrenombres, por ejemplo, o la de siempre reírse con escéptica racionalidad de lo trágico, porque no queda otra, el combate se da igual y Stella fue una recia sobreviviente de cada combate librado. Sobreviviente de una violación, de una septicemia, de la dictadura y sus atropellos, de un cáncer, de la pobreza, del silencio; y cada pellejería se cuenta con desacato, nunca desde el sitial cómodo de la víctima o del espeso charco del rencor, sino en la voz de una “anarco nihilista”, como ella se define, que ya no cree en nada o en muy poco. En sus puños, sobre todo, siempre dispuestos a aforrar cuando las circunstancias lo ameritaban.

Rápida en su oralidad, Stella inventa palabras que define como “pequeñas rasmilladuras del lenguaje”, ahí están sus “ñauñansesen”, “dapsin dipsin” o “nuncamasmente” para acortar o acotar, para no dar la lata. Y es que estas conversaciones nuncamasmente, como diría ella, dan la lata, pues van construyendo a través de un diálogo fraterno el retrato de una mujer comprensiva y a la vez salvaje, dueña de una alegría que nunca fue la de una felicidad satisfecha, porque todos los órdenes fueron contravenidos por su individualidad: “Mi vida ha sido hecha prácticamente de intemperie, y el desorden y la irreverencia son los lujos que me he podido dar”.

Cuando se termina de leer estas páginas, uno quisiera seguir escuchando su voz y en su voz la compañía de tantos espacios, personas, poetas, poemas, horizontes. Todo sucediendo al filo, sin certezas, y con el filo inagotable de su mirada que no solo hechiza, sino que muchas veces sobrecoge por la honda percepción de lo humano.

 

La palabra escondida: conversaciones con Stella Díaz Varín, Claudia Donoso, Ediciones UDP, 2021, 156 páginas, $12.000.

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