Ronda nocturna: los diarios finales de José Donoso

por Cecilia García-Huidobro Mac Auliffe I 5 Octubre 2024

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El segundo volumen de los diarios, publicado el año pasado, cierra con un Donoso recién aterrizado en Chile luego de un largo peregrinaje de algo menos de 20 años. Su partida del país, junto a su esposa, María Pilar, había sido el mismo día que tomó posesión de su cargo el presidente Eduardo Frei Montalva, democratacristiano que ganó las elecciones con un programa que proponía una “revolución en libertad”. Regresó a fines de 1980, cuando la dictadura de Pinochet llevaba siete años en el poder, tiempo suficiente como para haber pulverizado las distintas propuestas de revolución y haber restringido muchas libertades.

Con prontitud, sus cuadernos registran el impacto que significó para él y su familia la radicalidad del regreso, la dificultad de reconocer y reconocerse en un país que distaba mucho del que conservaba en su memoria. Temores, decepciones y dificultades creativas se van sumando al deterioro físico y las enfermedades, obsesiones por el dinero e inseguridades de todo orden. Los diarios de este período son, acaso, sus diarios más existenciales, desesperados.

No es que falte lo que ha sido considerado uno de los rasgos más destacados y relevantes de ellos, como es el minucioso y sufriente registro creativo de sus narraciones. En ellos es posible seguir la gestación de Cuatro para Delfina, por ejemplo, o el largo proceso escritural bajo distintos títulos de lo que fue su novela póstuma, El Mocho. También los malabares que ejercita para sortear la ficción y realidad en lo que se publicaría como Conjeturas sobre la memoria de mi tribu. Pero las dificultades tras experimentar cierto desarraigo en su propio país y los miedos asociados a la cercanía con la muerte hacen de estos cuadernos, más que un diario de un escritor enfrentado a la creación, una suerte de ronda nocturna existencial.

Santiago, 20 de enero, 1981
David Turkeltaub, ayer, se llevó mis poemas y no dijo nada, espero su llamado o más tarde o mañana. ¿Escribir más poemas? Sería lo más fácil. Me saldrían. Pero no tengo ganas. Tengo ganas de escribir cuentos, y no sé por qué, no sé enrielarme en ellos.
Un problema, por ejemplo, es el lenguaje: no me interesa, ni siento como material literario —¿todavía?— el idioma chileno. Estos niños de que estoy escribiendo poseen un idioma [xxx], que es, a su vez, la metáfora de un mundo, y de una manera de ser de una clase, de una psicología: es allí donde no sé entrar, donde yo no tengo nada que ver, y que no me motiva para nada. Pero en este momento, al parecer, no hay nada que me motive realmente, no me enchufo en nada. Frente al mundo chileno, que ahora es el mío de nuevo, hay dos actitudes posibles: aceptarlo como es, es decir, ser de él, o, al contrario, criticarlo, transformarlo en una farsa. Ninguna de las caras me interesa, y en todo caso, me interesaría más la primera opción que la segunda. Pero estoy, claramente, perdido. ¿Por qué no puedo armar un cuento? ¿Quizás volver a leer cuentos? ¿Cortázar, que siempre es tan estimulante? Pero no, tiene que ser hoy, ahora. No puedo esperar más. ¿Relaciones humanas, Katherine Mansfield? ¿Relación suegra-nuera? Sí, todo es posible. ¿Pero cómo descubrir algo, la metáfora que lo ilumina todo desde dentro? Qué arco de perplejidad. ¿Una historia de amor? Pero el amor, ahora, no lo concibo más que en términos de El jardín de al lado, o de La muerte en Venecia, cualquiera que vea el sexo del objeto del amor. Y el amor maduro ya lo agoté tan realistamente en El jardín de al lado.

Santiago, 5 de agosto, 1981
Pese a los horrores que he encontrado a mi regreso, histeria general, agresividad de Pilarcita, dolor de María Pilar, negación rotunda de Pilarcita a ir al colegio y que se pasa el día acostada en cama fumando, mirando televisión y tomando Coca-Cola, y pese a Boswell, who looms on the horizon, me tomo esta tarde, a modo de medida de sanidad mental, para pensar en mi novela de Chiloé. Me cuesta, pero lo haré.

Santiago, 19 de agosto, 1981
Tengo 57 años, una carrera literaria más respetada fuera de Chile que adentro; veo, lejos aún, pero la veo, la vejez, y no tengo energía ni ganas para seguir vagando por el mundo. Pero con Santiago —con el mundo de Santiago tanto como con el pretencioso y horrible Santiago físico—, por ahora, no sé más tarde, me es muy difícil relacionarme, y sentir el flujo de electricidad que me motive y me llame/lleve a escribir algo libremente, desde afuera. Siento que todo lo que me rodea es falso, insuficiente y negativo. Y sin embargo, me reconozco que soy de aquí, que este aquí no querido me amarra y me determina. Posibilidad de otros paisajes, otros ambientes. ¿Pero no los veré solo como curiosidad turística, sin la posibilidad de “meterme” dentro y ser en ellos? Esta cosa de ser en las cosas que escribo es esencial. Viajar. Recorrer el país. Ver paisajes que me motiven, gente distinta a la habitual, que pueda transformarla, mediante un salto de la imaginación, en mías, o yo, más bien, transformarme en ellas. Mariano Latorre y la novela rural, tan despreciados por mí en mi juventud. ¿Releerla? Por lo menos echarles una mirada. Al fin y al cabo, la tradición esencial o radical (en cuanto a raíz) de la novela latinoamericana es la novela paisajística. ¿Pero qué paisaje, si el que me rodea no me motiva?
Tengo que ser otro, para escribir una novela, sobre todo, ahora tan conscientemente: necesito ser “otro”. Trasvasijar mis sensibilidades en “otro”.

Tengo 57 años, una carrera literaria más respetada fuera de Chile que adentro; veo, lejos aún, pero la veo, la vejez, y no tengo energía ni ganas para seguir vagando por el mundo. Pero con Santiago —con el mundo de Santiago tanto como con el pretencioso y horrible Santiago físico—, por ahora, no sé más tarde, me es muy difícil relacionarme, y sentir el flujo de electricidad que me motive y me llame/lleve a escribir algo libremente, desde afuera. Siento que todo lo que me rodea es falso, insuficiente y negativo. Y sin embargo, me reconozco que soy de aquí, que este aquí no querido me amarra y me determina.

Santiago, 10 de octubre, 1981
Estoy mal. No me interesa —en este momento— la novela chilota, que se presenta llena de dificultades y cero calor. ¿Cómo encontrar algo más simple? También estudié ayer la posibilidad de una novela sobre Lenin y Krúpskaya, y el caso Schmidt, pero requeriría demasiado, y no tengo tiempo ni ganas: quiero, sí, necesito, algo de que, como en el Jardín o en La marquesita, el original vaya montando y montando cada vez más, ver ese manuscrito creciendo sin problemas. Claro que no se le puede pedir lo mismo a todas las obras, y esta puede ser distinta. Pero no quiero.
Por otro lado, cuentos. ¿Pero cómo diablos se escribe un cuento? ¿Qué es un cuento? Hace mil años que no escribo ninguno, y cien años que no leo cuentos.

Santiago, 12 de diciembre, 1981
Esta noche Pilarcita, que hace tiempo ya que está encantadora (aunque floja), salió a una fiesta en casa de una Montero Ward, hecha una belleza, feliz, y felices nosotros de verla tan feliz, sin breteles, una túnica a rayas dorado y negro, pantalones de seda negra y tostada negra. Iba hecha un sol.

Santiago, 22 de diciembre, 1981
He sido muy feliz escribiendo mis cuentos. Casi tan feliz como escribiendo El jardín de al lado. Curioso que escribir ahora sea tan “placer”, cuando anteriormente era, recuerdo, casi puro dolor. El infinito placer de en seis días escribir “Los habitantes de una ruina inconclusa”, la histeria, “frantic” es la palabra precisa, con que lo hice. (Debo hacer otra versión, pero es verdad que debo hacer otra versión para todos los cuentos, aunque este, para enfocarlo, más que ningún otro lo necesita, especialmente hacia el final). Y el placer que me está produciendo escribir y desarrollar FAMILIA ROBLES (que al final se llamará LOS ROBLES DE LA PLAZA) es absolutamente increíble.

Cachagua, 5 de febrero, 1982
Hoy tarde estoy instalado en mi ramada fragante de eucaliptus. María Pilar se fue a Zapallar a la misa por Eduardo Frei y yo no me la sentí de ir. Pilarcita llegó a hora intempestiva, cruel y de mal humor, con María José Harrison, su amiga alojada, y después salió a caminar sola por la playa, por primera vez en la vida. ¿Pensando qué? Al alejarse, miraba hacia atrás, esperando que yo, o que María José, la siguiéramos. ¡Qué horror, y qué poco sano para ella, tener tanto poder sobre sus padres! Va a querer desplegarlo, después —y lo estoy palpando con María José— con todas sus relaciones. ¡Qué destrozado me siento porque creo que we’re not doing right! .Pero cómo, do right? ¿Dejarla? ¿No preocuparse? ¿Everything will turn out as it has to, in the end? No sé. No sé, ¡le veo tan mal futuro! Y tengo terror de proyectar en ella ese terror mío, pero ¿cómo cambiar? Es imposible proyectando en mi pasión por ella algo que me ha faltado, y que me falta, a mí. Porque hoy por hoy mi amor por María Pilar es sobre todo ternura, compañerismo, historia, mucha protección, mucha compasión, pero ya no siento por ella la pasión que siento por mi hija. ¿Aunque, es verdad? No sé. Sé que son los únicos dos seres en el mundo que “me pueden”, a los que soy terriblemente vulnerable: ellos, y absolutamente nadie más. ¡Mi mundo afectivo es tan pobre! Y siento, sin embargo, que daría para tanto más. Ellas dos. ¿Por qué no alguien más, un amigo, una amiga, un muchacho…? Pero no se ha dado: un discípulo, por ejemplo. Pero no se da.

Santiago, 29 de marzo, 1982
Me compré un equipo de música, antes que llegue María Pilar para impedírmelo. Puse cortinas muy “importantes” en el living, y menos importantes en el baño, el estudio de María Pilar, el pasadizo de arriba y mi escala.

Santiago, 23 de agosto, 1982
Pilarcita a la nieve. Me levanté tarde. Hablé largo, largo, y con gran cariño, con la Delfina por teléfono en la mañana. Llamé a Crescente Donoso para hablar con él, y estuvo “Donoso”: aterrado, insultante, rechazante: lo mandé (doucement) a la mierda.

Hoy por hoy mi amor por María Pilar es sobre todo ternura, compañerismo, historia, mucha protección, mucha compasión, pero ya no siento por ella la pasión que siento por mi hija. ¿Aunque, es verdad? No sé. Sé que son los únicos dos seres en el mundo que “me pueden”, a los que soy terriblemente vulnerable: ellos, y absolutamente nadie más. ¡Mi mundo afectivo es tan pobre! Y siento, sin embargo, que daría para tanto más. Ellas dos. ¿Por qué no alguien más, un amigo, una amiga, un muchacho…? Pero no se ha dado: un discípulo, por ejemplo. Pero no se da.

Zapallar, 12 de septiembre, 1982
¡Qué martirio que toda mi paz, exterior e interior, dependa de los humores, generalmente malos, de la adolescencia de la Pilarcita! ¡Qué desesperación no poderme “desprender” de ella, como Jorge Edwards se desprende de todo lo que sea humanamente negativo o molesto y lo pasa por alto! Supongo que esto está íntimamente ligado a mi enfermedad al corazón, como el incidente del T.B. [turkish bath (baño turco)] que encendió la mecha que hizo estallar con hospitalización, presión en 13-18, y ahora una isquemia coronaria. Todo esto me hace pensar que he entrado, por fin, en la tercera edad: en el fin. La muerte me ronda. Lo siento, siento su eco, al leer en El Mercurio de hoy los relatos y lo funerario de las pompas pinochetistas del 11 de septiembre, “Día de la Liberación Nacional”, que son una celebración de la muerte. El mar, abajo, entre los árboles, parece elegíaco al romper en las rocas. Quisiera visitar la tumba de mi mamá y mi papá y mi nana. Siento a Pilarcita ligada a tanta muerte, al camino arrevesado, andado, incomprensible que ha sido mi vida, quizás sin otro amor que ella, desprovista de alegría, capaz de dureza y mal, carente de ternura (aunque no de verdad), sin caricia… quizás una caricia nacida de ella, espontánea: siempre la caricia tiene que venir del otro, de mí, en este caso. Tal vez todo no sea más que celos: está de malas porque su primo Toby, su gran amor, ella creía que había venido a pasar las fiestas en Zapallar por ella, y apareció ayer en la noche en la playa con la Lucía Ovalle. ¡Qué imbecilidad más enorme, que me ha estropeado la mañana y probablemente me estropeará un largo tiempo porque ella es incapaz de buscar la reconciliación! Tal vez no sea todo más que celos, porque es capaz de sufrir por Toby y no es capaz de sufrir por mí, o porque me está haciendo sufrir a mí por lo que Toby la hace sufrir a ella, y yo me siento incapaz (como antes ante María Pilar, como ante los “grandes” de la literatura, como ante mis iguales en intelecto o posición), impotente, en suma. ¡En fin! ¿Pero es verdad ese “en fin”?

Zapallar, 14 de septiembre, 1982
Tengo que conformarme con el hecho de que estoy pasando por —o he llegado a— una etapa de menos fuerza creativa que el año pasado, digamos, que estoy más lento y más viejo, ya que me resulta extremadamente difícil estar en mi trabajo a las 9 de la mañana y trabajar sin parar hasta las dos. Siento la modorra de los años: “When I am old and gray and full of sleep…” especialmente después de mi repentina subida de presión hace unos meses, mis dos hospitalizaciones en la Clínica Alemana y mi isquemia declarada hace dos semanas: lo que significa que soy inválido y que durante el resto de mi vida tengo que cuidarme, no comer sal, evitar el stress (¿cómo?), tomar propanolol todos los días, andar con Adelat en el bolsillo “por si acaso”, no agitarme, bajar sistemáticamente de peso, hacer ejercicio “pero no mucho”, y demás gabelas. También, en un 80% significa good bye to sex, lo que no me importa demasiado ya que esa parte de la vida, nunca rica, estaba tan lamentablemente erosionada. ¿Nunca rica? No sé. Ciertamente los últimos años han sido de una pobreza realmente lamentable, y aburrida. Pero queda la vida sexual de la fantasía, que es la más esclavizadora, y a esa la temo de veras: pero los años se aceleran en pendiente hacia la muerte y tal vez las cosas no sean tan dolorosas porque aún la fantasía, me imagino, se irá poniendo impotente y poco interesante. Espero que no haya una crepuscularización paralela de mi fantasía creadora, y espero, sobre todo, que la fuerza me acompañe aún algunos años.

Santiago, 22 de enero, 1983
Absolutamente desesperado con el caos económico y judicial en el país, con el terror que se ha apoderado de la calle y de todo el mundo en Chile: esto es el infierno, el caos. Lüders, los bancos, el ajusticiamiento de Sagredo, la huelga de Colbún-Machicura, las quiebras, y Pinochet firme. ¡Qué horror! La censura del libro de Jorge Edwards, con la absurda secuela de su propio endiosamiento, auto-endiosamiento.

Santiago, 24 de mayo, 1983
LISTA DE ESTUDIANTES DE MI TALLER
1) S Montecino
2) Patty Crispi
3) C Iturra
4) C Franz
5) M A de la Parra
6) D Oses
7) M Maturana
8) Niña Lobos
9) G Contreras
10) Ricardo Pérez
11) Roberto Rivera
1983 curso completo. Posibilidad de agregar a lo sumo tres más.

Jorge [Edwards] (…) se está “poniendo en la fila” y ganándose a los exiliados para cuando estos regresen, para cuando estos ostenten parte del poder en la inminente caída de Pinochet. La prueba más grande es que va a asistir al sit-in en la Plaza de Armas el lunes, a la cual, por lo tanto, me veo obligado a ir ya que irán tanto él como Lafourcade y, cuando llegue el momento, por ningún motivo quedar afuera en el sentido de ser considerado un reaccionario. No es que aspire e formar parte en el gobierno que vendrá después de Pinochet, como Jorge Edwards, pero sin duda quiero estar en el lugar que quiero y debo estar.

Santiago, 30 de mayo, 1983
Estoy terminando el último de los cinco tomos de la biografía de James, de Leon Edel: The Master. James tiene 55 años cuando escribe su obra maestra, The Ambassadors. Yo tengo 58, casi 59, y no he escrito ninguna obra maestra. Creo que este clima de terror en que vivimos en Chile, esta sensación de que nos estamos agotando, secando, asilando más y más, no es propicio para las obras maestras, ni este momento en que parece que nosotros, los chilenos —y todo el mundo, al parecer— estuviéramos lanzándonos a toda carrera hacia un precipicio.

Zapallar, 10 de junio, 1983
Jorge [Edwards] no viene este fin de semana “porque tiene una comida”, y además después de sus largas conversaciones al respecto conmigo, va a ir a la reunión de París de escritores “en el exilio”, que es la izquierda chilena afuera, con toda la violencia, el sectarismo y la tontería que eso significa. Me extraña que vaya después de lo que hablamos. Pero pensándolo, se está “poniendo en la fila” y ganándose a los exiliados para cuando estos regresen, para cuando estos ostenten parte del poder en la inminente caída de Pinochet. La prueba más grande es que va a asistir al sit-in en la Plaza de Armas el lunes, a la cual, por lo tanto, me veo obligado a ir ya que irán tanto él como Lafourcade y, cuando llegue el momento, por ningún motivo quedar afuera en el sentido de ser considerado un reaccionario. No es que aspire e formar parte en el gobierno que vendrá después de Pinochet, como Jorge Edwards, pero sin duda quiero estar en el lugar que quiero y debo estar.

Zapallar, 22 de junio, 1983
La casa está bien: María Pilar y la niña, esplendidas y encantadoras. .Cuánto durará? Pero tiene cara de durar algo más que otras veces porque ayer hubo crisis (Julia que no obedeció y fue impertinente con Pilarcita: yo creo que se va a ir) y ambas, madre e hija la sobrellevaron bastante bien. Esto me da tranquilidad. Curiosamente, me gustaría viajar: solo, a sitios sin glamour, Mendoza, San Juan, San Luis, el norte argentino, en trenes de segunda, solo, leyendo.

Santiago, 27 de julio, 1983
Pasé mala noche. Pésima. Desperté y casi terminé Mme. Bovary, que no me gusta demasiado. Fría. Mejor Anna Karenina. Tiene poesía. La observación no es científica como en Flaubert, sino poética, siempre. El genio es Tolstói, no Flaubert, que no es más que un artesano. Además, estoy HARTO de leer novela del siglo pasado en que las mujeres urden su propia desgracia contrayendo deudas por vestidos y demases, La de Bringas, Pere Goriot (casi todo Balzac: es un tic de la época, significativo pero repetido). Anna, en cambio, funciona en otro nivel, totalmente distinto. Hay críticas —muy racionales, muy dialogadas, muy formuladas generalmente— pero siempre desde dentro de una clase. Me encanta Tolstói: la realidad, la observación de lo bello en la realidad, es la poesía. ¿Cómo será en ruso? Pocos libros me han gustado últimamente tanto como Anna.

Zapallar, 20 de agosto, 1983
El 11 próximo se anuncia sangriento. Debo quedarme. Pero quisiera huir con los míos, no sé, a Mendoza hasta que cesen las hostilidades, aquí por último. Soy cobarde físicamente. Me da terror pensar en una guerra civil que es lo que se desataría para el 11. ¿Qué hacer? ¿Cómo ponerse a salvo? No se puede. Hay que afrontarlo todo, supongo, siendo que no tengo pasta de héroe, ni ganas de serlo. Incluso el lanzamiento de Lonquén de Máximo Pacheco, en la librería Manantial de Plaza de Armas, es aterrador y se presta para toda clase de manifestaciones peligrosas. Mi impulso es no ir. Pero claro, no podría dejar de ir. No por el “qué dirán” sino… porque sí. Y no quiero ir, damn! Y quisiera no estar aquí, para la protesta del 11. Pero qué le vamos a hacer. El compromiso es demasiado grande.

Santiago, 8 de septiembre, 1983
Noche de espanto. Cocktail chez Lafourcade con el “tout Santiago”: ¡Pobre Lafourcade! ¡Espectáculo más penoso es imposible! Todo esto en la tarde de ayer, cuando la ciudad estaba enardecida: siete policías muertos por el MIR (dicen). Hoy no se puede salir de las casas en la tarde.

José Donoso con Pilar Serrano, su esposa, y Pilar Donoso, hija de ambos. Fotografía: cortesía de la Biblioteca de la Universidad de Princeton.

Zapallar, 13 de septiembre, 1983
Pero decididamente estoy en el peor momento posible de mi producción literaria y en el momento más desesperanzado de mis relaciones familiares, María Pilar y la intimidad de la comprensión en el amor y con Pilarcita que día a día se pone más pesada y hostil con María Pilar, aunque conmigo un poco menos. Pero rebelde y desobediente. El terror de la duda si no estoy convirtiéndola en una Solange de George Sand. .Pero cómo hacerlo? Ya hemos avanzado demasiado por este camino, y la “independencia económica” que le da la mesada de mis suegros, una estupidez que María Pilar aceptó, la hace no respetarnos ni agradecernos ni necesitarnos.

13 de diciembre, 1983
Sonia Montecino me trae esta tarde (taller, damn it) un libro sobre la vida en las minas de carbón en Chile, lo que podría tal vez ayudarme. Pero nada puede ayudarme sobre yo mismo, eso lo sé muy bien y María Pilar todos los días me propone dispersiones nuevas, fiestas, cocktails, etc., a las que se muere por asistir, y yo me niego siquiera a considerar la posibilidad de darle gusto en ese sentido. Hace tiempo que la vida social terminó para mí.

Santiago, 28 de diciembre, 1983
Anoche fue la comida del taller, que se reunió por última vez. Estuvo presente De la Parra, la mujer de Fleaux, y la mujer divina de Marcelo Maturana. Pero la cosa no anduvo bien. Básicamente porque Oses y porque Maturana se portaron como niños. Porque no hubo más que en un momento —la discusión entre la Sonia y Carlos Iturra—, la posibilidad de una conversación interesante y entretenida y seria, lo demás fueron chistes bastante malos, “double entendres” de parte de Oses, algunos muy ocurrentes, y todo muy infantil. Lo cual me desagrada muchísimo. Entiendo que hay mucho resentimiento en el curso, de parte de Franz, de Maturana, de Oses, porque se premió a Carlos Iturra en el concurso Paula. Ya lo había notado en Carlos Franz, que es el único que siento mucho que se separe malamente de mí.

Santiago, 26 de enero, 1984
Pienso en Alone. Murió anoche. No fui al cementerio: preferí no ir, no “hacer papel público”, porque lo había querido demasiado. Me enfureció que le hayan hecho una misa, a él que era totalmente un descreído. Jorge Edwards fue, y me contó que había sido una ceremonia insulsa, fría y lastimosa, donde nadie de la gente que debía haber representado a las autoridades, como la Universidad de Chile, por ejemplo, estuvo, y El Mercurio mandó de representante al castrato repulsivo de Thomas MacHale, al que Alone despreciaba.

Santiago, 29 de enero, 1984
EN EL MERCURIO de hoy el hijo de puta de Lafourcade aprovecha una crónica sobre Alone para insinuar mis relaciones homosexuales con él, que nunca existieron, aunque Hernán estuvo enamorado de mí. Me importa terriblemente esta acusación pública celada y todo y no sé qué hacer, no porque me toque a mí, sino naturalmente en cuanto puede tocar a María Pilar y a Pilarcita. Hablaré claramente con Jorge Edwards. Él, de algún modo, me puede iluminar al respecto. Personalmente, creo que Lafourcade es el instrumento secreto que está utilizando el gobierno de Pinochet para hacerme la vida imposible: quizás no sea nada tan complicado como eso, sino que su vieja envidia que va creciendo con los años, la vejez y la frustración de Enrique frente a mi éxito. En todo caso es para preocuparse. Por lo pronto, lo único que se puede hacer es, lo único que yo puedo hacer, es escribir, escribir, escribir, mejor y mejor. Writing well is the best revenge, by living well, and being successful.

Cachagua, 17 de febrero, 1984
Anoche la Pilarcita dio una fiesta de 40 personas, que duró hasta las dos de la mañana, yo me dormí a las 3 ½.

Santiago, 22 de marzo, 1984
Nadie más ha llamado al asunto del taller de escritores, pero me resisto a advertise públicamente por miedo a la Mariana Callejas, que opte para entrar y no pueda decirle que no, y me encuentro de repente involucrado en el asunto Letelier, Townley, MIR o DINA y Contreras, que no tengo nada de ganas de tocar. También le tengo miedo a la gente du coté de chez Iturra, de Lastra, Lafourcade, que de algún modo tocar el sucio mundo de la DINA, CNI, etc., con el que no quiero tener nada que ver. ¿Qué se llevarían de esta casa, por ejemplo, si pasa la protesta del 27 (¡falta poco!) y debido a mis temerarias declaraciones en La Segunda a Rosario Guzmán esta mañana, se presentaran a confiscar cosas en esta casa? Estos cuadernos, por lo pronto. No sacarían nada de lo que a ellos les interesa, nombres, listas, etc., pero sí mucho material sobre mi vida privada, aunque no creo que esto pudiera interesarles en lo más mínimo.

Casi terminé Mme. Bovary, que no me gusta demasiado. Fría. Mejor Anna Karenina. Tiene poesía. La observación no es científica como en Flaubert, sino poética, siempre. El genio es Tolstói, no Flaubert, que no es más que un artesano. Además, estoy HARTO de leer novela del siglo pasado en que las mujeres urden su propia desgracia contrayendo deudas por vestidos y demases (…). Anna, en cambio, funciona en otro nivel, totalmente distinto. Hay críticas —muy racionales, muy dialogadas, muy formuladas generalmente— pero siempre desde dentro de una clase. Me encanta Tolstói: la realidad, la observación de lo bello en la realidad, es la poesía.

Santiago, 24 de marzo, 1984
Ayer aparecieron mis declaraciones políticas en La Segunda, tibias, interesantes, y me desprecio a mí mismo por cobarde y poco cerebral, por no entender, en el fondo, lo que siento políticamente y si lo entiendo no me atrevo a darle una forma y hacer lo de todos sabido para participar en el quehacer político de este momento nacional verdaderamente terrible. Este miedo se debe, supongo, por lo menos en parte, al miedo de ser “descubierto” públicamente, expuesto, y la terrible repercusión que todo eso tendría para mi familia y, en consecuencia, para mí. Pero supongo que esto no será más que una vulgar racionalización, más cobarde y más despreciable aún, de una cobardía temperamental, cobardía probablemente que viene programada en mis genes. Habría maneras de luchar contra esa cobardía, sin duda, pero ya estoy viejo y es inútil tener actitudes heroicas a última hora. No es que no sienta la violencia, la degradación total de la situación de Chile hoy, ni es tampoco que no me importe. Me importan mucho ambas cosas. Pero claro, tampoco me puedo contar el cuento de que me importan tanto si no estoy dispuesto a arriesgar nada, a uno le importan las cosas en la medida en que está dispuesto a arriesgarse. Yo estoy poco dispuesto a arriesgarme, sobre todo —o así me cuento el cuento de que son las cosas— debido al miedo de ser “descubierto”, porque tengo “tejado de vidrio”, con, probablemente una larga ficha de prontuario en un sentido en Investigaciones, CNI y policía, o en uno de esos tres “cuerpos de orden”.

Santiago, 24 de marzo, 1984
Estar de parte de los que se debe estar de parte, eso sí, estar contra el gobierno, critico al gobierno, eso sí. Pero luchador, no. Por ningún motivo. Tengo mi lucha diaria en estos cuadernos y en mi máquina de escribir. Lucha cómoda, por cierto, más cómoda que la de Lavanderos, sin duda, pero es la única de que soy capaz, y, en último término, la lucha que me corresponde. Quisiera transformar esta novela en parte de esa lucha. Para eso, finalmente, en las subsiguientes versiones, tengo que acentuar las tintas, y hacerla más violenta.

Santiago, 2 de mayo, 1984
Vimos anoche, con Pilarcita y Martín, la película del Oscar. PÉSIMA. ¡Cómo me gustaría ser director de cine y hacer algo realmente bueno! ¿Cómo será lo de Caiozzi? Pilarcita discutió bien, y en forma adulta, la película, very aware, very intelligent, lo que me produjo placer. Ahora piensa estudiar leyes, which will probably ground her in Chile for good, lo que no me alegra. Parece que lo que le interesa realmente es la política, lo que me llena de complacencia porque significa que tiene miras trascendentes, más allá de su propia glandularidad. Creo que en parte es su miedo ante las tremendas exigencias para estudiar psicología, que es lo que inicialmente le interesaba. Pero, pese al miedo, creo que leyes está extremadamente bien para ella, con su facilidad de argumentación y su cabecita que le funciona tan bien.

Santiago, 4 de mayo, 1984
Aquí estoy, totalmente imposibilitado para escribir. Ayer salí, anduve por el centro, hablé con gente, tuve mi nuevo (y muy poco interesante) taller de escritores. Pero nada me mueve. Es curioso, y terrible esta sensación de que no estoy viviendo absolutamente nada. El amor, o más bien la facultad de enamorarme, ha desaparecido de mi vida y me siento duro, y ácido: no estoy dispuesto a arriesgar nada y me desprecio por ello: mi resistencia a toda tentación, mi tendencia a la pereza, mi negativa a viajar a Estados Unidos a hacer clases, bueno, todo esto no es más que parte de mi negativa ante la vida y la emoción. ¿Qué hacer? ¿Con quién hablar? Si ni siquiera tengo con quién hablar, a quién contarle mi terror. ¡Qué solo estoy, qué ácido y egoísta y temeroso! Terminaré de leer la vida de Isak Dinesen, y pienso hasta qué punto ella, ya muy anciana y erosionada y podrida por la sífilis, era capaz, completamente, de placer, de amor, de erotismo. De nada de esto soy capaz yo.

Santiago, 28 de mayo, 1984
¿Cómo es posible que toda la casa se derrumbe porque un día —hoy— María Pilar amanece sumamente resfriada y se queda en cama? El caos, el perro que se caga, Pilarcita que no fue a comprar su buzo y hay que ir ahora, y el perrito nuevo que se caga en toda la casa y hay que acostumbrarlo afuera, la falta de parafina y yo que no sé manejar auto… En fin, Julia de pésimo humor y peor voluntad, mi suegra que amanece con los ojos inyectados en sangre y hay que llevarla al médico… ¿Qué hacer?

Santiago, 9 de agosto, 1984
Hoy son las Jornadas por la Vida, convocadas por el Cardenal. María Pilar y Pilarcita (está con su colegio) van a ir a la Catedral, a encender una vela. Yo no quiero ir. Racionalmente, porque no es un acto político. Emocionalmente, porque tengo miedo: el Partido Nacional está enloquecido llamando a una contramanifestación. Además, me van a reconocer, lo que es siempre aterrorizante en una multitud céntrica. No sé qué hacer.

Santiago, 3 de diciembre, 1984
Mario Vargas e Isabel Allende con dos libros nuevos. Mario, con un libro creo que sobre el Sendero Luminoso. Isabel Allende, una novela que es un romance que se desarrolla sobre el trasfondo de las tragedias de Lonquén. ¿Qué hacer? Lo mío es tan literario, tan pasado de moda en comparación con eso, que ambos están en la brecha y yo en la retaguardia. No saco nada con escribir mis memorias. No interesan.

EN EL MERCURIO de hoy el hijo de puta de Lafourcade aprovecha una crónica sobre Alone para insinuar mis relaciones homosexuales con él, que nunca existieron, aunque Hernán estuvo enamorado de mí. Me importa terriblemente esta acusación pública celada y todo y no sé qué hacer, no porque me toque a mí, sino naturalmente en cuanto puede tocar a María Pilar y a Pilarcita. (…) Personalmente, creo que Lafourcade es el instrumento secreto que está utilizando el gobierno de Pinochet para hacerme la vida imposible: quizás no sea nada tan complicado como eso, sino que su vieja envidia que va creciendo con los años, la vejez y la frustración de Enrique frente a mi éxito.

Santiago, 5 de junio, 1987
Me pregunto si todos los escritores son tan locos como yo. Tan maniáticos, ¿O tan mágicos? En la vida normal soy la persona menos maniática del mundo, con mi ropa, con mis pertenencias, con las horas, con la comida, etc. Pero cuando se trata de escribir, todo cambia. Las cosas tienen que ser de cierta manera, de cierta manera que me produzca placer: estos cuadernos, por ejemplo, tienen que ser —han llegado a tener que ser— de cierta forma, los encabezamientos con cierto orden, la escritura con bolígrafo Bic de tinta negra y punta fina, la letra chica, y en las copias en limpio a máquina, las hojas tienen que ser del papel más pesado que encuentre, los márgenes así, los encabezamientos asá. Si no, no puedo seguir. Odio los borrones, las correcciones. Qué raro. Y me produce tanto placer esta tinta y estos bolígrafos con que escribo, las carpetas que uso, etc.

Santiago, 1 de febrero, 1988
Hablar con gente que conozca el idioma contemporáneo. ¿Leer a Bukowski? ¿Y a quién más? ¿Las pesadillas futuristas de Doris Lessing? No sé.

New York, 8 de mayo, 1988
Tengo que reconocer que el tema principal de mi vida, ahora, sin homosexualidad y sin problemas familiares, es el tema de los fármacos, de los antidepresivos. ¿Por qué entonces no escribir una novela sobre ellos? Tendría que hablar sobre ellos con Labarca, y leer sobre ellos, lo que me interesa. Y leer la diferencia entre el alma y el yo, y dónde está la identidad.

17 de noviembre, 1988
Casi no puedo escribir. Hoy es día mortal, me hicieron radiografías del estómago en la mañana, y a las tres al Dr. Silva: cirrosis hepática avanzada. Máximo cinco años más de vida. Posibilidad, dentro de dos años trasplante de hígado. “Varices” en el esófago causadas por la cirrosis. Mañana, a las siete de la mañana, me mirarán las varices con una lucecita por el esófago, y si acaso me sacarán algo para hacer una biopsia: mi abuelo Emilio murió de cáncer al esófago. No atino a pensar. María Pilar, igual que yo, atontada. Ni logro pensar, ni escribir ¿Y Pilarcita? ¿Cómo le vamos a decir todo esto, que le va a pasar, no se irá a destruir? ¡Qué horror!

Davis, 25 de noviembre, 1988
Enfermedades constantes: el hígado, el corazón, el esófago. ¡Este cuerpo mío que tan mal me ha servido, y al que no quiero nada! Por no quererlo, supongo, lo tengo en el estado en que está. Momento de terror en que se creyó necesario un trasplante de hígado, urgentemente. Después ya no. ¡La agresión, el castigo que le imponen al cuerpo, la indignidad! Esa cosa que era el último reducto privado que iba quedando, que era el interior del cuerpo, esa tiniebla interior que era yo, ese laberinto oscuro que eran mis vísceras y mi carne, invadida y humillada por cientos de instrumentos, colorantes, luces, catheters, ojos televisivos que escrutan el píloro, el esófago, el médico que mira en un aparato de televisión lo que sucede en el interior de tu corazón, ese mundo privado que era el cuerpo, ese universo finito pero secreto, se ha terminado: yo no soy yo, soy lo que los médicos dicen que soy.

Santiago, 24 de agosto, 1991
Vuelvo a la idea de las tres conjeturas. Leyendo a Kazuo Ishiguro (The Remains of the Day), que no es más que las meditaciones de un butler en 1922-1932, me doy cuenta de que la novela sobre una monja talquina puede tener un similar exotismo. Pero para esta novela tengo tantos comienzos posibles, que no sé muy bien cuál es cuál, ni cuál es el más atrayente y me abre mayores posibilidades. Leyendo a Ishiguro, que es un hombre joven (y la admiración de Fuguet y de Fontaine por él, también jóvenes), me hace sobrepasar la mayor dificultad, que creía que a nadie le interesa una monja talquina de fines del siglo XIX. Pero si les interesa un butler inglés de 1920, les puede interesar una monja talquina.

Toronto, Canadá, 19 de diciembre, 1991
Hablamos hoy con la Pilarcita. El ser que más he amado en toda mi vida. .Raro, no? Raro que me parezca raro. Y no me gusta nada el libro de Bruce Chatwin, In Patagonia. Latoso. Beige.

NYC, 24 de noviembre, 1991
Pienso en mi hija, en mi nieta. Toda mi vida es una tensión entre el deseo de verlos pronto de nuevo y mi voluntad de no volver nunca más a Chile, lo que es imposible.

Nadie más ha llamado al asunto del taller de escritores, pero me resisto a advertise públicamente por miedo a la Mariana Callejas, que opte para entrar y no pueda decirle que no (…). También le tengo miedo a la gente du coté de chez Iturra, de Lastra, Lafourcade, que de algún modo tocar el sucio mundo de la DINA, CNI, etc., con el que no quiero tener nada que ver. ¿Qué se llevarían de esta casa, por ejemplo, si (…) debido a mis temerarias declaraciones en La Segunda (…) se presentaran a confiscar cosas en esta casa? Estos cuadernos, por lo pronto. No sacarían nada de lo que a ellos les interesa, nombres, listas, etc., pero sí mucho material sobre mi vida privada.

Mexico City, 14 de diciembre, 1991
Amanecí angustiadísimo con el regreso a Chile y con el cóctel a Carlos. Todo es confuso, tenebroso en lo que se refiere a Chile. Daría mi alma por no regresar. ¿Qué van a decir Lafourcade, Uribe, Schopf…? ¿Iré a poder salir a la calle sin que se rían de mí? ¿Qué peligro corro? No sé. Pero es todo muy inquietante. También he amanecido con inquietudes de salud, próstata, piel, hígado, ojos. En fin. Por lo menos va a ser Navidades y luego viene la dispersión del nuevo año. ¿En plan de qué estará conmigo Jorge Edwards? Eso va a ser algo realmente importante, va a pesar en la balanza de poderes. Jorge “se puede” a Lafourcade, por ejemplo, y también a Schopf. No creo que se meta a “defenderme”, pero one word in the right place, suya, puede querer decir mucho.

Santiago, 26 de diciembre, 1991
Hoy ha sido un día terrible. La Pilarcita llegó de la consulta de la doctora Vigil con la noticia de que tendrá que hacerse un tratamiento carísimo para tener niños. Además de los 1.500 dólares que acabo de darle, debo darle como 200 mil pesos mensuales para su tratamiento, que si no se lo hace, dice, la doctora le dijo que podría desarrollar su cáncer. Debo decir que me asusté con la perspectiva y se lo dije, lo que me dejó muy culpabilizado, y a ella llorando y desprotegida. Temo que esto no sea más que un modo de engañarme para sacarme plata, pero sé que no puede serlo y que su angustia por tener familia —otro, otros hijos— es real. La verdad es que yo mismo se lo decía a María Pilar cuando la niña se casó, que debería tener mucha familia propia, ya que como ella misma lo dice, no tiene lazos de “sangre” con nadie más que con la Natalia. Me siento culpable de hacerla sufrir, pero por otro lado, yo no puedo dejar de pensar que yo soy el que tengo que proveer por esta familia y que todo el peso cae sobre mis hombros. Me desespera verla llorar por algo tan real. Y me desespera tener las prevenciones y los temores que con respecto a ella suelo tener. Todo esto es una difícil mañana, que no sé cómo voy a solucionar, como tampoco sé cómo voy a solucionar lo que a mí, por lo pronto, me toca, que es to foot the hill. .Qué hacer, dios mío?

Santiago, 26 de diciembre, 1991
Vino Fuguet en la tarde cuando estábamos en pleno drama. Lo encuentro nervioso y neurótico. Menos mal que está con un psicoanalista. Sus perplejidades literarias me hacen comprenderlo. Y hay tantas cosas que en él y en mí son por lo menos paralelas. ¿Habrá más paralelismos además de los paralelismos literarios? Es probable, aunque en él todavía no están plenamente cocinados. Es un buen muchacho, inteligente y sensible y respetuoso, que me gusta mucho tener —haber tenido— como estudiante, aunque ahora no es más que un relativo vecino.

Concepción, 17 de enero, 1992
Cada día que pasa siento más temor a la Pilarcita. ¿Por qué? .Es pura obsesión mía, pura paranoia? Temo que nos vaya a desvalijar o dejarnos en la calle, que por mi terrible y oscuro principio de agresión nos vaya a hacer daño, su impulso por hacernos daño, que viene junto con el principio de desvalorizarnos para valorarse, para lograr valorizarse ella, que se odia a sí misma, que no logra verse como un ser humano valioso. Horror. Todo es terror y horror. Todo es desvalorizarme: ya me doy cuenta de que es neurosis mía y paranoia, pero el dolor es idéntico a que si yo pudiera estar seguro de que no nos odia, que nos ama. Este odio que siento de ella es nuevo. Sobre todo su odio por mí. Pero debido a sus orígenes —no genéticos necesariamente, sino más bien psicológicos— siento que tiene que ser una persona terriblemente confundida, con la identidad terriblemente deteriorada. Y no sé qué hacer. Quizás las cosas mejoren con el nacimiento de su nuevo hijo, pero también su propia inseguridad puede crecer, y con ella crezca su necesidad de depredarnos y de hacernos daño de cualquier manera que pueda o se le ocurra hacerlo, porque tiene causa, se diría a sí misma, de más para hacerlo, incluso para el crimen. Sí, sí, no puedo sufrir tanto, tengo que aceptar que todo puede no ser más que pura imaginación mía, pura paranoia, y nos ame y quiera nuestro bien.

Santiago, 12 de febrero, 1992
Mi hija no nos ha llamado por teléfono ni una sola vez desde que se fue al sur a comienzos del mes, lo que me duele mucho. Ha llamado a Pablo, o por lo menos desde Panguipulli han llamado, de modo que no es que estén malos los teléfonos, como pasa cuando llamo al Cuky a Salta. Me ha picado la cara y la cabeza todo el día, y ahora al escribir esto me lagrimean y me duelen los ojos, me imagino que por estar en la máquina de escribir todo el día.

Hoy NO me saqué el premio Cervantes. Muy doloroso y muy confundido. ¿Quién diablos es esta cubana que se lo sacó y que nunca nadie oyó mencionar [Dulce María Loynaz]? Es absurdo a estas alturas, decidir “desengañarme” de los premios; ya sé desde hace años que son mentiras, y desde el punto de vista de valoración de mí mismo, no cuentan para nada. En dos sentidos sí cuentan: uno, en lo que significan como dinero, y dos, en lo que significan como publicidad, y en esos dos sentidos me duelen, y muchísimo.

Santiago, 1 de marzo, 1992
Le leí Alicia en el país de las maravillas a mi nieta, que es demasiado pequeña para ese libro, y sin embargo se tendió conmigo por lo menos media hora para oírme traducir. Agradable, la quiero.

Washington DC, 2 de octubre, 1992
Es muy probable que María Pilar llegue el lunes próximo, lo que por un lado me da mucho gusto (y me quita la preocupación de sus malas relaciones con la Pilarcita, que es constante espina clavada), pero por otro lado no deja de darme miedo, porque aquí se puede desmoronar fácilmente con el asunto de la soledad y de no tener nada que hacer, y entonces le puede comenzar de nuevo, en su mundo terrible, privado y oscuro, por volver a su sed alcohólica que la puede llegar a destrozar a ella y a mí.

Brown (Providence), 5 de noviembre, 1992
Hoy NO me saqué el premio Cervantes. Muy doloroso y muy confundido. ¿Quién diablos es esta cubana que se lo sacó y que nunca nadie oyó mencionar [Dulce María Loynaz]? Es absurdo a estas alturas, decidir “desengañarme” de los premios; ya sé desde hace años que son mentiras, y desde el punto de vista de valoración de mí mismo, no cuentan para nada. En dos sentidos sí cuentan: uno, en lo que significan como dinero, y dos, en lo que significan como publicidad, y en esos dos sentidos me duelen, y muchísimo. Julio Ortega, que me dio la noticia, es un terrible mediocre y resentido. No creo que me invite a hacer el curso de Spring 1994, como yo quisiera, es decir, seis meses después de haber regresado a Chile desde Washington.

Washington, 11 de noviembre, 1992
Hoy salí de compras con María Pilar, sin que ella me lo pidiera, y gasté una gran cantidad de dinero, compulsivamente, que no tengo, en comprarle cosas en Jaeger. Sick? De repente me parece que sí. ¿Por qué lo hago? Es algo que tiene más que ver con la ropa misma que con ella, lo que significa para mí, la simbología, la semiología de la ropa, no solo porque estoy leyendo The Fashion System de Roland Barthes —que entiendo solo muy por encima— ni porque voy a escribir sobre el problema en VIDAS PARALELAS [primer título de Donde van a morir los elefantes], sino que desde antes, desde los disfraces de la niñez y la adolescencia, y todos los problemas y las culpas que con relación a todo eso he tenido. Ahora, y quizás siempre, pero ahora estoy más consciente de ello, hay un gran elemento de placer, no ajeno a la culpa, que expío gastando lo que no puedo y no debo en ropa para MARÍA PILAR. (Para mí gasto lo justo y no compro jamás, fuera de las camisas, donde me doy un poco más de largona, más que lo que estrictamente necesito, sin problemas ni de sobregastar ni de mezquinarme, pero con María Pilar exagero porque encuentro un placer, no lejano a la expiación, en comprar para ella, como lo hacía con mi madre cuando podía). Son muchos los cables enredados y si bien comencé a hablar de ellos con Hugo Rojas, no agoté para nada el tema. En todo caso ya estoy demasiado viejo para agotarlo, y agotarme en el acto de agotarlo.

Washington DC, 26 de diciembre, 1992
Decepción y dolor al ver que mis libros no se venden ni se leen en Estados Unidos. ¿Me pregunto por qué los traducen y publican…? No entiendo. Pero me siento totalmente deprimido y me dan ganas de no volver a escribir nunca más en mi vida.

Colorado, 26 de enero, 1993
Leo con pasión Waiting for the Barbarians de Coetzee, que me parece realmente una obra de arte, después de tantas desilusiones.

Washington DC, 31 de enero, 1993
Estoy viejo. Lo noto en lo mucho que me demoro en acostarme, en tomar píldoras, en sacar las cosas de un pantalón para meterlas en otro, que no se olviden las llaves, la billetera, los kleenex, todo lo que antes hacía inconscientemente, ahora me cuesta una elaboración mental.

Washington DC, 3 de marzo, 1993
Ahora tengo que escribir y me da ese mismo terror. ¿Cómo es posible que después de tantos años de hacer lo mismo, todavía sienta tanto miedo, este vértigo, este vacío frente al vano de las escaleras? En fin, comenzar con una descripción.

 

Fotografía de portada: cortesía de la Biblioteca de la Universidad de Princeton.

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