Un viaje a Colombo, donde el poeta chileno vivió entre 1929 y 1930, se convierte en una investigación abiertamente literaria, es decir, en una pesquisa que indaga en los vínculos del autor del Canto general con Leonard Woolf, esposo de Virginia y editor de Hogarth Press. Asimismo, se recrea el paisaje cultural de una antigua colonia inglesa, regida por las jerarquías sociales, que ahora ha devenido en un crisol de razas, turistas y negocios. Donde antes vivió Neruda, escribe Edwards, “ahora es un barrio de chinos y musulmanes, de frituras y de un calor insoportable”.
por Sebastián Edwards I 23 Abril 2019
El aeropuerto de Colombo es un caos. Un enjambre de razas, turbantes, turistas rusos, mujeres con el rostro cubierto que acarrean a niños flacos y taciturnos. Un enorme contingente de funcionarios mira a la muchedumbre con indiferencia. Hay un marcado contraste con Kuala Lumpur, desde donde vengo. Para entrar a Sri Lanka –el antiguo Ceylán colonial–, hay que comprar una visa en el mismo aeropuerto. En un quiosco mal iluminado, tres funcionarios vestidos con uniformes caquis y boinas escudriñan los pasaportes con una lentitud enfermiza. Reciben el pago en monedas de distintos países y en billetes de diferentes denominaciones; timbran las hojas del documento con desgano.
Me armo de paciencia y recuerdo que estoy en Colombo tras la pista de Pablo Neruda, quien entre 1929 y 1930 vivió en esta isla que, según Michael Ondaatje, tiene forma de lágrima. Vengo en búsqueda del bungalow en 42 Lane, en Wellawatha, donde el autor de Canto general vivió con su mangosta, Kiria. Fue ahí donde terminó de escribir Residencia en la Tierra. Por esa casa pasaban “mujeres ardientes que dormían desnudas sobre las delgadas esteras, a la luz de las inmensas estrellas”. Busco a Neruda en este país de serpientes, leopardos y elefantes.
Pero ese no es mi único objetivo. También estoy a la siga de las aventuras del joven Leonard Woolf, el muchacho alto y espigado, el ex estudiante judío de Cambridge, el amigo de Keynes y miembro de la cofradía secreta Los Apóstoles y del grupo de Bloomsbury. Entre 1904 y 1911, Woolf fue miembro del Civil Service en Ceylán. Años más tarde se casaría con su amiga Virginia Stephens, quien pasaría a llamarse Virginia Woolf.
Estoy en la ruta de ambos, de Neruda y Woolf: un chileno y un inglés.
Mientras espero que el hombre moreno, de bigotes y levemente panzón, me devuelva el pasaporte, recuerdo la línea más enigmática de “Tango del viudo”: “Los espantosos ingleses que odio todavía”.
Es esta línea lo que está detrás de mi doble obsesión.
Neruda odia a los colonialistas. Aborrece su crueldad y arrogancia. En Rangoon, donde era cónsul antes de viajar a Colombo, dejan de hablarle porque convive con Josie Bliss, una belleza local, cuya “sangre crepitaba sin descanso el volcán de la cólera”. Detesta el sistema jerárquico de las colonias, ese sistema que empezaba con “el pequeño empleado de tienda, pasaba por los profesionales e intelectuales, seguía con los exportadores, y culminaba con la azotea del aparato en la cual se sentaban cómodamente los aristócratas del Civil Service y los banqueros del empire”. Neruda abomina a los ingleses de Kipling, a los funcionarios y militares que sostienen el imperio, a los dueños de plantaciones que abusan de los aborígenes.
Pero no todos son así. En Colombo encuentra a un inglés diferente, a uno que se salva, a un amigo. Andrew Boyd trabaja en la oficina de exportaciones, pero es un intelectual, un lector serio, un arquitecto original y visionario. Dentro de la pantomima colonial, sus colegas tratan de evitarlo. A través de Boyd, Neruda conoce a Lionel Wendt, un ceilandés de origen mixto, un burgher, músico y fotógrafo, un gran conversador que conoce la literatura de vanguardia. Estos amigos le cambian la vida con su “notable inteligencia y cierto conocimiento de las almas”.
Aunque no coincidió con Neruda, Leonard Woolf es uno de esos ingleses diferentes. Colonialista a contrapelo, intelectual progresista, futuro fundador (con su mujer Virginia) de la famosa Hogarth Press. Llega a Ceylán en 1904, con un perro bulldog y un baúl con las obras completas de Voltaire, lo que causa rechazo entre sus colegas, a quienes desprecia. Los desprecia por su arrogancia y vulgaridad. Durante siete años aparenta. Para sobrevivir tiene que parecer un “good fellow”. Ello requiere ser un buen deportista –Leonard es un buenísimo tenista–, tener un sentido del humor agudo, amar a los caballos y perros de raza, y beber sucesivos gin tonics (con muy poco hielo) en los porches de los bungalows coloniales. Durante estos años desarrolla un profundo sentimiento antiimperialista.
Me subo a un taxi destartalado. Ahora mi destino es el hotel Galle Face, uno de los grandes hoteles coloniales del oriente. Como el Raffles en Singapur y el viejo Mandarín en Hong Kong. Aunque aún no lo sé, durante los próximos días pasaré horas en su bar, mirando el océano Índico, conversando con los mozos y con viejos tercios de la isla, con nostálgicos y alcohólicos. Mientras el taxi avanza a paso de hormiga por calles arboladas, inundadas de motos, rickshaws (o tuk tuks), y ciclistas, me lamento de que Neruda y Woolf nunca se conocieran, que hayan sido como dos barcos que se cruzan en altamar en una noche sin luna.
El Colombo del siglo XXI es una urbe enorme y desordenada. Wellawatha ya no es una zona aislada que congrega a los tamil; es parte integral de la ciudad. La calle de Neruda, 42 Lane, da a una playa larga y angosta, inhóspita y sucia. A pocos metros hay una parada del ferrocarril. Un cocotero solitario mira hacia lontananza. Los trenes pasan frente al mar en rápida sucesión, con cuerpos oscuros colgando de las ventanas y de las puertas, piernas y brazos morenos y rudos que se entremezclan, mujeres con atuendos de colores al viento. Aún hay algunos bungalows de los 1920, aunque la casa del poeta –el número 56– ya no existe. Ahora es un barrio de chinos y musulmanes, de frituras y de un calor insoportable. Pero uno aún puede imaginarse al joven Neruda en soledad, acompañado por la mangosta, batallando con las palabras, con los endecasílabos de esos años, con las sinalefas.
Me subo a un tuk tuk y me dirijo a la antigua casa de Lionel Wendt, el amigo de Neruda. Ahora es un centro de arte, un museo con una pequeña sala de conciertos. Queda cerca del Teatro Nacional. Es ahí donde empiezo a desmadejar el ovillo; y es en ese pequeño museo donde me entero de que Neruda sí conoció a Woolf y de que la Hogarth Press publicó uno de sus poemas.
Me encuentro con una estructura blanca y plana, desangelada. Me paseo por los jardines y decido caminar por el barrio. Antes de viajar releí la autobiografía de Leonard Woolf. Son cinco tomos; el segundo, Growing, está íntegramente dedicado a Ceylán. Durante esos siete años Leonard nunca vivió en Colombo. Primero se desempeñó en la Provincia del Norte, en Jaffna, tierra de los tamil. Luego en la zona de las plantaciones de té, en Kandy, donde monjes silenciosos resguardan un diente de Buddha. Finalmente, fue prefecto colonial en Hambantota, en la Provincia del Sur, en una región sofocante y tropical, una comarca de elefantes.
Regreso a la Lionel Wendt Art Gallery. En la puerta, merodeando, hay un hombre muy viejo y bajo, de piel curtida. Está inmaculadamente vestido de blanco, y tiene un bigote blanco-amarillo, que me hace pensar en nicotina. Es un guía turístico. Se llama Sarath. Asegura que es un ex catedrático de literatura y que se dedica a esto para no aburrirse. Asevera que Michael Ondaatje es su sobrino. Entramos en la galería. Habla en un inglés antiguo y parsimonioso. El edificio es amplio y luminoso, pero los cuadros no me dicen nada. Quiero un café. Sarath me explica que en Sri Lanka se toma té. Le pregunto si quiere acompañarme a la cafetería del centro Wendt. Sonríe mientras niega con la cabeza. Me dice que ahí el té no es bueno y ofrece llevarme a un lugar auténtico.
En un tugurio oscuro tomamos un té fuerte y aromático. Sarath me pregunta qué hago en Sri Lanka. Antes que pueda responder, inquiere si iré a otras partes. Le digo que sí, le explico en qué estoy, le hablo de mi doble obsesión. Agrego que es una lástima que Neruda y Woolf no se hayan conocido. Frunce el ceño y se queda en silencio. Pide más té, y en forma amable y suave, como si no quisiera lastimarme, me dice que estoy equivocado.
En 1937, poco después de que su sobrino Julian Bell muriera en la batalla de Brunete, Leonard Woolf les pidió a Stephen Spender y John Lehmann que organizaran una antología sobre la Guerra Civil española. Spender había conocido a Neruda en Port Bou, durante el Congreso Mundial de Escritores, y de inmediato pensó en el chileno para este proyecto. Neruda ofreció unos versos de su España en el corazón, libro publicado en forma artesanal y rudimentaria, y que muchos de los combatientes “rojos” acarrearon en sus mochilas durante la larga marcha de retirada hacia el exilio en Francia. Al final, se decidieron por “Almería”, poema que había sido traducido por Nancy Cunard. En sus memorias, Neruda dedica varias páginas a Cunard, y aunque menciona a Spender, no se refiere al libro publicado por los Woolf.
Poems for Spain se publicó en 1939. Posiblemente la contribución más importante es “Spain”, de W.H. Auden, poema en el que varias estrofas empiezan con la palabra yesterday (ayer). Además el libro incluye poemas de jóvenes autores ingleses y de Manuel Altolaguirre. También versos de dos miembros de las Brigadas Internacionales que, al igual que Julian Bell, habían muerto en el frente de batalla.
Se hace tarde. Tomo un último sorbo de mi té, y me maravillo por haber encontrado a Sarath. Le pregunto cómo puedo conseguir el libro de Spender. Sonríe y se retuerce el bigote. Luego me pregunta, en un tono levemente sarcástico: “¿Ha escuchado hablar de Google?”.
Decido invitar a mi nuevo amigo a cenar. Sarath llega al Galle Face a la hora convenida. Su traje blanco ha sido reemplazado por chaqueta azul cruzada y pantalones meticulosamente planchados. Lleva consigo un morral de cuero suave y en el bolsillo del saco asoma un pañuelo blanco de tres puntas. Bebimos los consabidos gin tonic; comemos langostas. La conversación pasa de la historia a la economía y a la literatura. Ya tarde, mientras fumamos un habano, me vuelve a hablar de Leonard y Neruda. Me dice que, si bien no le consta en un cien por ciento, está casi seguro de que los dos hombres se reunieron en Bruselas en julio de 1939, cuando Neruda ya organizaba el viaje del Winnipeg, repleto de refugiados españoles, a Valparaíso. Además de hablar de poesía y de la guerra, habrían planeado una edición en inglés de España en el corazón. Para Leonard Woolf, este libro habría sido un compañero natural del pequeño volumen con poemas de García Lorca que pensaba publicar, y que finalmente publicó en 1943. Aunque Sarath no lo sabe, supone que los dos hombres hablaron de fechas y condiciones, del tipo de papel y de la tipografía, de la distribución internacional y de suscriptores. Pero lo más importante debe haber sido la traducción. Ninguno de los dos quería a la Cunard. Quizás, habrán concluido, el traductor debía ser el propio Stephen Spender.
Para mí, todo lo que dice Sarath es una novedad. Ante mi pregunta de qué pasó con el proyecto, contesta que, sobre los detalles, solo puede especular. Luego agrega que lo único que está claro es que los Woolf nunca publicaron un libro de Neruda. El plan fue interrumpido por Hitler, por la muerte de Virginia, por la partida de Neruda a México. Lo único que quedó sobre papel fue “Almería” en la antología de Spender y Lehmann.
Al despedirnos nos dimos un fuerte apretón de manos. Cuando estaba por subir al tuk tuk, se dio vuelta y sacó del morral un pequeño paquete envuelto en papel de diario. Me pidió que lo abriera en el avión.
Cuando el Cathay Pacific enfilaba hacia Hong Kong, recordé el regalo. Lo abrí con cuidado. Ahí, frente a mí, a 30 mil pies de altura, vi por primera vez el delgado libro de tapas rojas. En letras doradas decía Poems for Spain. “Almería”, de Neruda, empieza en la página 73. Hojeé el volumen con lentitud. En la página del título, justo encima del emblema de Hogarth Press, la editorial de Leonard y Virginia Woolf, leí una inscripción en tinta verde: “To Sarath, in friendship. Stephen Spender. Colombo, 1965”.
Las citas entre comillas provienen de las memorias de Neruda (Confieso que he vivido), de sus Obras completas, del libro de Hernán Loyola El joven Neruda, y del segundo tomo de las memorias de Leonard Woolf, Growing. La ortografía de los lugares geográficos corresponde a la usada por Neruda y Woolf. La lectura de tres artículos de Eda Cleary sobre Neruda en Ceylán fue muy útil.