Abdulrazak Gurnah: “La migración siempre ha sido parte de la vida humana”

El ganador del Premio Nobel de Literatura 2021 visitó nuestro país la semana pasada y conversó con revista Santiago sobre su vida y obra. En esta entrevista se muestra contrario a las etiquetas —partiendo por la de ser un escritor poscolonial o solo poscolonial— y habla de su experiencia como inmigrante en Inglaterra. Al mismo tiempo, cuenta que su Zanzíbar natal (hoy Tanzania) era una sociedad multilingüe, multicultural, multirreligiosa: “No es que habláramos el idioma del otro, pero podíamos entender algunas palabras y lográbamos vivir juntos. Por eso evito marcar aquellas palabras como extranjeras, porque en esa clase de sociedad lo extranjero no significa extraño”.

por Sebastián Duarte Rojas I 29 Noviembre 2024

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A tres años de haber recibido el Premio Nobel de Literatura, Abdulrazak Gurnah (Zanzíbar, 1948) fue invitado a Chile para participar del ciclo La Ciudad y las Palabras, organizado por la Facultad de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. El escritor tanzano afincado en Inglaterra, que además ha sido crítico y académico, tiene nueve novelas publicadas a la fecha —cuatro de las cuales han sido editadas en español por Salamandra—, una obra que suele ser calificada de poscolonial.

Pienso que estas descripciones no son muy útiles —afirma Gurnah—. No dicen nada sobre la escritura. Están ahí para que los libreros sepan en qué estantería poner los libros o porque los periodistas necesitan una etiqueta con que describirlos. Yo no leo autores porque sean de un país u otro, sino porque algo en su escritura me interesa. Un término como poscolonial debe ser entendido como provisional, no es ningún juicio definitivo. Como profesor, yo he enseñado literatura de sociedades previamente colonizadas, pero también literatura estadounidense y romanticismo inglés, entre otras cosas. Y entiendo que en el ámbito educativo esos términos nos permiten agrupar textos que comparten ciertas características, pero si enseño sobre una escritora como Anita Desai, por ejemplo, de origen indio, en un curso sobre literatura poscolonial, no puedo quedarme solo con eso: ella escribe como nadie más y tiene muchas otras características particulares, además de provenir de la India. Las etiquetas reducen una cosa compleja a una explicación simple.

Se me hizo necesario escribir (…) con la verdad, de modo que tanto la fealdad como la virtud se dejaran ver, y apareciera el ser humano más allá de la simplificación y el estereotipo”, dijo Gurnah en su discurso del Nobel. Y al leer su literatura es claro que estamos frente a un autor que busca evitar los puntos de vista reductivos. Un ejemplo: en Paraíso (1994), que se ambienta poco antes de la Primera Guerra Mundial, Yusuf, el joven protagonista, le pregunta a Mzee Handani: “¿Por qué no aceptaste tu libertad cuando el ama te la ofreció?”. Ante lo que el anciano esclavo, que prefiere seguir trabajando en el esmerado jardín que construyó con sus manos, responde: “Me ofrecieron la libertad como un regalo. Ella. ¿Quién le dijo que era su dueña para dármela? (…) Pueden encerrarte, ponerte cadenas, denigrar todos tus pequeños anhelos, pero la libertad no es algo que puedan arrebatarte. (…) Este es el trabajo que me ha sido encomendado, qué puede ofrecerme esa de ahí que sea más libre que esto?”. Ese momento es revelador para Yusuf, que también se encuentra sometido, aunque de un modo que al principio él mismo no entiende.

Aunque hay que hacer distinciones: el niño de Paraíso no es un esclavo propiamente tal, no es una posesión ni está en una condición de por vida, sino que se encuentra sometido a servidumbre hasta que se salde su deuda. Y respecto a tu pregunta sobre si la esclavitud es una herida aún abierta en África, la respuesta es sí; sin embargo, no estoy seguro de hasta qué punto en verdad se siente y hasta qué punto es una herida explotada por políticos y personas con una agenda. No es que la gente la sienta día a día, pero es una herida real, y es bastante fácil abrirla y pinchar en ella para decir “esas personas fueron esclavistas, vinieron aquí a esclavizarnos” y demás.

Yo no leo autores porque sean de un país u otro, sino porque algo en su escritura me interesa. Un término como poscolonial debe ser entendido como provisional, no es ningún juicio definitivo. (…) Y entiendo que en el ámbito educativo esos términos nos permiten agrupar textos que comparten ciertas características, pero si enseño sobre una escritora como Anita Desai, por ejemplo, de origen indio, en un curso sobre literatura poscolonial, no puedo quedarme solo con eso: ella escribe como nadie más y tiene muchas otras características particulares, además de provenir de la India. Las etiquetas reducen una cosa compleja a una explicación simple.

En su narrativa, Gurnah explora el África Oriental en distintos momentos de su historia. Su lengua materna es el suajili, pero su Zanzíbar natal (actualmente parte de Tanzania) era un territorio en que coexistían diversos idiomas —había migrantes árabes e indios, colonos ingleses y alemanes, entre otros grupos—, los que el autor ha procurado incluir en sus novelas, aunque estas hayan sido escritas en inglés. Y pese a que no todas las traducciones al español de sus libros respetan esta decisión, Gurnah no resalta esas expresiones con cursivas, sino que nos hace acostumbrarnos a ellas y comprender su significado a medida que leemos.

Porque esos idiomas estaban ahí. Zanzíbar era una sociedad multilingüe, multicultural, multirreligiosa. No es que habláramos el idioma del otro, pero podíamos entender algunas palabras y lográbamos vivir juntos. Eso es lo que intento transmitir. Por eso evito marcar aquellas palabras como extranjeras, porque en esa clase de sociedad lo extranjero no significa extraño. El océano Índico no es abierto como el Pacífico, sino que hay mucho contacto entre sus costas y no es inusual que la gente vaya a distintos lugares. En otras palabras, es una cultura cosmopolita, pero distinta a las de Occidente. Estos países se han conocido entre sí durante siglos y han intercambiado lenguas, religiones, tradiciones culinarias, personas, etc. No son extraños. No son foráneos.

En “Writing Place”, un ensayo publicado en 2004, Gurnah escribió: “Sé que me hice escritor en Inglaterra, en el desarraigo, y ahora me doy cuenta de que esta condición de ser de un lugar pero vivir en otro ha sido mi tema a lo largo de los años, no como una experiencia única que yo he vivido, sino como uno de los relatos de nuestros tiempos”.

A lo que me refiero con eso es a que no escribo sobre mi experiencia en el sentido de decir que tal cosa me ocurrió a mí. Escribo sobre mi experiencia de un modo más complejo, considerando a la gente que tengo a la vista, o con quienes he hablado, o cuyas vivencias he leído o he podido imaginar a partir de lo que sé. Este es un tema importante porque le ha ocurrido a millones de personas, no solo a mí. La migración siempre ha sido parte de la vida humana; en este momento es además un tema de discusión pública, pero también es una realidad, y por lo tanto es un fenómeno sobre el cual es importante escribir.

Yo llegué a Inglaterra a los 17 y medio, no tenía dinero, era un extraño, dificultades que se sumaban a la hostilidad subyacente que estaba y sigue estando presente, pero de otro modo. También había cosas buenas: la sensación de estar en un lugar nuevo, aprender cosas nuevas, el sentirme libre (no de mis padres, sino de un Estado autoritario donde vivía antes) y las nuevas lecturas a las que tuve acceso. Para mí fue difícil, pero formativo. Y la situación ha cambiado con el tiempo.

Gurnah migró de Zanzíbar al Reino Unido a fines de los 60 para estudiar en la Universidad de Kent, una experiencia semejante a la de Rashid, el narrador de El desertor (2005), una ambiciosa y lograda novela que traza tres historias ambientadas en distintas épocas, durante alrededor de un siglo, todas interconectadas y cruzadas de algún modo por el encuentro entre África y Europa. En la segunda parte conocemos a Rashid de niño en Zanzíbar, pero en la tercera lo seguimos a la Universidad de Londres, donde llega a principios de los 60 y experimenta diversas formas de rechazo, desde sutiles e inconscientes hasta otras totalmente explícitas, que lo llevan a reflexionar sobre su situación:

Pronto empecé a hablar de blancos y negros como todos los demás, comprobando que la mentira brotaba de mis labios con creciente facilidad, reconociendo lo idéntico de nuestras diferencias, aceptando una visión atenuada de un mundo racializado. Y es que, cuando aceptamos la distinción entre blancos y negros, también accedemos a limitar la complejidad de lo posible y alimentamos las falacias que durante siglos han estado y seguirán estando al servicio de insaciables ambiciones de poder y patológicas egolatrías. (…) En medio del tumulto provocado por los conflictos bélicos, la lucha por los derechos civiles y el apartheid, con la sensación de ser testigo de un momento en el que se dirimían las cuestiones más apremiantes de nuestro mundo, había tenido que mantenerme al margen de las atrocidades que se cometían en mi país. Estas no tenían cabida en ese debate de polaridades limitadas y certezas definidas. Lo único que podía hacer era sufrirlas en silencio y lidiar a solas con mi cargo de conciencia.

La experiencia de Rashid no es autobiográfica, es deliberadamente distinta de la mía. Supongo que en cierto grado usé lo que me ocurrió a mí y se lo di, pero yo no dejé a un hermano atrás ni me enteré de la revolución en una carta donde mi familia dijera que no podía regresar. Sin embargo, experimentamos dificultades similares. Yo llegué a Inglaterra a los 17 y medio, no tenía dinero, era un extraño, dificultades que se sumaban a la hostilidad subyacente que estaba y sigue estando presente, pero de otro modo. También había cosas buenas: la sensación de estar en un lugar nuevo, aprender cosas nuevas, el sentirme libre (no de mis padres, sino de un Estado autoritario donde vivía antes) y las nuevas lecturas a las que tuve acceso. Para mí fue difícil, pero formativo. Y la situación ha cambiado con el tiempo: ahora la gente tiene más conciencia sobre cómo tratar a extraños como yo, y hay mucha más gente como yo. Las únicas personas negras o no europeas que uno veía en ese tiempo hacían trabajos rudimentarios, como conducir buses, y ni siquiera eso era común. Así que ha aumentado la visibilidad y ahora hay leyes contra la discriminación, es ilegal decir ciertas cosas que solían decirme a la cara. Aunque la administración se ha vuelto bastante repugnante: hay tensiones, expulsiones, artimañas como enviar a los solicitantes de asilo hacia Ruanda y otras cosas por el estilo. La razón es que la presencia de estos extraños se ha vuelto un asunto político, uno que la derecha ha explotado. Pero también hay cosas realmente buenas. Ahora tenemos una comunidad bien establecida de gente no europea en Gran Bretaña y el último primer ministro era hijo de migrantes de África Oriental, así que la situación ha cambiado.

 

Fotografía: cortesía de Penguin Random House. Crédito: Asis G. Ayerbe.

 


Paraíso, Abdulrazak Gurnah, traducción de Sofía Noguera Mendía, Salamandra, 2021, 304 páginas, $17.000.


El desertor, Abdulrazak Gurnah, traducción de Rita da Costa García, Salamandra, 2023, 336 páginas, $19.000.

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