Diana Aurenque: “Uno siempre es un poco el otro”

Tras el éxito de Animales enfermos, en el que se centró más bien en la dimensión individual del ser humano, en Animal ancestral la filósofa chilena piensa nuestra dimensión colectiva y busca salidas para el individualismo y la razón huérfana que, dice, caracteriza a nuestras sociedades.

por Juan Rodríguez Medina I 12 Julio 2024

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Dicen que la filosofía nace del asombro, que surge de algo que pasa en el mundo, en nosotros, algún desajuste que nos saca de la inercia y lleva a hacernos preguntas. Entre su libro anterior, Animales enfermos, y el más reciente, Animal ancestral, pasaron hartas cosas, quizás demasiadas, como viene ocurriendo en Chile desde hace algún tiempo. Una de esas cosas fue la Convención Constitucional y el plebiscito del 4 de septiembre de 2022, en el que ganó por lejos el Rechazo a la propuesta de nueva Constitución. Eso removió a Diana Aurenque, quien fue una activa promotora del Apruebo y, al menos en parte, explica su nuevo ensayo.

El libro se origina en un diagnóstico social que hace la filósofa: la consagración de una razón que llama “huérfana”, autorreferida, que ha redundado en una falta de sentido para el individuo, de arraigo, de comunicación, de algo que nos aúne más allá de nuestras individualidades. Y eso, a su vez, nos tiene sumidos en el nihilismo y, por ende, nuestras sociedades se han vuelto histéricas, solo emocionales, crispadas, y más encima están exprimiendo el planeta, volviéndolo inhabitable. Somos sociedades enfermas.

En Animal enfermo, Aurenque dijo que los seres humanos somos seres incompletos, débiles, y que de esa falta proviene toda nuestra creatividad, la cultura, desde la ropa que usamos hasta la democracia. Esa es nuestra salud, podríamos decir. Ahora nos describe como animales ancestrales. ¿Qué animal es ese? “Lo entiendo de dos maneras”, explica. “Uno es el significado biológico, la ancestralidad como algo que tiene que ver con la genética, con nuestra relación y parentesco con otros animales. Y, por otro lado, la ancestralidad en el sentido más bien de la percepción histórica o del tiempo, de las comunidades. Entonces la ancestralidad remite al animal biológico, algo con lo que Darwin estaría de acuerdo, pero también intento tomarla desde lo que significa que el ser humano sea el único animal que no olvida a sus muertos, que mantiene un legado comunitario gracias a las historias que se cuentan, a los relatos que lo cohesionan. En resumen, yo diría que lo biológico y lo temporal están contenidos en esta idea de ancestralidad”.

¿Ese animal ancestral es el mismo que el animal enfermo? ¿Cómo conviven?
Conviven en la medida en que, bueno, en los dos se apunta a la animalidad. Cuando uno dice “animal enfermo” o “animal ancestral” se suele poner más atención en el predicado que en esto de ser animales. Entonces, primero, en ambos casos está la idea de que somos, literalmente, mamíferos.

Somos animales frágiles, necesitamos la cooperación de otros, ¿no? Somos el mamífero que más necesita de cuidados de terceros para poder sobrevivir, somos deficitarios, tan biológicamente vulnerables que, por lo mismo, no solo la técnica, la moral, sino la comunidad ha sido de una u otra forma la ortopedia necesaria para sobrevivir.

¿Cómo pasaste de un concepto a otro o de un adjetivo a otro?
En Animal enfermo yo diría que siempre miré más al individuo, su existencia, cómo lleva su cuerpo, cómo cada uno de nosotros, en nuestra pluralidad y diversidad, tenemos que asumir el cuerpo que tenemos. Terminé el libro y sentí que no había dicho nada sobre política, nada de la comunidad en la que está este animal enfermo. De ahí surgió la necesidad de meterme con la comunidad y pensé cómo ampliar esto del animal enfermo, pero en el sentido, como digo, de lo colectivo. Ahí di con esto del animal ancestral.

Tu libro se subtitula “Hacia una política del amparo”. ¿Podría entenderse que la ancestralidad es, en parte, la manera en la que el animal enfermo se hace cargo de su debilidad individual?
Claramente está relacionado, porque en la medida en que nosotros somos animales frágiles, necesitamos la cooperación de otros, ¿no? Somos el mamífero que más necesita de cuidados de terceros para poder sobrevivir, somos deficitarios, tan biológicamente vulnerables que, por lo mismo, no solo la técnica, la moral, sino la comunidad ha sido de una u otra forma la ortopedia necesaria para sobrevivir. Ahí hay una relación entre debilidad y ancestralidad. La otra es la necesidad de sentido, la condición de lo trascendente, o sea, esto de separarte de ti, del hacer cotidiano propio de los animales; juntar alimento, la sobrevivencia, la reproducción, el ser humano puede trascender eso, y lo hace, se separa de ese mantener la vida por la mera vida. Y por eso, por ejemplo, estos animales raros que somos no soltamos a los muertos, no solo en cuanto los mantenemos en la memoria, sino porque nos los dejamos morir por ahí. Los neandertales ya tenían ritos de sepultura. Hay toda una cosa ahí, de darle un sentido trascendente a algo, desde la personas hasta un rayo o una zarzamora ardiente donde alguien vio un dios. Todas esas experiencias de trascendencia creo que tienen que ver con este animal enfermo que, probablemente por esta incapacidad de solo estar en lo cotidiano, porque si lo hacía se hubiera muerto, empieza a evolucionar al revés y encuentra en las plantas algo sagrado; o sea, se separa de sí, es un animal que se volvió loco.

Con la palabra o concepto “ancestral” uno podría creer que estás proponiendo una vuelta al pasado, incluso a una suerte de paraíso perdido. Lo mismo cuando rescatas el mito o el pensamiento mitológico de nuestros ancestros.
No es la idea, a mí me importaba mucho relevar el hecho de que, más allá del linaje biológico directo —mis abuelos, tus abuelos—, está el hecho de que, así como los neandertales, también los chimpancés, los bonobos o los orangutanes comparten una carga genética con nosotros. Esa es la ancestralidad, esos son los orígenes… los orígenes son los orígenes genuinamente animales. Mi idea era pensar cómo te anclas a algo en el pasado, cómo te anclas desde el pasado con una suerte de responsabilidad de futuro, cómo logras una comunidad, más allá del nacionalismo. Una de mis preocupaciones era reconocer la importancia del suelo, la importancia que tiene para los animales, al menos para los mamíferos, sin sacralizarlo. No quiero sacralizar el suelo o la tierra. Tampoco esa es la idea, porque eso es muy peligroso. Es lo que hicieron los nazis, ¿no?, con esta pseudoideología de “sangre y suelo”. No es por la sangre que el suelo tiene un sentido para nosotros, sino por el puro hecho de que hay ancestros. Hay un pasado y una responsabilidad, hay autoridades. Pero desde ahí mi idea era proyectar una suerte de futuro. Y si soy súper honesta, no creo que lo haya logrado. En el libro hay mucho de recuperar, de anclarse al pasado, de sentirte parte de algo grande, para poder así crear una comunidad de futuro, pero siento que no lo terminé. Y por eso ahora estoy escribiendo otro libro.

¿Qué has descubierto?
A propósito de la muerte de mi papá y del amor, yo creo que al final… te lo pongo así: hay un poema de Horacio Castillo que se llama “Anquises sobre los hombros”. Eneas debe cargar a su padre, ya viejo, para huir de Troya. Lo carga sobre los hombros y lo salva. El hijo carga al padre, ese es el contexto. Y el poema de Castillo es impresionante, porque dice algo así como: todos somos Eneas, todos llevamos al padre en los hombros. Y pesa, y molesta, hasta que se empieza a poner más ligero, después ya ni se siente, hasta que muere y lo dejamos al lado del camino para subirnos nosotros a los hombros de nuestros hijos. Ese es el poema. Lo encontré increíble, porque eso es justamente lo que yo trataba de explicar, sin pensar, claramente, en la maternidad. Pero esa es la figura. Se trata de cómo tú te sientes parte de un linaje, de un pasado, que te permite ser una continuidad. Yo creo que al final eso es solo amor.

Este animal enfermo que somos, este animal también ancestral que somos, no es algo que esté fijo, una esencia, sino algo que se construye. De una u otra forma somos muchos, permanentemente en conflicto, como diría Nietzsche, una guerra y una paz, y dependiendo de muchas circunstancias nos movemos. (…) Como dice Jung, busco el yo por todos lados y nunca lo veo, solo veo ciertas características.

En Animal ancestral, dada la muerte de Dios, propones lo que llamas “nihilismo mágico”, para construir sentido y comunidad.
Ese capítulo plantea o propone que si no hay dios, invéntatelo, porque es la única forma de más o menos encontrar un sentido. Creo que igual puede ser una propuesta interesante y medio terapéutica. De hecho, la tomé de la psicomagia de Jodorowsky, aunque no soy una fan suya. Pero más allá de eso, el concepto de la psicomagia me parece interesante, esto de que no solo tienes que tener la intención o proponerte cosas, sino que hay que materializarlas. Muchas veces, pensando por ejemplo en el psicoanálisis, solo conversar no ayuda. A veces necesitas realmente hacer ciertos ritos, tener ciertas prácticas que vinculen lo material para salir de un trauma, para tener algún tipo de sentido de pertenencia. Pero claro, hasta ahí llegué…

¿Ahí entra el amor, no sé si para completar, quizás para mostrarte otros caminos?
Sobre todo un camino que tiene que ver no solo con el futuro, sino con la hermandad. Sé que esto puede sonar místico, pero es que en el fondo es un asunto epifánico. Eso sí lo creo, que cuando tienes experiencias brutalmente dolorosas y amorosas a la vez, como la muerte del padre amado o de la madre amada, o de esas figuras que son muy fuertes, después de haber sentido ese dolor-amor es imposible no conectar de una manera absolutamente… como mística, realmente, con todos aquellos que lo han sentido. A veces pienso que los católicos cacharon muy bien esa forma de hermandad. Lo que pasa es que luego se volvió una institución y quizás nunca lo vemos desde ese experimentar realmente al otro como un hermano, porque podemos ser o no ser madres o padres, pero hijos somos todos. La condición de hermandad es muy básica de cualquier ser humano. Somos todos hermanos o hijos de alguien. E, insisto, desde esos dolores-amores, aunque sean personalísimos e intransferibles, hay algo que se mantiene, que se repite a lo largo de la historia.

¿Hablas de compasión?
Sin duda, uno puede decir compasión; simpatía, dicen algunos, o empatía. Es la conjunción del pathos, el padecer colectivo. Pero un padecer que es amoroso. Y creo que permite una sensación de comunidad básica, sobre todo en tiempos como los actuales, en los que hablamos tanto de que todo es política de la emoción, gestión de la emoción, pero tenemos muy poca política bien hecha en relación con eso. ¿Cómo pensar esa relación con los otros desde algo tan privado como esos dolores-amores? Porque yo lo veo así, disculpa lo autorreferente, pero realmente a mí me pasó, lo viví: tengo un par de amigos que son huérfanos hace muchos años, conocí a sus madres, a sus padres, y me dio mucha pena, por supuesto, cuando fallecieron, pero no sentí su dolor. Sin embargo, cuando mi papá fallece, o estaba a punto de fallecer, sentí el dolor de mis amigos. Y sentí el dolor de mi madre cuando murió mi abuelo. O sea, algo se abrió. Por eso te digo que es una epifanía. Y claro, el problema del libro que estoy escribiendo es cómo contar, es el típico problema de la filosofía, cómo uno habla de lo que no se puede hablar.

A propósito, ¿qué lugar tiene la filosofía o el pensamiento para avanzar hacia una sociedad que al menos reconozca estos aspectos comunitarios y ancestrales y no esté tan cargada a lo individual o a esa razón huérfana? ¿Tiene un rol?
Claro que sí. En un capítulo de Animales ancestrales desarrollé eso de la identidad experimental. La idea es que este animal enfermo que somos, este animal también ancestral que somos, no es algo que esté fijo, una esencia, sino algo que se construye. De una u otra forma somos muchos, permanentemente en conflicto, como diría Nietzsche, una guerra y una paz, y dependiendo de muchas circunstancias nos movemos. A veces somos más morales, a veces somos más deportistas, a veces somos más, qué sé yo, profesores, otras veces somos más esposas, lo que sea. Como dice Jung, busco el yo por todos lados y nunca lo veo, solo veo ciertas características. Creo que es súper importante, o súper maravilloso, comprendernos así. Y filosóficamente es atractivo, porque te permite, y esto es algo bueno para la sociedad, darte cuenta de que el otro nunca es tan otro, uno siempre es un poco el otro, uno siempre puede ser el otro. Eso es filosofía, ¿no?

 

Fotografía de portada: Alfonso Yungue.

 


Animal ancestral. Hacia una política del amparo, Diana Aurenque, Herder, 2023, 200 páginas, $19.500.

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