En su último libro, el controvertido filósofo inglés plantea que son varios los Estados actuales que no expanden la esfera de la libertad, sino que protegen a los humanos del peligro y les ofrecen un refugio contra el caos. Sin embargo, serían ellos mismos quienes harían de la vida humana algo efectivamente sucio, brutal y breve. A nadie debiera sorprenderle que los primeros exponentes de estos “nuevos leviatanes”, como escribe Gray siguiendo la imagen utilizada por Hobbes, sean Rusia y China, aunque hay otros países donde el Estado ha llegado a intervenir en la sociedad civil y la vida de las personas como nunca lo había hecho.
por Marcelo Somarriva I 8 Agosto 2024
John Gray es un filósofo político popular y controvertido. Se lo acusa de tener un comportamiento “mercurial”, debido a su trayectoria política zigzagueante, y de ser excesivamente pesimista sobre el destino de la especie humana. Sin embargo, Gray es de los pocos académicos que han logrado dar a sus obras un sentido de urgencia y actualidad que le han permitido alcanzar una popularidad global. Su último libro, The New Leviathans, publicado el año pasado, es un ejemplo de todo esto. Es un trabajo desordenado y extravagante, que merece leerse con atención, pero también con cautela.
La idea central que Gray plantea en este libro es que en lo que va de nuestro siglo, muchos Estados del mundo se han convertido en nuevos leviatanes, aludiendo a la imagen del monstruo bíblico que usó Thomas Hobbes, el gran filósofo del siglo XVII, en su famosa obra homónima, para describir el poder soberano que podría traer paz a la humanidad permitiéndole salir de un estado de naturaleza en el cual vivían en guerra perpetua de todos contra todos. Hobbes propuso en su libro que este Leviatán era una especie de autómata, un animal humano artificial y que este estado de naturaleza no estaba necesariamente en el pasado remoto, sino que podía irrumpir cada vez que se rompía el orden social y las personas caían en un estado de anarquía destructiva.
Los nuevos leviatanes que Gray presenta aquí, a diferencia del modelo propuesto por Hobbes, no son criaturas artificiales, pero serían capaces de producir estados de naturaleza que sí lo son. Es decir, estos leviatanes prometen seguridad, pero al mismo tiempo provocan situaciones de inestabilidad y conflicto que los justifican. Los Estados actuales no expanden la esfera de la libertad, sino que protegen a los humanos del peligro y les ofrecen un refugio contra el caos, pero serían ellos mismos quienes harían de la vida humana algo efectivamente sucio, brutal y breve.
A nadie debiera sorprenderle que los primeros exponentes de estos nuevos leviatanes sean Rusia y China, dos monstruos descomunales que se ven desde lejos. Gray describe a la Rusia de Vladimir Putin como un “Leviatán destartalado”, que juega con fuego encima de un inmenso arsenal nuclear, mientras que la China de Xi Jinping es vista como un Estado panóptico que supervigila permanentemente a su población mediante tecnologías que aspiran a tener un alcance global.
Además de estos dos Godzillas, que pretenden encarnar modelos de civilización presumiblemente opuestos al mundo occidental, Gray sugiere que han surgido otros monstruos en el mundo occidental donde todavía funciona la democracia, pero donde el Estado ha llegado a intervenir en la sociedad civil y en la vida de las personas como nunca lo había hecho.
En las sociedades occidentales sería cada vez más habitual encontrar una lucha por el control del pensamiento y el lenguaje, y que grupos rivales, identidades colectivas en pugna, busquen capturar el poder del Estado, en una guerra de todos contra todos. Gray observa que estos Estados occidentales, al igual que los otros leviatanes más notorios, también prometerían dar seguridad a las personas, no obstante al final logran lo contrario.
A juicio de Gray, todos estos nuevos leviatanes aspiran a entregar un sentido de vida a sus súbditos, tal como alguna vez lo hicieron los regímenes totalitarios del siglo XX. Serían, según él, “ingenieros de almas”, ya que le ofrecen a la gente una especie de salvación. No solo ofrecen progreso material, sino la seguridad de pertenecer a una comunidad imaginada y también —como este autor agrega— la satisfacción de perseguir a sus rivales o detractores que no son como ellos. Los nuevos Estados totalitarios buscarían liberar a sus súbditos de las cargas que supone el ejercicio de la libertad.
¿Es posible poner en el mismo nivel a los leviatanes grotescos y reconocibles de Rusia y China con otros escenarios políticos democráticos occidentales? Me parece que aquí la exposición de Gray se tropieza, porque es evidente que las dimensiones de unos y otros (su poderío e influencia, cuando no su hegemonía en ciertas zonas del globo) son muy distintas.
El análisis de Gray se apoya en algunos supuestos que podrían resultar controversiales. No solo asume que Hobbes es un pensador liberal —ya que tendría los cuatro pilares de esta forma de pensamiento: individualista, igualitario, universalista y meliorista—, sino que además sería quizás el único liberal que todavía valga la pena leer. Lo raro aquí es que el mismo Gray advierte que el Leviatán de Hobbes tiene poco o nada que ver con estas versiones del siglo XXI, que han asumido propósitos que este filósofo nunca asignó al suyo. Los nuevos leviatanes irían mucho más lejos que el monstruo original; tanto que, según admite el propio Gray, Hobbes jamás los reconocería como tales. Con todo, Gray insiste en que Hobbes sería el autor más indicado para comprender nuestro sombrío escenario posliberal, no porque su autómata monstruoso sea el modelo de los nuevos, sino principalmente porque él —aunque muchos no lo sepan— fue un gran teórico del absurdo. Esto naturalmente no parece ser una señal muy alentadora si se trata de entender el presente.
John Gray lleva décadas proclamando el fin del liberalismo y describiendo el escenario posliberal en el que vivimos. Uno de sus principales logros intelectuales fue no haberse dejado impresionar por el escenario posterior a la Guerra Fría, donde muchos otros intelectuales auguraron que la humanidad había alcanzado una fase terminal en su desarrollo evolutivo, entronizando a la democracia liberal como la forma ideal de gobierno a nivel global. Según su interpretación, el colapso soviético significó el comienzo y el fin del liberalismo, ya que, con la caída del comunismo y la conversión de China a una economía de mercado, se inició un período que generó la ilusión de ser la transformación final. Esta fue una ilusión a la cual contribuyeron las teorías que celebraron la globalización, el establecimiento de una economía global y dos de los más grandes mitos ideológicos del siglo XX: el que promovió Friedrich Hayek, quien propuso la expansión evolutiva del capitalismo de libre mercado, y el de Francis Fukuyama, que presagió el fin de la Historia tras el triunfo de la democracia liberal. Sin embargo, como observa Gray, el triunfo del liberalismo no fue el desenlace de una tendencia evolutiva, sino un experimento político que tuvo su momento de esplendor, que no fue una estación de término ni un orden que duraría para siempre. Se trató más bien de un período transitorio bastante corto.
Es paradójico que Gray postule entre sus leviatanes contemporáneos a lo que llama el “proyecto hiperliberal” o “el liberalismo hiperbólico”, y que lo ponga en la misma categoría de la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping. Este proyecto liberal hipertrofiado estaría postulando la emancipación de los seres humanos de sus identidades heredadas, al proponerles que hagan lo que quieran de sí mismos, como si fuesen libres de construirse a partir de la nada.
John Gray lleva años denostando a liberales como Steven Pinker y otros, burlándose de su entusiasmo panglosiano y de sus ganas de revivir un modelo ilustrado que ya no tendría destino. El liberalismo actual, según él, se ha convertido en lo que siempre renegó, una nueva religión cuyo ser supremo sería la humanidad. Los llamados “hiperliberales” o “liberales hiperbólicos” habrían hecho del liberalismo tradicional un culto de “autocreación”, algo así como una forma de teología pasada por el cedazo de la originalidad romántica, promoviendo una utopía donde cada ser humano es soberano de decidir qué quiere ser, de manera unívoca, sin importar la tradición ni cómo lo vean o entiendan los demás.
A juicio de Gray, esto sería la base de otro experimento político que buscaría crear un estado de naturaleza artificial. En otras palabras, esta formación de nuevas colectividades sería el preludio de un estado de guerra crónica de identidades en disputa.
Todo esto lleva a Gray a entrar con todo en la trifulca actual en torno al movimiento woke, que para él —al contrario de lo que comúnmente dice casi todo el mundo— no sería una variante del marxismo ni del posmodernismo, sino una expresión de la agonía y decadencia del liberalismo. Para él, este liberalismo hiperbólico que tanto detesta sería el culpable de haber engendrado este movimiento, ya que esta forma de liberalismo operaría como una forma de racionalidad que aspira a darle sentido a una variante fallida del capitalismo, una variante que hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres o que sirve como una herramienta de las élites para que puedan asegurar su posición de poder en la sociedad. Una de las funciones del movimiento woke, según él, sería distraer la atención del impacto destructivo del capitalismo de mercado sobre la sociedad, ya que cuando se ponen los problemas de identidad al centro de la política, se pueden pasar por alto los conflictos de intereses económicos.
Así, no sería una coincidencia que el movimiento woke sea tan fuerte en los países anglosajones, donde el liberalismo alguna vez tuvo más presencia, y que en otros lados del mundo este movimiento sea objeto de burla o se vea como una señal o síntoma de la decadencia de Occidente. Duele, pero es difícil dejar de admitir que tiene razón cuando dice que las políticas identitarias de quienes protestan por las ofensas que se han hecho en contra de la imagen que ellos han cultivado de sí mismos, relegan al olvido y al oprobio a aquellos cuyas vidas están siendo dañadas por un sistema económico que los descarta como algo inútil.
Matando dos pájaros con un solo piedrazo, Gray denuncia al wokismo como una revolución burguesa y advierte que el capitalismo moderno, junto con producir un lumpen proletario por debajo de la pirámide social, en su extremo superior ha engendrado lo que llama una “lumpen intelligentsia”, que al igual que su par de abajo carecería de funciones productivas reales.
Llegados a este punto, Gray toma el diagnóstico del sociólogo Peter Turchin sobre la superproducción de las élites que habría en el mundo actual y las propuestas de Joel Kotkin sobre el surgimiento de un “neofeudalismo”, relacionado con este exceso de élites y la perpetuación de las desigualdades de riqueza y oportunidades. En un capítulo inquietante que llamó “Feudalismo y fentanilo”, que confirma todo lo caótico y urgente que puede llegar a ser The New Leviathans, Gray observa el devastador impacto que este opiáceo ha tenido en la población de Estados Unidos y plantea que uno de los principales dramas del capitalismo contemporáneo es que no solo condena a muchos a la pobreza, sino que también los despoja de cualquier esperanza.
En torno a esta idea de la “lumpen intelligentsia” actual, John Gray elabora una comparación bastante tirada de las mechas con la situación de los intelectuales rusos de fines del siglo XIX —el ocaso de la era de los zares— y comienzos del XX, durante la era bolchevique. Según él, ambos grupos intelectuales socavaron por dentro la sociedad que los albergaba y les daba de comer, al extremo de que terminaron siendo destruidos. A partir de este pretexto, apenas esbozado en el libro, Gray expone una galería de retratos de personajes históricos de la cultura rusa de comienzos del siglo XX, todos afectados por sus propios delirios y la brutal represión bolchevique. Estas páginas son una lectura fascinante, pero que perfectamente podrían haberse eliminado sin afectar el argumento central de The New Leviathans.
No obstante, la historia y el caso ruso son fundamentales en este libro, no solo por el “Leviatán destartalado” que encarna el despotismo cleptocrático de Putin, sino también porque Gray asume como premisa que la invasión a Ucrania a comienzos de 2022 llevó a las relaciones internacionales a una fase similar a la que regía antes de la Primera Guerra Mundial. Uno de los personajes extravagantes y trágicos que incluye en su galería de retratos rusos es el del escritor Yevgeny Zamyatin, autor de la novela Nosotros (1920), considerada como la primera distopía de la literatura y la inspiración de las novelas de Huxley y Orwell.
Gray tiene una conocida inclinación por este tipo de representaciones literarias, donde el futuro de la humanidad se presenta como una completa pesadilla. Esta veta apocalíptica la exhibe por completo en la sección de su libro dedicada al Antropoceno. No queda muy clara cuál es la relación que tiene esto con el Leviatán. .Se trata de describir las condiciones que permitirían el surgimiento de uno o es que esta crisis global es un Leviatán en sí mismo? En cualquier caso, como es habitual, Gray advierte que el Antropoceno no es lo que creíamos —una era geológica donde el dominio humano sobre la naturaleza se ha hecho dramáticamente patente—, sino un período durante el cual la misma posición de las especies en el planeta ha terminado por cuestionarse. Es aquí donde este autor presenta sus predicciones más horribles, proponiendo un escenario escalofriante: la transición energética de la que tanto se habla sería una completa quimera, ya que las energías renovables son un derivado de los combustibles fósiles, de los que no podremos prescindir —ya que la transición energética supone desarrollar una minería en una escala prodigiosa que solo podrá impulsarse usando más de estos combustibles—, y tampoco querremos deshacernos de estos si consideramos que al hacerlo desataríamos una crisis enorme, considerando el impacto que esto tendrá en la economía y la situación política de los países que dependen totalmente de ellos, como Rusia o Irán. El escenario global de John Gray es una Catch-22, extrapolada a una dimensión planetaria.
Cualquier predicción que Gray haga sobre el futuro supone un escenario de anarquía global. A su juicio, nada permite suponer que la sociedad democrática liberal vuelva a imponerse en el planeta. Por el contrario, augura que el futuro nos traerá de regreso los fantasmas del pasado, monarquías, repúblicas, imperios, tiranías o regímenes mixtos, y que estos van a coexistir en zonas donde no habrá Estado alguno. Entre todas las rarezas de este libro, la mayor de todas es que pese a su sombrío diagnóstico, Gray pretende que sus conclusiones sean optimistas. Nos aconseja que, en lugar de tratar de uncir a los nuevos leviatanes, tal como se hizo en la difunta era liberal, mejor intentemos acercarlos al modelo propuesto por Hobbes y los transformemos en recipientes donde podamos coexistir unos con otros, sin hacernos daño. Según él, para Hobbes el verdadero Leviatán éramos nosotros mismos, los animales humanos, impelidos a autopreservarnos hasta el fin de los tiempos, la única especie animal que cuenta con “el privilegio del absurdo”, esa inagotable capacidad de encontrar algún sentido donde no lo hay.
Imagen: Cámara de vigilancia (2010), de Ai Weiwei.
The New Leviathans, John Gray, Farrar, Straus and Giroux, 2023, 192 páginas, US$27.00.