Franco “Bifo” Berardi: “No es un año perdido, es el fin del mundo que hemos conocido”

Activista, protagonista de la insurrección estudiantil de Mayo del 68 en Bolonia –por lo que terminó en la cárcel y también siendo amigo de Guattari–, fundador de medios de comunicación alternativos y piratas, docente y escritor: no es de extrañar que al filósofo italiano se lo haya catalogado en más de una ocasión como agitador cultural. Y, en consecuencia, tampoco que cite a Günther Anders para advertir de un nuevo Holocausto, donde los principales líderes mundiales son los responsables. “Solo una transformación igualitaria y frugal puede salvarnos de una fase horrible de agonía”, asegura.

por Nicolás Violani I 12 Enero 2021

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“No voy a escribir acerca del futuro otra vez”, apunta Franco Berardi (71) en la primera línea de Futurabilidad. La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad, su más reciente libro. Hizo bien, se podría pensar: difícilmente se habría imaginado encerrado durante medio año en su natal Bolonia, interrumpiendo las charlas en universidades de Europa, Norteamérica y Sudamérica, que lo sacaban del retiro de la docencia; protegiéndose de un virus al que califica como semió­tico, padeciendo los efectos de una crisis global que lo ha mantenido escribiendo continuamente en una especie de diario virtual al que denominó “Crónicas de la psicodeflación”.

Bifo –seudónimo por el que se le conoce popular­mente– ya había hecho el ejercicio de masticar el tiem­po venidero en más de una ocasión, entre la docena de títulos que ha publicado en las dos últimas décadas. Ahí están Después del futuro (2014) y Fenomenología del fin (2017), donde se encargó de contrastar los imagina­rios del porvenir percibidos durante el siglo XX, con­dicionados por la ilusión del crecimiento y expansión ilimitados, y describió cómo la aceleración informáti­ca ha derivado en la desensibilización humana, afec­tando nuestra capacidad afectiva y de deliberación.

Pudo, entonces, escribir sobre su pasado. Los años en que era un estudiante de Estética, en la Universi­dad de Bolonia, y se afiliaba al autonomismo; cuando participó activamente de la insurrección de Mayo del 68, por la cual fue encarcelado años más tarde (desti­no del cual fue rescatado por su amigo, el reconocido psicoanalista y filósofo francés Félix Guattari). O de cuando su activismo lo empujó a la formación de me­dios de comunicación alternativos, como Radio Alice, la primera radioemisora pirata de Italia, o la revista A/Traverso, fanzine del movimiento creativo en el que participó entre los 70 y 80. Un impulso que volvió a seguir en 2002, con la creación del primer canal de televisión comunitario del país, TV Orfeo.

Pero, no. La promesa inicial de Berardi en Futura­bilidad se ve matizada al renglón siguiente: “No voy a escribir acerca del no-futuro tampoco”. Dicho eso, se lanza a describir y analizar cómo la maquinaria capi­talista ha reducido la multiplicidad de futuros inma­nentes –en una especie de determinismo forzado que automatiza nuestras acciones por medio de los algo­ritmos económicos– y, luego, plantear que la manera de destrabar la panorámica de las posibilidades pasa por la emancipación del conocimiento del paradigma económico por medio de la cooperación intelectual y la tecnología. Una visión que hoy parece optimista, en contraste con las observaciones que hace a la serie de sucesos desencadenados por la pandemia del corona­virus. “No es un año perdido, es el fin del mundo que hemos conocido”, afirma.

 

Usted lleva un diario sobre la pandemia, que de­nominó Crónicas de la psicodeflación. ¿A qué se refiere con el título?
Después de 40 años de aceleración económica, psíqui­ca, existencial; después de 40 años de explotación cre­ciente y de psicosis; después de la convulsión global que se verificó en el otoño de 2019, desde Hong Kong a Santiago, Quito, Beirut, Barcelona y París; después de esta carrera angustiosa, de repente llegó el colapso. El virus se difundió en el mundo como un verdadero incendio en el bosque. No fue solo un colapso físico, sanitario, biológico. El biovirus se trasladó a la esfera informativa y, al final, se insertó en la esfera psíquica, devastando la afectividad, la economía. Todo. Defla­ción significa el desinflarse de la esfera psíquica, una relajación inevitable del cuerpo colectivo.

 

Recientemente sostuvo que esta crisis global ha movido a la humanidad desde el horizonte de la expansión a uno de la extinción de la raza. ¿Puede explayarse sobre esta idea?
El horizonte de la expansión, que caracteriza la his­toria completa de la modernidad, del capitalismo, del pensamiento burgués; el horizonte de la colonización, de la globalización, del crecimiento ya estaba desva­neciéndose desde hace mucho tiempo. En 1972, el re­porte “Los límites del crecimiento” ya anunciaba que la expansión se estaba agotando. De hecho, yo creo que el neoliberalismo, como explotación furiosa del tiempo mental y como extracción furiosa de los re­cursos naturales, ha sido una manera desesperada del capitalismo de reaccionar a este fin del crecimiento económico. La utilidad, que en la época moderna se ganaba a través de una expansión del mundo de las mercancías y de la utilidad, en la época del capitalis­mo financiero neoliberal se extrae con la violencia y con la destrucción de lo social, de la escuela, de la salud, de los transportes. La época neoliberal es una de destrucción generalizada del medio ambiente y del cerebro humano. Y la pandemia ha revelado lo que no lográbamos ver: la expansión se acabó, el capitalismo mismo se acabó, pero sigue existiendo como forma brutal sin contenido útil. Toda la alternativa social y económica ha sido destrozada, el planeta físico ha sido devastado, la mente humana ha sido acelerada hasta al punto de la psicosis. Por ende, la extinción es el hori­zonte de hoy, me parece muy claro.

 

¿Hay una revalorización de la vida humana a par­tir de esta pandemia?
No me parece. Me parece que, debido a la reducción de los márgenes de utilidad, el capitalismo se está volviendo más feroz, definitivamente inhumano, an­ti-humano, enemigo mortal de la vida humana. La vida humana no vale nada. Somos demasiados en el planeta, se prepara un Holocausto de proporciones tan enormes que el pasado Holocausto parecerá como una minucia. Lo que escribió Günther Anders (filóso­fo polaco y judío, autor de Die Antiquierheit des Mens­chen, “Lo anticuado del ser humano”) en los años 60, que el nazismo solo fue una anticipación del verdadero espectáculo, hoy se está develando.

 

¿Libertades individuales? ¿Es una broma? Los que defienden las libertades individuales están bromean­do. Libertad es una palabra sucia cuando la usamos en el contexto del capitalismo, del colonialismo. ¿Hay libertad individual para las billones de personas que están obligadas a vivir en condiciones de miseria ab­soluta? ¿Hay libertad individual para los migrantes que están detenidos en los campos de concentración líbicos, financiados con el dinero de los europeos? ¿Hay libertad individual para los miles que mueren ahogados cada día intentando cruzar el Mediterráneo para llegar a Grecia, a Sicilia, a España?

 

¿Y qué hay de la gente? Pareciera que es capaz de renunciar a todo por sobrevivir. Por ejemplo, ¿la salud pública está sobre todo? ¿Dónde está el lími­te entre el supuesto bien común y las libertades individuales?
¿Libertades individuales? ¿Es una broma? Los que defienden las libertades individuales están bromean­do. Libertad es una palabra sucia cuando la usamos en el contexto del capitalismo, del colonialismo. ¿Hay libertad individual para las billones de personas que están obligadas a vivir en condiciones de miseria ab­soluta? ¿Hay libertad individual para los migrantes que están detenidos en los campos de concentración líbicos, financiados con el dinero de los europeos? ¿Hay libertad individual para los miles que mueren ahogados cada día intentando cruzar el Mediterráneo para llegar a Grecia, a Sicilia, a España? Libertad es una palabra sucia cuando la usan los americanos que han construido su land of the free sobre la deportación, la esclavitud, el racismo y la detención masiva. Los que se preocupan por la libertad individual amenaza­da por las medidas sanitarias me hacen reír.

 

La pandemia ha puesto en tensión la prosperidad económica y la salud. ¿Está en conflicto el concep­to de seguridad que teníamos hasta ahora?
El concepto de seguridad es una mentira lógica y po­lítica. La vida social, como la existencia en general, no tiene nada que ver con la seguridad. Tiene que ver con la amistad. Cuando la amistad está tan en peligro, tan olvidada, que se busca seguridad ante los otros, la puerta está abierta para todas las formas de auto­ritarismo y de control tecno-securitario. Claro que la mentira de la seguridad se está fortaleciendo en un nuevo elemento: la seguridad sanitaria, la imposición de normas autoritarias cada vez más estrictas para de­fendernos del virus. Y la política desaparece porque ha sido reemplazada por la regulación sanitaria. Eso no significa que yo sea negacionista de la pandemia, que me oponga a llevar la mascarilla o al confinamien­to. Claro que no. Pero reconozco que el virus ha per­mitido perfeccionar un sistema de autoritarismo au­tomático. No creo que haya vuelta atrás, no creo que haya mucha esperanza de salir de esta trampa.

 

¿Cómo se ha rearticulado el poder a partir de esta pandemia, considerando los movimientos sociales que le antecedieron?
De un lado, la pandemia favorece al poder, porque hace más difícil la movilización social y porque la relación entre seres humanos se hace problemática. Pero hay una lección que aprender de los insurgentes de las ciudades norteamericanas: la insurrección es la única terapia que puede permitir salir de la depresión. Las alternativas del futuro son morir de depresión, de suicidio, de soledad, o arriesgar la vida en la insurrec­ción, arriesgar una muerte a manos de los asesinos policiales y racistas, o arriesgar la vida por el contagio que se expande gracias a la movilización en las calles. Yo prefiero la segunda posibilidad.

 

¿Le sorprendió el uso de un lenguaje y puesta en escena belicista por parte de las autoridades para enfrentar la pandemia?
La pandemia no es una guerra, pero es la consecuencia de una que el capitalismo neoliberal ha desencadena­do contra la salud, el ambiente y el sistema sanitario público. El virus no es un enemigo, es un agente de mutación. Puede funcionar muy mal o bastante bien si somos capaces de salir de las condiciones sociales que han producido esta catástrofe. Es decir, solo una transformación igualitaria y frugal puede salvarnos de una fase horrible de agonía y, en definitiva, de la extinción.

 

Si nos encontramos en “la era de la impotencia”, como plantea en Futurabilidad, ¿es posible pensar en la felicidad como meta?
Felicidad es algo de lo que he escrito muchas veces (La fábrica de la infelicidad, 2000), pero ahora he perdido un poco el sentido de esta palabra.

 

¿Por qué?
Hay un contenido filosófico de la palabra felicidad que implica una coincidencia entre deseo y posibili­dad, pero implica también compartir. La palabra feli­cidad implica la fuerza de una ilusión compartida. He vivido toda mi vida compartiendo una ilusión activa en el erotismo y en la revuelta. En un cierto momen­to muy preciso y reciente de mi vida la verdad de la ilusión compartida se disolvió, revelándose como una ilusión sin compartir. Pero no se preocupe, estoy muy tranquilo: vivir la ilusión de la felicidad por 68 años es bastante, ¿no? Ahora, mi problema no es la felicidad, es la verdad, si se puede decir así (la palabra verdad me parece vacía). Mi problema es, para decirlo mejor, la comprensión. Comprender, entender, decir sin escondimiento.

 

Desde hace años ha alertado sobre los efectos de la “deserotización de las relaciones sociales”. ¿Cómo ve la situación ahora, cuando conservar la salud supone sospechar y alejarse del otro?
En tiempos en que el acercamiento de los labios de uno y otro se hace peligroso, es fácil prever formas de sensibilización fóbicas al cuerpo del otro que prepa­ran una ola de depresión masiva. Un efecto de media­no plazo en ese sentido podría ser la propagación del autismo como predisposición dominante. La empatía se hace peligrosa, entonces tenemos que ignorar la existencia del sufrimiento del otro.

 

Futurabilidad. La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad, Franco “Bifo” Berardi, Caja Negra, 2019, 256 páginas, $24.750.

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