En noviembre se presentó el libro Pensadores rebeldes, de Cristóbal Kay, un volumen que reúne sus perfiles de intelectuales que se rebelaron “frente a la realidad que brotaba ante sus ojos y (…) decidieron intentar cambiarla —afirma Carlos Peña—. Pero, al adoptar esa decisión, se rebelaron también contra el prejuicio de que la acción es la única que permite transformar la realidad y, en vez de eso, creyeron que el trabajo intelectual, o si se prefiere la vocación por pensar, también permite hacerlo”. Reproducimos el prólogo del rector de la UDP y tres textos leídos en la presentación, escritos por académicos de distintas universidades chilenas.
por Carlos Peña / Claudio Robles / Ivette Lozoya / Martín Arboleda I 4 Diciembre 2024
PRÓLOGO DE CARLOS PEÑA:
Hay personas cuya trayectoria intelectual —cuyas preocupaciones e intereses— acompañan el quehacer de la sociedad a la que pertenecieron, incluso si las circunstancias los han mantenido lejos.
Es el caso de Cristóbal Kay, cuya peripecia vital e intelectual —a pesar de la modestia con que él se esmera en ocultarla— merecería que se la retratara alguna vez en estas vidas. El profesor Kay ha influido como pocos en la comprensión de los problemas de la estructura agraria, su historia y su economía, y ha sido parte del desarrollo de las ciencias sociales, en especial en la región de América Latina. Sus cientos de alumnos y discípulos esparcidos por el mundo siguen disfrutando de sus lúcidas intervenciones, envueltas en la modestia y continúan aprendiendo de su interés sin límite por los problemas sociales, en especial los del agro, que siguen aguijoneando su interés. Sencillo como es —como solo saben serlo quienes de veras merecen la admiración ajena— nos enseña en estas páginas algunos capítulos vitales e intelectuales con los que se entrelaza la historia de las ciencias sociales de la región.
Como digo, él merecería —cuando se mira su peripecia, su obra y su ocupación— que se le retratara.
Pero mientras ello ocurre, el profesor Kay se ocupa de aquellos cuya obra y vida se entrelazó con la suya. Es el material de que está hecho este conjunto de retratos de ideas que lleva por título Pensadores rebeldes. Por estas páginas desfilan un puñado de pensadores a quienes les desvelaron estas preguntas, que parecieran ser solo una: ¿cuál era la clave de la desigualdad y de la pobreza?, ¿a qué se debía que los países, en este caso los latinoamericanos, vivieran atados a la injusticia? Ellas, por supuesto, contaban con respuestas generalmente admitidas cuando los intelectuales a que este libro se refiere comenzaron a pensar y a escribir. Pero ellos —entre los que se cuenta el propio profesor Kay— no aceptaron esas ideas recibidas y prefirieron darse a la tarea de pensar las suyas.
De ahí el título de este libro: Pensadores rebeldes.
Su rebeldía consistió en innovar en la forma de concebir los problemas que acuciaban a la sociedad de su tiempo, al entorno en que desenvolvían sus vidas, y junto con ello en cómo, incluso hoy, comprendemos la vida social e identificamos lo que determina las condiciones materiales en medio de las que ella se desenvuelve.
Un rápido vistazo lo pone de manifiesto.
En la época en que Raúl Prebisch escribe estaba ya presente en la literatura una idea en la que el pensamiento neoclásico va a insistir una y otra vez. Este enseñaba que los países tienden a converger, que todos eran como líneas que, comenzando en sitios distantes, tendían a reunirse en un solo punto. Una muestra. Robert Solow, profesor del MIT, sugirió, hacia el año 1956, que el crecimiento económico dependía de la tecnología y, para mostrarlo, invitó a imaginar una economía cerrada, en que la renta era igual al producto y la población igual a la fuerza de trabajo; en una situación así, dijo, el crecimiento solo podía producirse por un aumento de la oferta lo que, por su parte, podía ser producto del avance tecnológico impulsado por la inversión de capital. Pero, si eso era así —pensó Raúl Prebisch, el primero de los rebeldes de que trata este libro— los países subdesarrollados estaban condenados, puesto que intercambiaban materias primas por productos elaborados con agregación de valor gracias a la tecnología. ¿Había forma de evitar ese, que parecía un destino? Esa pregunta y la respuesta que le dio resume su obra. Como los términos de ese intercambio se deterioraban y ese deterioro se acrecentaría (puesto que para lograr el equilibrio, advirtió Prebisch, debían exportar cada vez más materias a cambio de los mismos productos, lo que acentuaba la heterogeneidad estructural de los países subdesarrollados), el único camino posible para salir de ese atolladero era que los países subdesarrollados impulsaran su propia industria. Fue esta la estrategia del desarrollo hacia dentro cuyo objetivo era incentivar capacidades que suprimieran la heterogeneidad que estos países padecían.
Otra de las ideas recibidas, en esos años notables de las ciencias sociales, era que la línea que va del subdesarrollo al desarrollo era continua y no discreta, de manera que era una suerte de guion que, como ocurría a los seres vivos, todas las sociedades debían transitar. Celso Furtado, entre las muchas ideas que expuso, dedicó las mejores de ellas a refutar esa imagen del subdesarrollo. En vez de considerar que los países en ese estadio experimentaban una fase evolutiva, él sugirió que quizá habían reproducido en su interior el dualismo que sostiene al capitalismo: el excedente de mano de obra permite mantener los salarios bajos lo que, sumado a la importación de tecnología, acrecentaría la concentración económica. Esta desigualdad —una vez concluida la fase sencilla de la sustitución de importaciones— consolidaría la dualidad estructural que sería expresión, a su vez, de un dualismo, por llamarlo así, externo en que algunos países concentran el progreso técnico e imponen los patrones de consumo a otros que pasan así a ser dependientes. La dependencia hacia fuera, por decirlo así, se replicaba al interior de los países dependientes, tal como la teoría de sistemas observa hoy, reproduce en sí misma la diferencia entre sistema y entorno.
Similar a la idea evolucionista, fue el polémico manifiesto no comunista de Rostow, quien distinguía varias fases del crecimiento económico por el que las sociedades debían transitar. Esa idea estaba vinculada, además, a las teorías de la modernización, inspiradas en la obra de Talcott Parsons y su definición de variables-pautas para definir a la modernidad.
Frente a ambas reaccionó como un resorte André Gunder Frank con su idea del desarrollo del subdesarrollo. Lo que ocurría, explicó, es que la Europa del siglo XV logró incorporar, como una fuerza centrípeta, a todos los países a un mismo sistema que era capaz de producir desarrollo y subdesarrollo. La tesis conducía a concluir que era el capitalismo y no el feudalismo premoderno (como creían los autores inspirados en Parsons o Weber) lo que era necesario abolir. Más tarde se dedicó a refutar esas mismas ideas al sostener que el sistema mundial actual poseía un origen mucho más atrás que el europeo del XV y al moverse de un paradigma a otro, como si fuera un rebelde no solo respecto de las ideas recibidas, sino respecto de sí mismo.
Si Gunder Frank estuvo intelectualmente incómodo con lo que él mismo alguna vez había dicho, Theotônio dos Santos tuvo la particularidad, no solo de desarrollar la teoría de la dependencia (en polémica incluso con Furtado como lo muestra este libro), sino de ser un intelectual comprometido, alguien que a la vez se dedicaba a las ideas y la acción o concebía las ideas en estrecho contacto con esta última. Para él la dependencia no solo era una definición atingente a la estructura, sino a lo que la fenomenología llamaría un mundo: la dependencia crea un modo de estar en el mundo. Una manifestación de esa dependencia (que explicaría el estancamiento del desarrollo hacia dentro) sería la desnacionalización del sector industrial de los países dependientes.
Aunque Solon L. Barraclough es menos conocido, su influencia es quizá una de las más perdurables en la vida de la región de América Latina: sin él es probable que la reforma agraria, que cambió la cultura hacendal de la región y en especial de Chile, habría quedado sin uno de sus principales intelectuales. Fue, además, a juzgar por el perfil que el profesor Kay traza de él, un maestro, alguien que prefería atender a los datos, alejarse de la ortodoxia y formar discípulos y equipos de trabajo para afrontar los problemas, como la tenencia de la tierra, que aguijoneaban su inteligencia y su voluntad. Fue en este sentido un innovador (si no lo es uno de quienes impulsó la reforma agraria, ¿quién podría serlo?); pero a la vez un rebelde frente al espíritu ortodoxo de la época.
El caso de Willem Assies, intelectual holandés con formación de antropólogo, se percibe similar al anterior. Si bien la clase social parecía ser un factor a atender en los análisis sociales, algo de lo que él no pareció dudar, llamó, también, la atención sobre otras circunstancias y variables que hoy nadie se atrevería a desconocer, la etniticidad y la existencia de nacionalidades al interior de los propios estados nacionales decimonónicos. Cuestiones como ciudadanía multicultural o identidades étnicas, hoy pan de cada día en el debate, fueron subrayadas muy tempranamente por él sin temor a contrariar a las corrientes que eran principales cuando él escribía. A pesar de su preocupación intensa por los movimientos sociales e indigenistas, fue un intelectual que unía la sensibilidad antropológica con una cuidada preocupación por los datos, de manera que estuvo muy lejos de la utopía arcaica en la que el indigenismo tiende a veces a convertirse. Y esta sensibilidad le servía para polemizar, muestra de lo cual es la crítica que hace a la versión neoinstitucional de Hernando de Soto quien, con su propuesta de asignar property rights, advertía Assies, acabaría teniendo efectos adversos para las culturas comunitarias.
¿En qué consistió exactamente la rebeldía de los pensadores a que se refiere este libro del profesor Kay?
Todos fueron, desde luego, rebeldes frente a la realidad que brotaba ante sus ojos y en vez de instalarse cómodamente en ella —algo para lo cual su origen de clase y su formación les permitía perfectamente— decidieron intentar cambiarla. Pero, al adoptar esa decisión, se rebelaron también contra el prejuicio de que la acción es la única que permite transformar la realidad y, en vez de eso, creyeron que el trabajo intelectual, o si se prefiere la vocación por pensar, también permite hacerlo, algo que prueba un libro que todos ellos leyeron: El capital, que, para bien o para mal, transformó el mundo con la simple suma de sus páginas. Las ideas que ellos pensaron y escribieron, armas incruentas con las cuales participaron en la vida pública, cambiaron, casi siempre para bien, la vida de millones y modificaron nuestra comprensión del mundo social.
Al leer estas páginas —por cuya escritura hay que agradecer una y otra vez a Cristóbal Kay, en espera de que prontamente un perfil como el que él ha dedicado a estos autores, le sea a su vez dedicado a él— uno se asoma a un período fascinante de las ciencias sociales, pero, sobre todo, a un puñado de intelectuales que estuvieron persuadidos de que pensaban no para saber más, sino para hacer a la sociedad mejor, algo que es bueno recordar por estos días en que la tecnificación del saber, preocupado ante todo de contabilizar publicaciones indexadas, suele hacernos olvidar.
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PRESENTACIÓN DE CLAUDIO ROBLES ORTIZ (USACH):
Agradezco la invitación a participar en esta actividad y celebro que la Universidad Diego Portales haya decidido publicar este libro extraordinario. Confío en que, por su calidad y la relevancia de los autores y asuntos de que trata, acercará a más personas, y ojalá a jóvenes estudiantes de diversas disciplinas, al complejo e influyente trabajo académico de Cristóbal Kay. Ese trabajo ha sido, inexplicablemente, poco difundido por instituciones chilenas, en contraste con su amplia circulación internacional, especialmente en forma de numerosos artículos publicados por las más prestigiosas revistas en sus áreas de especialización. Al respecto, me permito mencionar que, según me parece, la última vez que se había publicado un trabajo suyo en Chile fue el capítulo “La transición del sistema de hacienda al capitalismo agrario en Chile Central”, que escribimos para el tomo Problemas económicos, que Andrés Estefane y yo editamos como parte de la Historia política de Chile, 1810-2010, un proyecto editorial del Centro de Estudios de Historia Política de la Universidad Adolfo Ibáñez y publicado en 4 volúmenes por el Fondo de Cultura Económica en 2018.
Mi presentación consistirá en explicar de manera concisa qué tipo de trabajos creo que son los capítulos de este libro, qué impresión me han producido y también señalar algunas razones por las cuales es de interés leerlos. Así, en lugar de una exposición centrada en los problemas y procesos tratados por los autores que estudia Cristóbal Kay, algo que excedería el propósito de esta actividad y sería un desafío formidable a mis capacidades, compartiré mis impresiones de la lectura del libro desde una perspectiva a la vez subjetiva y disciplinaria. Esta es, básicamente, la de mi experiencia como profesor e historiador, en este caso un historiador revisionista (en sentido historiográfico), dedicado al estudio de la sociedad rural chilena en un diálogo crítico con otros compañeros de tarea, entre ellos el propio Cristóbal Kay; pero también, como resultado de un inevitable ejercicio retrospectivo, una perspectiva en la que reclama participar el estudiante que hubiera tenido la oportunidad de leer en su momento trabajos como los que están reunidos en el libro.
Los artículos originales, ahora capítulos del libro, pueden ser considerados unas extraordinarias historias intelectuales sintéticas de estos notables “pensadores rebeldes”. Uso la noción “historias intelectuales” sin ninguna pretensión conceptual y porque en estos trabajos Cristóbal Kay reconstruye analíticamente la trayectoria de investigación y de participación política o pública de los autores estudiados. Se trata de una reconstrucción selectiva, que identifica y explica los problemas principales de que se ocuparon a lo largo de sus carreras, los debates a los que dichos problemas dieron lugar y, por supuesto, los argumentos e interpretaciones que estos “pensadores rebeldes” propusieron. Más aun, Cristóbal sitúa esos problemas, debates e interpretaciones en sus contextos sociales, políticos y teóricos, así como en los grandes procesos y conflictos que informaron el trabajo de los autores estudiados. Desde luego, semejante tarea no es un ejercicio sencillo, como puede apreciarse en el detallado recuento organizado en torno de las publicaciones de cada “sujeto de estudio”, las que el autor analiza precisando las circunstancias que las originaron y los enfoques y premisas teóricas con las cuales fueron elaboradas, a menudo contrastándolas con las propuestas de otros autores partícipes de los debates y, para mayor complejidad, también con sus propias ideas.
En efecto, en los debates respecto de los problemas tratados por los autores que estudia en estos capítulos, Cristóbal Kay ha sido un participante o un interlocutor. Así, puede presentar su opinión, de entonces o a posteriori, sobre el empleo de tal o cual enfoque por parte de alguno de los “pensadores rebeldes”, evaluar las contribuciones y debilidades de sus interpretaciones, señalar sus discrepancias y convergencias, así como explicarnos el impacto académico, intelectual o político que las obras estudiadas tuvieron en su momento o la suerte que corrieron posteriormente. Al mismo tiempo, Cristóbal aporta sus propias interpretaciones, reflexiones, críticas y, en ocasiones, incluso sus dudas y autocríticas. Naturalmente, para hacer todo eso se requiere un conocimiento de gran amplitud, profundidad y complejidad, sin el cual sería imposible pronunciarse sobre materias tan diversas como el intercambio desigual, la naturaleza del capitalismo periférico, la industrialización en economías subdesarrolladas, ese laberinto llamado ‘teoría de la dependencia’, la polémica —ahora casi de carácter arqueológico— sobre los “modos de producción”, la teoría del sistema mundial, la estructura agraria de América Latina, las transiciones al capitalismo agrario, la cuestión agraria, las reformas agrarias, la “cuestión indígena” o la cuestión ambiental, para mencionar algunos asuntos, ciertamente nada de sencillos.
En definitiva, los estudios que reúne este libro son también ejemplos concretos del trabajo notable de un académico que, a lo largo de su carrera, ha sido capaz de enriquecer no solo el repertorio de sus asuntos de interés, sino también el de sus perspectivas analíticas, así como el de sus interlocutores y, en virtud de su amplia producción, sus audiencias, las pasadas, las contemporáneas y, con seguridad, las futuras. Desde luego, señalo esto no como un elogio, algo que no le hace falta a Cristóbal, sino como expresión de genuina admiración, que es la impresión que me han producido estas excelentes introducciones críticas a la obra y trayectoria de los “pensadores rebeldes” que estudia.
No obstante, señalar algunas de sus muchas virtudes no debiera eximirnos de preguntarnos ¿para qué puede servir leer hoy los artículos reunidos como capítulos en el libro y por qué? Una primera respuesta es que, dada la familaridad del autor con los “pensadores rebeldes” que estudia, sus observaciones nos permiten aproximarnos a la naturaleza de las personas mismas, no por simple curiosidad, sino para conocer su forma de asumir lo que hace ya muchos años, en otro tiempo, diríamos, Paul Baran conceptualizó como “el compromiso del intelectual”, para citar el título de un trabajo que debió haber sido no solo inspirador, sino seguramente incitador. Indudablemente, esta es una dimensión fundamental para quienes trabajamos en las instituciones académicas, cuyas relaciones de poder, muy desiguales y cargadas de conflictividad, desafían cotidianamente nuestra integridad. Al respecto, hay varias “lecciones” en el libro, porque trata de grandes intelectuales cuyo compromiso político o público fue extraordinario. Sin embargo, me impresionó especialmente la figura de Willem Assies, quien, según la apreciación honesta y sin idealización que hace Kay, nos dejó una vara muy alta en materia de integridad. Pienso esto porque “era una persona extremadamente sincera, que nunca dejó de decir lo que pensaba, a quien le disgustaba la grandilocuencia y tenía poca paciencia para el protocolo y los rituales académicos. Su apariencia y comportamiento tampoco facilitaron su carrera, ni su genuina modestia o su renuencia a promocionarse ante quienes ostentaban cargos de poder en la academia”. Creo que muy pocos académicos se atreverían a ser así hoy y que, para ser franco, muchos se dedican a hacer todo lo contrario. De manera que, como decía Arnold J. Bauer, mi querido profesor en la Universidad de California en Davis, deberíamos decirle: ¡Chapeau, Willem!
Asimismo, en este libro podemos conocer, desde la perspectiva privilegiada que nos ofrece Cristóbal Kay, acerca de las prácticas de trabajo de estos intelectuales activistas, quizás también extraer lecciones útiles para nuestros propios “tiempos difíciles”. Aún hoy no es infrecuente encontrar profesores universitarios, incluso en casos de autodeclarados “progresistas”, cuyas prácticas docentes son autoritarias, sectarias y que, lejos de estimular el pensamiento crítico en las/los estudiantes, lo inhiben por medio de sus autoreferentes “clases magistrales” o fomentando cultos a supuestas “autoridades” a las que no se puede criticar, sino splo seguir obedientemente. En esta delicada materia, el libro nos ofrece una valiosa lección en la figura del eminente Solon Barraclough, un “agrarista y activista de la reforma agraria” y, sigue Kay, un intelectual “con una conciencia social que tenía los pies bien puestos en la tierra”. Era o, mejor dicho, tuvo que ser también un profesor, y me impresionó la forma como, después de muchos años, lo recuerda Cristóbal Kay en esa dimensión. Así, dice que se trataba de “una persona extraña” para sus estudiantes, recordando que “también lo era su método de enseñanza: informal e interactivo, similar a un tutorial o seminario de postgrado en el sistema universitario anglosajón, cuando lo acostumbrado eran las clases formales”. Seguramente, Barraclough era como siempre he pensado que tienen que ser los profesores: mientras más saben, más sencillos. Con profesores así, las clases participativas, basadas en la lectura rigurosa y la discusión crítica de textos con diferentes perspectivas e interpretaciones, ciertamente no solo pueden ser más democráticas y fructíferas para aprender, sino también pueden ser decisivas para prevenir tempranamente lo que podríamos llamar la “barbarie del sectarismo”.
Al mismo tiempo, en el libro es, desde luego, posible aprender de los procesos que los “pensadores rebeldes” estudiaron y debatieron, porque en los trabajos que Cristóbal Kay examina en los distintos capítulos, nos informa de los argumentos de esos estudiosos y también de los suyos al respecto. En cierta forma, entonces, es posible establecer un diálogo crítico con esos autores y con el propio Cristóbal. Un diálogo que estudiantes como yo deberíamos haber tenido en nuestras carreras de pregrado, si hubiéramos tenido cursos con profesores que nos hubieran asignado este tipo de lecturas. No fue mi caso, lamento decir, porque cursé mi carrera pregrado en los últimos años de la dictadura. Felizmente, como resultado de mis búsquedas en espacios académicos alternativos, vine a conocer el trabajo de Cristóbal gracias a la generosidad de una bibliotecaria de un centro de estudios alternativo, quien, con una coloquialidad que revelaba su cercanía con el autor, me dijo: “A ti te serviría la tesis del Kay”. Este inolvidable incidente me permitió hacer una fotocopia de la tesis “Comparative Development of the European Manorial System and the Latin American Hacienda System: An Approach to a Theory of Agrarian Change for Chile” (University of Sussex, 1971), y estudiarla para formular, a lo largo de varios años y con otras lecturas igualmente sugerentes, preguntas e hipótesis para mis investigaciones, en particular mi tesis de doctorado. Ese ejercicio fue un fructífero diálogo crítico que continuó después de manera más directa, luego de conocer al autor de la tesis en una conferencia de la Latin American Studies Association (LASA).
En el caso del capítulo sobre Solon Barraclough, uno de esos procesos de los que podemos aprender es la reforma agraria chilena, al que me referiré para explicar la idea del diálogo crítico como base de la formulación de preguntas o hipótesis. Era “un esfuerzo extraordinariamente modesto”, decía Barraclough en 1968, al tiempo que observaba que “lo que más molesta” a muchos de los terratenientes chilenos “y que estarían dispuestos a hacer todo lo posible para rectificar” no era la “pérdida de riquezas ni siquiera tierras, sino que los campesinos ya no son humildes ni deferentes”. Así, de manera directa, Barraclough nos indica que ese, nada menos, era el profundo impacto político que, a muy poco de ser implementada, o quizás desatada, ya tenía una reforma agraria diseñada al interior de un partido reformista y aliado subordinado del gobierno de Estados Unidos, para impulsar la modernización de la agricultura capitalista chilena. Esa sola observación es un punto de partida para formular más preguntas que podrían dar sentido a la investigación en historia, como, por ejemplo: ¿Qué otras consecuencias, sino unas profundamente disruptivas y desestabilizadoras de la limitada democracia chilena, podía llegar a tener un proceso con semejante impacto en la clase de grandes terratenientes que todavía era el núcleo de la oligarquía chilena? Para decirlo en términos disciplinarios, debería haberse producido una importante historiografía política de la reforma agraria y una historiografía política de Chile reciente en la que el estudio del impacto de la reforma agraria fuese un asunto central, lo que, sin embargo, no fue el caso sino hasta hace muy poco tiempo.
Más aun, entrando en materias más concretas, Cristóbal Kay nos informa que, si bien “el gobierno de Allende contemplaba iniciar una transición al socialismo (…) desconozco si ICIRA [Instituto de Capacitación e Investigación en Reforma Agraria] lanzó una línea de investigación sobre las características de un sistema agrario socialista y cómo lograrlo en Chile”. Así, aunque “en el gobierno había personas que tenían experiencia sobre formas cooperativas y colectivas de organización porque habían visitado países comunistas de Europa Oriental, Cuba, Israel y otros”, en realidad “no había una visión sistemática sobre el tema y adaptada a las circunstancias de Chile”. Esto es relevante, porque en agosto de 1971 el gobierno anunció las “nuevas formas de organización en los latifundios que iba expropiando, que tenían un carácter más colectivista y estatista”, como fueron los Centros de Reforma Agraria (CERA) y los Centros de Producción (CEPRO). De este modo, podemos hacernos la idea de que el tránsito hacia la agricultura socialista, que la Unidad Popular inició desatando un intenso conflicto con el Partido Demócrata Cristiano (PDC) y otros actores de la oposición, aparentemente no se sustentó en una robusta elaboración teórica por parte de los dirigentes de la izquierda chilena, ni mayores conocimientos sobre experiencias en otros países. Esta es una observación que podría considerarse problemática, para no decir “reaccionaria”, pero podemos tomarla como una hipótesis para la investigación sobre un asunto muy importante en la implementación de la “vía chilena al socialismo” y articularla con la “literatura especializada”, porque es consistente con la apreciación de uno de los estudiosos más importantes del conflicto social y político rural en Chile, Brian Loveman, quien en su fundamental Struggle in the Countryside. Politics and Rural Labor in Chile, 1919-1973 (Indiana University Press, 1976), subrayó que:
Desafortunadamente, el concepto de CERA se originó más en la conveniencia política inmediata y el compromiso entre los partidos políticos de la coalición de gobierno, que en esfuerzos analíticos críticos para evaluar la factibilidad económica, técnica y política de unidades de producción alternativas, junto con sus implicaciones para la justicia social en una sociedad socialista.
Si he sido confuso, les recuerdo que todavía estamos en la sección “¿Para qué puede servir leer hoy los artículos reunidos como capítulos en el libro y por qué?”. Una respuesta más general y política a esas preguntas es la pretensión, tal vez una especie de interpelación amistosa, que nos plantea Cristóbal en el prefacio. Allí señala que “quizás la lectura de la vida y la obra de estos pensadores rebeldes también sea fuente de inspiración y compromiso, y logre aportar a los lectores herramientas teóricas y prácticas para lograr las necesarias transformaciones”. Puede que después de tanta historia que ha pasado bajo el puente, semejante intención resulte una atavismo utópico para algunas personas, o una ingenuidad, dados los tiempos difíciles que vivimos. Sin embargo, espero que para otras, especialmente para jóvenes de todas las edades, sea un amistoso recordatorio de que, tal como en la turbulenta década de 1960, y como nos recuerda el nefasto y preocupante acontecimiento ocurrido recientemente en “el país del norte”, vivimos en en un mundo y en un país que requiere pensadoras y pensadores rebeldes, capaces de entender problemas y proponer soluciones, informadas ante todo por el estudio riguroso y crítico. Pensadores y pensadoras que, como dice el rector Carlos Peña, en una idea que se aplica perfectamente a Cristóbal Kay, se rebelen “contra el prejuicio de que la acción es la única que permite transformar la realidad y, en vez de eso, creyeron que el trabajo intelectual, o si se prefiere la vocación por pensar, también permite hacerlo”.
Muchas gracias, Cristóbal, por estos artículos, y a la Universidad Diego Portales por hacerlos ahora capítulos del libro. ¡Que sean inspiradores de nuevos esfuerzos por construir una sociedad mejor!
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PRESENTACIÓN DE IVETTE LOZOYA (UV):
Antes de referirme al texto que nos convoca hoy, quiero decir algunas palabras sobre el autor, Cristóbal Kay, partiendo por señalar que por su trayectoria, su biografía podría estar perfectamente en esta compilación que nos entrega.
He conocido a Cristóbal solo a partir de contactos por mail, los que comenzaron en el año 2013, por recomendación de Claudio Robles, cuando escribía mi tesis doctoral sobre los intelectuales latinoamericanos en el MIR chileno y me interesaban los espacios de producción política intelectual en Chile de los años 60. Claudio me dio dos datos claves para mi investigación: el primero, fue sobre la existencia de los estudios de Silvia Hernández, investigadora del CESO (Centro de Estudios Socioeconómicos de la Universidad de Chile) a fines de los años 60, que investigaba sobre la formación social chilena a partir del análisis de las relaciones de propiedad y producción en el campo, y que fue militante del MIR.
Además, me habló de Cristóbal Kay, quien —me dijo— había sido un actor relevante en el proceso que yo estudiaba porque en esos años (los 60) era un joven investigador que también trabajaba en el CESO.
Le escribí entonces y muy amablemente me respondió una extensa entrevista escrita que luego apareció publicada en la revista argentina Historia, Voces y Memorias en el año 2013.
En su mail de respuesta me felicitaba por la investigación que estaba realizando, señalando: “Hay que recuperar la (verdadera) memoria del pensamiento y creatividad de los intelectuales durante la época de los gobiernos de Frei M. y de Allende”.
A partir de ahí hemos quedado en contacto. El profesor tiene la deferencia de enviarme noticias de sus publicaciones y de otras que considera de interés. Me contó hace unos meses de la aparición del libro Pensadores rebeldes, el que compré y no dudé en aceptar cuando me pidió que lo presentara. Su invitación me honra.
Entre el libro y la entrevista que le realicé en el año 2013, hay una relación, la aproximación de Kay a la época y a los sujetos es desde la experiencia, la convivencia en la época y en los espacios de pensamiento, por lo que en esta oportunidad me gustaría comentar algunos aspectos del libro basándome también en parte de la entrevista que me concedió en el año 2013.
El libro Pensadores rebeldes presenta la trayectoria de intelectuales destacados a lo largo de su vida por su producción, pero también por su posición frente a la realidad. Los sujetos que Kay destaca son algunos que hicieron investigación, escritura académica, pero también política, no solo en los intensos años 60, sino en su trayectoria de vida.
Respecto a las discusiones desarrolladas en Chile en los años 60 y los primeros 70, Cristóbal Kay señalaba en la entrevista del 2013:
Había otras visiones fuera de la marxista, pero la mayoría de los cientistas sociales de renombre eran de izquierda (aunque no necesariamente marxistas, por ejemplo Osvaldo Sunkel), influenciados por el marxismo (por ejemplo Fernando Henrique Cardoso) o marxistas (por ejemplo Ruy Mauro Marini). Respecto a André Gunder Frank, muchas personas lo consideraban un marxista, pero él mismo nunca se declaró marxista. Otros autores se declaraban marxistas pero en realidad tenían poco conocimiento del marxismo o lo utilizaban muy superficialmente. Además había diferencias entre los marxistas.
Estamos hablando, entonces, de una producción situada en un contexto de prestigio de la izquierda, pero también de prestigio del intelectual. En ese sentido, las trayectorias que Kay destaca en su libro son de sujetos que, si bien pudieron abandonar o discutir con algunos de sus postulados de los 60 y 70, no abandonaron su posición desde la izquierda (tal vez, pensando en las ideas de los años 60, con Prebisch es posible relativizar la afirmación sobre el posicionamiento de izquierda: hoy estaría más que integrado a ese sector).
A través del análisis de la trayectorias político-intelectuales de los pensadores, es posible identificar los debates de época, las preocupación de los pensadores en distintos tiempos. En este libro, por ejemplo, podemos observar cómo se clausura el debate sobre la revolución y cuáles son las nuevas preocupaciones que se incorporan al pensamiento social. Este cambio resulta más que evidente cuando vemos que muchos de estos pensadores al igual que Gunder Frank estaban ideando teoría sobre la dependencia en los 60 y luego pensando la economía mundial en los 80. Al igual que otros que, preocupados del agro y del análisis de las formas de propiedad de la tierra, pasaron a teorizar y analizar las demandas indígenas y su conformación como movimiento social.
Este libro, pensado para resaltar las trayectoria de estos rebeldes intelectuales, también nos permite reconocer la importancia de los espacios de producción y cómo la función intelectual se traspasa a las instituciones que operan en la época. Con esto me refiero a que, si seguimos la definición de intelectual, diremos que son aquellos pensadores que se inmiscuyen en asuntos que parecen no ser propios: en los debates sociales, es decir, en la política. Asimismo, las instituciones no académicas por las que pasaron estos pensadores rebeldes no solo definían políticas o daban orientaciones “técnicas”, sino que también promovían el pensamiento y el debate. Estoy pensando en la CEPAL, ICIRA y otras destacadas en el libro y sobre las que Cristobal me contaba en la entrevista referida. En ella decía que “además de la CEPAL, Flacso, CESO, CEREN, funcionaban en Santiago una serie de otras instituciones internacionales como la FAO, ILPES, CEDEM, etc., o chilenas pero con apoyo internacional tales como ESCOLATINA, ICIRA, etc., que atraían profesionales de alta calidad de A. L. y de otras partes del mundo”.
En relación al vínculo de los pensadores y las instituciones, me pareció muy atractiva la definición que Kay usa para referirse a la función en la época de Prebisch: me refiero al concepto de activista institucional; a través de esta definición es posible notar cómo las instituciones son pensadas y juegan un rol distinto para los diferentes tipos de intelectuales según su propuesta de transformación. Si para Prebisch las instituciones eran los espacios donde debían promoverse los cambios, para otros no eran suficientes. Pensaba, por ejemplo en el grupo de marxistas como Harnecker, Marini, Dos Santos, que perteneciendo al CESO y CEREN, donde publicaban y debatían, se decidieron a fundar la revista Chile Hoy en 1972, para establecer un vínculo más cercano y político con la ciudadanía de la época (Marini además funda la revista Marxismo y Revolución). Sin duda, esto es una actitud distinta al institucionalismo de Prebisch.
Otros dos aspectos visibles en el análisis de las trayectorias que destaca Kay son los debates y las redes, ambos bastante ausentes en la realidad chilena actual. Respecto al primer punto, podemos observar en la descripción de la trayectoria de los pensadores que el debate fue intenso al interior de la misma izquierda en los años 60. Si bien uno puede observar que la teoría está pensada para interpelar al capitalismo y a los pensadores liberales o clásicos, es el debate dentro de la izquierda el que adquiere mayor intensidad y en el que se puede distinguir claramente los sujetos a quienes se interpela. Ejemplo de ello es la acusación de circulacionista a André Gunder Frank, en la que participan algunos destacados por Kay, y la crítica de Theotônio Dos Santo a Marta Harnecker, por su forma de leer el capital influido por Althusser.
Sobre la contraparte, es decir los intelectuales conservadores, el alto grado de efervescencia social generó que en las universidades los espacios intelectuales se dividieran de acuerdo a las definiciones políticas.
Cristóbal recuerda en la entrevista: “Por ejemplo, la Facultad de Economía y Administración de la U. de Chile se divide en dos, cada uno con distinto nombre; los de izquierda estaban en la Facultad de Economía Política, aunque no todos los miembros de dicha facultad eran necesariamente de izquierda, quizás había un pequeño grupo de democratacristianos en algunos de los centros e institutos adscritos a dicha facultad. Hubo un conflicto similar en el Instituto de Estudios Internacionales de la U. de Chile, donde hubo una toma de los grupos de izquierda que estaban en disputa con la directiva”. Al tener presentes estos elementos, la lectura del libro se hace mucho más dinámica y se pueden establecer muchas conexiones entre los sujetos y sus tiempos.
Sobre las redes e intercambios, las biografías dan cuenta de cómo se conforma una comunidad, y en esto es posible profundizar.
Kay dice en la entrevista:
Sin duda que había un flujo de intelectuales entre dichos espacios. Por ejemplo, el CESO invitó a Fernando Henrique Cardoso, que en esa época trabajaba en ILPES, para que diera un ciclo de charlas sobre teoría sociológica (Marx, Durkheim y Weber) en el CESO. También se invitó a personas como Aníbal Quijano (creo que estaba adscrito al ILPES, pero pudo ser también la CEPAL) a dar charlas en el CESO sobre marginalidad y dependencia, y a FHC sobre dependencia, entre otros investigadores de la CEPAL e ILPES. Varios profesores de ESCOLATINA eran investigadores de la CEPAL (Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel, entre otros). Sunkel también fue profesor en la PUC por algunos años. Solon Barraclough de ICIRA dio un curso sobre cuestiones agrarias en ESCOLATINA y varios profesores de la U. de Chile y otras universidades también trabajaban para ICIRA.
La reconstrucción de la vida intelectual de los pensadores permite reconocer esos vínculos y redes, comprender cómo el pensamiento nace en interrelación con otros sujetos, los tiempos y los espacios, y eso queda muy claro en el texto de Kay.
El libro Pensadores rebeldes permite la aproximación sincrónica y diacrónica al pensamiento social. La confluencia en Chile de estos intelectuales permite analizar la realidad del pensamiento sociopolítico en Chile entre fines de los años 50 y hasta el 73, pero también, siguiendo la trayectoria de los pensadores hasta los años 90, podemos observar cómo cambian los contextos de enunciación, los debates, las preocupaciones y las propuestas de los autores.
Como apreciación final, puedo decir que el libro tiene además el valor de presentar a los sujetos y su pensamiento en un texto ameno, que destaca experiencias y propuestas en un lenguaje comprensible para un lector no familiarizado con el lenguaje académico. En lo personal me di el gusto de leer, parar en algunas afirmaciones para pensar, hacer anotaciones, revisar otros textos, y seguir disfrutando de un libro genial en contenido y forma.
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PRESENTACIÓN DE MARTÍN ARBOLEDA (UDP):
También quiero empezar mi presentación con una anécdota autobiográfica. Conocí a Cristóbal cerca del 2019 cuando fue el editor de un artículo que publiqué en la revista Journal of Agrarian Change y desde ese momento hemos seguido en contacto. El año pasado vino a Chile y salimos a caminar juntos por el barrio República. Tuvo la generosidad de regalarme El capitalismo dependiente latinoamericano de Vânia Bambirra, un libro de quien también fue una gran pensadora rebelde de la región, e investigadora del Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO) de la Universidad de Chile. Caminamos por las antiguas instalaciones del CESO y con mucha generosidad empezó a hablarme de lo que había sido ese circuito intelectual del cual él había hecho parte. Tuvimos esta conversación mientras apreciábamos la cultura material y la riqueza arquitectónica de un barrio que en ese momento de la historia fue uno de los principales epicentros del pensamiento global sobre el desarrollo y el subdesarrollo.
Este libro creo que es muy importante, y de hecho se inserta en un grupo de libros sobre esta misma temática, los cuales han sido publicados de manera reciente. Actualmente hay un revival sobre las teorías del desarrollo y la dependencia, y más en general sobre las teorías del desarrollo que surgieron desde el Tercer Mundo en el marco de la Guerra Fría global. Este revival se explica en gran medida por la crisis o desgaste de las teorías sociológicas de la globalización que estuvieron muy en auge en la década de los 90 y en adelante: ideas de modernidad líquida, sociedad de redes, sociedad del riesgo, cuyo lugar común consistía en que postulaban de alguna manera la erosión del poder estatal o de la soberanía estatal ante la fuerza avasalladora de flujos financieros, de las tecnologías de comunicación y la información, flujos migratorios, etc. Hace unos años, sin embargo, la naturaleza jerárquica y asimétrica del sistema interestatal ha quedado nuevamente en evidencia, mostrando que tiene una persistencia impresionante, evidenciada particularmente en el auge de guerras imperialistas, de alineamientos de nuevos bloques geopolíticos, de fronteras militarizadas y amuralladas, y de una creciente tendencia hacia el proteccionismo económico. Hace tan solo unas semanas, la nueva conferencia del BRICS tuvo una postura muy confrontacional con la supremacía del dólar en la economía mundial y con todo lo que significa esto en términos políticos. La elección misma de Trump avizora un mundo en donde nuevamente pasamos de esta suerte de sociedad de redes o de flujos, hacia un sistema más esclerótico, asimétrico y estructurado en torno a estrictas jerarquías internacionales. En consecuencia, las relecturas de teorías latinoamericanas del desarrollo no son un ejercicio arqueológico de recordar qué es lo que se escribió en un momento del tiempo; de hecho, se enmarcan en un esfuerzo para ofrecer claves que permitan entender este nuevo mundo que se abre frente a nuestros ojos, y que de hecho quizás no es tan nuevo. O más bien, es un mundo que pese a los avances tecnológicos y a sus dinámicas propias, pareciera guardar importantes patrones de continuidad con momentos previos.
Además, años recientes también han dejado en evidencia la persistencia de una cuestión nacional. Las teorías de la globalización, por su parte, estuvieron fundamentadas en una suerte de cosmopolitismo en el que existían multitudes sin naciones, así como imperios sin estados. El auge de las extremas derechas, como lo hemos visto en estos tiempos, muestra que aún existe una adhesión muy fuerte de las clases trabajadoras por sus símbolos nacionales. Además de ser importante como contrapunto a los sentidos comunes que instalaron las teorías de la globalización, este libro también hace una contribución desde una perspectiva más técnica e historiográfica. Esto por cuanto se inserta en una nueva corriente de relectura de estas corrientes teóricas, pero desde las trayectorias biográficas y personales de sus protagonistas. El libro de Ivette Lozoya, Intelectuales y revolución, es uno de los importantes, pero también está el libro de Margarita Fajardo sobre la CEPAL, The World that Latin America Created; también el libro de Christy Thornton sobre el rol de economistas mexicanos en la conferencia Bretton Woods, Revolution in Development; los libros de Tanya Harmer sobre la guerra fría y, en especial, su biografía de Beatriz Allende. Y así varios otros, donde se ofrece una mirada a las teorías del desarrollo y la dependencia no desde arriba, como usualmente se había hecho en la literatura, sino desde abajo, y sobre todo desde los ojos de sus protagonistas.
La particularidad de este libro, creo yo, es que no solamente articula la visión de los protagonistas, sino que lo hace reclamando y usando la primera persona. Esto es algo que por supuesto no está en los libros que acabo de mencionar porque son autoras que no hicieron parte de esa generación de intelectuales. Hay algo muy poderoso acerca de este registro de escritura en primera persona de alguien que fue también miembro y protagonista de esta tradición. Además, Kay escribe como alguien que jugó un rol muy fundamental en la difusión global de estos paradigmas de pensamiento. Al ser escrita en inglés, la obra de André Gunder Frank era la que más se conocía internacionalmente. Sin embargo, el libro de 1989 de Cristóbal Kay, Latin American Theories of Development and Underdevelopment, puso en el mapa global las contribuciones de autores latinoamericanos que no escribían en inglés, y es un libro que hasta el día de hoy sigue siendo citado y discutido como un gran clásico; un clásico que, creo yo, debería ser urgentemente traducido al español, porque llenaría un gran vacío intelectual.
Otra de las cosas que yo creo que es importante de este libro es que de alguna manera plantea la centralidad que asumía el problema del desarrollo en el pensamiento de estos autores. Desde muy distintas ópticas, estos autores de alguna manera vienen a solventar un déficit de imaginación de futuro que existe hoy en día dentro del progresismo latinoamericano, donde el tropo maestro termina siendo siempre la desigualdad o la redistribución. Parece que en estas dos ideas se agota la discusión. Si bien la redistribución es sin duda alguna muy importante, es a su vez insuficiente si no se tematiza también la cuestión de la producción de la riqueza. Desde distintas ópticas, Prebisch, Furtado, Frank, Dos Santos, Assies y Barraclough, los personajes de este libro, se abocaron de lleno al problema del desarrollo; sobre todo, desarrollo no entendido en términos de crecimiento o de modernización. La interpretación neoestructuralista de desarrollo que hoy predomina, en general tiende a concebir este concepto como sinónimo de crecimiento o de modernización. En sus versiones más progresistas, el neoestructuralismo concibe el desarrollo exclusivamente en términos de “crecimiento con equidad”. Algo que es muy importante y que aparece como un hilo conductor que atraviesa todos los capítulos de este libro, es el hecho de que para estos pensadores rebeldes el desarrollo no es sinónimo de modernización o de crecimiento, sino que implica un cambio cualitativo en la estructura productiva y tecnológica de las economías nacionales. Es decir, no producir más, sino transformar la matriz productiva. Hoy en día se asume que las industrias del litio o del hidrogeno verde serían desarrollo. Sin embargo, estos autores dirían con vehemencia que no lo son, puesto que su operación no implica una transformación cualitativa de la economía. Los atributos y las características de la canasta exportadora del país no se verán transformados en lo más mínimo porque se venda litio, mientras el contenido científico-tecnológico de las exportaciones siga siendo bajo.
De acuerdo con lo anterior, hay algo muy importante no solamente en el carácter de estos autores en tanto teóricos del desarrollo sino también del subdesarrollo como un fenómeno análogo y complementario al primero. Con esto, los autores cubiertos por Kay en este libro se establecen como un contrapunto fundamental a las teorías lineales y mecanicistas de la modernización que vienen de Rostow, pero también de Parsons. Celso Furtado es uno de los primeros en cuestionar las teorías de la modernización que entienden el subdesarrollo y el desarrollo como dos etapas sucesivas. Más que como una etapa, Furtado argumentaba, el subdesarrollo se debe entender como una forma específica de la subordinación internacional. En palabras de Kay: “Al igual que André Gunder Frank, pero bastante antes que él, Furtado argumentó que el desarrollo y el subdesarrollo son parte del mismo proceso histórico, solo diferentes caras del sistema capitalista global. Como el subdesarrollo es un fenómeno específico, requiere un esfuerzo de teorización autónoma”. En consecuencia, el subdesarrollo no es atraso sino más bien dominación.
La clásica pregunta de por qué las economías latinoamericanas mantienen un patrón de inserción periférica en la economía mundial, sin embargo, es una pregunta que el pensamiento latinoamericano ha abandonado. Por esta razón, es muy importante volver a estas tradiciones para tematizar el problema del subdesarrollo. Si bien el subdesarrollo pareciese ser un concepto anacrónico, hace poco un informe de la UNCTAD mostró que en la década de los 90 Chile parecía estar más cercano a economías como las de los Tigres Asiáticos, los cuales pasaban en ese momento por un proceso de impulso industrial y de modernización tecnológica, mientras que hoy en día el país exhibe características más propias de la de una economía clásica monoexportadora y de commodities. Entonces, el hecho de que la pregunta misma acerca una estrategia industrial haya desaparecido del imaginario colectivo, tanto de los tomadores de decisiones como de la intelectualidad de izquierda o progresista, es algo que debería ser preocupante.
Otro aspecto que destacable de este libro, y que considero que traza una línea de continuidad con lo que ha sido la obra de Cristóbal, es el hecho de que evita el tipo de sectarismo con el que se tiende a caracterizar las distintas corrientes del pensamiento latinoamericano sobre desarrollo y subdesarrollo. A veces estas etiquetas pueden ser útiles como una heurística para poder entender la configuración del campo intelectual, pero a veces se reduce a una dinámica de trincheras donde están los revolucionarios y los marxistas por un lado, los estructuralistas y los reformistas por el otro. Una proeza de este libro es que supera esta visión de trincheras y logra ofrecer una visión panorámica que incluye pero que al mismo tiempo vas más allá de los matices, logrando presentar a toda esta tradición en términos de una corriente o una escuela en sí misma. De hecho, en su libro de 1989 él le llama a esta corriente “la escuela latinoamericana del desarrollo y el subdesarrollo”. Verlo en esos términos nos permite también posicionar la particularidad del pensamiento latinoamericano dentro de los términos más amplios del marco de discusión en el pensamiento global. Creo que esto no es nada menor, pues precisamente la visión impide poder apreciar la particularidad de esta contribución respecto del pensamiento de otras regiones del mundo.
Otro aspecto destacable de Pensadores rebeldes es el hecho de que el libro evita una suerte de sesgo industrialista que es usual en las corrientes del pensamiento del desarrollo estructuralista y dependentista. Muchos de los autores de estas corrientes se enfocaron principalmente en políticas industriales, manufactura o producción, estrategias productivas fabril-manufactureras, mientras que la cuestión de las reformas agrarias, la cuestión campesina, indígena y de la ruralidad, quedó un poco en el trasfondo. Entonces, al incluir los capítulos de Solon Barraclough y de Wilhelm Assies, Kay muestra de qué manera este tipo de cuestiones también rondaron los debates sobre desarrollo y subdesarrollo. De hecho, gran parte de lo que caracteriza la propia contribución de Cristóbal a estas corrientes de pensamiento tiene que ver con los aportes que ha hecho en el ámbito de los estudios agrarios y de la economía política rural. Reconstruir la relevancia que tuvieron estos temas no es nada menor, pues la teoría de la dependencia en ninguna de sus vertientes se ocupó de manera sistemática del problema de la renta de la tierra, por ejemplo. A mi parecer, esto constituye una laguna muy importante, pues es particularmente grave que el problema de la renta de la tierra no haya suscitado tanto interés, particularmente en países cuya especificidad histórica consiste en la exportación de materias primas.
Antes de cerrar, también quiero referirme al título de este libro. Esto por cuanto me pareció que el título es increíblemente sugerente. Hablar de Pensadores rebeldes, sobre todo en un momento en que la rebeldía parece haberse vuelto de derecha, es muy importante, e incluso urgente: ¿qué significa la rebeldía hoy?. En este sentido, es interesante el planteamiento que hace el rector en el prólogo, sugerentemente titulado “Rebeldes con causa”. En la década de 1960 había un debate muy grande en la sociología latinoamericana acerca de la idea de la causa y de una sociología comprometida —una que pudiera ser simultáneamente comprometida y científica. Orlando Fals-Borda, en particular, empleaba el concepto sartreano de engagement, entendido como compromiso, para argumentar que todos los intelectuales sirven a una causa. Así no lo declaren, e incluso así no lo sepan, cada una y uno de nosotros sirve los intereses de alguien o algo, y por ende es un deber moral y ético no solamente abrazar una causa sino también declararla. Toda la discusión en torno al espinoso tema del acto de toma de postura, muy discutido en la filosofía existencialista y en algunos humanismos del siglo XX, no solamente involucraba la adhesión orgánica a militancias, sino que se dio en un entorno muy efervescente de organización política dentro de las universidades.
Por supuesto, la toma de postura no implicaba necesariamente una degradación del oficio o del quehacer de la producción intelectual. De hecho, parte de lo que hacía de estos intelectuales unos “rebeldes”, era el hecho de que no se veían a sí mismos como meros portavoces de movimientos sociales, como sucede hoy en día en cierta academia que supone que para ser radical hay que simplemente actuar como correa de transmisión de lo que dicen los movimientos sociales. Era una postura más compleja y más expansiva: esto por cuanto tomaba en serio la capacidad emancipatoria tanto del pensamiento como de la ciencia. De hecho, había una reivindicación directa del método científico, una vocación hacia la escucha de los grandes problemas ciudadanos. Esto es, no solamente de los problemas del movimiento que a me interesa particularmente a mí, sino de los problemas de las mayorías. Sobre todo, y como lo planteaba Eduardo Hamuy, fundador del CESO, el avance en las ciencias sociales requería un acto de humildad al tomar las intuiciones, demandas y aspiraciones del pueblo trabajador, para luego pasarlas a través del cedazo del rigor teórico-metodológico, y devolverle estas intuiciones en la forma de conocimiento científico. En fin, había una reivindicación de la ciencia como una herramienta que podía ayudar a solucionar y confrontar los grandes problemas que enfrentaban las sociedades latinoamericanas, y que hoy se hace particularmente relevante ante un giro decolonial que ha generado una tendencia hacia una creciente desconfianza de la universidad, y sobre todo de la universidad latinoamericana.
Dentro de algunas tradiciones de pensamiento actuales existe la suposición de que la universidad es una institución irremediablemente colonial, blanca, patriarcal. Esto ha conllevado una suerte de deshistorización o de borradura histórica de momentos en los que la universidad latinoamericana estuvo puesta al servicio de los grandes problemas ciudadanos, y como consecuencia logró un amplio nivel de legitimación social. El pensamiento que caracteriza este libro, entonces, es rebelde porque adopta el enfoque de la crítica social interna o inmanente: esto es, no descartar el horizonte normativo de la modernidad sino más bien disputarlo y resignificarlo con el fin de realizar el potencial emancipatorio que hay en él. Hoy en día también está muy de moda decir que el desarrollo es una falacia, un invento europeo o una imposición neocolonial. En vez de rechazar la idea del desarrollo, esta intelectualidad rebelde se la apropió para construir un vocabulario que pudiera ser puesto al servicio de la emancipación de la clase trabajadora, ampliando y radicalizando su contenido hacia formas más democráticas e inclusivas. Esto les permitió hablar en una gramática que era inteligible para el pueblo trabajador, y con ello lograron conquistas sociales y políticas gigantes. En este sentido, el libro en sí mismo es una invitación a poder ponernos en contacto con el espíritu de esos tiempos y replantearnos la pregunta de por qué este tipo de modelo de producción de conocimiento desapareció, y qué significaría recuperarlo y reivindicarlo.
Pensadores rebeldes, Cristóbal Kay, Ediciones UDP, 2023, 195 páginas, $26.000.