Svetlana Alexiévich: en la piel del hombre rojo

Sus libros se arman a partir de cientos de voces que dan cuenta de sus experiencias particulares bajo la URSS. Es lo que ella llama “el hombre pequeño”, aquel que suele ser una cifra en el gran relato de la Historia y que vivió las victorias y derrotas de la utopía comunista.

por Álvaro Matus I 26 Septiembre 2018

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El Premio Nobel de Literatura contribuye a la difusión de una obra muchas veces desconocida, pero pocas veces los ganadores se convierten en escritores leídos en forma masiva. Lo que ha sucedido con Svetlana Alexiévich es raro. Incluso en un país como el nuestro, tan despreocupado por lo que sucede más allá de sus fronteras, los libros de la escritora bielorrusa ingresan al ranking de los más vendidos. Se la lee y se la comenta, en gran medida porque viene a arrojar una luz nueva sobre la Unión Soviética, distinta a la que conocíamos por medio de Joseph Brodsky, Ana Ajmatova o Alexander Solzhenitsyn.

El trabajo de Alexiévich, periodista de 69 años, consiste en dejar hablar. Sí, algo también raro en una época narcisista: rehuir el protagonismo y escuchar, escuchar, escuchar: que el tono, la sintaxis y los matices del lenguaje oral fluyan libremente hasta reconstruir un clima emocional. Mejor, los sentimientos que están detrás de los sucesos. Sus libros se arman a partir de cientos de voces que dan cuenta de sus experiencias particulares bajo la URSS. Es lo que ella llama “el hombre pequeño”, aquel que suele ser una cifra en el gran relato de la Historia y que vivió las victorias y derrotas de la utopía comunista. Todos sus textos, de algún modo, componen un solo libro, el libro del hombre rojo.

La guerra no tiene rostro de mujer debió esperar la perestroika para salir a la luz pública, en 1985, y así todo la escritora tuvo que enfrentar una acusación por “mancillar el honor de la Gran Guerra Patriótica”. Por Los muchachos de zinc (1989), sobre la invasión soviética en Afganistán, también debió comparecer ante un tribunal, y desde 1991 Alexiévich estuvo refugiada en Francia, Alemania, Italia y Suecia. No en vano, tras ganar el Nobel dijo que el galardón le permitiría “comprar libertad”, ya que ha sido permanentemente marginada por las autoridades del gobierno ruso (de Putin) y bielorruso (de Lukashenko).

El trabajo de Alexiévich, periodista de 69 años, consiste en dejar hablar. Sí, algo también raro en una época narcisista: rehuir el protagonismo y escuchar, escuchar, escuchar.

Los muchachos de zinc, que es el último libro traducido a nuestro idioma, ejerció un efecto poderoso en la mentalidad de la escritora. Hija de un militar que hasta el día de su muerte perteneció al partido, antes de esa guerra Alexiévich creía, según sus palabras, en el “socialismo con rostro humano”. Incluso ahora, jamás se refiere en forma despectiva a quienes consideran que los argumentos del socialismo siguen en pie. Le duele ver que hoy la división es “entre los que pueden comprar cosas y los que no”. Pero de todos modos, cuando vio a los escolares en Afganistán matando a gente que no conocían y en un territorio desconocido, perdió toda ilusión.

Después vino su libro sobre la tragedia de Chernóbil y El fin del homo sovieticus, su trabajo de mayor alcance. Este año, cuando se conmemoran los 100 años de la Revolución Rusa, leer a Alexiévich es como meter la cabeza entre los escombros y ver los efectos sicológicos que el fracaso del comunismo tiene, incluso hoy, en los habitantes de ese imperio desmembrado.

 

Ilustración: Daniela Gaule.

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