Diálogo de sordos

A partir del big data, el zoólogo Peter Turchin identificó ciertos patrones en la historia de la humanidad que permiten explicar por qué se integran o desintegran los Estados. Por supuesto que están presentes el estancamiento de salarios y el aumento de la desconfianza en las instituciones, pero lo sugerente es el acento que coloca en las disputas entre élites (políticas, estatales, empresariales, intelectuales) incapaces de establecer acuerdos mínimos y delinear un horizonte común. ¿Suena conocido?

por Claudio Fuentes S. I 20 Noviembre 2024

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Peter Turchin acaba de publicar un nuevo libro titulado End of Times, “El fin de los tiempos”, traducido al español como Final de partida. Partamos por explicar quién es Peter Turchin. Nació en la entonces Unión Soviética y se formó en la disciplina de biología en la Universidad del Estado de Moscú. Su padre, un físico y pionero en la inteligencia artificial, fue un disidente que se exilió junto a su familia en Estados Unidos, a comienzos de los 80. Allí, su hijo continuaría sus estudios, primero en la Universidad de Nueva York y luego en la Universidad de Duke, donde obtendría un doctorado en zoología.

Por lo mismo, su trayectoria es curiosa. Él mismo reconoce en la introducción de este volumen que siempre estuvo interesado en la teoría de la complejidad, y que aprendió mucho en el campo de la biología sobre los factores que determinan la evolución de las especies. Provisto de estas herramientas científicas, comenzó a interesarse en la evolución de la humanidad, aplicando modelos matemáticos y análisis estadístico para intentar explicar por qué estamos donde estamos. Mejor, cuál sería el sentido de la vida, si es que lo tuviera. Turchin es fundador de un megacentro de datos históricos (Seshat) y es uno de los pioneros de la cliodinámica, el estudio transdisciplinario que busca explicar los ciclos históricos de larga duración incorporando dimensiones como la evolución cultural, la historia económica y las dimensiones macroestructurales de la sociología.

Esta acumulación de datos procura interpretar y predecir el surgimiento, evolución y caída de los grandes imperios, grandes dinámicas demográficas, así como crisis significativas del mundo contemporáneo. Se busca así aplicar el método científico a la historia, tema de por sí polémico por las implicancias que tiene: ¿es posible identificar factores definitivos que explican los grandes eventos sociales que enfrentamos en nuestras sociedades? Y si es así, ¿podemos anticipar el devenir de un mundo cada vez más interrelacionado y, por lo mismo, complejo?

Aquí se plantea una cuestión fundamental y que ha cruzado los debates en las ciencias sociales y humanidades. Me refiero al debate entre el determinismo social y las contingencias casuales que podrían definir a las sociedades. Para algunas personas, es posible identificar ciertas dimensiones, factores o variables que determinan el acontecer social, llámese conflicto de clases a nivel nacional o concentración de poder militar en la esfera internacional. Para otras personas, la evolución del acontecer social está más bien definida por el azaroso proceso de acontecimientos que no es posible predecir, eventos contingentes que provocan dinámicas impredecibles y que van llevando al mundo por insospechados caminos.

Turchin se inscribe en la primera perspectiva. Entiende que es posible identificar ciertos patrones en la historia de la humanidad de los últimos 10 mil años y que permiten explicar, por ejemplo, por qué se integran o desintegran políticamente los Estados. En Final de partida intenta explicar por qué en sociedades complejas se dan oleadas recurrentes de inestabilidad política y hasta qué punto es factible predecir las condiciones de aquella inestabilidad.

Para el autor, antes de que se produzca la inestabilidad política en las grandes potencias, es posible registrar un estancamiento o disminución en los salarios. Aquello produce una brecha cada vez mayor entre pobres y ricos, que a su vez produce descontento y desconfianza social. A lo anterior se suma una sobreproducción de jóvenes con titulaciones superiores, lo que implica un descontento intraélites. La brecha social impulsa un sobreendeudamiento del Estado para responder a tales demandas, lo que genera las condiciones de inestabilidad. Así, estancamiento de salarios, brecha ricos-pobres, incremento de la deuda pública y aumento de la desconfianza social son las cuatro condiciones que en todo momento histórico están presentes —de modo interrelacionado— previos a un período de inestabilidad política.

Para documentar este ciclo anticipatorio a las crisis, Turchin pasa revista a casos históricos (China, Francia, Inglaterra) y a casos más contemporáneos, como Estados Unidos en el siglo XX y XXI.

La segunda dinámica [señalada por Turchin] se refiere a la concentración de riqueza de aquellas élites y que afectan el bienestar en su conjunto. Aquello generaría un problema que el autor esboza así: ‘Cuando el peso de la cúspide de la pirámide social resulta excesivo, las consecuencias para la estabilidad social son nefastas’.

En esta obra se pone especial énfasis en el rol de las élites, porque en la secuencia causal es clave comprender los conflictos intra-élites. Pero ¿qué es la élite?, se pregunta. La respuesta descriptiva es que pertenecen a la élite “quienes ostentan el poder”. Por poder se entiende un complejo set de atributos: quienes están en la cúspide de las decisiones políticas; quienes tienen riqueza y la utilizan para ejercer influencia; quienes participan del aparato burocrático-administrativo y que ejercen influencia para tomar decisiones, y quienes ejercen influencia a través de ideas o ideologías.

Turchin observa que existirían dos dinámicas a las cuales hay que poner atención. La primera se refiere a la competencia de diversos grupos de estas élites por controlar el poder. Las élites tienden a especializarse de acuerdo con la función social que cumplen: empresarial, política, intelectual, burocrática. Se produciría una sobreproducción cuando la demanda por puestos de poder supera con creces a la oferta.

La segunda dinámica se refiere a la concentración de riqueza de aquellas élites y que afectan el bienestar en su conjunto. Aquello generaría un problema que el autor esboza así: “Cuando el peso de la cúspide de la pirámide social resulta excesivo, las consecuencias para la estabilidad social son nefastas”.

¿Qué se puede hacer, entonces, para prevenir que todo esto ocurra?

La respuesta se encuentra en aquellos momentos que han permitido estabilizar o equilibrar los sistemas políticos. Lo fundamental, plantea el autor, es la existencia de un contrato social o acuerdo entre el Estado, trabajadores y empresarios para equilibrar sus intereses. Aquello sucedió a comienzos del siglo XX en los países nórdicos o, por ejemplo, en Estados Unidos con el New Deal de mediados de los 40. En este último caso se trató de un acuerdo informal, no escrito, que permitió un crecimiento económico sostenido en dicho país, pero que, al mismo tiempo, mejoró las condiciones laborales y de bienestar general de los trabajadores. Dicho contrato comenzó a debilitarse e incluso romperse a fines de los años 70, lo que implicó una reducción de la calidad de vida de las grandes mayorías ciudadanas y una concentración de la riqueza de las minorías más acaudaladas de dicho país. Se estancaron los salarios, la expectativa media de vida cayó y se incrementó la brecha ricos-pobres.

Se genera una sobreproducción de las élites, que se asocia con la generación de un segmento pequeño pero relevante de grupos sociales que aspiran a llegar a la cumbre de la pirámide de riqueza, pero que debido a las condiciones de crisis social y económica no pueden acceder. Se produce una competencia intraélites que termina debilitando la cohesión y confianza social, “la sobreproducción de las élites y los conflictos intraestatales que esta ha engendrado han socavado gradualmente la cohesión cívica y el sentido de cooperación nacional, sin el cual los Estados se pudren rápidamente por dentro”. El argumento desarrollado en este libro se basa en millares de cruces de variables. Turchin sostiene que los elementos que se repetían en forma constante en una y otra observación era la mecánica macro-histórica recién descrita.

Como corolario de todo aquello, anticipa Turchin, se agrava la desconfianza en las instituciones y se produce una creciente fragilidad que culmina con el desmoronamiento de las normas sociales que rigen el discurso público y el funcionamiento de las instituciones democráticas. La crisis de desconfianza termina sellando una crisis más profunda de aceptación de las normas básicas de relacionamiento.

Si el análisis de Turchin es correcto, entonces esta teoría podría trasladarse a otras realidades. Examinemos el caso de Chile por un momento y centrémonos en los últimos 40 años. Aunque las condiciones originales del crecimiento económico fueron establecidas en dictadura, al inicio del retorno a la democracia se instituyó un pacto —en mi opinión implícito— de las élites gobernantes, empresariales y burocráticas. Se comprendió que el único camino para el progreso era apostar por un modelo extractivista intenso en exportaciones y un marco acotado pero eficiente de políticas de reducción de los niveles de pobreza. Una de las características de este ciclo fue la expansión de la educación superior, acompañada de una fuerte diversificación de las élites. Surgieron nuevos emprendimientos empresariales, se amplió la base burocrática del Estado, se diversificaron las élites políticas e intelectuales.

Desde 2010 comenzamos a observar disputas intra-élites; la más notoria y palpable fue la confrontación entre nuevos cuadros altamente educados y los grupos tradicionales de poder. En la alta dirección pública del Estado, el grupo más descollante es el de —hasta el día de hoy— los abogados que, producto de la propia reforma a la justicia, han adquirido un fuerte protagonismo en el Ministerio Público. Asimismo, este es un grupo que ha desafiado el statu quo de las élites tradicionales.

Se genera una sobreproducción de las élites, que se asocia con la generación de un segmento pequeño pero relevante de grupos sociales que aspiran a llegar a la cumbre de la pirámide de riqueza, pero que debido a las condiciones de crisis social y económica no pueden acceder. Se produce una competencia intraélites que termina debilitando la cohesión y confianza social.

Las demandas sociales impactaron en el gasto público, generando expansiones presupuestarias para responder a dichas necesidades en sectores como la educación, salud o pensiones. Mientras los patrones de acumulación de los más ricos no cedieron, las condiciones de los más pobres se estancaron o se mantuvieron intactas. Cundió la desconfianza social, se incrementó la protesta y, como corolario de todo aquello, se produjo un fuerte desmoronamiento de las normas sociales. ¿De qué vale respetar las normas si nadie las respeta?

Lo descrito hasta aquí seguramente suena bastante conocido. Hoy vivimos una depreciación del valor de las normas sociales, políticas e institucionales. Se radicalizan los comportamientos (del 18-O en adelante). Es bastante simbólico que el estallido haya comenzado con el salto a un torniquete en el Metro: lo que antes había que hacer, dejó de ser respetado. Los congresistas, por su lado, comenzaron a buscar artificios y atajos para legislar incluso en aquello sobre lo que no podían legislar (los retiros de fondos de pensiones). Y se declaró, sin mucho aspaviento, que la Constitución de 1980 —aquella norma que nos rige— estaba muerta.

Pero si lo indicado por Turchin es cierto, si existe un ciclo natural y predecible para la estabilidad e inestabilidad política, entonces lo que quedaría es definir un nuevo contrato social, un acuerdo implícito o explícito, que en el caso de Chile se intentó dos veces… con resultados por todos conocidos.

¿Cómo, entonces, puede sobrevivir una sociedad, un sistema político, sin un mínimo entendimiento? ¿Cómo podemos convivir si existen grupos que no están dispuestos a establecer un compromiso para fomentar el bienestar del conjunto si, de paso, ese acuerdo no los beneficia a ellos mismos?

La tragedia del actual momento en Chile se asocia precisamente con una permisiva lógica de desmoronamiento de las normas sociales. La llamada “polarización” o “política del combate” alude precisamente a una lógica de amigos/enemigos, donde el objetivo es la total destrucción del adversario político. Se trata de un juego de suma cero, en el que los actores perciben que la ganancia de unos solo puede darse a partir de la derrota de los otros. En este ambiente no es posible un compromiso, un acuerdo, un entendimiento positivo en el que se asuma que si yo gano, todos ganamos.

Los dos procesos constituyentes fallidos aluden precisamente a una lógica que ya está instalada en las élites, las cuales buscan imponer modelos de sociedad que son excluyentes de las minorías (cualesquiera sean ellas). Esta lógica se proyecta y amplifica en cuestiones centrales, asociadas al bienestar social. El referente más evidente es la discusión sobre las pensiones. Lo propio sucede con el debate sobre la reforma tributaria o respecto de la reforma al propio sistema político. Lógicas de suma cero capturadas por una aguda confrontación intraélites, sin avizorarse la posibilidad de un entendimiento de mediano o largo plazo.

El trabajo de Turchin es sugerente, porque plantea una hipótesis muy plausible. Nos saca por un momento del pensamiento cortoplacista y nos lleva a reflexionar sobre fuerzas sociales que posibilitan la prosperidad o todo lo contrario: el fracaso de las naciones. Leído desde un pequeño país como Chile aparece como una abrumadora pero intuitiva reflexión: la única posibilidad de escapar de la trampa del subdesarrollo es estableciendo un nuevo contrato social. La tragedia para nuestra sociedad es que después de dos frustrados intentos, aquel nuevo contrato social se tornó en algo imposible (hoy hablar de un nuevo pacto o contrato social es una mala palabra). Siguiendo a Turchin, parece que estamos condenados a la desintegración política.

 


Final de partida. Élites, contraélites y el camino a la desintegración política, Peter Turchin, Debate, 2024, 368 páginas, $20.000.

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