Diríamos que la pandemia tiene un carácter democrático. Pero no es así: el coronavirus nos toca a todos pero no de la misma manera. Vivimos, como apunta Achille Mbembe, tiempos caracterizados por una “desigual redistribución de la vulnerabilidad”. En Chile entró por los sectores acomodados de la sociedad y prontamente se volcó con fuerza al ámbito de los sectores populares, en medios de hacinamiento, debilidad física, dificultad de higiene, mala nutrición. Así también llegó hasta la Amazonía, un territorio donde se anudan los conflictos que asolan al planeta (cambio climático, desigualdad, explotación de recursos) y, por lo mismo, donde coinciden las claves de nuestro futuro.
por Ana Pizarro I 19 Mayo 2020
El 1 de mayo murió, como efecto del coronavirus en la ciudad de Leticia, Colombia amazónica, el actor Antonio Bolívar, protagonista de ese hermoso filme que llegó a ser nominado al Oscar en Hollywood en 2016 titulado El abrazo de la serpiente, dirigido por Ciro Guerra. Es el relato, en tiempos históricos paralelos, de la búsqueda de una planta de poderes mayores en el interior de la selva amazónica. Un filme fuera de lo común, con espesor histórico, de estética refinada y de reconocimiento de las culturas indígenas.
Antonio Bolívar vivía en la Triple Frontera, el trapecio amazónico en donde se miran por su cercanía a través del río las ciudades de Leticia de Colombia, Santa Rosa de Yaraví de Perú y Tabatinga de Brasil. Una zona de historia muy violenta, por una parte en la primera mitad del siglo XX por la guerra en que se enfrentaron Perú y Colombia. Por otra, hoy por el narcotráfico y la extracción del oro. La Chorrera, donde nace Antonio Bolívar, es justamente el epicentro de los dramas de comienzos del siglo pasado en torno a la extracción del caucho. Él era un venerable, de origen ocaina uitoto, muy respetado en la zona. Una víctima más de la pandemia, una pérdida más para la memoria indígena.
La pandemia en sí misma nos toca a todos, diríamos que tiene un carácter democrático. Pero no es así, no nos toca a todos por igual. Vivimos, como apunta Achille Mbembe, tiempos caracterizados por una “desigual redistribución de la vulnerabilidad”. En Chile entró por los sectores acomodados de la sociedad, los que viajaban al extranjero, y prontamente se volcó con fuerza al ámbito de los sectores populares, en medios de hacinamiento, debilidad física, dificultad de higiene, mala nutrición. Así también llegó hasta la precariedad de las comunidades indígenas amazónicas. No solo a ellas, también a las comunidades quilombolas, a los residentes ribereños, a las ciudades amazónicas. La tradición de aislamiento indígena los protegía de toda suerte de enfermedades contagiosas. Ya no es así. Un concejal de Tabatinga, en el Alto Solimoes, afirmaba antes de que llegara el virus: “Si tuviéramos aquí casos de coronavirus, de personas infectadas, eso va a ser un… no tengo palabras para eso. Eso va a ser aquí una película de terror”.
Efectivamente, hoy llegó y el filme está en pleno rodaje.
La Amazonía adolece de una desigualdad histórica, pero hoy, y en especial en el caso brasileño, esta es más chocante por la reducción de la presencia del Estado. Ella tiene dos causas: por una parte la ideología que pone en práctica el gobierno de Bolsonaro en el sentido de querer hacer de la Amazonía el terreno arrasado propicio para el agronegocio, la minería, para que constituya un pilar del desarrollo neoliberal. En ese sentido es tierra sin historia y sin habitantes. Si estos quieren existir es para servir a la gran empresa. Los sucesivos desastres producidos por ella allí son conocidos: la ruptura de diques de relaves mineros han dejado cientos de fallecidos en Mariana, o Brumadinho el año pasado. En segundo lugar, porque esta carencia es histórica: la situación ya era mala antes de las bacterias. Los agentes patógenos tenían ya como ahora el rostro de las invasiones de tierras por parte de latifundistas, que arrasaban con los árboles a partir de incendios monumentales, como los del “día del fuego” de hace un año, alentado por el gobierno. Luego volaban los aviones lanzando semillas para propiciar la explotación de ganado a gran escala. Además, ya ocurrían los asesinatos de líderes medioambientales y de derechos humanos. Dentro de una corrupción endémica, el debilitamiento de los órganos de protección ya dejaba sin control la presencia en escalada de garimpeiros, los buscadores de oro, tradicionales en el área, que ahora tienen el camino abierto hacia las tierras indígenas y acuden en masa, ya que la situación internacional hace que los capitales se desvíen del dólar y encuentren su refugio en el oro, haciendo subir su precio. Escalada de garimpeiros y misiones protestantes, que en los años 70 fueron expulsadas en otros países por la escasa claridad de sus intereses, ahora alentadas por el poder. Una vez más, el ritmo de vida amazónico hoy se ve trastocado por la violencia del mercado internacional y como en el tiempo del caucho, sus muertes están pausadas por las lejanas inflexiones de las bolsas de valores europeas o norteamericanas.
Entre la violencia del narcotráfico, la de la búsqueda de oro y la de la instalación de la gran empresa, la vivencia de la experiencia material de sus habitantes logra de manera inusitada refugiarse en lo que el poeta brasileño Paes Loureiro llama “la modalidad estético poetizante de su imaginario”. Cada vivencia es referida a unidades míticas que explican y expresan el mundo, organizando su experiencia en sistemas simbólicos que les permiten vivir y sobrepasar los acontecimientos. Entonces hay relatos, personajes, configuraciones significativas que al plasmar de este modo su experiencia condensan su historia. Así el drama del caucho en el relato de Gitoma. Hoy no sabemos aún qué forma en los imaginarios adquiere el drama. Esto, en una participación humilde y de igualdad con el universo natural (piedras, árboles, pájaros, animales, aire, lluvia) con cuyas entidades dialogan, internándolas en su vida cotidiana. Es su manera de sobrevivir, mientras sobreviven.
En el espacio amazónico, el espectacular desarrollo tecnológico se encuentra con lo arcaico. La sobrevaloración del primero discrimina la profundidad histórica del segundo. Hace poco tiempo Chomsky señalaba en una conferencia los dos peligros capaces de destruir nuestras sociedades, a temer más que el coronavirus: el peligro nuclear, que ha revivido en el último tiempo con el juego entre Trump e Irán, y el cambio climático. Los tres peligros se anudan en el mundo amazónico, que provee de minerales necesarios a la expansión de la nuclearización, que es un espacio estratégico del que ha renegado el gobierno brasileño para el cambio climático, y el virus que ha entrado ya a sus poblaciones y del que Bolsonaro niega la importancia, a pesar de ser el centro de la pandemia en el continente. Estamos refiriéndonos entonces a una zona en donde coinciden las claves de nuestro futuro.
Ya antes de la pandemia la carencia de atención básica, de camas de hospital, de médicos y personal sanitario era deficitaria en la zona. Las personas recurren mucho a la medicina tradicional. Entonces no bastaba, ahora mucho menos. En Tabatinga no hay hospital civil, los enfermos son atendidos en el de la guarnición militar, incluso los partos. Hay una UTI aérea para nueve municipios, que traslada a los enfermos a Manaos.
En Manaos es el caos, el desborde, la carencia. La semana pasada se pedía con urgencia al gobierno desde Manaos el traslado en avión de 100 féretros (los fallecidos se amontonaban en camiones) y Bolsonaro lo negó. El gobernador del Estado ha pedido ayuda urgente, dirigiéndose a Greta Thunberg para ser escuchado. Mientras, el gran fotógrafo Sebastião Salgado pidió a través de TV5 de Francia ayuda. Es una situación que no toca solo a los amazónidas. Nos toca a todos.
En un hermoso poema reciente, Paes Loureiro escenifica la tragedia Edipo Rey de Sófocles para mostrar cómo se configura el poder de la verdad y la verdad del poder. Termina su texto con una reflexión, porque es un poema didáctico:
Todo arte nace de un momento
para ese momento superar.
Es la raíz de su eternidad.
Por eso tantas veces, renació
la tragédia Edipo Rey, de Sófocles.
En nuestro tiempo
luchar contra la verdad se politiza.
Para no aceptar la verdad de la ciencia
se crean caminos que desvíen
del único camino verdadero.
Pero de la verdad tantos descaminos
tal vez caminen a la misma encrucijada,
como en la tragedia de Edipo, Iocasta
y el pueblo atónito de Tebas:
a la ceguera, la desesperación, la muerte.
Vivimos hoy una nueva Edad Media que reproduce, a partir del cultivo intensivo del aceite de palma ya próximo a las urbes que atrae a los murciélagos, vendidos como “caza salvaje” en los mercados chinos, luego del déficit producido por la fiebre porcina, los mismos males, la misma desesperación y sufrimiento, también las supersticiones y temores de esa época que veíamos como lejana. Los circuitos expansivos de la era capitalista nos vuelven al origen, mostrándonos que, más allá de nuestra soberbia está el ser humano básico con sus afectos, sus defectos, también su generosidad. Y que al final, igual que como los árboles o las aves, querámoslo o no, tendremos que llegar al Gran Confinamiento.