
Tal vez Hannah Arendt sea la figura intelectual más destacada del siglo XX, afirma la autora de este artículo, para quien Thomas Meyer no es un simple biógrafo sino su “historiador benjaminiano”, creador de un libro extraordinario titulado Hannah Arendt. Una biografía intelectual. De visita en Chile, el autor presenta este volumen el lunes 8 de septiembre, a las 12 horas, en la Biblioteca Nicanor Parra de la Universidad Diego Portales.
por Eva von Redecker I 4 Septiembre 2025
La manera en que Elisabeth Young-Bruehl logró transformar una vida vivida en una historia narrada en su biografía de Hannah Arendt de 1982 sigue siendo inigualable hasta el día de hoy. Thomas Meyer, sabiamente, ni siquiera intenta relatar la misma vida de una manera aún más conmovedora en su biografía de Arendt. La narra de una forma completamente diferente. Por lo tanto, “biografía” no es, en sentido estricto, el mejor término para este libro extraordinario. Es más bien una interpretación filosófica de la historia, un “libro de los pasajes”.
Así, “libro de los pasajes”, tituló Walter Benjamin su inconclusa opus magnum dedicada a París. Benjamin consideraba a París “la capital del siglo XIX”. Tal vez Hannah Arendt sea algo así como la figura intelectual más destacada del siglo XX; en cualquier caso, ahora ha encontrado en Thomas Meyer a su historiador benjaminiano. Meyer comienza con un viaje en barco, el viaje al exilio en Nueva York, que Arendt y su segundo marido, Heinrich Blücher, emprendieron desde Lisboa en 1941. Pero Meyer no se centra en los panoramas cinematográficos. En cambio descubrimos quiénes más figuraban en la lista de pasajeros y cómo se alteró el nombre de Arendt. Y luego la escuchamos a ella misma. Tras la explicación de la travesía, se publica una narración biográfica o currículum de un par de páginas que Arendt escribió para buscar trabajo en el Nuevo Mundo.
Meyer utiliza este testimonio personal —de una extrema sobriedad, propia del género— como punto central. Marca casi exactamente la mitad de la vida de Hannah Arendt. A partir de aquí, su vida y obra se reconstruyen a lo largo de más de 500 páginas, con especial atención a las décadas anteriores y posteriores a su llegada a Nueva York. No es fácil seguirle la pista a todo. Tras un prefacio, un prólogo sobre las travesías del barco y una introducción, el libro se divide en 11 capítulos sin numerar, cada uno con un número variable de subcapítulos y extensión.
La primera mitad de la presentación se desarrolla cronológicamente, comenzando con una exploración particularmente impresionante y detallada de la historia familiar de Arendt en Königsberg. Pero apenas se llega a Nueva York, la presentación regresa a la “Haus der Bücher” de Königsberg, la librería general más grande de Europa, que probablemente Arendt visitó de niña. Hay capítulos sobre temas específicos sobre la relación de Arendt con la literatura u otros sobre los medios de comunicación, sobre sus maestros cruciales, sobre varias de sus otras obras y, por último, antes del final, una sección bastante breve sobre “Mujeres sobre mujeres”.
Sin embargo, la forma, un tanto informe, sigue cierto rigor metodológico. Pues, como Walter Benjamin imaginó para su Libro de los pasajes, Meyer deja que los mismos documentos hablen. Comenta sobre lo que parece ser una riqueza infinita de conocimientos y establece conexiones cruzadas con ingenio detectivesco. La inusual decisión del editor de escribir todas las citas más largas en cursiva o con otra tipografía refuerza aún más la impresión de un collage. Cada pista es significativa; los descubrimientos se colocan uno junto al otro, no uno tras otro.
En otras palabras, lo que Meyer ha podido descubrir de lo que se creía perdido es absolutamente sensacional. El descubrimiento más significativo es una colección completa de fuentes que ahora, por primera vez, arrojan luz sobre las actividades parisinas de Arendt para la Aliá Joven sionista (la organización judía que salvó a miles de niños y jóvenes del nazismo). Meyer puede demostrar que Arendt estableció su propia oficina, fue responsable de salvar a más de 100 jóvenes, escribió informes y documentos de estrategia, y luchó constantemente por obtener un margen de maniobra en los intercambios con autoridades, compañeros de campaña y donantes.
Meyer también lleva a cabo un nuevo nivel de la “investigación de constelaciones” (el enfoque que combina una intención e interés histórico y sistemático) durante los años inmediatamente anteriores al exilio en París de Arendt. La disertación sobre San Agustín, que Arendt escribió en estilo heideggeriano, bajo la tutela de Karl Jaspers, y que recibió escasas reseñas, se convierte repentinamente en una puerta de entrada a la vida intelectual alemana, muy conocida y ampliamente debatida. También se reconoce la interacción de Arendt con la sociología de Karl Mannheim, que Stefania Maffeis ya exploró en su estudio sobre la circulación transnacional del conocimiento. En los primeros años del exilio neoyorquino de Arendt, Meyer destaca sobre todo el papel del profesor y politólogo Waldemar Gurian, y también rastrea la enérgica participación de Arendt en los discursos judíos que abogaban por la fundación de un Estado israelí federal y binacional.
Ahora bien, un filósofo no es un Estado. Por lo tanto, este libro no solamente traza contactos, rutas de viaje y líneas de recepción, sino que también presenta una tesis filosófica sobre cómo el pensamiento de Arendt se relacionó con su época o cómo esta influyó en su pensamiento. El término básico de Meyer es “experiencia”. Se trata, de nuevo, de una clave benjaminiana, pero que también capta de manera adecuada la idea como se usa en el lenguaje cotidiano: que algo no te sucede simplemente como le sucede a una piedra, sino que lo percibes, lo procesas y lo conservas. Hay un anhelo de simultaneidad en la experiencia, que debería ser posible experimentar algo con todo el corazón y el alma y, al mismo tiempo, formarse una imagen coherente de ello. Meyer llama a la tarea de Arendt “presencia experimentada”. Sin embargo, en realidad, esto es imposible en vista de la Shoah, que no fue prevista en la filosofía y “no debería haber sucedido” en el mundo.
“El último recuerdo que se llevó del continente del que acababa de huir fue su salvación de los campos”, escribe Meyer. “El tiempo que le quedaba fue mucho más largo y, sin embargo, no se llenó de otra cosa en su pensamiento y en su escritura que de dar cuenta, para sí misma y para todos los demás que vinieron después, de la última amarra y de la seña distintiva del siglo XX”. Arendt resuelve esta tarea imposible no confrontando la experiencia de forma pasiva y contemplativa, sino activamente, desde una práctica de resistencia. Primero, después de que la persecución ya hubiera comenzado, a partir de la del trabajo juvenil sionista; más tarde, en el inventario de los bienes culturales judíos; y por último, a través de la exploración intelectual. El trabajo teórico también sabe cómo contrarrestar la progresión aparentemente inevitable del horror. El relato de Arendt, como Meyer enfatiza repetidamente, tuvo que “salir de la cronología de los procesos” para hacerles justicia. El resultado es el importante estudio Los orígenes del totalitarismo, que Meyer llama “la primera y última obra” de Arendt.
Esto no es del todo cierto, por supuesto, sobre todo porque Arendt desarrolló gradualmente las categorías filosóficas que le permitieron mantenerse firme en su posición inicial. Young-Bruehl, por ejemplo, hizo del “Amor mundi”, el amor al mundo, su leitmotiv; Juliane Rebentisch recién tomó el “asombro ante la pluralidad” como punto de partida para su reinterpretación de Arendt. Y, sin embargo, el enfoque de Meyer en “la última amarra” es absolutamente coherente. Es justo en este punto donde queda claro que Arendt es la verdadera filósofa del siglo XX.
Meyer también se mantiene fiel al tema de los pasajes cuando llama a la muerte relativamente temprana de Arendt “el final desde el centro”. El libro concluye con un largo reportaje publicado en The New York Times sobre el funeral de Arendt. Cita extensamente el discurso de Mary McCarthy. Por cierto, así termina también la biografía de Rahel Varnhagen, escrita por Arendt: con su mejor amiga sentada junto a la cama, dando testimonio de los momentos finales. En el caso de la muerte de Arendt, McCarthy señala: “Hannah es la única persona que he visto pensar. (…) Les contaré cómo lo hacía (…). Yacía inmóvil en un sofá o cama, con los brazos cruzados tras la cabeza, los ojos cerrados, pero abriéndolos ocasionalmente para mirar hacia arriba”.
En su obra tardía, en la que Meyer no se detiene, Arendt describe la vida intelectual como un doble acto de representación: uno está presente ante sí mismo como interlocutor. Y uno puede representar a los demás —incluso a los ausentes, incluso a los fallecidos— para que su perspectiva aclare nuestro juicio. Esto también es una lucha contra las pérdidas, contra el colapso de la civilización, contra el abandono de los amigos que no pudieron subir al barco. Mucho más que actualizar a Arendt, el logro mayor de este libro es utilizarla para demostrar cuánto cuesta estar plenamente presente.
Artículo aparecido originalmente en Süddeutsche Zeitung. Traducción de Patricio Tapia.

Hannah Arendt. Una biografía intelectual, Thomas Meyer, traducción de José Rafael Hernández Arias, Anagrama, 2025, 576 páginas, $38.000.