
El Chile que viene estará influido tanto por su pasado como por las tendencias globales. En sintonía con el mundo, en los últimos 15 años las expectativas de la cuestionadora y crítica sociedad chilena de siglo XXI continúan insatisfechas, incrementando su ansiedad, incluso angustia, y un malestar social que en más de una ocasión, entre 2010 y 2024, se ha expresado de forma violenta.
por Rafael Sagredo Baeza I 12 Diciembre 2025
La lista de reivindicaciones sociales solo se ha ampliado, estimuladas por las evidentes carencias provocadas por un índice de crecimiento económico promedio de apenas 1,9% entre 2014 y 2024. Junto con las causas estructurales, entre ellas y determinante, la muy desigual distribución del ingreso y la difícil movilidad social, otros motivos, como la sensación de injusticia alentada por la impunidad de los poderosos, el desprestigio de los poderes del Estado y, en general, la desconfianza con la clase política y sus prácticas, que se juzgan incompetentes e incapaces para abordar los problemas nacionales, explican las manifestaciones sociales existentes desde comienzos del siglo XXI. Estas se intensificaron en la década de 2010 y terminaron, en medio de la desesperación de algunos y el nihilismo de otros, derivando en las acciones violentas que culminaron en octubre de 2019 en el llamado “estallido social”.
En medio de un contexto internacional incierto, sometido a los vaivenes de la economía mundial de cuyos mercados Chile depende desesperadamente, los sucesivos gobiernos han debido enfrentar diversas manifestaciones sociales que expresan el descontento y la frustración de una población para la cual las medidas de carácter social implementadas en el siglo XXI resultan del todo insuficientes.
Los gobiernos se han sucedido en medio de un clima social efervescente por los acuciantes problemas socioeconómicos y la sensación de inseguridad que, a su vez, estimulan la sensación de desamparo e incertidumbre, tal vez la característica que define los últimos 15 años de la trayectoria nacional, por lo demás, en sintonía con el escenario mundial.
No han contribuido a la “paz social” la inmigración descontrolada y sus secuelas, y la prolongación, incluso agudización, del llamado “conflicto mapuche”, a los que se sumaron movimientos y protestas sociales de carácter local en diferentes regiones del país. Clave para comprender la efervescente situación de Chile en el siglo XXI hay que considerar el estancamiento de su economía, para muchos, consecuencia esencial de su baja productividad. Otro factor de incertidumbre y agitación social en el Chile de los últimos 15 años es el desprestigio de referentes tradicionales de la sociedad; al que se suma la ya persistente falta de confianza en el Poder Judicial, el legislativo y los partidos políticos en general.
Así, no debe sorprender la aparición de agrupaciones políticas sistemáticamente críticas del modelo económico social, como de la situación general de una sociedad cuyos gobernantes y élites se perciben como incapaces de enfrentar los desafíos sociales, en medio de un contexto económico muy precario que estimuló la movilización social persistente, cada vez más exaltada, frente a la cual no hubo respuestas y menos comprensión de sus demandas.
En octubre de 2019, y por semanas, el país se vio sacudido por la violencia. Una crisis sin precedentes desde 1990. En el límite, “al borde del precipicio”, la política se hizo presente y un compromiso alcanzado el 15 de noviembre de 2019 ofreció una salida institucional. El covid y sus secuelas no solo estimuló la incertidumbre existente a nivel nacional, que se corresponde con la del contexto internacional; también incrementó el temor por los problemas de seguridad pública y acentuó la retórica radical de los populismos en medio de una situación económica crítica. Manifestación del fenómeno es el retroceso de las posiciones de centro, centroizquierda o centroderecha, y del avance de las situadas en los márgenes, sobre todo de extrema derecha, motivadas por la frustración e incertidumbre de la ciudadanía. Ninguna de las medidas de carácter social, o los evidentes avances en materia de derechos implementados entre 2000 y 2024, han servido para moderar la ansiedad de una sociedad que muestra dificultades para implementar los cambios sociales que desea o necesita.
La paz social, la administración del malestar ciudadano por cauces institucionales es un resultado no menor para un país desde hace años sacudido, preocupado, cuando no angustiado, tanto por su presente como por lo que le deparará el futuro, como lo demuestra un índice fundamental: la regresión de la natalidad a mínimos positivos, 0,88 hijos por mujer en 2024. Reconocido es que son las dificultades económicas las que principalmente inciden en la decisión de no tener hijos que, también, es una expresión de pesimismo e incluso desesperanza. ¿Será que nuestro modelo social ha hecho de la posibilidad de criar un privilegio y otro indicador de desigualdad e incertidumbre? Solo las opciones que tomemos y el futuro lo dirán. Los antecedentes que nos tienen en esta situación son conocidos y debieran ser considerados para orientarnos. Eso sería coherente con nuestra historia.