por Aïcha Liviana Messina I 31 Mayo 2023
Una pareja baila tango. Quiero ser la bailarina. Yo también bailo. Me cuesta porque soy muy volada y bailar en cambio es un estar aquí. Es el aquí. Se dice que bailar es el arte del movimiento, o una forma de relacionarse con el equilibrio. Así concebimos la danza desde la filosofía. Pensamos que, en vez de avanzar con zapatos pesados, en un suelo de pensamiento que estaría fundamentado, listo para aguantar el peso de nuestras existencias, hay que descubrir que no hay fundamento, es decir, no hay suelo, principio, dirección. Y esto por supuesto cambia el movimiento, cambia el modo de pisar, cambia incluso el modo de tocar y de tocarnos. Pero eso es filosofar, no es danzar.
En filosofía damos vuelta las palabras. En algunos momentos nos damos cuenta que su sentido es incierto. En otros, lo resignificamos, no de forma arbitraria sino por las relaciones que pueden darse entre un concepto y otro. Todo esto hace que nos desplacemos, que filosofar sea desplazarse, incluso aliviarse o espantarse o enmudecer o reír. Lo bello de la filosofía es que a fuerza de trabajar con las palabras tocamos la existencia, respiramos, nos vemos al borde del vacío, sentimos vértigo (o no lo sentimos, depende lo que pensemos y cómo lo pensemos), y nos tenemos que inventar ahí, en este hilo.
Pero bailar es otra cosa. Bailar es emerger y es estar a cargo, mientras dure el baile, de esta emergencia. Una bailaora no se hace la bonita, como si se tratara de imitar una forma de ser preexistente. Hace que ser sea ser bonita. Hace, por cierto, de “bonita”, un poderoso desgarro, o guiño, algo que cambia la espacialidad, algo que desaparece en el instante. Bailar no es filosofar. No es desplazarse; es decir, una forma de ser en el borde. En el baile uno pone su cuerpo como el escultor pone la tierra. Pero en el baile el cuerpo es la tierra. Es la espacialidad, es la instantaneidad, es el instrumento.
Quizás bailar es absoluto, solitario, mortal. Es hacer del ser o del no-ser un instante que conmueve, como un golpe de pies cambia un rostro, una atmósfera, una sensación de duración. Bailar es puro emerger. Es morir y vivir a la vez. Filosofar en cambio es girar alrededor de la muerte, aunque la muerte está en varias partes.