Kafka

por Aïcha Liviana Messina I 3 Agosto 2023

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Mi primer intento de elegir una palabra con la letra K consistió en escribir una carta a Kafka. Fue un intento fallido, pero me pasaron tres cosas al respecto.

La primera, constatar que debía buscar otra alternativa, otra palabra que no fuera Kafka. No puede ser que solo piense en Kafka. Sin embargo, para mí K es Kafka.

La segunda es pensar en este asunto de las cartas. Salvo si queremos explícitamente contravenir esta regla (como las cartas de apoyo a una causa o las “cartas al director” en los medios), una carta es privada. Y esto, la privacidad, es un asunto jurídico. Si hago pública una carta privada o si leo una carta que no me está destinada, estoy violando el secreto de correspondencia. Es un delito. En la carta está, entonces, inscrito un derecho al secreto.

Me acuerdo de una carta que escribí cuando era relativamente joven. Le daba mucha importancia a esa carta. La escribí cuando descubrí que tenía palabras para pensarme a mí misma y para comunicar mi “proyecto de vida” o, por lo menos, lo que parecía importante en lo que consideraba —muy ingenuamente— “mi” vida. Recuerdo haber mandado esta carta por correo, con una estampilla. La carta llegó. No recibí respuesta. Y un día me encontré con su destinatario y me la leyó, furioso, en voz alta. Aunque la carta no fue (creo) mostrada a un tercero, esta puesta en escena de mi carta fue violenta para mí. Su contenido fue expuesto fuera del papel y del silencio que implica. Se violó, en cierto sentido, el secreto de correspondencia. Por cierto, el secreto no se relacionaba con un contenido particular. Estaba en el mero hecho de escribir una carta, de dirigirme a otro. La escritura de una carta crea lazos; de cierta forma obliga al vinculo. Sin embargo, en la medida en que no sabemos cómo serán leídas nuestras letras, crea lazos peligrosos.

Escribir nos expone siempre a ciertos límites. Con la escritura se sella un derecho (el envío de una carta contiene mi derecho al secreto), pero lo que se instala está siempre al borde de ser trasgredido (no existe el derecho al secreto, sin la amenaza de su violación). Es como si escribir reclamara la ley, dejándonos también al margen de ella.

Esto me hace pensar en mi tercer punto: en Kafka. La obra de Kafka despliega este hilo peligroso que es la escritura. En La colonia penitenciaria, los condenados a muerte desconocen el motivo de su condena. La razón de su condena se revela progresivamente a través de una maquinaria compuesta de agujas gruesas destinadas a escribir la falta cometida directamente en los cuerpos de los condenados. En vez de aclarar, la escritura mata. En Kafka, la ley no ampara: desampara. La obra de Kafka despliega el hilo de este desamparo. Donde buscamos protección, secreto, es donde también encontramos incomprensión, amenaza, miedo.

K de Kafka es la escritura como ley y la ley como condena a muerte. En La condena, Goerg, un “buen hijo” que vive y trabaja con su padre, escribe una carta a un amigo de San Petersburgo. Su amigo estaría pasando un mal momento, por temas relacionados con su negocio. Su padre duda de la existencia de este amigo. Desea que Goerg, su hijo, muera ahogado. Tal como si fuera una condena, que ha de ser ejecutada, Goerg se tira al río. En vez de dar soporte al amigo, la escritura condena al hijo, al sujeto de la escritura. En vez de otorgar comprensión, la escritura produce locura. Rompe los lazos que vinculan el hijo con el padre. Provoca la condena a muerte.

Escribir sería experimentar esta involución de la razón hacia la locura, del derecho que protege, hacia la ley que mata. Nos colocaría en esta orilla que vincula inexorablemente la vida con la muerte.

En la obra de Kafka, la muerte es más que un fin de la historia, una conclusión: es un corte respecto a lo que nos hace parte de una historia, parte de un mundo familiar, humano. En El proceso, K. muere “como un perro”. En La metamorfosis, Gregorio amanece en el cuerpo de un monstruoso insecto y termina barrido por su hermana fuera de la casa. Muere sin sepultura, por ende, sin formar parte de una memoria. En Kafka, la violencia de la ley no consiste solo en matar sino en producir una desvinculación radical. K. y Gregorio están desvinculados de lo que nos hace participes del género humano. Goerg y Gregorio están desvinculados del Oikos, es decir, del hogar y la familia, esto que debiera asegurar un amparo, fortalecer lazos entre semejantes.

La obra de Kafka despliega el hilo de esta relación de la escritura con la muerte. Pero no se limita a esto. La escritura de Kafka es sobre todo una forma de habitar el desamparo. Hay un latido ahí, una respiración; no solo una condena y un corte. En La metamorfosis, Gregorio, el hijo cumplidor quien amanece una mañana en el cuerpo de un monstruoso insecto, se esconde para no producir molestia o incomodidad. Desde su extrañeza, Gregorio sigue siendo cuidadoso, un “buen hijo”.

En Kafka hay una suerte de bondad o de dulzura. Esta dulzura no redime de la muerte: Gregorio muere barrido por su hermana, una hermana que quería de una manera muy especial. Tal vez la dulzura proviene de la muerte, de su carácter ineludible, y del modo con el cual la ley (la escritura) condena a muerte, a quedar fuera de la historia y de la memoria. En La metamorfosis, Gregorio sale de su escondite cuando escucha su hermana tocando violín. Lo irónico (y trágico) de este momento es que, al menos desde un punto de vista humano, normativo o social, su hermana toca muy mal el violín. Gregorio, sin embargo, está atraído por la música. Lo que para algunos no es más que ruido desastroso, a él lo nutre, lo vitaliza. El hijo condenado a habitar el cuerpo de un insecto otorga a su hermana una escucha que el mundo humano no le brinda. En Kafka, la extrañeza no fomenta la pasión por la marginalidad, sino que fomenta una cierta empatía, incluso una capacidad inaudita de escuchar. Hay algo dulce ahí. Se trata de una dulzura que no está a nuestro alcance, que se produce a pesar nuestro. Se produce a pesar del rechazo, de la condena, de la imposibilidad de ser comprendido —de formar parte de la humanidad y de la memoria.

Es por esta dulzura misteriosa y trágica que la letra K para mi refiere necesariamente a Kafka. Su escritura habita la violencia radical de la ley. Habita el desamparo. Pero habita. No deja de habitar, de habitarnos, acompañarnos, escucharnos. Escuchar lo que falla en cada uno de nosotros, de nosotres. No es mera violencia. Es la violencia narrada desde el punto de vista de la dulzura.

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