por Aïcha Liviana Messina I 7 Junio 2023
Fui al cementerio hoy, no fui a hablar con M. Fui a hablar con el lugar de M. en mí. El cementerio no es un lugar para los muertos (los muertos ya no están), es un lugar para que los vivos se relacionen con los muertos, con sus muertos. Es un lugar donde los vivos van al lugar que ocupa la muerte en ellos. Es un lugar apartado, para un tiempo interior. Puedo ir al cementerio y darme un tiempo que no es el de la cotidianidad. Y luego caminar, y salir, y seguir caminando.
Esto es fundamental. La muerte no tiene un lugar propio, los muertos ya no están, pero la pena tiene que tener un lugar y un tiempo. Y qué rico que haya ahí una puerta. No es que yo después cierre la puerta y me olvide necesariamente. Pero puedo decirme: salgo de aquí, camino. Salgo y camino.
Nota bene: no es tan así, no es entrar y salir. En el cementerio busco tu lápida y me encuentro con las letras de tu nombre. Me sorprenden. Las miro una a una. Me detengo ahí. Las letras me detienen. En tu nombre hay demasiado recorrido. Estas letras, en la lápida, surgen al modo de una interrupción. Ya no se relacionan con un mundo, un proyecto, un instante que viene después. Pero forman un todo increíblemente coherente. Ese todo está ahí, indivisible. Tu nombre no está disperso. Y sin embargo, cada letra está sola.
Empiezo a caminar por el cementerio, a errar. Tomo asiento. El cielo está precioso, un azul claro pero contundente. Las nubes están muy dibujadas. Son muchas. La muerte no llega hasta el espacio. No incide. Solamente yo soy errante. Y después sí, salgo de ahí y camino. Y la pena viene después. Está en mi caminar. Pero en mi caminar no está solamente la pena, porque también he visto el cielo, he mirado un poco las otras lápidas, tumbas, te ubiqué de hecho dentro del mundo de los muertos. Me puse a mirar si otros habían fallecido más jóvenes. Camino con el mundo, este que surgió con el cielo y los otros nombres, las otras fechas, y esto no relativiza la pena, le da otro tono. La liga a otras emociones. Me saca de la errancia que me provocan las letras de tu nombre. Me restituye un horizonte.