Herir

por Aïcha Liviana Messina I 12 Julio 2023

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En italiano, “herir” se dice ferire. Me hizo notar algo que ya suena en castellano: el hierro (ferro), y por ende la idea de que herir es fruto de una intervención externa, que a veces es medio torturante, insistente (feri-re: como que se repite).

Se me abren entonces tres caminos para pensar esta palabra.

El primero es relativo a la descripción que hace Nietzsche del lugar que ocupa el dolor, incluso la crueldad, en la constitución de las sociedades, de los sujetos morales y de nuestra memoria. Castigar, hacer daño con látigos y técnicas de tortura, hace que uno se acuerde de las reglas. Si me castigan porque no había que hacer tal o cual cosa, bueno, la ley penetrará mi cuerpo, y ahí sentiré una limitación real. El dolor permite construir memoria y patrones de comportamiento. Además, si la ley entra en mí, me constituyo como un yo. Soy yo ante otro. Este ante un otro, lo produce la herida, es decir, la marca del dolor en mí, la memoria que ha dejado en mí y a través de la cual me he constituido. La herida es entonces un pilar social, moral y subjetivo. Es nuestra matriz.

El segundo camino es relativo a algo que descubrí leyendo El discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, de Rousseau. Contrariamente a lo que se suele decir, Rousseau no piensa que los seres humanos empiezan a degenerar una vez que socializan, y que antes de este estado de sociabilidad el ser humano sería bueno. Su argumento es más bien que la sociabilidad crea orgullo y entonces formas de sentirse (formas de hacerse el picado). La sociabilidad crea susceptibilidad y la susceptibilidad crea formas peculiares de guardarse, protegerse, delirar, volverse paranoicos. Rousseau dice incluso que la sociabilidad crea la propiedad privada. Uno podría objetarle que la vida es ya una propiedad y que, por ello, en estado de naturaleza “el hombre es un lobo para el otro hombre”. Pero no, la vida no es propia en el sentido en que lo es una propiedad privada. Uno, justamente, no posee su vida. Con Rousseau podemos llegar a pensar que, para que haya propiedad privada, debe haber un ego, un orgullo que constituye un ego, un ego como algo propio, algo que se mira, se confina y delira. El “buen salvaje” de Rousseau defiende su vida, pero no su ego. La vida pertenece a la vida; en cambio el ego conforma un yo. El yo se rodea de barricadas, y las barricadas lo vulneran, lo hacen sentir frágil, lo hacen delirar.

Con Rousseau tenemos de nuevo la herida como algo primordial, constitutivo. Apenas existe, el yo está susceptible, está sentido. Existe por orgullo y su orgullo lo deja herido.

El tercer camino es más bien una pregunta, pero ya la respondí: ¿Cómo es que a veces “nos sentimos”, es decir, nos hacemos los heridos y terminamos hiriéndonos solos? ¿El acto de herir es interno o externo? ¿Requiere fierros, castigos, técnicas crueles para que la ley entre por fin en la cabeza al penetrar los cuerpos? ¿O basta ser un yo amenazado por la inevitable desproporción de su ego para encontrarse castigado —castigado por esto mismo que nos constituye: el orgullo y la susceptibilidad que lleva consigo?

Herir, picarse: ahí tenemos el verbo de una matriz social y la fórmula de una construcción yoica.

Por cierto, herir (el verbo) es antes de todo infligir el dolor, infligirlo a otra persona. Lo hacemos porque la sociabilidad está hecha de susceptibilidades. Es su materia prima. Quizás la sociabilidad no sea otra cosa que la susceptibilidad de cada persona. La sociabilidad no sería otra cosa que esta materia prima, la susceptibilidad, que va conformando lugares para tocarse, cerrarse, entregarse, matarse. Esta materia prima crea motivos para delirar, pero también para desear. Por lo que herir es un arma que tenemos siempre a disposición. Disponemos de ella en política, cuando queremos obtener control. Contamos con ella incluso en las relaciones más primordiales: amigos, parejas, familia. Nos herimos. A veces decidimos hacerlo. A veces el daño está hecho, no hay manera de evitarlo. No es que esto sea vital. Es algo más bien primordial —primordial para la sociabilidad, el ser yo, la ley, la propiedad, el amor. Por cierto, que sea primordial no significa que sea una finalidad.

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