Eugenio Téllez: el arte como biografía política y máquina de la memoria

Reproducimos a continuación el texto leído para el acto de donación del archivo del artista a la Universidad Diego Portales el pasado lunes 9 de junio. Todas las citas en comillas son de Eugenio Téllez, extraídas de innumerables conversaciones grabadas que la autora le ha realizado en los últimos cinco años.

por Andrea Jösch I 17 Junio 2025

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La obra del artista Eugenio Téllez (Santiago, 1939) transita entre el grabado, la pintura y la instalación, siempre atravesada por la historia, la política y la memoria personal. Su biografía está marcada por la experimentación visual, el compromiso político, la docencia y los lugares donde ha residido, que entrelazan Santiago con Arequipa, Guayaquil, París, Illinois, Toronto, Nueva York, Concón, Normandía.

Desde muy joven rechazó convertirse en abogado como su padre, eligiendo el arte como un acto de disidencia vital. Estudió en el Liceo Experimental de la Universidad de Chile para luego ingresar a la Escuela de Bellas Artes. Poco después, en 1960, partió a Europa con apenas 100 dólares y con una decisión irrevocable: nunca volver a vivir bajo el techo paterno ni dentro de los límites conservadores del Chile de aquella época. Su amigo, Enrique Lihn, antes de partir a París, le dijo que se alejara de lo que llamaban éxito en Chile, “pues eso es lo que destruye todo, carcome el alma, retuerce la creatividad, mata la vida cotidiana”. Esas conversaciones muchas veces eran en el Bohemia, restaurante que quedaba en la calle MacIver con Huérfanos, donde solían encontrarse artistas, escritores, intelectuales, para, según Eugenio, “escapar de la vulgaridad de lo que nos rodeaba”. Teófilo Cid, Jorge Onfray, Stella Díaz Varín, Teillier y tantos más se reunían ahí.

Sin duda Téllez tiene una capacidad impresionante para narrar historias y para recordar. Quizás algo de aquello venga del cine, un referente importante en su vida. De Isolde, amiga grabadora que hacía afiches para el cine experimental alemán, copió el método de ir con la Rolleiflex a tomar fotogramas de la pantalla, lo que le abría la mente a lo inesperado y lo conectaba con la producción de imágenes e imaginarios de la época; muchas de esas imágenes reverberan en sus obras.

Debió ser escritor, me comenta, pues desde la adolescencia estaba más cercano a la literatura y la poesía que a la plástica. Todo lo anota, todo queda registrado en papeles, documentos, fotografías, grabaciones. La conciencia de archivo siempre ha sido parte de su sistema de vida y de creación: conserva las evaluaciones de sus estudiantes de la Universidad de York, cartas de amistades, amores y laborales; recortes de prensa, libros de cabecera, tíquets de buses, grabaciones y fotografías documentales de escritores. Realizó acciones de arte propias y registró las de otros artistas, como la grabación Ay Sudamérica (1981) del Colectivo de Acciones de Arte (CADA). También, en su archivo personal, tiene fotografías extraordinarias de sus viajes a Cuba, Nicaragua, México, tal como fotografías familiares. De estas últimas, en una de nuestras largas conversaciones comentó: “Quise recuperar las fotografías familiares cuando murieron mis padres; hay algo en ellas que me reconforta, quizás sea el no perder la memoria. Aunque siempre me ha parecido curioso cómo la fotografía mistifica. Cuando uno se ve más joven, muchas veces se pregunta quién es el de la imagen. La foto te proyecta en una especie de esquizofrenia experimental”.

Eugenio es un hombre sensible, con una memoria implacable.

En París, Téllez formó parte del mítico Atelier 17, dirigido Stanley William Hayter, donde se formó en el grabado y coincidió con artistas como Max Ernst, Marcel Duchamp y Hans Haacke. Sin embargo, más allá de su impresionante y exquisito rigor técnico, lo que define su obra es una profunda politicidad y exploración material, visual y simbólica de los acontecimientos históricos que le ha tocado vivir, en más de 65 años de trayectoria artística. Su iconografía está atravesada por la figura de la máquina, las armas, el erotismo, la fragmentación del cuerpo, las cartografías, los mapas, la literatura y la experiencia del destierro. Sus collages funcionan como arqueologías visuales de la memoria, donde se superponen tiempos, imágenes y heridas.

De París partió a dictar clases en Illinois, pero fue en Toronto —en la Universidad de York— donde ejerció como profesor universitario por más de dos décadas. Al enterarse del golpe de Estado en Chile, mientras residía en Canadá, dejó de producir arte por un tiempo. En ese período colaboró con organizaciones académicas en ayuda a la resistencia chilena, en la creación de comités de apoyo para el MIR, del cual participó, y también diseñó afiches para diferentes luchas latinoamericanas, entre ellas Nicaragua y El Salvador.

Sin descanso, continúa reflexionando sobre el rol del arte en tiempos de crisis y sobre las posibilidades de la imagen como forma de resistencia. Pues ‘el artista es una imperfección, algo así como un criminal en potencia que resuelve su rabia a través de objetos’. Téllez no ha sido solo testigo de su tiempo, sino un artífice de formas para aquello que no ha podido decirse de otro modo. Su obra está en constante diálogo con la historia, la vuelve cuerpo, superficie, materia. Y en ese acto, el arte se transforma en una máquina simbólica para pensar, imaginar y reconfigurar el mundo.

La dictadura chilena lo impactó profundamente, tanto a nivel político y personal como creativo. “De alguna manera estaba viviendo un exilio interior irresuelto”, confiesa, aludiendo a una suerte de dolor que permanece activo en su obra, como se puede apreciar en la que presentó para los 50 años del Golpe civil-militar, titulada A sangre y fuego, que realizó el Museo de Arte Contemporáneo.

El karate también lo marcó; este arte marcial lo practica desde los 39 años. Es tercer dan. Su maestro en Canadá le enseñó a repetir gestos innumerable veces, con el propósito de llegar a realizarlos sin pensar, “pues la energía de la mente debe estar en otro lugar”, en comprender, observar y escuchar al entorno, lo que ha realizado de manera ininterrumpida para llevarlo al subconsciente, para que el movimiento quede impreso en el cuerpo a modo de estrategia para desplazarse en el espacio. Ahí, en la práctica de karate, aprendió sobre las distancias físicas y visuales, sobre el control para aminorar lo violento y controlar las reacciones inapropiadas. Eso le permitió aplacar los conflictos o decidir ser crítico de manera frontal, y dice que “no corresponde hablar por la espalda: la vida se vive cara a cara, aceptando recibir de vuelta las críticas. Esa ética proviene tanto de las artes marciales como de una generación para la cual ser artista era una forma de vida, y donde vivir también era una posibilidad revolucionaria”. La práctica de entrenar el cuerpo y la mente, la traslada —ida y vuelta— también a la práctica artística y al oficio de pintor y grabador.

Sus pinturas, grabados e instalaciones son una forma de conjurar ese pasado fragmentado, de procesar el dolor y de reinventar la historia desde una estética de la complejidad. Su trabajo de una vida con las imágenes no busca ilustrar la memoria, sino construirla, tensionarla, desarmarla. Y afirma: “Quizás por eso se intensifica en mi pintura la idea de la mecánica política, de las armas, de la memoria revolucionaria, de la autobiografía”.

Sin descanso, continúa reflexionando sobre el rol del arte en tiempos de crisis y sobre las posibilidades de la imagen como forma de resistencia. Pues “el artista es una imperfección, algo así como un criminal en potencia que resuelve su rabia a través de objetos”. Téllez no ha sido solo testigo de su tiempo, sino un artífice de formas para aquello que no ha podido decirse de otro modo. Su obra está en constante diálogo con la historia, la vuelve cuerpo, superficie, materia. Y en ese acto, el arte se transforma en una máquina simbólica para pensar, imaginar y reconfigurar el mundo.

Estamos muy honrados de poder contar contigo hoy, querido Eugenio. Quienes quieran profundizar más en su trayectoria, pueden encontrar dos entrevistas en profundidad —una realizada por Justo Pastor Mellado y otra por mí— que están disponibles en el repositorio del Centro para las Humanidades UDP.

Pero hoy es el momento de agradecer profundamente tu generosidad al donar tu archivo. Este gesto no solo enriquece nuestro acervo, sino que asegura que tu legado, de valor incuestionable, siga siendo estudiado, revisitado y comprendido como un pilar fundamental en la historia del arte contemporáneo.

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